Casi siempre, cuando uno guarda un objeto o cosa sin usarlo durante mucho tiempo, sucede que, en cuanto lo bota, lo necesita. Eso me pasó con un ejemplar de la revista Selecciones del Reader's Digest, publicación que la mayoría de los cubanos no conoce, aunque sí recordamos a su hermanastra soviética Sputnik, que se vendía en Cuba en los pasados años 80 y que muchos aún atesoran.
El asunto es que en mi casa se guardó por más de 50 años un número de Selecciones que contenía un artículo sobre Cuba. En él se describía un hallazgo hecho por los comerciantes de nuestro país que había revolucionado la forma de trabajar y producir aquí: estamos hablando del aire acondicionado.
Me gustaría citar fechas y frases, pero sólo logro recordar las alabanzas a este recurso, gracias al cual, en aquel tiempo, los dependientes de tiendas estaban siempre de buen humor.
El aire acondicionado también servía de gancho para que los paseantes entrasen un momento; mientras disfrutaban la buena temperatura, echaban una ojeada y siempre compraban algo. A los cines se iba bien perfumado a disfrutar las películas o matinées, las horas que duraran. En las oficinas, los jefes, secretarias y todo el personal se mantenía contento y arreglado.
Recordé esto mientras visitaba el vagón presidencial que se halla expuesto en la Habana Vieja, construido en 1900. En ese vagón, hasta los guardaespaldas dormían con aire acondicionado, que por aquellos tiempos se obtenía mediante la utilización de hielo seco.
En la actualidad, en muchas oficinas cubanas en verano sólo se permite poner el aire por la tarde, cuando ya los trabajadores están bañados en sudor, apestosos y malhumorados. Es el motivo por el cual en las oficinas no se puede trabajar con chaquetas, con grandes peinados y mucho menos con medias y zapatos cerrados:.
Las empleadas suelen usar blusas o camisetas con tirantes, el pelo recogido y sandalias o chancletas, para poder soportar el calor matutino. Cuando se conectan los aparatos, el aire frío es un gancho para que el trabajador se quede hasta el fin de su jornada.
En las tiendas, las dependientas, sudadas y desesperadas en lugares sin ventilación, no le responden, le 'ladran' a quien pregunte algo. Aunque estén interesados en el producto, los clientes salen corriendo de los establecimientos para respirar mejor y sentir un poco más de fresco en la calle.
Una vez fui a ver un espectáculo del humorista Mariconchi en el teatro América. No había aire acondicionado, y el calor era tan asfixiante que no me desmayé de milagro. En otra ocasión hice una cola de varias horas en el teatro Fausto, a la entrada recibí piñazos y creo que hasta di alguno. Al sentarme me di cuenta de que no había aire acondicionado, por lo que me fui al instante. Dos veces fui al Mella, había un fresco riquísimo, pero en cuanto comenzó la función apagaron el aire y el aumento del calor fue gradual.
Ya en este nuevo milenio, dentro de la gran cantidad de inversiones extranjeras que -según se afirma- se avecinan, vamos a tener que solicitar una fábrica de hielo seco, para luchar contra el calor del mismo modo que lo hicieron nuestros compatriotas en 1900.
Quién sabe si más adelante pueda escribir un artículo sobre cómo se revolucionaría la producción en Cuba el día en que se instaure de nuevo como una necesidad -y no como un lujo- el aire acondicionado.
Isis Lourdes Gómez García
Cubanet, 31 de julio de 2015.Foto: Tomada de On Cuba Magazine.
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