sábado, 30 de junio de 2007

LO QUE LA REVOLUCIÓN NOS DEJÓ (III)

La extraña enfermedad de Leticia

Si a Leticia, 27, maestra de primaria, le dieran a escoger tres cosas para llevarse al otro mundo, sin dudas escogería su perro salchicha, el último libro de Gabriel García Márquez y su título de licenciada en pedagogía. Contrario a algunos jóvenes que estudian magisterio para escapar del servicio militar o para quedar bien con sus padres, desde pequeña Leticia quiso enseñar.

Sus problemas cotidianos eran muy similares a los de la mayoría. Ir todos los días al trabajo luego de un magro desayuno, por lo regular consistente en pan con mayonesa, café o un jugo de frutas. De su modesto ropero escogía vestidos recatados de algodón. De regreso al hogar, hacía faenas domésticas, cenaba frugalmente y después de terminar el noticiero y aproximadamente hasta las 11 de la noche, se sentaba a preparar las clases del día siguiente.

Era una excelente maestra. Pero ya no puede ejercer. Una tarde, a fines del 2000, sintió dolor en el hombro izquierdo. Se untó pomadita china y se tomó una duralgina. Logró dormirse y cuando despertó notó que lo tenía ligeramente inflamado. El dolor había cedido, pero tenía molestias en la axila. Su mamá le dijo que era por el desodorante y le auguró una golondrina. Se lavó bien debajo de los brazos y no se puso desodorante ni nada que le pudiera irritar. No se preocupó más y siguió su vida normal.

Al cabo de una semana el dolor arreció. Apenas podia levanter el brazo. Parecía que tenía un pedazo de carbón ardiente. Fue al policlínico. El médico de guardia miró la zona adolorida y le dijo que era bursitis. Le indicó indometacina, reposo de ese brazo y bolsas de agua caliente. Siete días después, al no tener mejoría, fue al médico de guardia de un hospital, quien después de reconocerla diagnosticó hombro congelado. Le dio un certificado por 15 días, en vez de indometacina le recetó ibuprofeno y le indicó una radiografía. La citó para dos semanas más tarde.

Pero Leticia no volvió. Los dolores eran insufribles y la hinchazón alarmante. Su familia decidió llevarla a un hospital ortopédico. El especialista la reconoció exhaustivamente y se percató que aquello no era bursitis ni hombro congelado. La ingresaron y le hicieron una biopsia. Cuando estuvo el resultado la remitieron con urgencia al hospital oncológico: tenía un Sarcoma de Erwing.

Leticia no ha vuelto a dar clases. Probablemente no pueda ejercer la profesión que tanto ama. Ha transcurrido un año y los malos momentos de quimioterapia quedaron atrás. Perdió su abundante y rizada cabellera y sin complejos sale sin pañuelo a la calle, aunque ya el pelo le ha vuelto a crecer. Leticia era militante de la juventud comunista, pero después de lo vivido, ha puesto su fe en Dios.

Maestros a tutiplén

Antes de 1959 ser maestro era un honor. Celia Cruz, la guarachera de Cuba, fallecida el 16 de julio de 2003 en Estados Unidos, siempre se vanaglorió de haber cursado la Escuela Normal de Maestros de La Habana, uno de los claustros más prestigiosos que había en la isla y de donde salió lo mejor del magisterio cubano. Otra famosa cantante, La Lupe, también fue maestra, graduada en Santiago en Cuba.

“Es difícil que una persona nacida antes del 50 no recuerde a sus maestros en la primaria, el bachillerato o la universidad”, dice Ana, 75, maestra jubilada. En aquella época en escuelas e institutos públicos o privados daban clases poetas de la talla de Emilio Ballagas o el mejor orador cubano de todos los tiempos, Salvador García Agüero. El escritor Alejo Carpentier también fue maestro. Tuvimos grandes pedagogos: Enrique José Varona, María Luisa Dolz, Alfredo M. Aguayo y Ramón Rosaínz, entre otros muchos.

Por supuesto, había desigualdades y las universidades no estaban al alcance de todos. La enseñanza era pública o privada, laica o religiosa. El analfabetismo rondaba el 23,6 por ciento y el nivel escolar promedio era de sexto grado. En el campo escaseaban aulas y maestros. Entonces llegó el comandante y mandó a parar. El 6 de julio de 1961 se dictó la ley de nacionalización de la enseñanza. Fue ése el Año de la Alfabetización. Más de un millón de cubanos aprendieron a leer y escribir. En 1960-61 se formaron cientos de maestros voluntarios “para llevar la luz de la verdad por llanos y montañas”.

Los proyectos eran fabulosos. Algunos se cumplieron, como las escuelas de superación para antiguas criadas y las de corte y costura para miles de muchachas campesinas. Muchos maestros emigraron cuando se percataron de la excesiva politización de la enseñanza tras el cierre de colegios privados y religiosos. Algunos locales, como el del seminario de los Hermanos Maristas, en el Reparto Sevillano, devinieron centros represivos: hoy es sede del Departamento de Seguridad del Estado, la tenebrosa Villa Marista.

De 44 entrevistados, 40 desearían que en un futuro gobierno sin los hermanos Castro se mantenga la salud y educación gratuitas y 4 quisieran que se cobraran, para poder exigir buena atención. Las 44 personas, de 18 a 82 años (mitad hombres y mitad mujeres), aplaudirían la apertura de colegios religiosos, “porque los curas y las monjas son rectos, pero educan bien”, opinaron.

El 99 por ciento de los cubanos en su sano juicio saben leer y escribir. El gobierno apostó alto y creó escuelas de todo tipo y niveles. Según cifras del curso escolar 2001-02, existen 12,195 escuelas con un personal docente de 218,036. La matrícula inicial de ese año fue de 2.292,319 alumnos. En el curso 2000-01, el número general de graduados ascendió a 471,227. Cerca de 433,755 estudiantes son becarios y 539,201 aprenden en seminternados y tienen derecho a almorzar en la escuela (la comida ofrecida no es para tirar cohetes).

A ello se suma la existencia de 1,117 círculos infantiles con capacidad para 146,586 niños. En 429 escuelas se preparan personal docente emergente, instructores de arte, profesores de educación física y deportes y otros profesionales. A la educación se dedica el 11,4 por ciento del producto interno bruto (2.386,6 millones de pesos en el 2001).

Pero de la avalancha de maestros tan jóvenes como sus alumnos, sin la brillantez de Ballagas o García Agüero y por lo regular sin demasiada vocación por el magisterio, no se puede aspirar a resultados óptimos en materia de educación. El tiempo dirá si del alumnado preparado por estos maestros emergentes saldrán ciudadanos con conocimientos y comportamientos como los preparados por los maestros de antaño. Pero vivimos en una isla donde lo primordial no es precisamente el pensamiento ilustrado, sino dominar la lectura, escritura y operaciones matemáticas elementales.

No hay sitio, por muy lejano que se encuentre, que no disponga de escuela o por lo menos de un aula. Unas 2,320 escuelas rurales fueron electrificadas con paneles solares. El 90 por ciento de las escuelas poseen un televisor en cada aula y una sala de computación. Pero todas esas ventajas, incluido el aumento de salario y el mejoramiento de condiciones laborales, no han impedido el éxodo de maestros hacia la llamada área dólar.

Con la llegada del período especial en 1990 y con el desarrollo del turismo y la creación de tiendas recaudadoras de divisas, muchos educadores comenzaron a desertar. Y sin ningún prejuicio aceptaban empleos como maleteros en el aeropuerto, custodios en un hotel, cajeros en una shopping o simplemente decidieron reconvertirse en jineteros.

A fin de cuentas, los 50 o 100 dólares que puedan obtener en un mes, representan varias veces su salario como maestro. “Y, sí, es muy lindo enseñar y ser maestro, pero más lindo es poder cubrir tus necesidades básicas todos los meses”, confiesa Emilio, 36, barman en un restaurante de lujo y quien en su casa tiene un diploma de maestro guardado en una gaveta.

Maestros y meriendas

La deserción de maestros y la improvisación e inexperiencia de los formandos con urgencia han afectado la calidad de la enseñanza. Para suplir las deficiencias, muchos padres pagan a maestros para que en sus casas den clases y repasen a sus hijos. No es legal, pero el gobierno se hace de la vista gorda. Andrés, 56, funcionario, por 10 dólares al mes tiene contratada a una maestra de ingles, quien una vez por semana le da clases a su hija. Cuando se aproximan los exámenes de matemática, física, química e historia, ofrece 10 pesos (0,50 centavos de dólar) por cada hora de repaso. Su hija está en el último año de preuniversitario y aspira a una plaza en la licenciatura de turismo.

En el caso de Andrés se justificaría, pero no en el de Marta, 31, peluquera. Todos los sábados sus dos hijos, de 6 y 8 años, reciben clases y fijación de conocimientos por parte de una maestra jubilada. “Es que los maestros emergentes que tienen esos niños no saben mucho”, alega Lidia, 57, que se jubiló hace dos años y ahora gracias a las clases particulares vive un poco mejor. Recibe 211 pesos de retiro (menos de 10 dólares) y dando clases o repasos en su domicilio, el mes que menos gana recibe 800 o mil pesos (40 a 50 dólares).

Proseguirán aumentando los maestros por cuenta propia? De momento sí. Pero si de algo se vanagloria el gobierno cubano es de la gratuidad de sus sistemas educativo y sanitario. Consultas médicas particulares no existen y cada vez van quedando menos dentistas privados, por lo regular con gabinetes desde antes del triunfo de la revolución. A los médicos, como a los abogados -y en general a empleados y funcionarios de la administración pública- se les suele dar “algo” por debajo del tapete. Ese “algo” varía según el bolsillo del paciente o cliente: dinero (sobre todo en dólares), ropa, prendas, equipos electrónicos o comida, que en el caso de la gente del campo puede ser un saco de malanga, veinte libras de frijoles negros, un queso entero o una pierna de puerco.

Nada de esto es desconocido por las autoridades. Castro en persona, en el 2001, tomó cartas en el asunto en lo que a educación respecta. Creó un ejército de jóvenes entre 15 y 18 años que no tenían claro su futuro y los preparó como maestros y trabajadores sociales. Posteriormente, en otros cursos emergentes, se graduaron enfermeros, auxiliares y técnicos de la salud.

Dentro de la categoría de maestros emergentes se creó otra, la de los maestros valientes, destinados a la enseãnza secundaria y que por misión tienen la de cubrir todas las asignaturas en una misma aula. De tamaña integralidad los salva el hecho de que una buena parte de las clases son impartidas por televisión, bien por el Canal Educativo, inaugurado por Fidel Castro en 2001, o por Cubavisión y Tele Rebelde, los tres canales nacionales. En los dos últimos, desde 2000 se imparten cursos de la Universidad para Todos -en la semana del 16 al 22 de noviembre de 2003 se ofrecían clases de francés, geografía de Cuba, español y biotecnología.

Entre las medidas tomadas para rescatar la calidad de la enseñanza, además de dotar con televisores y computadoras a las escuelas, en la primaria se limitó a 20 el número de alumnos por maestro y a 15 en la secundaria. Orlando, 51, director de una escuela habanera, considera que “los muchachos retendrán mejor los conocimientos”.

En el plano material, se instalaron bebedores de agua fría en todas las escuelas. El almuerzo para los que estudian en seminternados de primaria, hijos de madres trabajadoras y casos sociales, no ha mejorado demasiado, pero a partir del curso 2003-04 casi todas las secundarias del país iban a tener dos sesiones diarias, mañana y tarde, con un horario para una merienda reforzada, consistente en pan con una hamburguesa confeccionada con proteína vegetal y yogurt de soya, combinación que no calma el apetito de la mayoría de los adolescents: muchos suelen llevar almuerzo casero en una vasija. “Es una torta insípida, horrenda, y el yogurt de soya es malísimo”, dice Yoana, 14, alumna de noveno grado.

En la primaria es un poco mejor: arroz, frijoles, huevo hervido o una porción de pescado y de vez en vez ensalada y un dulce. Muchos escolares llevan también almuerzo de su casa y merienda preparada por sus madres, por lo regular pan con aceite, guayaba o tortilla y agua, jugo o refresco.

Antes de 1959 las escuelas públicas tenían dos sesiones: una por la mañana para los varones y otra por la tarde para las hembras o viceversa, pues no existía le enseñanza mixta, salvo en algunos colegios privados. Los gobiernos anteriores a Castro no destinaban tanto dinero del presupuesto a gastos de educación (78 millones de pesos en 1958), pero gratis ofrecía desayuno (leche con chocolate o con gofio) y merienda (galleticas dulces o saladas). Y, sin dudas, el profesorado estaba conformado por mujeres y hombres con verdadera vocación magisterial. “Los maestros eran personas de mucho respeto, se vestían correctamente, eran blancos, negros o mulatos, pero nunca jovencitos como los que ahora se ven, con más tipo de raperos o jineteras que de maestros”, recuerda Nilda, 62, jubilada.
Cuando los muchachos regresan a sus casas, al final de la tarde, llegan muertos de sed y hambre. Van directo al refrigerador y a la cocina, a comer algo antes de la hora de la cena. “Mi hija lleva la mochila como si fuera para un campismo: merienda, agua, servilletas, vaso, cubiertos. Todos los días le doy cinco pesos para lo que encuentre de comer en el camino. Y cuando viene me quiere comer a mi, del hambre que trae. Y eso que ella, aunque desde el año pasado no le dan leche por la libreta de racionamiento, porque ya cumplió 8 años, gracias a dios todos los días desayuna café con leche y pan con mantequilla”, relata Esperanza, 34, dependienta de una tienda por divisas. (Continuará)

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