Tras más de veinte años yendo a su tumba en peregrinación, el 9 de enero hizo 67 años que, como los pájaros frágiles de la poeta matancera Digdora Alonso, este compositor caibarienense, ilustre y sencillo, se volviera también un golpe de “aire, luz, color y música”.
En un inhóspito cuartucho situado al fondo de un bar de mala muerte en Marianao, entre la más injusta y desoladora de las miserias que devora a los grandes artistas inválidos ya del arte -sus únicas armas- murió Manuel Corona (Caibarién 17 junio 1880-La Habana 9 enero 1950), ‘insiliado’ y ausente del pueblo costero que lo arrastró al mundo, donde antaño compuso armonías para la posteridad.
El hecho fue noticia dolorosa de un día, porque pronto solo quedó vivo en el recuerdo de los viejos amigos, admiradores e intérpretes incontables de sus melodías, las que por fortuna sobrevivieron en memoria del creador.
Como de costumbre, la trova moderna rinde homenaje a sus precursores repetidas veces -cuando hay presupuesto disponible a lo largo y estrecho del caimán-, especialmente la muy reconocida santaclareña, que acude hasta su lápida en el cementerio local durante cada aniversario de enero desafiando el tiempo.
Esta cofradía de jóvenes talentos que desde los años duros del período especial se organizó espontáneamente en torno a una guitarra compartida cuando la conjuntivitis hemorrágica asolaba al país, se parangonó como La Trovuntivitis, es decir, mal que al final alcanza la cura y nos devuelve la visión.
En la noche del 8 de enero tuvo lugar el habitual concierto clausura de la jornada local al pie del monumento a Martí en el Paseo que lleva su nombre, con la inclusión de algunos invitados y fundadores. Entre las novedades de este año, la cantautora catalana Silvia Pérez Cruz estuvo por primera vez en el Festival Longina, en el Teatro La Caridad, donde el coterráneo Javier Ruibal ya ofreció allí su música en el ámbito provincial.
Nombres como Yaíma Orozco, Leonardo García, Rolando Berrío, Raúl Marchena, Alain Garrido, Miguel Angel de la Rosa, Yordan Romero, Karel Fleites, Yatsel Rodriguez, Michel Portela, Irina González, Yunior Navarrete y otros bisoños competentes, nos han visitado y cantado a una voz sus arreglos ocasionales, en un programa que hospeda Santa Clara, y que nos regala una tarde-noche con los poetas consagrados de las cuerdas.
Los municipales consideran que -por derecho- este espacio les correspondería mejor en la organización anual. Pero sabemos cómo funciona la burocracia nacional si de otorgar espacios elitistas se trata. Sobre todo si se tiene en cuenta el estado desastroso de nuestras instalaciones culturales.
Manuel Corona fue uno de los conocidos como los cuatro grandes de la canción trovadoresca cubana, junto a los tres brillantes santiagueros Sindo Garay (La tarde, Perla marina, Mujer bayamesa), Alberto Villalón (Boda negra, La palma herida, Me da miedo quererte) y Rosendo Ruiz (Falso juramento, Confesión, Presagio triste), aunque quizá de entre todos ellos, sea nuestro compatriota de Caibarién quien más perviva a través de algunas liricas, coreadas por generaciones que le idolatraron.
Las mismas generaciones que conservan el encanto y la emoción de las viejas postales: Mercedes, Aurora, Santa Cecilia y de manera muy especial la popularísima Longina escrita en 1918 cuando conoció abrasadoramente a Longina O’Farrill.
Nombres hermosos de mujeres que nos habría gustado conocer, y descubrir qué de ellas deslumbró a nuestro Manuel para hacerlas trascender al verso, el pentagrama y la eternidad serena a todas juntas. Como un harem colmado de sonora felicidad.
Estamos seguros de que habría escrito hoy también una Roxana, que no fuera al estilo roquero del grupo Toto ni a la falsa melancolía de un Silvio R, quien escribió una homónima, pero con s, de haberse el bardo topado viva a esa ruso-cubana que hoy habita en el terruño y le recuerda a menudo en sus presentaciones.
Mientras en el cementerio bajo la batuta de la banda municipal evocaban la estelar melodía, en la puerta de entrada empedernidos románticos indiferentes a la solemnidad del sitio y al evento mismo, subidos a un colorido bicitaxi a la caza de pedestres, sonaban a rajar en sus bocinas el himno heredado en el país del año recién concluido: Hasta que se seque el malecón. Reggaeton "poético" como no hay dos, nominado hasta un Grammy de la música latina.
Nos quedamos pensando, hartos de la calamidad auditiva por todas partes: ¿querrán esos muchachos desde el honesto fondo de sus almas, a diferencia de los trovadores que nos visitan ofreciendo veneración al maestro en su aniversario, irse en masa pa´llá y a pie? ¿A luchar su premio también?
Quizá la justicia cultural triunfe un buen día, cuando la libertad regrese plena a Cuba y podamos seguir recordando a Manuel Corona sin interferencias inexcusables. Y quienes lo deseen, puedan hacer su bulla donde prefieran, sin destruirle el tímpano a nadie.
Texto y fotos: Pedro Manuel González Reinoso
Cubanet, 10 de enero de 2017.
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