El traductor y escritor cubano José Aníbal Campos González, residente en Galicia (al final, su ficha y su curriculum), a modo de tributo a una excuñada moribunda, decidió enviarle una carta a varios amigos. Con su autorización, la reproduzco en el blog. La poeta y novelista gallega Rosalía de Castro (1837-1885) escribió: "Es feliz el que soñando, muere. Desgraciado el que muere sin soñar". T.Q.
Queridos amigos:
Quiero contaros una historia terrible y a la vez conmovedora.
La persona con la que compartí muchos años de mi vida como esposa, Livia, supo hace poco que su hermana, que lleva mucho tiempo agonizando en Cuba por un tumor cerebral, había estado despertando todas estas últimas semanas con la idea de que estaba desayunando bien y tranquilamente con ella, con uno de los muchos hermanos y parientes de esa familia numerosísima.
Aunque el dolor sea lo primero que nos asalte ante la obvia y cotidiana tragedia, si uno mira bien esta historia (si uno la mira con ciertos ojos), puede que la vea como una de las más hermosas que se hayan dado en esa --a veces detestable-- vida cotidiana.
A la hermana de Livia le han tenido que operar muchísimas partes de su cerebro, apenas le queda, de toda la masa cerebral, una ínfima porción; pero ésa que queda, ese minúsculo fragmento de masa gris o rosada o roja o beige, tiene una pequeñisima circunvolución dedicada exclusivamente a una sola persona y a un deseo: desayunar bien, tranquilamente, con su hermana Livia.
Si hay algo a lo que todos deberíamos aspirar en esta vida --y a lo que muchos dedicamos un empeño vano y mediocre--, es a ocupar ese último reducto de paz y de amor en la vorágine de sinapsis, neuronas, células y agua que forman un cerebro humano.
En el afán por conquistar vanidosamente todos los reductos, ¿cuántos somos los que no logramos nunca dejar una huella positiva en nadie? ¿Cuántos, digo yo, podemos ver morir a seres queridos que siguen queriendo morir desayunando durante semanas con nosotros, conmigo, contigo (o con nuestra madre, nuestra tía, nuestro amigo, nuestro vecino), en fin, con nuestro ser más querido? Nosotros, que dedicamos tantas neuronas y sinapsis intactas, en pleno funcionamiento, a tantas fruslerías y mezquindades diarias, deberíamos ejercitar un pequeño espacio para dedicárselo a quien realmente nos haya regalado esa paz del desayuno.
Ese es todo mi homenaje.
Gracias por escucharme.
José Aníbal Campos González
http://www.acett.org/socios/ficha.asp?id=350
Foto: Patio del hotel Los Frailes, en
La Habana, tomada por sensi1, Flickr
Quiero contaros una historia terrible y a la vez conmovedora.
La persona con la que compartí muchos años de mi vida como esposa, Livia, supo hace poco que su hermana, que lleva mucho tiempo agonizando en Cuba por un tumor cerebral, había estado despertando todas estas últimas semanas con la idea de que estaba desayunando bien y tranquilamente con ella, con uno de los muchos hermanos y parientes de esa familia numerosísima.
Aunque el dolor sea lo primero que nos asalte ante la obvia y cotidiana tragedia, si uno mira bien esta historia (si uno la mira con ciertos ojos), puede que la vea como una de las más hermosas que se hayan dado en esa --a veces detestable-- vida cotidiana.
A la hermana de Livia le han tenido que operar muchísimas partes de su cerebro, apenas le queda, de toda la masa cerebral, una ínfima porción; pero ésa que queda, ese minúsculo fragmento de masa gris o rosada o roja o beige, tiene una pequeñisima circunvolución dedicada exclusivamente a una sola persona y a un deseo: desayunar bien, tranquilamente, con su hermana Livia.
Si hay algo a lo que todos deberíamos aspirar en esta vida --y a lo que muchos dedicamos un empeño vano y mediocre--, es a ocupar ese último reducto de paz y de amor en la vorágine de sinapsis, neuronas, células y agua que forman un cerebro humano.
En el afán por conquistar vanidosamente todos los reductos, ¿cuántos somos los que no logramos nunca dejar una huella positiva en nadie? ¿Cuántos, digo yo, podemos ver morir a seres queridos que siguen queriendo morir desayunando durante semanas con nosotros, conmigo, contigo (o con nuestra madre, nuestra tía, nuestro amigo, nuestro vecino), en fin, con nuestro ser más querido? Nosotros, que dedicamos tantas neuronas y sinapsis intactas, en pleno funcionamiento, a tantas fruslerías y mezquindades diarias, deberíamos ejercitar un pequeño espacio para dedicárselo a quien realmente nos haya regalado esa paz del desayuno.
Ese es todo mi homenaje.
Gracias por escucharme.
José Aníbal Campos González
http://www.acett.org/socios/ficha.asp?id=350
Foto: Patio del hotel Los Frailes, en
La Habana, tomada por sensi1, Flickr
Muy lindo, muy triste, es asi.
ResponderEliminarQue triste es la vida, o como dijo Arsenio. La vida es un sueño.
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