Por Iván García, desde La Habana
A cualquier hora del día, ómnibus y "camellos" (un camión con remolque capaz de transportar a 400 personas de una vez) viajan atestados de pasajeros. La situación del transporte es desastrosa en todo el país, pero particularmente crítica en la capital con 2 millones 200 mil habitantes, sin contar la población flotante procedente de un extremo a otro de la isla.
Este amontonamiento es propicio para mantener en activo a una legión de "carteristas" que inundan las ciudades y que en La Habana se han convertido en un flagelo. Aunque las leyes nacionales castigan con penas de cuatro a ocho años de privación de libertad, el robo de billeteras va en aumento.
Uno de estos malhechores ya retirado del "oficio" narró su experiencia. Tiene 23 años y ya estuvo tres en la cárcel "por hurto al carterismo". Nació en el municipio habanero de Arroyo Naranjo y de su padre aprendió la profesión. Con once años, su progenitor lo montaba con él en los ómnibus y usando su frágil cuerpo como pantalla, con habilidad desvalijaba los bolsillos de entretenidos pasajeros. Así adquirió la práctica. A los 15 años, mientras muchos adolescentes todavía estaban jugando a la pelota en la calle, ya él era un experto carterista.
"Nunca usé palas (acompañantes). Me gustaba trabajar solo para no tener que compartir el botín". Su modus operandi era simple: Todos los días salía puntualmente de su casa a las seis de la mañana hacia una parada congestionada, lejos de su domicilio. Lo primero que hacía era estudiar "la zona", muy concurrida a esa hora -sobretodo de personas que se dirigían a su trabajo. Luego de un rápido estudio visual, elegía a la presa. "Tenía dos formas de "chorrear" (carterear). A veces trabajaba fuera del ómnibus, aprovechando los molotes que se armaban para subir. Otras me dedicaba a sustraerle la cartera o billetera al "gil" (persona seleccionada arriba de la guagua)".
Con la jerga característica del ambiente, continúa su relato: "La pinta (apariencia) de la persona es decisiva porque ella es la que le hace deducir a uno si el tipo tiene billete (dinero) o no. Desplumar a la víctima encima del bus me llevaba de tres a cinco minutos. Se puede hacer en menos tiempo, pero a mí siempre me gustó trabajar fino. Era lento, pero aplastante, sobretodo en los 'camellos' donde me aprovechaba de los muchos empujones y continuos frenazos. Cuando obtenía la "hazaña" (botín) me bajaba en la próxima parada. Tranquilo, sin sobresalto".
Afuera del ómnibus o "camello", laboraba más rápido. "En el instante en el que el 'gil' subía al vehículo lo despojaba del monedero". Para que no lo vieran introduciendo los dedos en bolsillos ajenos, usaba como parabán un abrigo, una mochila o un pañuelo grande. A este tipo de "camuflaje" en el medio de los carteristas se le llama "manta". Es de la raza blanca, viste bien, y por su apariencia parece un estudiante universitario. "Cuidaba mucho de mi aspecto para que las personas a las que me arrimaba no pensaran que era un carterista". Dice que la gente suele identificar a los negros como carteristas y se confia cuando ve a un joven blanco de grata presencia parado al lado o detrás.
Otro elemento fundamental para un buen carterista es conocer la fecha de cobro en los diversos sectores. El día en que cobraban los maestros, era asiduo a las paradas cercanas o centros escolares; otras veces se trasladaba a municipios lejanos donde radicaban grandes empresas. Últimamente su especialidad eran los dólares. "Los fulas me volvían locos porque con ellos se pueden comprar artículos de primera". Esto lo llevó a Pipoca a cazar a los extranjeros que se aventuran a montar en "camellos" y guaguas (ómnibus). "No sé si lo hacen por excentricismo, pero lo cierto es que una vez desplumé a una yuma (extranjera) que tenía cerca de 800 dolares en la billetera". Su botín mayor lo ganó en una ruta 100 con un cubano que llevaba mil 500 dólares, probablemente para comprar electrodomésticos en una tienda de Miramar. "El que se compró un refrigerador y un televisor con ese dinero fui yo", recuerda satisfecho.
Su expresión se transforma cuando le pregunto sobre el día en que lo cogieron cartereando. "La muchacha formó tremendo escándalo. Lo más lindo es que sólo tenía 35 pesos (2 dólares) en el bolso". Le costó una sanción de 4 años. "Por mi buen comportamiento sólo estuve tres". Lo más humillante para él fue la ocasión en que la policia lo colocó esposado junto a otros cuatro en un punto céntrico de la ciudad, y por un megáfono pedía a la población que los identificaran. "Aquello parecía un circo. Por suerte nadie me reconoció, si no, la sanción hubiera sido mayor".
Al salir de la prisión, decidió jubilarse. "Cumplí ya doce años en el oficio". Lo que va a hacer con su vida todavía no lo ha decidido. "Tengo un hijo, mi mujer está embarazada y no consigo trabajo. Voy a pensar seriamente si me pongo de nuevo los guantes".
(Publicado en Cubafreepress el 22 de mayo de 1998)
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