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viernes, 29 de agosto de 2008

Telefonía con alambre de púas

por Raúl Rivero


Los propagandistas profesionales usan sin compasión y sin complejos todos los caminos para que sus venenos lleguen puros, poderosos y mortales a su destino. Lo saben muy bien los maquillistas del régimen cubano que, desde hace unas semanas, tratan de hacer ver como un proceso de cambios la romería de anuncios para primeras planas que conforman la esencia de un simple cambalache.

Han sabido deslizar en cálidas conversaciones bordadas de misterio el adelanto de noticias exclusivas que, analizadas con serenidad, son las frases de entrada a la crónica patética de la realidad que vive y padece la sociedad cubana desde hace medio siglo.

Fuera del ámbito de esa isla secuestrada por la ambición de un grupo y por el fracaso reconocido de un sistema, ¿en qué país del planeta Tierra puede alcanzar la categoría de noticia el hecho de que los ciudadanos puedan dormir en los hoteles levantados en su geografía?

Lo mismo pasa con el uso de los teléfonos celulares, los DVD, las ollas de presión. Y, lo que es más ridículo, con la televisión. En Cuba se vendían a plazos y al contado aparatos de varias marcas reconocidas cuando todavía ese medio no se había instalado en muchas de las naciones que hoy se asombran con los despachos de prensa en los se da cuenta que la jerarquía criolla tiene la condescendencia de permitir a sus ciudadanos el esfuerzo de comprar un receptor de TV.

Lo cierto es que ese pequeño carnaval de obviedades, esas legalizaciones dejadas caer día tras día, han creado la ilusión, en algunos sectores, de que la democracia está ahí mismo, al final del arco iris.

También es verdad que en otros grupos no ha entrado con facilidad ese optimismo al que se le puede ver el cuño, el sello y las firmas autorizadas de la burocracia. Desde la hermosa y entrañable ciudad de Santander, en Cantabria, recibí hace unas horas este mensaje enviado por un grupo de amigos: ¿Es verdad que volverán a permitir en Cuba el sueño y la libre respiración?


Sí. La propaganda hace su trabajo sucio y no descansa. No puede descansar si tiene sobre sus columnas temblorosas la responsabilidad de reinventar todas las mañanas un quicio para que se muevan y se acomoden los personajes que les han entregado el país al marabú y a la mentira.

Hay que contrastar la información y darles espacios a otros mensajes que tienen menos heraldos voluntarios. Esta semana he recibido notas de Dolia Leal y de Alida Viso Bello donde no se ve por ninguna parte las palabras cambio, ni esperanza. Angustia y preocupación en las líneas de sus párrafos breves y el miedo a que sus esposos, Nelson Aguiar y Ricardo González, se mueran en prisión.

Llamados de la familias de José Luis García Paneque y de Normando Hernández y las noticias, silenciadas por los medios, de que hay un brote de tuberculosis en la prisión de Ariza, en la zona de Cienfuegos y de que la policía amenazó a las familias de tres músicos que pidieron asilo político en Brasil.

Hay muchos cómplices en ese brote de deslumbramiento porque el régimen se ve obligado a devolver, a medias y en condiciones precarias, una parte de los derechos que le arrancó a la fuerza a una población que había perdido ya sus mecanismos de defensa.

Cambio no. Lo que se escenifica ahora en Cuba es un cambalache porque, según la Real Academia Española, esa palabra quiere decir trueque frecuentemente malicioso hecho con afán de ganancia.

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