Por Iván García
En el excelente filme norteamericano que versa sobre la trayectoria de un hombre ingenuo y retrasado, Tom Hanks, con su inolvidable actuación, da vida a un insípido personaje de estrambótico nombre, Forrest Gump. Forrest encarna todos los buenos valores que un ser humano quisiera tener y no los tiene. El "tonto Gump" para muchos está en el vórtice de acontecimientos de la vida nacional, como la muerte de Kennedy, la guerra de Viet Nam o el escándalo de Watergate.
Un muchacho del barrio, vecino mío, tiene una existencia similar a la del ficticio retardado. La diferencia entre David Fernández, 24 años, y su homólogo cinematográfico, es que mientras Forrest creció y hasta se hizo millonario en su tierra, David jamás se conformó con su miserable existencia, que según él, lo mataba espiritualmente.
Nuestro Forrest Gump tenía su propia filosofía y se consideraba peor que las plantas y los animales, "porque por desgracia nosotros pensamos". No le importaba la comida, pero se quejaba de su impotencia por no poder leer, ver, hablar y pensar "lo que tu quieras". El Forrest cubano tenía un coeficiente de inteligencia más alto que su par norteño, y al final de la primera etapa de su vida, tomó el camino del exilio, lo cual no tuvo que hacer el Gump de Tom Hanks.
Dice Mercedes Sosa en una de sus canciones: "Desahuciado aquel que tenga que marcharse a vivir a una cultura diferente". Así fue. A pesar de su edad, David vivió los grandes momentos de este atípico país donde lo normal era anormal y viceversa. Su vida la marcaron tres fechas: 1980, 1983, y 1994.
- En el 80, tenía 8 años, nada entendía, preguntaba y nadie me contestaba por qué la gente se iba. El 83 me definió: Con la mentira sobre la actuación cubana durante la invasión a Granada, cuando me percaté que el pilar fundamental de nuestra política era la mendacidad. Y el 94 me recordó el 80, pero ya no era un niño, ya tenía una respuesta. Quise sumarme a la estampida por el mar, pero no estoy hecho para cosas heroicas. El temor pudo más que mi deseo de marcharme.
David jamás trabajó. Hizo estudios técnicos que nunca utilizó. Fue alcohólico y cayó en el mismo vacío donde tantos jóvenes han caído. Su familia le hizo recorrer varias clínicas de insanos mentales. Los electroshocks lo volvieron un guiñapo. Demostró entereza. "Sólo Dios y los libros me salvaron", dice..
Atrás quedó la negra etapa de búsqueda de una lógica a la vida que con afán buscaba y no encontraba, vegetando y leyendo incansablemente. Practicando yoga y viendo muchas películas. Hasta que un buen día el destino tocó a su puerta. Era una "gringa" llena de curiosidad que deambulaba por el verde caimán. Se conocieron, se enamoraron y terminaron casándose.
El desenlace no se hizo esperar. Hace dos años reside en Estados Unidos,en una ciudad bastante lejana de La Habana. A diferencia de otros, él no buscó emigrar. La dicha lo eligió. Dicha si se tiene en cuenta que no tuvo necesidad de permanecer en el muro del Malecón hasta altas horas de la noche, ni en los lobbys refrigerados de los hoteles buscando una extranjera que le cambiara la nacionalidad.
Antes de partir, David dejó a sus amigos sus libros de cabecera. A mi me regaló dos: 1984, de Orwell, y El Príncipe, de Maquiavelo. Del primero solía decir: "Siempre me asombré de la similitud con el proceso cubano. Ese inglés es un profeta". Del otro sacó una conclusión maquiavélica: "En una tiranía, lo mejor es estar lejos, mientras más lejos mejor".
(Publicado en Cubafreepress el 1 de mayo de 1999)
A mì tambien me tocò la suerte a la puerta de la casa; por eso cada dìa doy gracias a Dios,por regalarme a un magnìfico esposo y la posibilidad de vivir en un pais democràtico.
ResponderEliminar...ah,mi intelecto es normal!!: