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domingo, 6 de abril de 2008

Música concreta y sinfonía de llaveros

Por Raúl Rivero


Estamos en el día después. En la semana siguiente del recuerdo de los cinco años de la Primavera Negra y, en las cárceles, así como en la galera mayor cerrada por las aguas azules y salobres del mar del Caribe, la dictadura sigue impasible con su oficio de vigilar los candados puestos para que nadie esté ausente en el recuento del atardecer.

De manera que Pablo Pacheco Alvarez, el joven periodista cubano preso en Canaleta, en el centro de la isla, tiene el mismo dolor permanente en las rodillas, la gastritis crónica en rebeldía porque hoy dieron de almuerzo una bola de harina, le ha subido --como siempre-- la presión arterial y no ha dormido bien acosado por los mosquitos, un grillo militante y desaforado y los problemas renales que tiene desde hace meses.


Pacheco, que cumplió su primera condena en 1991, con sólo 31 años, es un veterano. Un hombre diestro en las soledades y las angustias de la cárcel. Un domador de literas de cemento, un gourmet del menú carcelario y un resistente natural que tiene su fuerza a la altura de su cabeza y ese nivel le permite arrastrar el rigor, la injusticia y las rendiciones de la carne.


Después de su experiencia carcelaria inicial (tres años y seis meses por su activismo en asociaciones de derechos humanos) este profesional, natural de la provincia de Ciego de Avila, fundó, en 1998, junto a su colega y ahora compañero de causa Pedro Argüelles Morán, la Cooperativa Avileña de Periodistas Independientes (CAPI), adscrita al proyecto de Nueva Prensa Cubana.

Ellos dos y otros reporteros de la CAPI le dieron una cobertura decente y constante a los asuntos de esa región central de Cuba, al tiempo que firmaban y difundían también notas de opinión y observaciones críticas sobre la realidad en la que vivían.


En el 2003, fueron ellos los elegidos para representar a esa zona como víctimas del histérico ataque de rabia de la dictadura que incluyó el fusilamiento relámpago (48 horas) de tres jóvenes que quisieron desviar una lancha hacia el sur de la Florida.


En Holguín, en la cárcel de El Yayal, un poco más allá, ha amanecido enfermo y lejano otro periodista: Víctor Rolando Arroyo. En el quinto año de su tercera prisión política, enfermo y agobiado por los problemas de su familia.


Es el único preso del grupo inicial de los 75 que los carceleros no han acercado a su residencia. Elsa González y sus hijos, así como la anciana madre de Arroyo, viven en la ciudad de Pinar del Río.


En la misma cárcel, pero de uniforme y por los pasillos camina, además, esta mañana el mayor Juan Ramón Leyva. Este oficial golpeó y derribó al periodista en el comedor de la prisión. Luego lo pateó en el suelo y le pisó los espejuelos y los alimentos.


El gobierno cubano, que ha enviado a Nueva York recientemente a alguien a comprar corbatas y a firmar pactos de derechos humanos, ha decidido que Víctor Rolando Arroyo pase así los 21 años que le faltan para cumplir su condena.


Esas puertas, las de los presos, bien cerradas. Las de Jorge Olivera, el periodista, que está en la galera general desde el 2004, también asegurada, pero abierta para que su esposa se vaya y se cumpla otro propósito esencial del grupo de poder: la división de la familia.


Música de llavero chino para funcionarios internacionales (siempre que no se entrevisten con la oposición pacífica) y para emigrantes que habían dejado en sus neveras INPUD los carnés de los CDR. Sinfonía para fragmentar también en el exterior.


Anuncio de cambios, retórica y arrebol. Fuegos de artificio para que la gente olvide a quienes comenzaron a luchar contra el olvido.

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