Toda publicación que sea para recordar nuestras costumbres no puede olvidar las modas. Para no remontarnos demasiado lejos, hacemos un paréntesis en la década de los años 50 y a grosso modo recordaremos qué hacíamos en aquella época en Los Palacios, uno de los once municipios de Pinar del Río, provincia situada a unos 147 kilómetros al oeste de La Habana.
Como los palaceños queríamos saber si estábamos a la moda, qué se podía o no usar, en las revistas Vanidades, Ellas y Romances encontrábamos orientaciones para estar al tanto del buen vestir. Las tres eran cubanas y su circulación era mensual. ¿Eran publicaciones para personas ricas? ¡Qué va!
En Los Palacios, además, existían academias de corte y costura. Entre ellas estaba la de María La Montañesa, que con el sistema de Maria Teresa Bello, enseñaba hasta sastrería a sus alumnas. Otra academia era la de Rosa María Castillo, que utilizaba el sistema Roche y aprendías a bordar. En el pueblo también habían mujeres que cosían de afición, otras cortaban por otra pieza de ropa. Y quienes no tenían máquina de coser, cosían a mano.
Para adquirir los tejidos de moda, podías acudir a las antiguas tiendas El Paraíso, La Casa Pepe, La Ópera, El Encanto y La Retacera de Delio, entre otras. Si no tenías dinero podías comprar la tela y complementos que necesitaras y pagabas a plazos.
Cada sábado, por solo 20 centavos de entrada, Pepe el Moro te daba un corte de tela de seda fría o de otro material. Y qué decir de las tiendas Monguito Solapeña y el As de Oro: encontrabas de todo, de todos los precios y distintas formas de pago.
Hablando de modas. ¿Quién no recuerda en Los Palacios a 'Chuchu' Izquierdo? Ella lo mismo hacía un conjunto sencillo que un traje de baile. Si lo querías rápido y barato, por la mañana le llevabas la tela a Valeria Román y por la noche te estrenabas el vestido.
¿Estrenarse un vestido y a dónde ir? Lo más cotidiano, un paseo por la Calle Antonio Maceo (actual Calle 23), con sus dos cunetas a los lados y uno que otro bache con agua "si llovía", pero las muchachas, elegantes, caminaban desde la Calle Warren (actual Calle 20) hasta la Serafín García (actual Calle 28), ida y vuelta varias veces. Los galanes estaban ahí para admirar las bellezas de su pueblo.
Una señorita que se considerara bien vestida, llevaba zapatos de tacones altos estilo Luis XV, medias largas, lazo en el pelo, collar largo, aretes grandes y un pasador o una rosa en el pecho.
En la primera mitad de la década de los 50, estuvieron de moda los vestidos que marcaban el cuerpo de la mujer, algunos drapeados y rebuscados. Estos modelos fueron desplazados por las 'paraderas', una o varias sayuelas almidonadas que hacian lucir a las muchachas con cinturitas de avispas. Las más delgadas no tenían problemas con las caderas, pues le quedaban los defectos tapados con el almidón. Las más pechugonas iban a lo Sarita Montiel.
Si pasaban de los 30 años, las señoras no se ponían prendas sin mangas ni escotadas, mejor si el cuello era alto. Solían usar conjuntos de dos piezas de color entero y sobrio. Los estampados y colores vivos eran para las más jóvenes. Para ir a misa, era obligado ponerse vestidos con mangas, por debajo de las rodillas. Sin medias, jamás, y la cabeza cubierta con un velo o mantilla. Para exhibir el último grito de la moda, las palaceñas iban al antiguo Club Hispano Cubano.
Aunque hiciera frío, los 24 de febrero en Los Palacios se celebraba el Baile de las Guayaberas. El hombre que tuviera una sola guayabera, llevaba la misma a todos los bailes. Las muchachas iban con trajes de algodón donde predominaban los colores de la bandera: blanco, azul y rojo. A veces eran de cuadritos o de ovalitos.
En Semana Santa, el Sábado de Gloria, se realizaba un baile de disfraces. Los asistentes se disfrazaban de gitanos, gallegos, odaliscas, fantasmas, una variedad impresionante, cada cual más original. Para las verbenas, la costumbre era usar un modelo diferentes para cada noche... y a bailar en el andén del ferrocarril.
Con la llegada del mes de mayo y con él la primavera, el color blanco era el más usado. El 25 de diciembre, día de Navidad, a muchos les gustaba lucir una ropa nueva. Pero los grandes estrenos se dejaban para esperar el nuevo año, en el baile del 31 de diciembre. En esos días tradicionales e invernales, no faltaban los suéters tejidos con dos agujas, las chaquetas de astracán, pieles de zorro de imitación y estolas hechas en casa de diferente tejidos.
Además de guayaberas, los jóvenes de Los Palacios usaban camisas de mangas largas, que jamás iban por fuera del pantalón, y trajes cuando la ocasión lo requería. Una corbata no faltaba ni en el ropero más pobre.
Teresa Ramírez Alonso
13 de marzo de 2010
Tomado del blog Historial Palaceño.
Leer también: Recordando a Los Palacios.
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