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sábado, 12 de enero de 2008

Madre Coraje
(Ochún, de René Portocarrero)

Cuando el 21 de enero de 1998, su Santidad Juan Pablo II comenzaba su viaje de cuatro días a la isla, María de Jesús, 63, madre de dos hijos condenados por delitos comunes, terminaba la visita que cada dos meses le otorgan a uno de sus hijos en la prisión Combinado del Este.

Por Iván García, desde La Habana
El Combinado, como popularmente se le conoce, está ubicado en el kilómetro 18 de la carretera Monumental al este de la Ciudad de La Habana. Fue inaugurado a finales de la década del 70 y además de ser de alta seguridad, es la prisión más grande de Cuba: en sus tres edificios puede albergar a diez mil reclusos.
Precisamente, ese 21 de enero María hacía su primera visita a su hijo Oscar, 30, sancionado a cinco años de privación de libertad por tenencia de drogas. "La gente estaba esperanzada con la visita del Papa, se decía que en el país podrían cambiar algunas cosas, pero yo estaba segura que la suerte de mis hijos seguiría siendo la misma", dice esta mujer, pobre y negra, que reside en una destartalada cuartería en uno de los barrios más marginales de la ciudad.
Para más desgracia su otro hijo, Juan, 33, está encarcelado en Chafarina, provincia de Guantánamo, a unos mil kilómetros de La Habana. Juan fue condenado a seis años por el delito de robo con violencia y ya ha cumplido la mitad de la sanción. En noviembre lo trasladaron hacia Guantánamo. "Cuando me enteré creí que iba a morir. Vivo sola, mi esposo falleció hace tiempo, intoxicado por haber ingerido alcohol de madera". Pero a María no le gusta que le tengan lástima. Carga con su tragedia sin grandes traumas.
La visita de Juan es cada tres meses. "En cuanto salgo de ver a Oscar, casi tengo que salir corriendo para la terminal de trenes para sacar pasaje para el fin de Cuba". Así ella ella llama a Guantánamo, debido a los severos problemas de transporte que atraviesa el país: la reservación de boletos tiene que hacerse con 21 días de antelación, sea por ómnibus o por ferrocarril.
"Cuando llevaba dos años y medio en los trajines de ir a ver a Juan, cayó preso mi otro hijo más pequeño". La madre asegura que si difícil es trasladarse a las prisiones, la dificultad mayor es conseguir alimentos, artículos de aseos y avituallamiento para un recluso. "Todos los que tenemos familiares presos sabemos bien lo que es esto, pero si, además, somos pobres y no tenemos quién nos envíe dólares del extranjero, lo que pasamos sólo Dios lo sabe."
Dios aprieta, pero no ahoga. De modo que María encontró una solución: alquila su cuarto a una jinetera del interior de la isla por 20 dólares al mes. Además, hace de todo: cose, lava, plancha, limpia en domicilios ajenos y cuida niños de los vecinos. "No me queda más remedio. Mi pensión de jubilada es de 114 pesos, unos 5 dólares al mes. Tengo que hacer mil y una maraña para conseguir plata, sean pesos o dólares."
Pero las desgracias de María no son más fuertes que su voluntad. "Lucho para que mis hijos, allá adentro, tengan lo mínimo. No me quejo ni culpo a nadie de que estén presos, pero si la situación de Cuba no fuera tan extrema, ellos a lo mejor fueran hombres de bien. Cada cual tiene la suerte que merece."
Su filosofía no tiene el más leve asomo de melodrama: María no tiene tiempo ni para ver telenovelas. "Me paso todo el mes forrajeando para poderles preparar las jabas. Casi todo el vecindario me vende azúcar prieta, de la que les dan por la libreta (de racionamiento). Dicen mis hijos que en la cárcel, el azúcar es como el dólar en la calle: sin ella no se puede vivir. Les abre el camino para conseguir alimentos, jabones, cigarros..."
Tanto Oscar como Juan, en cada visita le piden a su madre que priorice el azúcar, prieta o blanca. "Ahorita les voy a tener que llevar un central", dice con una sonrisa amarga. En cuanto cayeron presos sus esposas los abandonaron. "Eso pasa a menudo, las mujeres de ahora no están para empantanarse con un marido enjaulado."
Unas veces en la cola del ómnibus, aguardando el vehículo que la llevará hasta el Combinado del Este; otras, por los alrededores de la terminal de trenes, con sus jabas de saco suele verse a María esperando para partir hacia Guantánamo. Siempre sola. Una de las miles de madres cubanas que, estoicamente, han asumido su destino.
(Publicado en Cubafreepress el 26 de julio de 1998).

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