Por Iván García
En el intermediario ha recaído la culpa de la ineficiencia agrícola. Pero aunque se quiera, no se puede tapar el sol con un dedo. Ya a finales de la década de los ochenta fue eliminado bajo el pretexto de enriquecerse ilícitamente a los que se encargaban de comercializar los productos del agro y que en Cuba se les conoce como "intermediarios".
En estos mercados no existe cartilla de racionamiento: se rigen por las leyes de oferta y demanda. Su reaparición se produjo el primero de octubre de 1994 debido a la aguda situación alimentaria que asolaba el país y ha sido la tabla de salvación para buena parte de la población. Allí se expenden, a altos precios, carne, viandas y vegetales que no se encuentran en los establecimientos estatales.
En la clausura del primer encuentro nacional de cooperativas de créditos y servicios, a principios de junio de 1998, el gobernante Fidel Castro retomó el tema y fustigó duramente a los intermediarios, responsabilizándolos de casi todos los males de la sociedad cubana de hoy.
En un típico ejercicio de amnesia autoimpuesta, los dirigentes cubanos tratan de obviar la realidad. Cuando en octubre del 94 nació la segunda versión de los mercados campesinos, el gobierno controlaba el 60 y 70 por ciento de las ventas. Las UBPC (unidades básicas de producción cooperativas), las cooperativas de producción agropecuarias y el Ejercito Juvenil del Trabajo, entre otros organismos, eran los encargados de vender a altos precios los productos agrícolas y la carne de cerdo. Sólo el 30 o 40 por ciento eran campesinos particulares.
Con el decursar del tiempo y dada las pobres cosechas de viandas, hortalizas y frutas, casi por completo decayó la gestión del Estado. Desapareció la competencia. Entonces los valores los impusieron los mediadores que iban a comprar los productos directamente al campo y los transportaban hacia las ciudades. Lo que ha provocado que los precios estén por las nubes es la ineficiencia gubernamental, conocida y sufrida por el pueblo cubano en más de cuarenta años.
Echemos una ojeada a la producción agrícola del primer cuatrimestre de 1998 en la provincia Habana, la encargada de abastecer de alimentos a la capital. Por temor a los efectos devastadores de la plaga Trips Palmi que afectó a varios cultivos en 1997 (y de lo cual el gobierno cubano acusó a Estados Unidos), se sembraron 350 caballerías, 130 menos que en el 97. La cosecha de papa fue un duro revés: Se perdieron 34,1 caballerías de las sembradas, y el rendimiento del resto fue muy bajo: 4,191 quintales por caballería cuando se esperaban más de 6,000. Las causas alegadas para estos pobres resultados fueron "las fuertes tormentas, lluvias, plagas (como el Trips Palmi), excesivo calor en la temporada invernal, y...el fenómeno de El Niño". Consecuencias: el plan de producción estuvo al 61 por ciento con un millón 61 mil 800 quintales menos que en igual periodo del año anterior.
En los renglones correspondientes a viandas y hortalizas, los rendimientos también fueron bajos: El tomate sólo se cumplió al 34 por ciento; el pimiento al 11; la calabaza y el pepino al 73 y al 38, respectivamente; la yuca al 26; mientras la col y otros vegetales quedaron en el 61 y 74 por ciento, en ese orden. Solamente el plátano burro y el boniato tuvieron un crecimiento con respecto a 1997. Pero, a pesar de esto, fue insignificante su presencia en las placitas estatales. El motivo es simple. El gobierno compra los productos a precios muy bajos. Y los campesinos y los propios cooperativistas prefieren vender sus cosechas a los intermediarios que pagan el doble de lo que ofrece el Estado.
La presencia de los mediadores trajo como resultado que para obtener las lógicas ganancias, los precios de venta se dispararon de forma alarmante. El afectado fue, por supuesto, el bolsillo del pueblo. Como promedio un cubano gasta en cada visita al agro entre 80 y 100 pesos, cantidad equivalente a la mitad de su salario. Esa cifra no incluye carne de puerco o carnero: de adquirla gastaría el doble. De modo que la situación se ha vuelto insostenible. Pero la realidad es que al cubano no le queda otro remedio que acudir a los mercados agropecuarios pues los estatales tienen los estantes vacíos. La escasez hace que los precios se mantengan altos todo el año.
Ahora el gobierno pretende arremeter contra los intermediarios, acusándolos de ser unos voraces capitalistas, de enriquecerse desmedidamente, y ser los culpables del encarecimiento de los productos. Es la respuesta absurda a su ineficiencia. Con esta medida de corte populista (el cien por ciento de la población está de acuerdo con la disminución de los precios), tratan de ocultar la mala gestión que desde hace 4 décadas caracteriza a la agricultura cubana.
(Publicado el 14 de junio de 1998 en Cubafreepress)
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