Muy pronto la "revolución más verde que las palmas" resultó un melón: verde por fuera y roja por dentro.
El 16 de abril de 1961, en la céntrica esquina de 12 y 23, en el Vedado, ante miles de hombres armados y vestidos de milicianos -pantalón verde olivo y camisa de mezclilla azul-, Fidel Castro puso las cartas al descubierto y declaró su filiación al comunismo.
En medio del frenesí revolucionario, el máximo líder revistió de humildad a la revolución comunista. Los pobres, los de abajo, marcharon al combate convencidos de que aquélla era su revolución, "la de los humildes, por los humildes y para los humildes".
Ese día, 16 de abril, ya se había puesto en marcha una invasión fraguada en Estados Unidos y cuyo punto de desembarco era una bahía estrecha y profunda, situada al sur de Matanzas y Cienfuegos, que mundialmente quedaría conocida por Bahía de Cochinos.
Cuando 72 horas después la invasión fue derrotada, yo me encontraba en la Sierra Maestra, pasando el tercer y último curso convocado por el Instituto Nacional de Reforma Agraria para formar maestros voluntarios, dispuestos a abrir aulas rurales en llanos y montañas.
Todo lo que por esos días pasó en la capital así como las movilizaciones y combates en el suroeste de la isla lo sé por referencias ulteriores. En el campamento La Magdalena, lomerío a una hora de camino de Minas del Frío, zona montañosa cercana al Golfo de Guacanayabo, en el oriente de Cuba, no llegaban noticias de lo que ocurría en el resto del país.
En ese momento no lo podía imaginar. Pero en aquel grupo de adolescentes y jóvenes de los dos sexos que nos fuimos a la Sierra Maestra, estaba el germen de un experimento castrista: la combinación del estudio con el trabajo. Tan es así que en 1960, cuando se creó la Asociación de Jóvenes Rebeldes su lema fue Estudio, Trabajo y Fusil.
El ambiente serrano trataba de reproducir el modo de vida de los rebeldes. Se dormía en hamacas, amarradas a los horcones que sostenían largos barracones abiertos, techados con guano. Allí la información no era una asignatura priorizada: no había luz ni radios de batería. Por los campesinos del lugar y algún que otro periódico viejo nos enterábamos de la "actualidad".
Pese a su rusticidad, aquella aventura montañera tuvo su encanto: la oportunidad de convivir con la belleza de una selva casi intacta y la proeza de ascender tres veces a la elevación mayor de Cuba: el Pico Real del Turquino, con 1, 974 metros de altura sobre el nivel del mar.
Cuando en junio de 1961 regresé con mi título de maestra voluntaria en la mochila, no sólo mi cuerpo había cambiado: de 100 libras que pesaba al llegar, regresé a mi casa con 130 libras. Era la primera vez que salía de La Habana, mi ciudad natal, y llegaba hasta Oriente, provincia tan atrasada o más, que Pinar del Río, la 'cenicienta de Cuba'. Con el agravante de que los orientales padecían las heridas causadas por dos años de lucha guerrillera, desde diciembre de 1956 hasta diciembre de 1958.
La ideología comunista que recién había adoptado la revolución, en el futuro no ejercería demasiada influencia en mí. El melón nunca ha sido mi fruta mi preferida, a no ser en jugo o "duro frío".
Tania Quintero
Publicado con otro título en enero de 1999 en Cubafreepress.
Senora usted misma se engrandeze.QUE FEO DE SU PARTE.
ResponderEliminarLei un bonito relato con el cual me identifique porque yo tambien en un momento dado estuve en las montañas oreintales, dormi en hamacas y por tres meses solo comi chicharos y yucas, pero nunca olvidare los arroyos con cascadas incluidas que la mayoria de los mortales solo ha visto en peliculas. No veo en ningun sitio que Tania haya querido engrandecerse, solo es, como ella misma lo titula un "apunte periodisco". Lariza
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