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sábado, 21 de febrero de 2009

Viaje a una foto


Por Raúl Rivero

Esta semana, en su camastro del Combinado del Este, arrullado por la música tenaz de las puertas intermedias y las pesadillas de otros prisioneros, Ricardo González Alfonso tiene que haber soñado con la fiesta de cumpleaños que le celebró su familia cuando llegó a los seis años, en La Habana de 1956.

Ese día, esa celebración tiene un sitio especial en la memoria del poeta y periodista cubano porque le gusta revisar una foto enorme en blanco y negro donde todos los invitados aparecen vestidos de vaqueros y él de indio.

Detrás del cake, que debió ser azul, y por encima de los dibujos seductores del merengue, puede verse el rostro de Ricardo manchado por la tinta de guerra de una tribu irreal, dispuesto a combatir con su arco y sus flechas contra los cowboys que lo rodean armados de pavorosos revólveres de pasta y calamina.

La fotografía divierte a Ricardo y lo anima a describir el destino de algunos de sus amigos de esa niñez cerrada y sin retorno. Pero la foto guarda otra clave para él y tiene que ver con su manera, llena de humor e ironía, de percibir que el fotógrafo lo dejó anclado para siempre en la contracorriente, en ciertos territorios de la rebeldía, la protesta y la diferencia que marcaron también algunas etapas de su vida de adulto.

En todas las celebraciones familiares o en esos días en los que uno necesita, sin saber por qué, la protección perdida de los padres y quiere rescatar los sitios nobles, cálidos y seguros de la casa familiar, a Ricardo le gusta traer esa foto ante sus amigos y pasarle la vista para encontrarse rodeado de vaqueros, sin miedo, en la sala de su casa, en el que él piensa que ha sido su destino: estar en minoría, pero en la lucha.

Por eso, esta semana que cumplirá 59 años de vida y seis de ellos en una cárcel de su país por pensar, escribir y trabajar por la libertad, tiene que —al menos en sueños— haber vuelto a recordar su foto preferida. Tiene que tenerla muy presente en los apuntes de los poemas que escribe a toda hora y en los fogonazos de independencia que son los sueños para los hombres presos.

Sé que está enfermo y que hay mucha humedad en esa celda donde lo tiene la dictadura. Y estoy seguro que, aparte de esa foto, Ricardo tiene otros recursos para ver pasar otro cumpleaños en una prisión, que ordenando la ambición de poder, el odio, la intolerancia y la bestialidad de unos viciosos de los puestos de mando.

Lo recuerdo al borde de sus sesenta años, como lo conocí y como lo veré siempre. Incansable, con sus gavetas atiborradas de poemas de amor y de textos humorísticos que suele leer con un poco de rubor. Lleno de pasión por sus hijos, protegido por el amor de Alida. Un hombre difícil porque está vivo y porque le va de frente a todos los asuntos en un mundo donde la palabra se usa de almohada. Un periodista con talento y valor para usarlo, pero también con amplitud para razonar, entender y discutir con flexibilidad y sin concesiones. Un fanático del idioma español, un enamorado de la poesía de Lorca y de Rimbaud.

En este aniversario de Ricardo, sus amigos y sus compañeros de viaje en el periodismo pedimos su libertad y la de todos los presos políticos cubanos. El regreso a la casa y a las calles de quienes están enfermos, en peligro, separados de su familia, en una vecindad de calabozos. Libertad para los que han puesto en riesgo su salud y su vida por la libertad.

(Publicado en Cubaencuentro el 19.2.09)

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