Caminar por la calle Virtudes, en el capitalino municipio de Centro Habana, es un ejercicio que bien podría resultar trivial -por cotidiano- para cualquier habanero. No les falta razón a los que afirman que a veces uno, de tanto mirar, termina no viendo nada. Sin embargo, si se fijan bien, si suben desde la intersección de Prado, como quien busca Galiano, podrán ver aquello que, por cotidiano, parece invisible y, por nauseabundo, tratamos de ignorar.
Cuatro o cinco cuadras son suficientes para distinguir un paisaje urbano interesante, pero grotesco, donde adolescentes y personas de distintas edades hacen sus vidas; practican juegos casi violentos, negocian, observan el panorama en busca de oportunidades desde los quicios de las puertas, gritan, comentan lo último que llegó al mercado, la novela que pasan por la antena o el escándalo de ayer.
Sin embargo, lo más distintivo de este barrio es la inmundicia. El asfalto está tan sucio como las aceras y paredes. En él hay heces de perro y también de personas; envueltas en papeles o untadas directamente sobre la superficie. Hay grandes baches, algunos con agua verdosa, donde pululan las larvas de mosquitos.
Hay también una zona donde rompieron el pavimento, tal vez con el objetivo de reparar las tuberías del agua o las líneas telefónicas, y así ha quedado. Carlos, vendedor de viandas en una carretilla, dice que ya los vecinos han planteado esta situación en las reuniones con el delegado. “Fíjate allá, en la otra cuadra, la clase de salidero que tiene inundada esa parte de la calle”, dice casi con soberbia.
Es llamativo el contraste entre la palabra Virtudes, nombre de esta calle habanera, y el panorama que la misma presenta, como también es llamativa la radical diferencia entre la imagen que vende el gobierno y lo que vive el pueblo. Más allá, de Amistad hacia arriba, hay dos grandes basureros en sendas esquinas que hacen casi imposible el tránsito de los autos. La basura es una mezcla de escombros y materia orgánica. El cemento y la piedra se confunden con las moscas, las viandas podridas y las almohadillas sanitarias sin envolver.
La gente camina lentamente por allí, casi con normalidad; algunos me miran con sorna y un señor en silla de ruedas me pide que me vaya, que deje de tomar fotos, como si estuviera prohibido. En el agro de la esquina a Amistad, hay un fuerte olor a papas podridas. La legendaria papa, cuya escasez provocara hace solo unos meses gran revuelo a nivel nacional, ahora se pudre en los mercados.
Uno se pregunta cómo es que los vecinos no se enferman, como es que los cubanos no nos enfermamos con tanta inmundicia. Una señora, que arrienda su casa a los turistas, cuyo nombre no autorizó a revelar, se queja de la falta de higiene generalizada. “Algunas veces hemos perdido clientes al ver cómo está esto, mijo”, dice y señala la basura.
En más de una vivienda resaltan los letreros que anuncian el arrendamiento a turistas en moneda libremente convertible. Cobran entre 25 y 30 cuc diarios por habitar entre la inmundicia. Siempre hay quien los paga.
Cuando se sobrepasa Galiano, Virtudes comienza a exhibir otra cara. Aumentan los grafitis en los muros con alegorías a la Revolución, los CDR y otras organizaciones. Carteles que dicen: ¡Viva Fidel!, como si fueran conjuros que le dieran vida eterna.
Ante esos mismos carteles, en las noches, puede notarse el movimiento de mujeres y hombres que desde las esquinas vigilan. Detrás de los muros con la bandera cubana pintada o la figura de 'los cinco espías', otras vidas tienen lugar. Vidas más allá de las consignas. Vidas marcadas por la supervivencia.
Texto y foto: Osmel Almaguer
Cubanet, 1 de mayo de 2015.
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