Desde la capital de Tailandia, en el sudeste asiático, he recibido un correo que quiero compartir con ustedes.
Me lo ha enviado Marco, el otro realizador del blog.
¡Hola Tania!
Te escribo rápido para saludarte y contarte un poco de por acá. La verdad, tengo un montón de trabajo aquí, pero también he visto algunas cosas insólitas.
Anteayer, Bill (el amigo canadiense con quien vine) y yo, comenzamos el día con un chapuzón en la piscina del hotel. La verdad, estuvo refrescante, sólo que no sabíamos que ése sería sólo un primer encuentro con un día de muuucha agua...
Después de la piscina, salimos a ver qué almorzábamos y encontramos un local bien típico de barrio, tipo fonda popular, como las hay en todas partes en la Ciudad de México, excepto que aquí cocinan en la calle; a pesar de esto, todos los cacharros muy limpios, la comida cubierta con plástico. Los tailandeses, entre paréntesis, son extremadamente celosos de la limpieza, según he podido ver. Comimos como reyes, incluyendo cerveza, y nos costó todo algo así como 10 dólares entre los dos (unos 300 Baht, a 31 por dólar). Una sopa con mariscos bien rica y luego arroz blanco y carne frita como en salsa china o teriyaki, deliciosa. Sin la cerveza (dos botellas grandes de 630 ml cada una) hubieran sido algo como 1.20 de dólar por cabeza.
Cuando regresábamos al hotel, comentando lo rico y barato que habíamos comido, nos encontramos a unos jovencitos en una esquina con tambos (bidones) y pistolas de agua, de las que tienen bomba de aire a presión, y nos lanzaron sus chorros, menos mal que les señalé la cámara poniendo cara de "por favor, por favor" y nos perdonaron con sonrisas. Adjunto una foto, y como puede verse, con las muchachitas y los niños también había un señor occidental (americano, europeo, quién sabe) empapado y pasando un buen rato.
Es una tradición que se llama "Songkran" (ellos pronuncian "son kaaaan"), es la celebración del Año Nuevo tailandés, y todo el mundo participa, aunque claro, los niños son los que se divierten pero en grande. Dura unos seis días en los cuales lo mejor, si sales a la calle, es no llevar nada que pueda mojarse, porque lo más seguro es que te empapen, sobre todo si tienes tipo de "farang", como les dicen aquí a los extranjeros. Supongo es una tropicalización de "foreigner".
Al día siguiente, Bill salió temprano solo a dar una vuelta y luego me habló al celular, para que me uniera con él en un restaurante donde hemos comido varias veces. Me advirtió que no llevara encima nada mojable y gracias a eso, dejé en el hotel la cartera, los lentes, el celular y la cámara, me puse un short y una camisa típica que Bill me había regalado, de colores muy vivos con motivos de palmeras y flores, muy usada en estas fiestas, y que me quedaba un poco apretada, pues no es fácil hallar tallas para mí en este país de gente menuda, y me fui para allá. Cuando llegué con Bill, ya estaba yo algo mojado. Por toda la calle había gente en grupitos, igual que las niñas del día anterior, mojando a todo el que pasaba; incluso dentro del restaurante entró alguien a mojar al que pudiera. Pero todo en muy buena onda, de diversión simple y alegre.
Cuando Bill y yo terminamos de comer, me propuso: "Vamos a tomarnos una cerveza antes de regresar al hotel", y a media calle de ahí, encontramos una especie de pequeño bar al aire libre, con algunas mesitas y una barra; para entonces ya nos habíamos comprado sendas "ametralladoras" de agua (water guns). Llegamos al lugar, pedimos una cerveza y nos unimos al mojamoja, había varios thais ahí también con sus "armas", y otros con simples cacharros que le echaban arriba al que estuviera sólo un poco desprevenido... luego el dueño del lugar sacó un bidón plástico grande, parecido al que tienen las niñas en la foto, y una manguera, y la que se armó fue grande, nos unimos a la pandilla y empezamos a mojar a todos los que pasaban.
Como es una zona bastante turística pasaban muchos extranjeros y muchos intentaban huir corriendo, lo cual casi nunca lograban porque nuestro grupo sólo era uno de los varios apostados a lo largo de la calle. Estábamos frente a un hotel de bastante buena categoría, y por supuesto, pasaban algunos árabes ricachones, con su "rebaño" de tres o cuatro mujeres tapadas de negro de pies a cabeza, mirando con cara de desprecio, haciéndose los muy dignos, y eran los únicos que se enojaban, insultaban y protestaban a pesar de que a ellos, nadie intentaba echarles agua; con ademanes autoritarios nos ordenaban detenernos para pasar... al Bill se le "iban" algunos chorritos y las carcajadas de todos eran generales. Bill y yo comentamos cómo esas actitudes estiradas son en el fondo nomás que el miedo a hacer el ridículo, a pesar de sus carísimas, incómodas y calurosas vestimentas, y de su rebaño privado de mujeres. Pero era increíble como todos los demás viandantes, viejos, jóvenes, hombres y mujeres, pasaban y se dejaban mojar. Muchísima gente andaba con sus pistolas de agua a cuestas y respondían a los ataques... vaya, una guerra en forma, pero con chorros de agua. Y no sólo en esa calle, ¡sino en toda la ciudad! ¡Una guerra de agua con millones de combatientes! Nos divertimos horrores, y aunque pensábamos en un principio regresar al hotel enseguida, el ambiente estaba tan bueno que estuvimos ahí muchísimo rato y regresamos como a las 10 de la noche, empapados pero contentos.
Me llamó mucho la atención lo fácil que nos integramos con los tailandeses que estaban ahí en su bachata, sin saber su idioma y sin que ellos supieran mucho inglés. Esta gente es muy abierta, alegre y con chispa bromista, algo así como los cubanos, pero para mí con más buena onda todavía, o más inocencia si se quiere llamarlo de algún modo. En algún momento llegaron unos muchachotes, la mayoría parecían como medio árabes o americanos, tipos fuertotes de gimnasio, con unas pistolotas de agua bien grandes y empezaron a atacarnos, pero con total premeditación nos tiraban sus chorros a toda presión a la cara desde bien cerca, se les notaban las malas intenciones... sabes que hay de esos tipos maleadores de ambiente en todas partes, y cuando el dueño del bar se dio cuenta salió y les dijo por señas que se fueran.
Luego nos comentó que había gente así y que no nos preocupáramos por ellos, porque Bill ya se había incomodado bastante y les empezó a decir cosas porque con sus chorrotes de agua habían asustado a una niñita como de 10 años que estaba en nuestro grupo. Nos dijo que esta fiesta es para limpiar, que los tailandeses en estos días limpian a fondo sus casas, sus estatuas de Buda, los problemas del año anterior, para empezar limpios el nuevo año, y que por eso es una fiesta de alegría y jamás hay problemas. Salvo ese pequeño incidente, la tarde la pasamos requetebién, en cierto momento éramos como veinte o treinta entre niños y adultos echándonos agua o mojando a los que pasaban.
En la acera de enfrente había una especie de bar-terraza donde sólo había extranjeros en las mesitas, contemplando el espectáculo bien divertidos. Algunos de ellos, previsoramente, ya tenían sus metralletas de agua cargadas en sus mesas. Fui con una pareja (de Hungría) que estaba ahí tomando fotos y les di mi correo, a ver si me envían por e-mail las fotos que tomaron (y noté que fui el objeto de varias de ellas). Ojalá lo hagan, porque la verdad que lo único que lamentaba yo a cada rato era no poder tener mi cámara para documentar el super-relajo que armamos. Tan bien la pasamos, que el dueño de un bar de al lado vino y hasta nos regaló cerveza.
Es una tradición que además del agua, a veces te echan talco por encima. Al final de la tarde vinieron varias personas, generalmente señores más allá de los 40, y con una reverencia agarraban de un cuenco metálico una pasta perfumada hecha con una especie de barro (o talco) y agua, y me la untaban en la cara, en ambas mejillas, pero con delicadeza como en una especie de ritual; luego me saludaban juntando las manos, parece que es algo así como una parte algo más seria de la tradición. Yo les daba las gracias ("gracias" fue lo primero que he aprendido a pronunciar pasablemente, es algo como "conpum cap"), porque me había dado cuenta que sobre todo las personas mayores, daban las gracias cuando las mojábamos. Se notó que les caímos bien porque siempre fuimos muy respetuosos con ellos. Cuando nos fuimos nos decía el dueño: "Bueno, regresen, regresen después, que es cuando empieza la fiesta". Como a las 8 de la noche empieza a disminuir la cosa del agua, se van a sus casas, se bañan y se cambian, para regresar a armar un fiestón. A ése ya no fuimos, a Bill, por estar toda la tarde corriendo y agachándose, se le inflamó una rodilla y no quiso volver. Y yo, la verdad, también estaba bien cansado.
Otro día te cuento más de las cosas que hay en este increíble lugar, desde elefantes caminando por la calle como mascotas, a los hermosos templos, la belleza y elegancia natural de las mujeres, desde lo increíble y reparador de los masajes tradicionales, hasta lo barato de los taxis y los "tuk-tuk", las casas arracimadas en las orillas del río, cuya agua aunque turbia, no está contaminada pues bulle de peces... muchas, muchas cosas Tania, y eso que no he tenido mucho tiempo de salir a ver pues tengo mucho trabajo. ¡Nos vemos! Un saludo, Marco
Me lo ha enviado Marco, el otro realizador del blog.
¡Hola Tania!
Te escribo rápido para saludarte y contarte un poco de por acá. La verdad, tengo un montón de trabajo aquí, pero también he visto algunas cosas insólitas.
Anteayer, Bill (el amigo canadiense con quien vine) y yo, comenzamos el día con un chapuzón en la piscina del hotel. La verdad, estuvo refrescante, sólo que no sabíamos que ése sería sólo un primer encuentro con un día de muuucha agua...
Después de la piscina, salimos a ver qué almorzábamos y encontramos un local bien típico de barrio, tipo fonda popular, como las hay en todas partes en la Ciudad de México, excepto que aquí cocinan en la calle; a pesar de esto, todos los cacharros muy limpios, la comida cubierta con plástico. Los tailandeses, entre paréntesis, son extremadamente celosos de la limpieza, según he podido ver. Comimos como reyes, incluyendo cerveza, y nos costó todo algo así como 10 dólares entre los dos (unos 300 Baht, a 31 por dólar). Una sopa con mariscos bien rica y luego arroz blanco y carne frita como en salsa china o teriyaki, deliciosa. Sin la cerveza (dos botellas grandes de 630 ml cada una) hubieran sido algo como 1.20 de dólar por cabeza.
Cuando regresábamos al hotel, comentando lo rico y barato que habíamos comido, nos encontramos a unos jovencitos en una esquina con tambos (bidones) y pistolas de agua, de las que tienen bomba de aire a presión, y nos lanzaron sus chorros, menos mal que les señalé la cámara poniendo cara de "por favor, por favor" y nos perdonaron con sonrisas. Adjunto una foto, y como puede verse, con las muchachitas y los niños también había un señor occidental (americano, europeo, quién sabe) empapado y pasando un buen rato.
Es una tradición que se llama "Songkran" (ellos pronuncian "son kaaaan"), es la celebración del Año Nuevo tailandés, y todo el mundo participa, aunque claro, los niños son los que se divierten pero en grande. Dura unos seis días en los cuales lo mejor, si sales a la calle, es no llevar nada que pueda mojarse, porque lo más seguro es que te empapen, sobre todo si tienes tipo de "farang", como les dicen aquí a los extranjeros. Supongo es una tropicalización de "foreigner".
Al día siguiente, Bill salió temprano solo a dar una vuelta y luego me habló al celular, para que me uniera con él en un restaurante donde hemos comido varias veces. Me advirtió que no llevara encima nada mojable y gracias a eso, dejé en el hotel la cartera, los lentes, el celular y la cámara, me puse un short y una camisa típica que Bill me había regalado, de colores muy vivos con motivos de palmeras y flores, muy usada en estas fiestas, y que me quedaba un poco apretada, pues no es fácil hallar tallas para mí en este país de gente menuda, y me fui para allá. Cuando llegué con Bill, ya estaba yo algo mojado. Por toda la calle había gente en grupitos, igual que las niñas del día anterior, mojando a todo el que pasaba; incluso dentro del restaurante entró alguien a mojar al que pudiera. Pero todo en muy buena onda, de diversión simple y alegre.
Cuando Bill y yo terminamos de comer, me propuso: "Vamos a tomarnos una cerveza antes de regresar al hotel", y a media calle de ahí, encontramos una especie de pequeño bar al aire libre, con algunas mesitas y una barra; para entonces ya nos habíamos comprado sendas "ametralladoras" de agua (water guns). Llegamos al lugar, pedimos una cerveza y nos unimos al mojamoja, había varios thais ahí también con sus "armas", y otros con simples cacharros que le echaban arriba al que estuviera sólo un poco desprevenido... luego el dueño del lugar sacó un bidón plástico grande, parecido al que tienen las niñas en la foto, y una manguera, y la que se armó fue grande, nos unimos a la pandilla y empezamos a mojar a todos los que pasaban.
Como es una zona bastante turística pasaban muchos extranjeros y muchos intentaban huir corriendo, lo cual casi nunca lograban porque nuestro grupo sólo era uno de los varios apostados a lo largo de la calle. Estábamos frente a un hotel de bastante buena categoría, y por supuesto, pasaban algunos árabes ricachones, con su "rebaño" de tres o cuatro mujeres tapadas de negro de pies a cabeza, mirando con cara de desprecio, haciéndose los muy dignos, y eran los únicos que se enojaban, insultaban y protestaban a pesar de que a ellos, nadie intentaba echarles agua; con ademanes autoritarios nos ordenaban detenernos para pasar... al Bill se le "iban" algunos chorritos y las carcajadas de todos eran generales. Bill y yo comentamos cómo esas actitudes estiradas son en el fondo nomás que el miedo a hacer el ridículo, a pesar de sus carísimas, incómodas y calurosas vestimentas, y de su rebaño privado de mujeres. Pero era increíble como todos los demás viandantes, viejos, jóvenes, hombres y mujeres, pasaban y se dejaban mojar. Muchísima gente andaba con sus pistolas de agua a cuestas y respondían a los ataques... vaya, una guerra en forma, pero con chorros de agua. Y no sólo en esa calle, ¡sino en toda la ciudad! ¡Una guerra de agua con millones de combatientes! Nos divertimos horrores, y aunque pensábamos en un principio regresar al hotel enseguida, el ambiente estaba tan bueno que estuvimos ahí muchísimo rato y regresamos como a las 10 de la noche, empapados pero contentos.
Me llamó mucho la atención lo fácil que nos integramos con los tailandeses que estaban ahí en su bachata, sin saber su idioma y sin que ellos supieran mucho inglés. Esta gente es muy abierta, alegre y con chispa bromista, algo así como los cubanos, pero para mí con más buena onda todavía, o más inocencia si se quiere llamarlo de algún modo. En algún momento llegaron unos muchachotes, la mayoría parecían como medio árabes o americanos, tipos fuertotes de gimnasio, con unas pistolotas de agua bien grandes y empezaron a atacarnos, pero con total premeditación nos tiraban sus chorros a toda presión a la cara desde bien cerca, se les notaban las malas intenciones... sabes que hay de esos tipos maleadores de ambiente en todas partes, y cuando el dueño del bar se dio cuenta salió y les dijo por señas que se fueran.
Luego nos comentó que había gente así y que no nos preocupáramos por ellos, porque Bill ya se había incomodado bastante y les empezó a decir cosas porque con sus chorrotes de agua habían asustado a una niñita como de 10 años que estaba en nuestro grupo. Nos dijo que esta fiesta es para limpiar, que los tailandeses en estos días limpian a fondo sus casas, sus estatuas de Buda, los problemas del año anterior, para empezar limpios el nuevo año, y que por eso es una fiesta de alegría y jamás hay problemas. Salvo ese pequeño incidente, la tarde la pasamos requetebién, en cierto momento éramos como veinte o treinta entre niños y adultos echándonos agua o mojando a los que pasaban.
En la acera de enfrente había una especie de bar-terraza donde sólo había extranjeros en las mesitas, contemplando el espectáculo bien divertidos. Algunos de ellos, previsoramente, ya tenían sus metralletas de agua cargadas en sus mesas. Fui con una pareja (de Hungría) que estaba ahí tomando fotos y les di mi correo, a ver si me envían por e-mail las fotos que tomaron (y noté que fui el objeto de varias de ellas). Ojalá lo hagan, porque la verdad que lo único que lamentaba yo a cada rato era no poder tener mi cámara para documentar el super-relajo que armamos. Tan bien la pasamos, que el dueño de un bar de al lado vino y hasta nos regaló cerveza.
Es una tradición que además del agua, a veces te echan talco por encima. Al final de la tarde vinieron varias personas, generalmente señores más allá de los 40, y con una reverencia agarraban de un cuenco metálico una pasta perfumada hecha con una especie de barro (o talco) y agua, y me la untaban en la cara, en ambas mejillas, pero con delicadeza como en una especie de ritual; luego me saludaban juntando las manos, parece que es algo así como una parte algo más seria de la tradición. Yo les daba las gracias ("gracias" fue lo primero que he aprendido a pronunciar pasablemente, es algo como "conpum cap"), porque me había dado cuenta que sobre todo las personas mayores, daban las gracias cuando las mojábamos. Se notó que les caímos bien porque siempre fuimos muy respetuosos con ellos. Cuando nos fuimos nos decía el dueño: "Bueno, regresen, regresen después, que es cuando empieza la fiesta". Como a las 8 de la noche empieza a disminuir la cosa del agua, se van a sus casas, se bañan y se cambian, para regresar a armar un fiestón. A ése ya no fuimos, a Bill, por estar toda la tarde corriendo y agachándose, se le inflamó una rodilla y no quiso volver. Y yo, la verdad, también estaba bien cansado.
Otro día te cuento más de las cosas que hay en este increíble lugar, desde elefantes caminando por la calle como mascotas, a los hermosos templos, la belleza y elegancia natural de las mujeres, desde lo increíble y reparador de los masajes tradicionales, hasta lo barato de los taxis y los "tuk-tuk", las casas arracimadas en las orillas del río, cuya agua aunque turbia, no está contaminada pues bulle de peces... muchas, muchas cosas Tania, y eso que no he tenido mucho tiempo de salir a ver pues tengo mucho trabajo. ¡Nos vemos! Un saludo, Marco
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