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domingo, 27 de enero de 2008

NINÓN SEVILLA



Actriz y vedette, Emilia Pérez Castellanos, su verdadero nombre, nació en La Habana en 1926. Desde muy joven se decidió por el baile y la actuación. En los años 40 viaja a México y tras el éxito en un teatro de variedades, en 1946 es invitada para actuar en la cinta Carita de cielo. Se convierte en la estrella del llamado "cine de rumberas".



Anunció su retiro a finales de los 50, pero en la década de 1980 regresó e hizo esporádicas apariciones en varias películas, entre ellas Noche de Carnaval (1981), que le valió un Ariel a la mejor actuación. Ha trabajado en telenovelas y en el 2000 participó en el documental Con todo mi amor, Rita, dedicado a Rita Montaner (foto).



En 1989, la Editorial UNAM publicó "Sensualidad: Las películas de Ninón Sevilla", de David Ramón, ensayo monográfico sobre la mujer que revolucionó el concepto de la danza en el cine mexicano.



En este video de 1946, un poco oscuro, Ninón Sevilla baila mientras Benny Moré interpreta una canción poco conocida:

(video eliminado de YouTube)

En Víctimas del pecado (1950), dirigida por Emilio Fernández, Ninón comparte escenario con Rita Montaner. En el video, la Orquesta de Pérez Prado acompaña a la Sevilla en La Cocaleca, del panameño Víctor Cavalli Cisneros, autor también de Hay un hombre aparecido y Bandolera, entre otras famosas canciones. En 2007, en Panamá fue recordado el centenario del nacimiento de Cavalli, cuyo apellido a veces es confundido con Caballé, de origen catalán.



En Perdida (1950), la cubana interpreta La Múcura, del colombiano Toño Fuentes (tres de sus nietos fundaron Miami Records, propietaria del sello Discos Fuentes). En el video, los músicos acompañantes son Os Anjos do Inferno, grupo carioca muy conocido entonces en Brasil, América Latina y Estados Unidos, donde tocaron con Carmen Miranda.



En Sensualidad (1951) Ninón Sevilla comparte rol con el actor mexicano Fernando Soler (foto) y con el cantante puertorriqueño Bobby Capó, en su época un ídolo en Cuba. Ver aquí.




martes, 22 de enero de 2008

BAJO UN FLAMBOYÁN

Por Iván García, desde La Habana.

Justo a la medianoche, Miguel se acuesta ebrio, sucio y cansado bajo uno de los tantos flamboyanes que embellecen la avenida Santa Catalina, en el municipio habanero de 10 de Octubre.
Miguel fue un boxeador que hizo mutis. Tiene 54 años y en la década de 1960 fue uno de los mejores welters (67 kg). Participó en una docena de torneos internacionales y en lides nacionales bautizadas con el nombre de "Giraldo Córdoba Cardín", un púgil mediocre y desconocido que por el sólo hecho de haber participado en la escaramuza del asalto al cuartel Moncada, comandada por Fidel Castro, en julio de 1953, en Santiago de Cuba, fue elevado a la categoría de Héroe Nacional del deporte cubano.
A Miguel le apena saber que en la patria del gran Kid Chocolate (en la foto) no haya un campeonato que se le consagre a uno de los mejores púgiles del mundo.

El ex boxeador padece de cirrosis hepática. Le tiene pánico a la muerte pero la espera tranquilo bajo flamboyanes que no se cansan de lanzarle sus flores. Después que se retiró por una lesión en la retina que le hizo perder la visión del ojo izquierdo, su vida ha sido una calamidad. Su cerebro dejó de estar a la par de la calidad de sus puños. Es semianalfabeto. A sus padres nunca les preocupó su suerte, y sus hermanos lo echaron de la casa. Fue suficiente. Fuera del ring se sentía un extraño. Entonces quiso imponerle a la vida la fuerza de sus puños. Y esta le dio nockout. Tras varios asaltos con violencia para robar dinero y prendas, Miguel fue sorprendido por la policía en 1975. Fue condenado a 17 años de privación de libertad.
"En 1980 mi vida pudo cambiar al conminarme las autoridades penales a abandonar el país a través del éxodo masivo por el puerto del Mariel", explica. No quiso ser uno de los 125 mil a los que una sociedad cerrada los expulsaba de la tierra que los vio nacer. No lo lamenta a pesar de su tragedia. "Casi me obligaron. Incluso me pusieron un pulóver con la consigna Abajo la escoria. Pero no puedo irme de Cuba. Algo divino me ata a esta isla maldita." Quizás sean raíces poderosas y profundas como las del flamboyán que lo acoge a diario.
Miguel salió de la prisión en 1988. Después de trece años se había acostumbrado a vivir entre rejas. "Allí al menos comía y tenía cama. Cuando salí, la calle me asustó. No sé hacer nada. Me había adaptado a la vida de la cárcel. Lo primero que me pasó por la mente fue pegarle un derechazo a cualquiera y volver a prisión"
Tuvo suerte: un amigo lo llevó a trabajar a un bar. Allí se acentuó su tendencia a beber ron. Se convirtió en un alcohólico y enfermó del hígado. Tras una riña en la cantina, perdió el empleo. Al quedarse sin dinero no pudo seguir pagando el alquiler de una habitación en una cuartería del reparto Santa Amalia. Su situación empeoró al no tener una compañera que le sirviera de apoyo: nunca quiso casarse ni comprometerse con ninguna mujer. Siempre llevó la típica vida bohemia de los boxeadores, con grandes dosis de alcohol y hembras distintas.
Ahora Miguel vaga por la avenida Santa Catalina, escoltado por flamboyanes que desde el inicio de la primavera hasta el fin del verano convierten las aceras en una alfombra multicolor: sus flores son rojas, amarillas o anaranjadas. Pisoteándolas camina el ex boxeador. Casi siempre ebrio. Los trago se los pagan bebedores luego de escucharlo cantar viejos bolerones ahora de moda. "Canto como si fuera Luis Miguel", dice y se sonríe dejando entrever las pocas piezas de su boca.
No importa si hace frío o calor, si llueve o no. Cada madrugada coloca unos cartones debajo de un flamboyán y se tira a reposar su cuerpo estropeado y maloliente. El sueño lo vence enseguida. Una de esas noches no despertará. Porque la muerte está ahí, avanzando a grandes zancadas. Él la espera desafiante. Miguel sabe que pelea su último round.


(Publicado en Cubafreepress el 22 de agosto de 1998).

sábado, 12 de enero de 2008

Madre Coraje
(Ochún, de René Portocarrero)

Cuando el 21 de enero de 1998, su Santidad Juan Pablo II comenzaba su viaje de cuatro días a la isla, María de Jesús, 63, madre de dos hijos condenados por delitos comunes, terminaba la visita que cada dos meses le otorgan a uno de sus hijos en la prisión Combinado del Este.

Por Iván García, desde La Habana
El Combinado, como popularmente se le conoce, está ubicado en el kilómetro 18 de la carretera Monumental al este de la Ciudad de La Habana. Fue inaugurado a finales de la década del 70 y además de ser de alta seguridad, es la prisión más grande de Cuba: en sus tres edificios puede albergar a diez mil reclusos.
Precisamente, ese 21 de enero María hacía su primera visita a su hijo Oscar, 30, sancionado a cinco años de privación de libertad por tenencia de drogas. "La gente estaba esperanzada con la visita del Papa, se decía que en el país podrían cambiar algunas cosas, pero yo estaba segura que la suerte de mis hijos seguiría siendo la misma", dice esta mujer, pobre y negra, que reside en una destartalada cuartería en uno de los barrios más marginales de la ciudad.
Para más desgracia su otro hijo, Juan, 33, está encarcelado en Chafarina, provincia de Guantánamo, a unos mil kilómetros de La Habana. Juan fue condenado a seis años por el delito de robo con violencia y ya ha cumplido la mitad de la sanción. En noviembre lo trasladaron hacia Guantánamo. "Cuando me enteré creí que iba a morir. Vivo sola, mi esposo falleció hace tiempo, intoxicado por haber ingerido alcohol de madera". Pero a María no le gusta que le tengan lástima. Carga con su tragedia sin grandes traumas.
La visita de Juan es cada tres meses. "En cuanto salgo de ver a Oscar, casi tengo que salir corriendo para la terminal de trenes para sacar pasaje para el fin de Cuba". Así ella ella llama a Guantánamo, debido a los severos problemas de transporte que atraviesa el país: la reservación de boletos tiene que hacerse con 21 días de antelación, sea por ómnibus o por ferrocarril.
"Cuando llevaba dos años y medio en los trajines de ir a ver a Juan, cayó preso mi otro hijo más pequeño". La madre asegura que si difícil es trasladarse a las prisiones, la dificultad mayor es conseguir alimentos, artículos de aseos y avituallamiento para un recluso. "Todos los que tenemos familiares presos sabemos bien lo que es esto, pero si, además, somos pobres y no tenemos quién nos envíe dólares del extranjero, lo que pasamos sólo Dios lo sabe."
Dios aprieta, pero no ahoga. De modo que María encontró una solución: alquila su cuarto a una jinetera del interior de la isla por 20 dólares al mes. Además, hace de todo: cose, lava, plancha, limpia en domicilios ajenos y cuida niños de los vecinos. "No me queda más remedio. Mi pensión de jubilada es de 114 pesos, unos 5 dólares al mes. Tengo que hacer mil y una maraña para conseguir plata, sean pesos o dólares."
Pero las desgracias de María no son más fuertes que su voluntad. "Lucho para que mis hijos, allá adentro, tengan lo mínimo. No me quejo ni culpo a nadie de que estén presos, pero si la situación de Cuba no fuera tan extrema, ellos a lo mejor fueran hombres de bien. Cada cual tiene la suerte que merece."
Su filosofía no tiene el más leve asomo de melodrama: María no tiene tiempo ni para ver telenovelas. "Me paso todo el mes forrajeando para poderles preparar las jabas. Casi todo el vecindario me vende azúcar prieta, de la que les dan por la libreta (de racionamiento). Dicen mis hijos que en la cárcel, el azúcar es como el dólar en la calle: sin ella no se puede vivir. Les abre el camino para conseguir alimentos, jabones, cigarros..."
Tanto Oscar como Juan, en cada visita le piden a su madre que priorice el azúcar, prieta o blanca. "Ahorita les voy a tener que llevar un central", dice con una sonrisa amarga. En cuanto cayeron presos sus esposas los abandonaron. "Eso pasa a menudo, las mujeres de ahora no están para empantanarse con un marido enjaulado."
Unas veces en la cola del ómnibus, aguardando el vehículo que la llevará hasta el Combinado del Este; otras, por los alrededores de la terminal de trenes, con sus jabas de saco suele verse a María esperando para partir hacia Guantánamo. Siempre sola. Una de las miles de madres cubanas que, estoicamente, han asumido su destino.
(Publicado en Cubafreepress el 26 de julio de 1998).

martes, 8 de enero de 2008

LA CHAMBELONA
Según el musicólogo y etnólogo cubano Fernando Ortiz, la música de La Chambelona no es de origen africano. Su compás es tomado de una vieja tonadilla española. Su nombre parece proceder de Chambas, actual municipio de la provincia Ciego de Ávila.
Vinculada a la política, La Chambelona por primera vez se canta en octubre de 1908, durante la toma de posesión del alcalde de Camajuaní, municipio de la antigua provincia de Las Villas (foto).
Su letra al inicio cambia, de acuerdo al personaje o situación, pero el estribillo siempre es el mismo: "Ae, ae, ae, la chambelona / yo no tengo la culpita / ni tampoco la culpona..."
All Music tiene registrada La Chambelona en una colección de cuatro CD con cien grabaciones de 1925-1931 que para la RCA Victor hicieran el Sexteto y Septeto Habanero.
De los seis integrantes del Sexteto Habanero original, cuatro fueron también compositores: Guillermo Castillo, director y guitarra; Felipe Neri, maracas y contrabajo (de pie); Gerardo Martínez, bongó y Carlos Godínez, tres.

Entre las cien canciones de la colección de All Music aparecen Cabo de la guardia siento un tiro, Loma de Belén, Yo no tumbo caña, Cómo está Miguel, Elena la cumbanchera, Mamá Inés, Tribilín cantore, No juegues con los santos, Déjate de bobería y El tomatero.
El video está incompleto, pero permite ver a Miguelito Valdés e Israel Cachao López en una versión de La Chambelona.


miércoles, 2 de enero de 2008


Secretos de Cuba pide a todos los sitios web, blogs, foros, relacionados con Cuba y que están en favor de la libertad que publiquen este mensaje en primera plana hasta el martes 8 de enero a las 8 de la noche.

A todos los cubanos de la Isla:
El 8 de enero del 2008 a las 8 de la noche, suban el volumen a la música en la grabadora, la radio, el televisor, no importa lo que estén trasmitiendo, aunque sea el noticiero o la mesa redonda. Lo que sea, súbanle al volumen. Si ese día hay fiesta mucho mejor, suban el volumen a todo lo que da. Si tienes miedo, cállate, y escucha por tu ventana como otros lo harán.