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miércoles, 3 de diciembre de 2008

Pícaros en la balanza


Por Ariel Tapia


Todos los días, a las 10 de la mañana, Mario comienza su jornada laboral en el mercado habanero de La Palma. Lleva una cantidad considerable de carne de cerdo para vender al público. Después de someter su mercancía a la fiscalización de los cobradores de impuestos, Mario alquila su tarima en la que permanecerá vendiendo hasta las 6 de la tarde. El pequeño tablado y el espacio que ocupa le cuestan 80 pesos. El local para almacenar la carne, con refrigerador incluido, 60. Transportarla desde el campo a la ciudad, vale entre 80 y 100 pesos. Los impuestos que tiene que abonarle al estado representan el 20 % de la venta toral.

Pero aún cuando los números nunca parecen terminar y la carga fiscal sea agobiante, Mario, como casi todos los vendedores del mercado, sale bien parado. "Hay que llorar un poco de miseria para que nos crean", afirma haciendo un guiño. Pero no dice a cuánto ascienden sus ingresos diarios. "Secreto de estado, pero para lo cara que está la vida, no es mucho. Tengo una familia que mantener y eso está por encima de todo."


Entrar a los abigarrados mercados de la capital es ver lo desagradable de la pobreza. Allí están, en ordenada procesión, las tarimas de viandas, hortalizas y productos cárnicos. Cientos de clientes, con el ceño fruncido ante los astronómicos precios negocian con los vendedores que se mantienen incólumes amparados en la ausencia de competencia. Sólo de vez en vez las cooperativas estatales venden a precios más bajos y atraen a la mayoría de los compradores.

Pero como su capacidad productiva es débil, pronto se les agotan las ofertas y todo retorna a la "normalidad". Los comerciantes privados ni se apuran ni se molestan: esperan a que los productos del estado se acaben para continuar su negocio con los ávidos buscadores de alimentos.

En Cuba, país alucinante y enmascarado, siempre suceden cosas "por afuera". Tras bambalinas hay montada toda una industria de la trampa y el trucaje, de ahí que las balanzas que determinan el peso de cualquier mercancía suelen "equivocarse" en las bodegas y mercados agropecuarios de la isla.

Lo usual es que por cada libra un vendedor le estafe a su cliente 2 onzas. Así, ocho compradores engañados equivalen a una libra adicional que va a parar al bolsillo del comerciante sin que este haya invertido nada por ella. Todo es cuestión de rapidez e ingenio. Con las vetustas pesas que se usan en los mercados se puede "inventar" muchos. Por ejemplo, a una balanza tipo "pata de gallina", los pícaros vendedores le eliminan los cilindros de plomo de los ponderales, que son los que garantizan el equilibrio exacto. Otros efectúan la misma operación pero con el cursor que marca la unidad de medida, propiciando así que la balanza equilibre con menor peso.

Entre otras fórmulas "mágicas" se encuentra la de adherir un imán fuera del ángulo de visión del cliente para aumentar deliberadamente el peso. O monedas colocadas debajo de los ponderales para lograr similar resultado. Hábilmente la mercancía puede ser retirada antes de que el balanceo del brazo de la pesa se detenga. Además, con los usuarios más exigentes se utilizan trampas como la de mantener el plato donde se ponen los productos con tierra pegada u otro tipo de deshechos, en el caso de las carnicerías.

Por otra parte, la dejadez, la desesperación y el desconocimiento de los ciudadanos les tiende un puente de oro a los estafadores. Las balanzas que se emplean en la isla miden por kilogramos, mientras que todas las ofertas están expresadas en libras, lo cual confunde a muchos a la hora de efectuar la conversión.


Porque, además, los expendedores las llevan todas consigo y la justicia no se preocupa demasiado por ellos. La balanza está a su favor. Disposiciones legales como la número 6, de 1998, establecen el retiro de la licencia a los "cuentapropistas" que sean sorprendidos engañando a los consumidores. También se aplican multas de 100 pesos -irrisorias, por cierto- por tales contravenciones.

¿Quiénes se encargan de hacer cumplir la ley? Inspectores del Ministerio de Finanzas y Precios cuya labor resulta insostenible debido a la falta de transporte. Para verificar el normal funcionamiento de las pesas existe la oficina de metrología: en la capital del país apenas operan 4 inspectores especializados que no están autorizados a poner multas.

En La Habana hay 63 mercados agropecuarios. En este del barrio de La Palma vende Mario, un carnicero de 34 años que se queja de que "a los particulares se les persigue mucho más que a los empleados de centros estatales". Pero de cualquier manera entiende el malestar de los clientes. "La carne está cara -no más de 2 dólares por kilogramo- así y todo reciben menos de lo que pagan. En mi caso no tengo la pesa arreglada. Mi búsqueda está en el manejo del cuchillo". Y continúa atendiendo a la decena de personas que aguardan en la cola..

(Publicado el 20 de diciembre de 1998 en Cubafreepress)

1 comentario:

  1. Fuera de topico, pero muy importante:
    Yoani Sanchez ha sido conminada a presentarse junto a su esposo en una estacion policial, a responder por acusaciones fabricadas por el gobierno, entre ellas, comprar alimentos en el mercado negro.
    Estemos al tanto, y movilicemos a todo el mundo para impedir un atropello policial contra ella, estan disfrazando un caso politico, para quitarle ese matiz y poder encarcelar o silenciar a ambos.

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