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lunes, 13 de noviembre de 2023

Caminando por La Habana un domingo de 1999

Desde mi casa, al doblar del Paradero de La Víbora, hasta la esquina de L y 23, en La Rampa, Vedado, fui en un 'camello', como el de la foto. Entro al Habana Libre, hotel operado con capital español. Recorro el lobby y el mezzanine recientemente remozados. La remodelación ha contribuido a darle una discreta elegancia de cinco estrellas. El cambio menos agradable es el encristalamiento de Las Cañitas, amplio bar donde todo habanero se ha tomado por lo menos una sangría. Sigue siendo el mejor vecino de la piscina y al lado sigue estando El Caribe, que ya no es cabaret sino restaurante de lujo.

El club nocturno lo subieron al piso 25, junto con El Turquino, frente a otro restaurante, el Sierra Maestra. La fuente en el lobby es una novedad. Pero lo más meritorio es que después de tres décadas la entrada principal, por la calle L, volvió a estar presidida por el mural realizado por la pintora cubana Amelia Peláez.

Saliendo uno del Habana Libre, en la esquina de 23 y L, comienza La Rampa, amplia calle de cuatro carrileras que muere en la avenida del Malecón. Desde donde estoy se va en bajada. Son apenas siete cuadras, siempre con el mar a la vista, que este soleado domingo de abril está en calma y es de un azul intenso.

A diferencia de los días laborales, pocos transeúntes se ven. También son escasos los turistas. Deben haber aprovechado la bondad del clima y se fueron a la playa o todavía reposan la juerga sabatina. Las jineteras brillan por su ausencia a esta hora. Como las cucarachas, salen por la noche. A “buscarse el pan”.

Los que si no pierden oportunidad son los “bisneros”. Un par de ellos están a la caza de quien por 10 dólares les compre una rueda de cigarros Montecristo, hechos en Cuba. Los domingos –y menos éste, de Ramos, cuando muchos habaneros se han ido a las iglesias en busca de guano bendito- merma la vigilancia policial.

El sitio más animado es el Infotur situado en 23 y P. En medio de una música estridente una docena de cubanos habla gritando mientras toman cerveza en lata. En dos mesas, la “descarga” es acompañada por postas de pollo frito.

Más abajo, en Infanta y 23, en el sitio donde había un cafetín de mala muerte que en los últimos tiempos vendía croquetas de “averigua” y café mezclado con chícharos, ahora se levanta la heladería BimBom. El helado más barato cuesta 90 centavos de dólar y el más caro 3 dólares con 80 centavos. Público no le falta.

Casi al doblar del BimBom está el Malecón. Espléndido de día, romántico al atardecer, peligroso por la noche: más de una persona, no importa la nacionalidad, ha sido asaltada; otras han perecido al cruzar la vía, debido a la excesiva velocidad de los carros, y el mar se ha tragado a unos cuantos.

No ha faltado quien ha preferido el Malecón para suicidarse. Deben haber sido habaneros: el Malecón está tan vinculado a nuestras vidas como La Rampa, el Paseo del Prado, el Parque Central, el Estadio Latinoamericano y los Jardines de la Tropical.

Antes de llegar a la calle Marina, la empresa Cubalse ha instalado la agencia Fiat. Los autos modernos y de vistosos colores parecen recordarnos que vivimos en un socialismo de patria o muerte-venceremos, donde 'el capitalismo no volverá jamás porque con los dólares estadounidenses de las remesas familiares salvaremos las conquistas de la revolución'.

Contigua a la Fiat, a una cafetería la han bautizado con el mismo nombre, como si fuese una sucursal automovilística. En las mesas al aire libre una mujer negra comparte con su negrita una Tropicola. Dos mulatos “tembos” beben con calma cerveza Cristal enlatada y tres muchachos de la raza blanca aprovechan que todavía no se cobra por sentarse sin consumir y conversan, mientras sin prisa van ingiriendo ron Castillo, a partes iguales distribuido en tres vasos plásticos.

Muy cerca, en el Parque Maceo, la chiquillada del barrio juega pelota alrededor de la estatua del Titán de Bronce. Según se especula, antes de 1959 la estatua estuvo colocada mirando al mar, pero después del triunfo de la revolución fue puesta de espalda, para que uno de los héroes de la patria no estuviera oteando el horizonte, por donde queda el Norte, o sea, Estados Unidos, sinónimo del mal.

Si damos crédito al rumor, desde entonces el General Antonio se pasa las 24 horas mirando hacia el edificio de veinte plantas sede del Hospital Hermanos Ameijeiras. Valga la aclaración: lo de la posición de la estatua de Antonio Maceo es una de las tantas leyendas urbanas que circulan por la capital. En la explanada de Belascoaín y Malecón, no lejos de donde juegan los niños, una cafetería de la red gastronómica Rapidito, oferta insípidos productos cubanos en moneda nacional.

Si se camina por la acera paralela al muro del Malecón, tendremos una visión reconfortante del mar y el panorama bucólico de una capital cuyo auge constructivo quedó detenido cuando Fidel Castro llegó al poder en 1959. Pero yo prefiero caminar por la acera opuesta, por los portales de edificios carcomidos por el salitre, urgidos de pintura y reparación. Pertenecen a una época. Tenían un estilo. Cuando se les ve de cerca parecen acabados de bombardear. Tal es su abandono.

En las cuadras siguientes, grupos de hombres se dan tragos de ron. Gesticulan y hablan en voz en alta. Cuando me acerco se callan. Imagino que comentan la dura realidad diaria. El calor es agobiante. Decido llegar hasta Galiano, donde se alza el hotel Deauville, testigo mudo del Maleconazo, como quedó conocida la revuelta popular del 5 de agosto de 1994. Doblo y prosigo el recorrido por una de las arterias insignes del comercio capitalino.

La calle Galiano actual en nada se asemeja a la que tanto realce tuviera cuarenta años atrás. En algunos tramos la pestilencia es inaguantable. Me paro frente a una puerta pintada de rojo. A un joven alli sentado le pregunto si todavía ahí funciona un taller del Ministerio de Cultura dedicado a la confección de títeres.

-Sí, todavía existe, ¿por qué lo quiere saber?

-Es que en ese lugar laboró Tomás Sánchez, uno de los pintores cubanos más cotizados, en estos momentos residente en los Estados Unidos.

El joven asiente y sonríe.

-Mire, yo le debo a Tomás mi inclinación por las artes plásticas.

Entra en confianza y me cuenta que su mamá fue compañera de trabajo de Sánchez. Entonces el pintor se ganaba la vida haciendo títeres y muñecos para funciones teatrales. El régimen lo había excluido porque además de practicar yoga era seguidor de una religión hindú.

-Tomás Sánchez fue rehabilitado después que se ganó el Premio Miró, me aclara.

Agradezco su información, aunque no le digo que ya sabía que Tomás Sánchez, nacido en 1948 en la provincia de Cienfuegos, en 1980 obtuvo el primer premio en el Concurso Internacional de Dibujo instituido en honor al pintor catalán Joan Miró (Barcelona 1893-Palma de Mallorca 1983). Tampoco le digo que en 1986 entrevisté a Tomás Sánchez para el noticiero nacional de la televisión cubana, a propósito de su participación en la Bienal de Sao Paulo.

En el Parque Fe del Valle, donde una vez estuvo la tienda mas chic de La Habana, El Encanto, quemada en abril de 1961 por supuestos enemigos de la revolución, decido “coger un diez”. Y me siento en uno de los pocos bancos desocupados, a la sombra de la escasa arboleda. El entretenimiento principal es seguir con la mirada a un viejo que camina junto a un pequeño carricoche halado por un chivo de color pardo, donde pasean cuatro niños pequeños. Dos vueltas cuestan un peso. El animal parece cansado, pero cuando se para el viejo le dice “arre, Caramelo, arre” y es como si le diera yerba fresca.

Decido invertir los 50 centavos de dólar que tengo en el monedero en una botella de refresco de piña. Es de la marca Fiesta, fabricado en la embotelladora de Santa Cruz del Norte, municipio habanero colindante con la provincia de Matanzas. Después de calmar la sed y el calor, emprendo el último trayecto de mi paseo de unos cuatro kilómetros en total.

Bajo por el Boulevard de San Rafael, inactivo por ser domingo y encontrarse cerrados los comercios. Tampoco se ven revendedores, tan habituales de lunes a sábado. Los cines Duplex y Rex Cinema ya no existen y sólo en el Cinecito, dos cuadras más abajo, dan funciones infantiles. Al llegar a la Acera del Louvre, delante del hotel Inglaterra, cruzo al Parque Central.

Al pie de la estatua del Apóstol José Martí una veintena de hombres discuten en torno al legendario pelotero Alfonso Urquiola, en ese momento director del equipo Pinar del Río. Pertenecen a una peña de aficionados al béisbol y esta vez el debate ha sido motivado por la publicación, en un periódico dominical, de un trabajo donde se habla de Urquiola y la posibilidad de que Pinar se corone campeón de la Serie Nacional.

De pronto un alboroto desvía mi atención. Tan acalorados están los fanáticos discutiendo que ni cuenta se dan de que no muy lejos un joven de unos veintitantos años, pelo largo y mirada encendida, le ha ido encima a un pordiosero minúsvalido. A su lado, un adolescente vocifera malas palabras. Tres hombres sentados en un banco se acercan y los apartan. Les pide que se tranquilicen, pues puede venir la “fiana” y montarlos en la “jaula”.

La idea de ir a parar al calabozo un domingo los calma. Antes de alejarse, el pelilargo grita que él está "cumplido": tiene sida y vive en Los Cocos (sidatorio en las afueras de la capital). Exaltado y sudoroso, contínua su camino con el adolescente que no aparenta más de 14 o 15 años. Intrigada por el conato de bronca, decido seguirlos con disimulo. A la altura del Capitolio logro acercarme lo suficiente para escuchar lo que el adolescente dice a su amigo, quien no vaciló en fajarse por defenderle:

-El problema es que ese tipo cachicambiao quiere estar conmigo y yo no me dejo, porque él es más muerto de hambre que yo y yo me doy a quien me dé un “fula” o me invite a comer. El sidoso asiente, dándole la razón. Saca una botella plástica con ron, toma un buche y se la pasa a su colega de desventuras.

Los pierdo de vista. Atravieso Prado en busca del Parque de la Fraternidad. Por 10 pesos allí podré coger un 'almendrón' (viejo auto americano) y quedarme en la esquina de mi casa, al doblar del Paradero de La Víbora.

Tania Quintero
Foto de un 'camello' por El Vedado que en 1999 Wha'ppen subió a Flickr.
Leer también: La heladería BimBom.

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