Por Iván García
1999. Llega a su fin la temporada invernal del béisbol cubano. En todas las esquinas se ha desatado el debate. En cada peña deportiva cada fanático se cree director de un equipo y como tal ofrece su consideración sobre la selección nacional. En la actual campaña los dos mejores peloteros de la Isla no han tenido buen rendimiento. Omar Linares y Antonio Pacheco no han podido jugar en gran parte del torneo debido a lesiones. En sus respectivas posiciones (tercera y segunda base) se han destacado varios jugadores novatos.
En un raro caso de democracia en Cuba, en 1998 conformaron el equipo nacional con los que más sobresalieron en el clásico del patio, con caras nuevas como Carlos Tabares, Robelquis Videaux y Loidel Chapellí, entre otros, hicieron por primera vez el grado. La renovada selección ganó sin apuros el Campeonato Mundial y los Juegos Centroamericanos. Efusivos fueron los aplausos para el recién nombrado director, el pinareño Carlos Rodríguez.
Antaño los que regían los destinos de nuestro deporte nacional, la pelota, eran "tipos duros" que simulaban escuchar los criterios ajenos, pero al final, al igual que ocurre en todo el país, bajaban el hacha de la intolerancia. Sacaban a relucir el patriotismo y la conciencia revolucionaria para poder representar a Cuba en torneos de béisbol celebrados en otros países. Los vientos renovadores del año anterior parecían haber desterrado las razones extra deportivas del patriotismo y la conciencia revolucionaria.
No fue así. Ahora, ante la posibilidad de que las dos estrellas locales, Linares y Pacheco, queden fuera de la nómina, el viejo inmovilismo volvió a ocupar su puesto. Pero a diferencia de lo que ocurre en el país, donde los gobernantes dirigen a su libre albedrío, los amantes del deporte de las bolas y los strikes tienen espacio para discrepar.
En varios programas de radio las personas indignadas llaman por teléfono y descargan su inconformidad. A veces con tono subido. la gente critica a los jerarcas que lanzan las estrategias del béisbol. Los fanáticos saben que con su mal proceder dañan la pelota cubana. Al jugar nuestros peloteros por puro placer -sus salarios son iguales al del promedio de la mayoría, 200 pesos (10 dólares)- el único incentivo que tienen es hacer la selección nacional y, de paso, poder viajar al exterior. Por eso en los dos últimos años toda una pléyade de jugadores jóvenes y talentosos dejaron la piel en el terreno para poder integrar el equipo nacional.
A pesar del retiro masivo tres años atrás de más de 60 luminarias; de deserciones de estrellas como Rolando Arrojo y los hermanos Liván y el Duke Hernández, y la ausencia durante una buena parte de la contienda de los extra clase Omar Linares y Antonio Pacheco, nuestro béisbol no ha mermado en calidad. La clave es el rendimiento.
Si se viola esa clave, los fanáticos saben que volverá la abulia a la grama, pues al existir "vacas sagradas" desaparecerá el único interés que motiva a los jóvenes jugar: representar a Cuba en el extranjero y conocer un poco de mundo. Gran parte de los aficionados al béisbol defienden a ultranza la idea de que la selección se integre exclusivamente sobre la base del rendimiento. Aunque queden fuera "monstruos" de la talla de un Linares o un Pacheco.
La Dirección de Béisbol no opina igual y ha sacado a relucir nuevos temores. Porque en los Panamericanos de Canadá se jugará con bate de madera y asístirán profesionales de Triple A. Por ello, amén del rendimiento, deben asistir los mejores peloteros de la isla. En este "estira y encoge" puede que se imponga la intolerancia, esa misma que campea por su respeto en nuestra patria. Pero por lo menos permiten que existan criterios opuestos en lo relacionado con la pelota.
No sucede así en el resto de la sociedad. A raíz de la aprobación, el 16 de febrero de 1999, de la Ley No. 88 de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba (aquí pueden leerla) el cubano de a pie, como de costumbre, se expresa en voz baja.
La política no es el béisbol y un criterio a pleno pulmón contra los designios de Fidel Castro puede costar desde la expulsión del trabajo y el hostigamiento de la policía política hasta la cárcel. La repulsa a la "ley mordaza" ha sido mundial, porque nos hace retroceder aún más. Internamente, nada más que la disidencia y el periodismo libre han sido capaces de expresar sus criterios. Pero sólo para ser escuchados o leídos fuera de Cuba.
Dentro de la Isla somos mudos, apenas se conocen nuestros proyectos y puntos de vista. Nos consideran peligrosos, porque socavamos el poder monolítico con fachada de socialismo unánime que intenta vender el régimen. Con la nueva ley, los opositores y los periodistas independientes podemos pasar treinta años tras las rejas. Sólo por discrepar y dar a conocer la otra Cuba: la de la violencia, corrupción, droga, prostitución y falta de libertades.
Mientras, la prensa oficial y sus dirigentes se ceban en los periodistas sin control estatal. "Traidores" nos llama Ricardo Alarcón, presidente del parlamento cubano. La periodista de Juventud Rebelde, Rosa Miriam Elizalde nos dice "mercenarios que se alquilan por dólares". Enrique Nuñez, un escritor humorístico que hizo fama y dinero antes de la revolución con aventuras radiales de segunda categoría, cambia de careta y como buen oportunista es el que más grita y nos califica de "hijos de puta". Todo eso y más debemos aguantar sin tener derecho a réplica.
Contrariamente a lo que ocurre en el béisbol, la disidencia y los periodistas libres no tenemos el más mínimo espacio dentro de nuestro país. Pero nos temen. De momento, cualquiera de los periodistas de las agencia fuera del control gubernamental esperamos con tranquilidad los próximos pasos de la Seguridad del Estado. Le pueden aguardar años de cárcel, "pero sería el fin de mi quebradero de cabeza actual: cómo alargar los 50 dólares que mensualmente recibo por este arriesgado trabajo", me dice un colega del periodismo independiente.
Como casi todos los cubanos, ese colega es amante del béisbol. Según él "los opositores y periodistas independientes son como una pelota de ping-pong que los gobiernos de Cuba Y Estados Unidos golpean en ambos sentidos. Los de allá para hacer publicidad, los de aquí para lograr concesiones del capitalismo brutal que criticaban de boca hacia fuera, pero cuyo dinero necesitan como la respiración".
Este periodista cree que los dólares que se reciben no se diferencian de los que llegan por la vía de remesas familiares y se gastan en lo mismo: comida, aceite, jabones… Incluso muchos familiares que desde Miami remiten dólares son verdaderos recalcitrantes. Entonces la diferencia radica en que nosotros tenemos el valor de disentir públicamente y los familiares que reciben esos dólares, no.
De acuerdo con la profesionalidad demostrada, sin contar los riesgos ni el encarecimiento de la vida en Cuba, bien poco ganan los periodistas independientes. Con todo, esa ayuda desata la ira del gobierno cubano. La explicación de por qué es en Estados Unidos y Miami donde más interesa lo que dice la prensa independiente resulta elemental: porque allí vive más de un millón de cubanos. En segundo lugar está España, por razones históricas, culturales e idiomáticas.
Una persona entrevistada, que pensaba que un periodista independiente ganaba miles de dólares al mes, confesó que "ni por 500 dólares mensuales tendría valor para hacer lo que ustedes hacen. Lo menos que debían recibir es una cantidad similar a la mitad de lo que gana un periodista extranjero." Y me hizo una sugerencia:
-Debían aprovechar la coyuntura de esa "ley mordaza" para denunciar que son explotados. Y exigir que les paguen más. Decirlo sin miedo porque es humillante tener que aguantar lo que ustedes aguantan por menos de 100 dólares al mes!
(Publicado en Cubafreepress el 1 de marzo de 1999)
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