jueves, 28 de junio de 2007

LO QUE LA REVOLUCIÓN NOS DEJÓ (II)

El llanto de un bebé

Para Alberto, 57, sociólogo, “el envejecimiento acelerado de la sociedad cubana es producto de las difíciles situaciones económicas durante décadas, lo que ha provocado que las parejas lo piensen dos veces antes de tener un hijo. También ha influido la falta de un futuro claro y la realidad de habitar numerosas personas en una misma vivienda. Cuando se deciden a tener descendencia, por lo general tienen uno o a lo sumo dos hijos”.

Con los criterios del sociólogo coincide Marlene, 32, ingeniera, quien ya está deseosa de ser madre. “Mi esposo y yo nos llevamos muy bien, pero no tenemos un hogar en común, y en la Cuba de hoy con 900 pesos (la suma del salario de los dos, equivalente a 35 dólares), no alcanza para mantener a un niño”. Pese a las dificultades, Marlene sueña con tener pronto un bebé, “pero no quisiera tenerlo en Cuba”, confiesa risueña.

Los sueños devinieron pesadilla para Luisa, 26, obrera. Ella ya conoce los dolores de cabeza que da mantener a un hijo como madre soltera. Luisa se separó de su marido cuando tenía cuatro meses de embarazo. “Con un salario de 263 pesos (10 dólares) me las vi negra”, señala. En su familia tuvieron que hacer una colecta y le compraron una cuna y artículos imprescindibles de canastilla. “Mi hijo no tuvo coche ni corral y las ropitas eran todas de uso, de las que se le habían ido quedando a mis sobrinos”, recuerda melancólica.

Esa solidaridad es habitual en Cuba, donde existe una especie de cofradía entre las futuras madres, sus familias y amigos. Lo utilizado por un niño se guarda para una hermana, una prima o una compañera de trabajo. Las cunas en ocasiones han sido utilizadas por padres y abuelos y después, cuando el ultimo nieto creció, se presta, se regala o se vende a un vecino, probablemente tan necesitado o más. No obstante las inmensas dificultades, las parejas saben que vale la pena enfrentarlas a cambio de ver crecer y desarrollarse a un hijo.

En Cuba la preocupación no es la atención médica a las embarazadas ni a los recién nacidos. Es cierto que los hospitales materno-infantiles (30 en todo el país), no disponen de grandes comodidades ni suelen ser agradables a la vista, pero la tasa de mortalidad en el 2002 fue de 6,5 por cada mil nacidos vivos (en el 2001 fue aún más baja, 6,2).

En contraste, debido a dificultades materiales como las mencionadas, es alarmante la tasa de natalidad: 12,5 por ciento en el 2001, la más baja en cien años (en 1899 fue de 32,8 por ciento). Cuando Fidel Castro llegó al poder en 1959, la tasa de natalidad era de 28,2 por ciento. El decrecimiento comenzó en 1970, año en que este indicador fue de 28,6 por ciento. Once años más tarde, en 1981, era la mitad: 14,1 por ciento.

Después de 1959, los años donde nacieron más niños en Cuba fueron 1963 (35,0 por ciento); 1964 (36,6 por ciento) y 1965 (35,4 por ciento). Pero la verdadera explosión demográfica en la isla se produjo en 1917: 47.6 por ciento.

Yoel, 25, desocupado, vive ajeno a estas cifras. Es más, ni le interesan ni las entiende. Cuando terminó el servicio militar dejó los estudios, se enamoró y comenzó a vivir con su novia. “Al año ella estaba dando a luz, un varón que ya cumplió nueve meses, tiempo en que comienza lo bueno, pues hay que empezar a darle comida e ir pensando en comprarle zapatos, porque pronto caminará y no puedes tenerlo todo el tiempo descalzo”.

De acuerdo a cálculos que Yoel ha sacado, para darle todo lo que un bebé necesita desde que nace hasta el segundo año de vida, hacen falta no menos de 600 dólares, cantidad que en Cuba equivalen a 15 mil pesos cubanos. Y 15 mil pesos es lo que gana un médico de categoría en tres años de trabajo.

Es por ello que el matrimonio formado por Antonio, 27, y Omara, 26, maestros los dos, se rascan la cabeza cuando se les pregunta sobre sus planes de tener hijos. Entre los dos ganan 700 pesos al mes (menos de 30 dólares). “Aún habrá que esperar”, dice Antonio. Y abraza con cariño a su mujer.

Y sin embargo se mueve

Castro tiene obsesión con el embargo económico instaurado por la administración de John F. Kennedy en 1962. Según el gobierno cubano y sus medios, el bloqueo es el culpable de que muchos en la isla vivan de forma precaria. El 4 de noviembre de 2003 el canciller Felipe Pérez Roque presentó ante las Naciones Unidas un documento atestiguando que las pérdidas a consecuencia del bloqueo superan los 72 mil millones de dólares.

Ese día, 179 países votaron en contra del embargo. Sólo tres naciones (Estados Unidos, Israel e Islas Marshall) estuvieron a favor de mantenerlo. Variadas y sin contundencia han sido las razones de diez administraciones estadounidenses para no levantarlo. Más que absurdo, el embargo es una estupidez.

Mientras Cuba dependía de la tubería rusa -por donde incesante fluía el petróleo- del bloqueo apenas se hablaba. Durante la etapa de la Guerra Fría, la desaparecida URSS nos sostenía con 4 mil millones de rublos al año. La ayuda soviética permitió a Castro mantener el amplio sistema de salud, educación, cultura y deportes a lo largo de todo el país. Pero también fue una etapa donde se dilapidaron recursos.

Un sinnúmero de planes e ideas descabelladas o irrealizables se pusieron en marcha. Fueron años de derroche, subvencionando guerrillas en medio mundo. La larga participación cubana en la guerra de Angola costó miles de millones de dólares. Acerca de esta etapa se calla y no se ofrecen cifras de los colosales gastos.

El embargo es injusto. En una breve encuesta a 44 personas en edades comprendidas entre los 18 y 82 años, 41 dijeron “estar contra el bloqueo”. Pero 36 manifestaron “estar también cansados del añejo gobierno de los hermanos Castro”.

Cuando en 1989 el Muro de Berlín se vino abajo y el socialismo ruso dejó de existir, Castro retomó el bloqueo (nombre que se le da en Cuba al embargo) como un arma de combate. Si la economía fuera eficiente y en vez de un millón y medio de turistas a la isla vinieran 5 o 10 millones al año, se podría comprar cualquier clase y cantidad de mercancías en otras partes del planeta, aunque claro, a precios más altos por la transportación. Y los medicamentos no escasearían. Y habría más ambulancias, viviendas, alimentos y ómnibus para el transporte urbano e interprovincial.

Pero las arcas están vacías. Urge comprar más cerca y más barato. A 90 millas de nuestras costas, en Estados Unidos, el mercado natural -y tradicional- de Cuba. Al margen del discurso duro y la frenética propaganda cubana, el embargo ha provocado daños visibles en la salud, por ser Estados Unidos el mayor y mejor productor de tecnología médica y productos médicos de última generación.

El efecto negativo del embargo puede verse en el Cardiocentro del hospital William Soler, al sur de la capital. Los médicos allí tienen que hacer milagros para que no mueran los niños con problemas congénitos del corazón. Marian Fariñas vive hace varios meses en una de las salas de pediatría. Cuando tenía 60 días de nacida le diagnosticaron un neuroblastomo en estado cuatro. Desde ese momento Marian permanence en una cuna rodeada de mujeres y hombres con batas blancas, luchando diariamente por su vida.

Su madre, Jacquelin Sánchez, no tiene con qué agradecer tamañas atenciones. “No le han faltado los medicamentos. Mi niña va por el cuarto ciclo de quimioterapia y ninguno ha sido suspendido por falta de suero citostático. Sé que el tratamiento es muy caro, pero nada le ha faltado”, declara. Su hija no es la única en estado patético en esa sala.

La doctora María del Carmen Barroso, especialista en quimioterapia, apunta: “Fue muy duro saber que a pesar de tener el dinero, Estados Unidos se niega vendérnoslo. Muchas veces tuvimos que hacer cambios en los esquemas de tratamiento, para poder sustituir un medicamento por otro”. Funcionarios del MINSAP a menudo recorren Europa en busca de una medicina específica para un caso específico.

A más de 700 kilómetros al este de La Habana, en la provincia de Holguín, se encuentra el hospital docente Vladimir Ilich Lenin. Allí, a las 28 semanas de gestación nació una criatura con un peso de 840 gramos. Cabía en la palma de la mano. “La atención para este bebé superaría los 150 mil dólares en Estados Unidos’’, aclara el doctor Luis Llopis, jefe de neonatología en el referido hospital. Decisivo ha sido el suministro de Survanta, medicamento Made in USA.

Debido al embargo, la medicina tuvo que ser adquirida a miles de kilómetros de la isla. Y ni así resulta fácil: hay proveedores que no le venden al gobierno de Castro para no ser sancionados por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos. El embargo prohibe comprarle a subsidiarias estadounidenses. Ni una aspirina. Afectados también por la obsolete política son alrededor de 300 ninños urgidos de tratamientos avanzados contra el cancer.

Hace un par de años, el senado de Estados Unidos flexibilizó el embargo en los acápites de medicinas y alimentos. Hasta la fecha, las autoridades cubanas han dispuesto de 500 millones de dólares en efectivo para adquirir alimentos. La cifra destinada a la compra de medicamentos no se conoce. Según el gobierno, el costo del embargo al sistema cubano de salud es de más de mil 750 millones de dólares.

De sol y sombra

La escasez de medicamentos avanzados y de antibióticos de cuarta y quinta generación así como de equipos y tecnologías de punta puede haber provocado la muerte de equis número de pacientes. Pero la negligencia médica en casos de jóvenes como Yolanda, fallecida a causa de un embarazo ectópico, no se puede achacar al embargo. Tampoco se le puede achacar al bloqueo que un diagnóstico errado pudo haberle costado la vida a Yania, ahora una hermosa niña de 9 años, pero que en 1995 por poco muere después de una semana siendo tratada con metronidazol para una supuesta amebiasis, cuando en realidad era shigella, bacteria con altos indices de mortalidad en menores de dos años y que fácilmente se controla con ácido nalidíxico.

El embargo no es culpable del deterioro en hospitales y policlínicos, ni de la falta de higiene, mobiliario y enseres mínimos en una consulta médica o en un cuarto hospitalario. Cuando alguien tiene que ingresar para ser operado, debe llevar toallas, sábanas, cubos de agua y hasta bombillos para los baños, habitualmente oscuros. Y disponer de algunos recursos, como Leandro, 48, diabético crónico, quien hace regalos a su doctora para que lo atienda con rigor.

Se puede culpar al embargo de las difíciles condiciones en que labora el personal de salud y a quien no solamente le faltan implementos, sino que excepcionalmente pueden disponer de comedores donde los alimentos sean buenos y estén bien cocinados? Una doctora entrevistada contaba que tras varias horas lidiando con un caso grave, una madrugada, de pronto alguien dijo: “Cuánto daría por poder tomarme una taza de café caliente y comerme un bocadito de jamón o queso!” De ahí que pacientes como Leandro obsequien frutas, bocaditos y muslos de pollo fritos a sus médicos.

Al embargo no se le puede culpar del robo descarado en hospitales y otras instalaciones sanitarias. “Se roba de todo, desde algodón hasta termómetros”, dice una empleada de un importante hospital habanero. Porque todo es vendible en el mercado negro. Y a esta clase de robo se une el de los ladronzuelos que recorren las habitaciones y se llevan lo mismo un calzoncillo que un ventilador, aprovechando que los enfermos duermen y sus acompañantes están rendidos tras varias noches de tensión.

El robo es también habitual en farmacias. En La Habana existen 376 y difícilmente hay una donde sus empleados no extraigan medicamentos -a veces de mutuo acuerdo con sus jefes- para venderlos a sobreprecio. El surtido ideal en una farmacia cubana es de 368 tipos de medicamentos, pero lo normal es que oscile entre 260 y 300. Claro, lo que da resultado son aquellas medicinas difíciles como el meprobamato, clorodiazepóxido y vitamina C, entre otros. “Nadie negocia la nitroglicerina, que cuesta 0,10 centavos el frasco de 20 pastillas, porque además de que es un medicamento vital para salvar a un infartado, nunca falta y es baratísimo”, explica Yadira, 21, empleada de una farmacia.

Pese a medidas administrativas y sanciones laborales, el mercado negro parece imparable. “Yo prefiero pagar 10 pesos por una medicina en la calle que estar detrás de ella en una farmacia, aunque su precio oficial sea de un peso”, dice Luisa, 81, jubilada.

El color del dinero

Se rumora que el cúmulo de éstas y otras deficiencies dieron al traste en 2002 con el puesto de ministro de Salud Pública del doctor Carlos Dotres. En su lugar fue designado Damodar Peña, hombre cercano a Castro y quien tiene la misión de imprimir nuevos bríos a una de las vacas sagradas de la revolución.

La medicina es gratuita para la ciudadanía. Pero no goza de buena salud. Tenemos muchos y buenos médicos, pero los hospitales dan grima. La cosa cambia cuando se trata de la atención en dólares a turistas y visitants. Los extranjeros disponen de una red de clínicas como Cira García o el centro de rehabilitación La Pradera. Fue precisamente aquí donde se intentó desintoxicar al futbolista argentino Diego Armando Maradona. El tratamiento de El Pibe fue de primera, similar al que le hubieran ofrecido en cualquier sociedad capitalista desarrollada.

Desde hace años, Cuba pone a disposición de los extranjeros que lo puedan pagar, tratamientos antidrogas. Era la época en que se creía que el flagelo mundial no afectaría al hombre nuevo pronosticado por el Che. Pero las drogas llegaron y jóvenes menores de 20 años se volvieron adictos a la marihuana, cocaina, alcohol y sicotrópicos. Fue en enero del 2003 cuando públicamente se reonoció el mal y se lanzó la Operación Coraza. Capos locales fueron arrestados y encarcelados. Pero las víctimas, los consumidores, están al pairo.

Una minoría de adictos recibe tratamiento. Otros, la mayoría, no acude a desintoxicarse. Por temor. Aunque la legislación actual no sanciona a los consumidores, éstos no se confían y piensan que podrían parar en la cárcel. Leonel, 24, se ha sometido a varias terapias, pero siempre vuelve a las drogas. Y cada vez con más fuerza. Sus padres están desesperados.

Los alcohólicos son más numerosos que los drogadictos, pero menos que los fumadores (31,9 por ciento de la población). Según el doctor Ricardo González, especialista en el tema, entre un 5 a 6 por ciento de la población padece de alcoholismo. Para un investigador que prefirió el anonimato, “esa cifra es demasiado conservadora: en estos momentos sobrepasa el 15 por ciento”. Y ya se sabe que el hábito de fumar es tan dañino como el de beber.(Continuará)

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