En el invierno de 1979, Mercedes Sosa era la artista más popular de Argentina. Sus canciones eran himnos de libertad que desafiaban los cañones de la dictadura militar que gobernaba.
Por eso, la muchacha de Tucumán que revolucionó la música en América Latina, La Negra para los que la querían, fue obligada a salir al exilio y a vivir en París en un apartamento alquilado en el que le escribía a sus amigos y a personajes desconocidos para sentirse acompañada y dejar de ser por unos minutos la mujer más sola del mundo.
El gobierno argentino le había enviado, en 1975, un mensaje con olor a pólvora en el que le daba tres días para que saliera del país. Ella aguantó tres años amparada por algunos viejos compañeros, uno de ellos armado con una pistola calibre 22, con los que compartía el miedo diario y la aventura de salir a un escenario a dejar un mensaje social en una nación controlada por un grupo de gorilas.
Mercedes Sosa recordó después aquel proceso: "Los militares no querían que yo cantara, querían que me fuera, era una molestia para ellos. Y entonces decían que era trotskista, y yo no tenía conocimiento del trotskismo. Me acuerdo de que cantaba una canción de Tejada Gómez que decía: De este país no se va nadie/ no se va nadie. Y yo luché por no irme". El episodio que decidió que la artista viajara a Europa para ponerse a salvo se desarrolló en octubre de 1978 en la ciudad de La Plata.
Mercedes Sosa daba un recital en un enorme almacén y los uniformados interrumpieron la función, la arrestaron a ella y la cachearon en pleno escenario. A los hombres y mujeres del público, unas 350 personas, los pusieron en fila para identificarlos y los llevaron a todos a la misma comisaria donde estaba la cantora a la que, para demostrarle que había delinquido, la hicieron a escuchar hasta el amanecer las canciones que cantó y que estaban prohibidas por los generales.
Después de esa noche, comenzó a preparar su viaje. En febrero del año siguiente salió para Europa. Pasó algún tiempo en Madrid con unos amigos y desde aquí alquiló el apartamento de París en el que fue a parar porque, como comentó con ironía en una entrevista, "parece que para ser exiliado hay que ser exiliado en París".
Ésta debe de ser, por sus testimonio personales y los de sus amigos de la época, la etapa más difícil de Mercedes Sosa fuera de Argentina. Más tarde regresó a Madrid y así alternó sus estancias en la capital francesa con España y con sus largas giras por países de Europa y de América. Hasta que pudo volver a su patria después de un exilio que, según confesó, "me hizo llorar para siempre".
La cantora escribió que, a su llegada a Europa, estaba atolondrada y llena de angustia y que se instaló en París "donde no se habla el castellano, donde todo es mucho más difícil. Yo hacía las cosas mal, iba buscando lo más difícil… No sabía qué hacer, lloraba en las calles. Mientras actuaba con éxito en todas partes, iba y venía. Compré un apartamento muy grande y muy lindo en Madrid. No terminaba de hacer pie. Los aplausos y las ovaciones no alcanzaban para sacarme del desconsuelo de la lejanía".
Por otra parte, dijo, la distancia de su tierra le provocaba "problemas mentales, empezaba a cambiar la voz. Sobre todo, no podía cantar Alfonsina y el mar". Fue un golpe fuerte y así lo dejó dicho: "Pensé que al volver a mi tierra querida me curaría, pero el mal estaba muy dentro de mí. Ha sido una cosa gravísima. Mi vida en el exilio ha sido realmente dura. Mi hijo no pudo acompañarme. Mi madre estaba en Tucumán. Tuve que quedarme sola".
A pesar de las tormentas personales, el tiempo que la cantora vivió en Europa le sirvió para redoblar sus funciones en el extranjero y afianzar su nombre como figura de la canción folclórica latinoamericana. Las piezas que los militares prohibían se hicieron famosas en todo el mundo. Así es que con el tono de La Negra comenzaron escucharse en cualquier sitio del planeta canciones como Gracias a la vida, Como la cigarra, Zampa para no morir, La maza, Todo cambia, Canción con todos, Calle angosta, Duerme negrito y Al jardín de la República.
En medio de su angustia privada del exilio crecía la leyenda de quien sería reconocida después como La voz de América.
Horacio Molina, el universal cantante de tangos, vivió en el apartamento parisino de Mercedes Sosa y compartió con ella su destierro tanto en la capital francesa como en Madrid. La recuerda, triste, desolada, abrasada por un desamparo que afectaba a todos los exiliados, pero que en ella "estaba como en carne viva".
Los tres años de exilio le dieron a la artista una manera especial de mirar el reloj y los almanaques porque asegura que vivió horas de cien o doscientos minutos y días de cien o doscientas horas.
Mercedes Sosa le contó al escritor Martín Caparrós, ya sosegada y libre en Buenos Aires, una las gestiones más delirantes que hizo en las últimas semanas de su vida de desterrada:
"Cuando quise volver, en 1982, estaba en París y fui a consultar a una bruja que tenía el péndulo ése para ver el futuro. Y la bruja me dijo que no tenía que volver, que me quedara. ¡Pero qué le iba a hacer caso a la bruja ésa, si yo lo único que quería era volverme para acá! Estaba desesperada".
Raúl Rivero
El Mundo, 20 de agosto de 2015
Videos: Solo le pido a Dios es de León Gieco (Argentina, 1951); Todo cambia, de Julio Numhauser (Chile, 1940), y Gracias a la vida, de Violeta Parra (Chile 1917-1967), número del cual Omara Portuondo hizo una excelente versión.
Escuchar también: Como la cigarra, de María Elena Walsh (Argentina 1930-2011); Alfonsina y el mar, de Ariel Ramírez, fallecido en 2010; La maza, de Silvio Rodríguez, que así la interpretaba en 1984; Años, de Pablo Milanés, en un formidable dúo con el autor, y Yo vengo a ofrecer mi corazón, de Fito Páez, aquí por Fito y Pablo Milanés, cuya voz le permite cantar con cualquier intérprete.
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