“En fotografía y desde España, Eusebia Come me pareció una empinada ola negra, una especie de Josefinita Baker de la declamación desgarrada. Cuando vine a Cuba y la vi ‘en presencia y figura’, vi que lo mulato auténtico era también suave y delicioso, deslizante, escapado, vi que Eusebia Cosme era la rosa canela cultivada".
Quien así escribe es el autor de Platero y yo, el Nobel español Juan Ramón Jiménez. La descarga lo lanza al ruedo con la palabra al costado. Comienza el viaje, de la impresión al papel; pero su mirada se adelanta, diríase que escudriña. Habla un poeta y no hay que olvidarlo, los poetas son seres visionarios:
“El futuro humano y estético de Eusebia Cosme está en mantenerse en el tallo verde de su tierra libre, al aire siempre vivo y puro, con vida negra y pureza propia; en no soportar el mal ejemplo del recitador obtuso ni el mimo del dengue blanco” .
Nacida en Santiago de Cuba el 5 de diciembre de 1911, Eusebia Cosme se crió en la quinta del abogado Luis Fernández Marcané, en el poblado de San Vicente. Su madre trabajaba de doméstica en el lugar y la niña Eusebia recibió estudios y aliento en aquella familia. Ellos fueron sus primeros patrocinadores, sus primeros espectadores.
Todo hace indicar que su debut tuvo lugar en su natal Santiago de Cuba en 1930, hasta que decide trasladarse a La Habana, donde continúa estudios. Ya en 1933 se presenta con sonado éxito en el teatro Payret, y un año después, en el Lyceum. Imposible pasar por alto las palabras de Fernando Ortiz, porque un investigador de su estatura no resulta pródigo en elogios. Aquella recitadora lo había convencido:
“Eusebia Cosme es una artista del decir verdadero y bello, que siente y hace su arte; el arte de recitar versos y poesías del alma, de ritmo y, a veces, hasta de melodías mulatas. Y lo hace con tal espontánea maestría, con tal ingenua seguridad que viene a señalar un momento nuevo en la historia de las expresiones estéticas de nuestro pueblo” .
Que su carrera fue meteórica durante esa década lo atestigua el otorgamiento por el Ayuntamiento de Santiago de Cuba de la condición de Hija Predilecta; sus giras por Venezuela, Puerto Rico, Santo Domingo y Haití; sus actuaciones en los Estados Unidos. La escritora Sonia Dimitrowna intentó retener una de sus descargas:
“En el Carnegie Hall, el suntuoso coliseo donde durante muchos años han desfilado todas las grandes celebridades mundiales, Eusebia Cosme ha sido consagrada con el gesto preciso, sin caer en exageraciones, fue desgranando los poemas… El dolor del negro esclavo… La lujuria de la negra Macorina… La superstición... Tiene ella el don de transmitir al auditorio el escalofrío de la emoción”.
Me perdonan el abuso de la fuente testimonial. Resulta inexcusable, cuando no se dispone de grabaciones de estos recitales poéticos para dar juicio propio. Tal vez estén, al menos su voz. No hay que olvidar que la Cosme fija residencia en Nueva York en 1940 y que allí mantendrá un programa exclusivo, Eusebia Cosme Show, en la Columbia Broadcasting System (CBS), donde llovían las cartas.
Al hablar de los recitales de Eusebia Cosme, muchos acuden a la descripción de sus batas coloridas y pañuelos, los gestos, las argollas. Se remarca su carácter de rumbera, su efecto mágico, sus movimientos reptantes, su enigma en la dicción.
Todos parecieran escribir de ella: Ramón Becali, Joaquín G. Santana, Zenobia Camprubí, Nicolás Guillén, Germinal Barral López (Don Galaor), María Garret, Manolo Sabater, Jesús Sabourín, Helvio Corona, Modesto Júztiz Mozo, Félix B. Caignet, Pablo Armando Fernández, José María Chacón y Calvo, Emilio Ballagas…
No hay que ser ajenos, sin embargo, a las consideraciones de algunos acerca de la interpretación de la poesía negra, negrista, afrocubana o afroantillana. Esta se veía marcada -consideraban-, por la caricatura, la imitación, el desborde. Se palpa la tensión entre el folclor de lo negro y el drama de esa raza, entre el ritual y la reafirmación.
Irremediablemente, la Cosme se ve atrapada en esa atmósfera, que a mi modo de ver mezclaba consideraciones ideológicas con criterios estéticos, y seguramente también su tinte de prejuicio. En cualquier caso, impresiona que varios poetas le dediquen sus obras, como el cubano Nicolás Guillén (Balada del güije o Sabás) y el venezolano Andrés Eloy Blanco (Píntame angelitos negros, por solo citar algunos de los más conocidos. Estos poemas son parte integrante del repertorio que llevará hasta sus recitales en el Town Hall de la Gran Manzana y a centros culturales, universidades y salones de América.
Hemos tenido acceso a un estudio de la Universidad Fluminense de Brasil que remarca que “el repertorio de Cosme irá adquiriendo progresivamente un carácter realmente continental. En efecto, aun cuando sea presentado como ‘recital de poemas afrocubanos’ (Universidad Michoacana, Morelia, México, 18 de mayo de 1940, por ejemplo), su repertorio de 1934 a 1946 incluye regularmente poetas cubanos, puertorriqueños, venezolanos, estadounidenses...”.
En 1953, la afamada recitadora cubana se pasea por toda Cuba, tributo de su arte al centenario del natalicio de José Martí. El teatro Auditorium de La Habana y la Universidad de Oriente le aplauden. En su ciudad natal, es presentada por el rector, José Antonio Portuondo, tras lo cual comienza con Elogio de un poeta a su isla antillana (Ernesto Víctor Matute). Aquella jornada incluyó Rumba de la negra Pancha, del propio Portuondo, Canción de cuna de la negra esclava (Regino Boti), Sensemayá (Nicolás Guillén), El agua medicinal (Emilio Ballagas), así como piezas del español Alfonso Camín, el boricua Luis Pales Matos, y por supuesto, los angelitos negros de Eloy Blanco. Era su gran cierre.
Eusebia Cosme incluyó a jóvenes talentos, pero su selección resultaba rigurosamente diseñada para su estilo y propósitos. Además de los ya mencionados, solía escoger obras del brasileño Jorge de Lima, autor de Esa Negra Fuló; los cubanos Regino Pedroso, Ignacio Villa, Plácido, Hilda Perera Soto y Lydia Cabrera; el colombiano Jorge Artel, el nicaragüense Rubén Darío, el venezolano Miguel Otero Silva y los norteamericanos Langston Hughes, Elinor Wylie, Joseph Cotten, James Weldon Johnson, algunos de los cuales redescubrió.
Artista integral, poseía formación musical, actoral, pictórica. Sus necesidades creativas la llevaron al teatro, la enseñanza, la televisión y el cine. En 1964 aparece en el filme El prestamista, de Sydnet Lumet, como la señora Ortiz; pero será dos años más tarde que llegará su papel más recordado. Encarna a la sufrida y fiel sirvienta Mamá Dolores en la versión mexicana de la celebérrima El derecho de nacer, de Félix B. Caignet, bajo la dirección de Tito Davison.
Buena acogida recibirá asimismo Flores blancas para mi hermana negra (Abel Salazar, 1970), drama que protagonizará junto a Libertad Lamarque. Sus años en tierra azteca cimentarán la trayectoria de una vida hermosa, cuyo ciclo cerrará en Miami el 11 de julio de 1976, cuando hacía escala camino a su casa en Nueva York.
Me asomo perplejo ante esas cintas. Eusebia Cosme se me aparece, ¡por fin! Busco las reminiscencias de la declamadora, me aferro a cualquier gesto, voy a sus manos una y otra vez. La escucho extático, pero la capa del tiempo se interpone, ya insalvable.
Voy a confesar algo: he preguntado quién era Eusebia Cosme y unos pocos me han respondido. Es una gran olvidada.
Por eso, la publicación de Eusebia Cosme, la rosa canela (Ediciones Caserón, UNEAC Santiago de Cuba, 2013), ha de inscribirse como un rescate. Aunque no la única fuente, ha sido esa compilación de Nydia Sarabia, eje e inspiración para este artículo. Sea pues, un doble homenaje.
“Su estilo, su arte, su profesionalismo no puede quedarse en el olvido. La presencia de Eusebia Cosme sirve y servirá para el estudio de lo real y virtual que nos acerca a un mundo de problemas étnicos o racistas, éticos y de identidad, que nos brinda la posibilidad de debatir toda una etapa, casi virgen, para los estudios de extraordinarias mujeres, cuyo color no les impidió enraizarse hacia la historia de un arte, nacido de un cruce entre lo español y lo africano”.
Reinaldo Cedeño Pineda
La Jiribilla, octubre de 2016.
Foto: Eusebia Cosme. Tomada de Mujeres en la vida de Gonzáletz Marín. Publicada en abril de 2014 en el blog de Francisco Baquero Luque. Por su interés, copiamos el pie de foto:
"Eusebia Cosme, la criolla cubana que José González Marín descubrió para la canción y el recitado y la apoyó, llegando a ser una gran figura artística en toda Iberoamérica. Tuvo una larga y entrañable amistad con nuestro rapsoda, con Imperio Argentina y con el Príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Batemberg. Ella fue el alma de la celebración del Día de la Virgen de los Remedios y su procesión en La Habana el 23 de abril de 1937, fecha de la foto. Que se recuerde, ese fue el único año que Cártama (pueblo de Málaga, Andalucía) no ha celebrado el día de su Patrona: se celebró en Cuba. Eusebia realizó después una gira por España y vino a Cártama, a cantarle a la Virgen, hacia la cual desde entonces le nació una gran devoción. Era una mujer de una dulzura exquisita que se acentuaba cuando recitaba, saliéndole a relucir todos sus ancestros negroides, según testimonios fidedignos. González Marín la cita mucho en las crónicas de la época que se conservan".
Por este otro post de 2011, nos enteramos que Eusebia Cosme no solo mantuvo su amistad con González Marín, si no en más de una ocasión viajó a Cártama.
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