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viernes, 10 de octubre de 2014

Aquellas posadas



Primeramente fueron llamados "Albergues INIT", porque eran administrados por el entonces Instituto Nacional de la Industria Turística. Sin embargo, los cubanos les pusieron el nombre por el que aún siguen siendo recordados: posadas.

En su concepción original, las posadas eran sitios para pernoctar cuando se llegaba a la ciudad a realizar algún tipo de gestión que requería de varios días. También eran lugares para parejas que buscaban un espacio para estar unas horas a gusto.

La mayoría de los hombres que no poseían una vivienda buscaban el modo de convencer a sus ocasionales o estables parejas para ir a una posada. En esa etapa, alquilar una habitación en el hotel Habana Libre costaba alrededor de 22 pesos la noche. Pero en los años 70 y 80, 22 pesos era algo duro de conseguir.

Generalmente, las mujeres le hacían cierto rechazo a la idea de ir a las posadas. Si eran muy jóvenes, tenían miedo a ser reconocidas por alguien del barrio o la escuela. Si eran más adultas, ponían cierto reparo ante la higiene en las habitaciones y los huecos en las paredes. Era latente el peligro de infectarse con cierta clase de bichos francamente indeseables, los denominados 'caránganos'.

Era recomendable revisar las paredes y en especial la puerta. Los huecos, y los correspondientes mirones, parecían formar parte del inexistente servicio al usuario. Desde mediados de los 80, las posadas empeoraron aún más.

Quien se lanzaba a la gran aventura de visitarlas, sin estar debidamente preparado, podía correr ciertos riesgos. Hay quien tuvo que lidiar con una habitación cuya cama estaba sostenida por cuatro ladrillos. También era posible encontrarse con colchones con más huecos que el paisaje lunar.

Los fines de semana era complicado reservar un cuarto. Las filas resultaban largas y tediosas. Era común pagar diez o incluso veinte pesos, para entrar más rápido. Aparte, el posadero manejaba dos o tres habitaciones para alquilarlas a quienes pagaban el sobreprecio. Como valor añadido, existía la posibilidad de que el colchón, la cama y la sábana fueran nuevos o al menos la sábana estuviera limpia.

La habitación solía tener un pequeño baño donde nunca había agua. Dentro, a un costado, se hallaba un recipiente más o menos idóneo para recogerla. El preciado líquido se buscaba al final del pasillo en un tanque o, con suerte, se tomaba de un grifo.

El destino de las posadas, al menos en La Habana, cambió definitivamente después de la llamada Tormenta del siglo, en marzo de 1993. En esa época, la mayoría de las posadas se hallaban en manos del Poder Popular. Algunas estaban en mal estado, con problemas de filtraciones y humedad en las paredes. Sin embargo, rápidamente, los antiguos albergues se convirtieron en casas de vivienda para damnificados.

"Al principio, tuvimos que poner un cartel en la entrada: ESTO YA NO ES POSADA, AQUÍ VIVEN FAMILIAS, NO MOLESTE, contó a este reportero un inquilino de la antigua posada Venus, cercana a la estación central de trenes, en la Habana Vieja.

"Es que las parejas llegaban aquí, borrachas o arrebatadas, gritando: ¡Posadero, dame un cuarto que estamos locos por templar! Tremenda pena ese show con niños y personas, pero ya todo eso pasó."

Aunque en La Habana han desaparecido las posadas, en otras ciudades del país, como en Holguín, se conserva esa modalidad de hospedaje. Allí, años atrás, el gobierno local logró destinar un presupuesto en la reparación básica de antiguos hoteles en el área urbana, como el Majestic y el Turquino. Y se mantuvo el pago del servicio en moneda nacional.

En Santa Clara, el hotel Modelo recibió una supuesta reparación general y fue reinaugurado con bombos y platillos. Al poco tiempo los problemas afloraron y está más o menos igual que antes.

El papel que jugaban las posadas es asumido hoy por los arrendatarios de habitaciones en casas particulares. En Holguín se cobra la estadía por horas, consideran que es más lucrativo hacerlo así y no por días de estancia. En Cienfuegos y Santiago de Cuba, el precio de alquiler diario es de entre 8 y 10 cuc, en dependencia de las condiciones de la habitación, si tiene aire acondicionado o ventilador.

En La Habana, el precio obedece a la ubicación y las comodidades ofertadas. Se cobra más caro en el Vedado, cerca de la zona de los hospitales Oncológico y Calixto García. En Playa, los arrendatarios situados cerca de la Casa de la Música de Miramar, cobran por horas y tienen clientela fija.

En fecha reciente, el Estado autorizó a las empresas que poseen pequeños o medianos moteles, conocidos como Casas de Visita, a ofrecer servicio de hospedaje a cualquier persona que lo solicite. Las habitaciones pueden ser alquiladas por días o por horas. El pago es en cup, la devaluada moneda nacional.

Sin embargo, en el recuerdo de los mayores de 50 años perviven aún aquellas posadas, donde muchos descubrieron la magia imperecedera del sexo.

Camilo Ernesto Olivera
Diario de Cuba, 29 de agosto de 2014.

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