La intempestiva entrada de cuatro menores a un solar de La Habana Vieja, armados con pistolas y metralletas de juguete, habría sido un episodio cotidiano si uno de ellos no se hubiera plantado en medio del pasillo y gritado: “¡Yo soy la cocaína!”. Repitió la frase varias veces mientras sus amiguitos reían, y se presentaban como El Chema, El Capo y Casillas.
Al escucharlos un vecino se asomó, para encontrarse con la mirada desafiante del niño líder, que parecía esperar el regaño sin una pizca de incomodidad. “¿Tú sabes lo que estás diciendo?”, le preguntó el hombre, evidentemente pasmado. Sin dejar de sonreír, el chiquillo le apuntó con la pistola. “Yo traigo la merca”, dijo y disparó.
Es obvio que estos niños son seguidores de las “super series” de la cadena Telemundo, que llegan a los hogares cubanos a través del cable, o el Paquete Semanal, para glorificar a los jefes del crimen organizado y venderlos como figuras dignas de admiración y respeto.
Esas producciones se han apoderado de la preferencia ciudadana, gracias a la pésima programación de la televisión nacional, incluyendo las telenovelas brasileñas, cada vez son más largas y aburridas.
Si bien las citadas series recomiendan discreción en lo concerniente a su consumo por parte de los menores de edad, en numerosos hogares esa precaución queda invalidada. Los niños cubanos están habituados a ver los programas para adultos con absoluta normalidad, y aunque en principio ello podría parecer criticable, basta con echar un vistazo a la programación infantil de verano para comprender por qué las series les parecen tan atractivas.
Los padres no consideran que estos productos donde la violencia es justificada y se habla todo el tiempo de “merca” y “narco”, puedan modificar el imaginario o las aspiraciones de sus hijos.
No les preocupa que en una sociedad fracasada, donde la noción de futuro se torna cada vez más confusa, un preadolescente pueda sentirse identificado con un individuo de baja extracción social, pero con la habilidad suficiente para ganar jerarquía, respeto y dinero en un mundo de asesinos.
En las series de Telemundo los chicos no perciben la realidad del tráfico de drogas, ni su impacto en la familia, ni el número de muertes que a diario genera. Solo ven un héroe no convencional, más cercano a la vida real.
El personaje de un capo de la droga se construye sobre la base del antihéroe, con una moralidad torcida donde el fervor religioso y el amor filial son utilizados para insertar alguna bondad en la peor clase de delincuente.
No puede decirse -todavía- que la actitud de los cuatro menores que motivaron este artículo sea algo frecuente, pero tampoco es superfluo preguntarse cuánto falta para afirmar lo contrario.
Una cosa es autodenominarse El Capo, y otra hablar de cocaína. Cuando un niño de once años declara a voz en cuello “yo soy la cocaína”, es inevitable preguntarse cómo vive, si sabe qué es la cocaína y si a sus padres les preocupa que su hijo esté al tanto de un fenómeno ajeno a los intereses cognitivos propios de su edad.
Considerar la anécdota narrada como “cosa de muchachos” sería ingenuo e irresponsable, porque la actitud de esos niños semejaba, desde todo punto de vista, la de cuatro pandilleros. Sus amagos de pistoleros no eran un juego inocente, sino la respuesta insolente y agresiva de niños marginales, influidos por un nuevo paradigma que legitima la violencia y la venganza como algo necesario.
Si a ello se suman el creciente desinterés por los estudios y la proliferación de pandillas, especialmente en La Habana, lo que parece un hecho aislado puede fácilmente convertirse en otro síntoma del deterioro social que avanza sobre Cuba.
Ana León
Cubanet, 7 de julio de 2017.Foto: Niño habanero con dos pistolas de juguete. Tomada de Noticias 24.
Buenos días,
ResponderEliminarAl parecer salimos de Guatemala para caer en Guatapeor. Lo triste es que no es un fenómeno aislado, en España la serie Narcos la sigue mucha gente, incluso llegaron a anunciarla con un gran cartel en la Puerta del Sol, la embajada colombiana protestó por ese hecho.
Saludos
Increiblemente cierto
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