No existe mayor soledad que la de las mujeres árabes, lo he comprobado en la melancolía de sus hermosos ojos, cubiertos bajo una rejilla de tela azul, o un velo negro, el rostro sometido a un bozal de hierro a veces, no sólo en las calles de Arabia Saudí, sino también por los Champs-Elysées, no hace mucho tiempo, hasta que una ley prohibió el uso del velo en Francia.
No hay mayor soledad, lo digo, el cuerpo roto por las golpeaduras constantes, latigazos incesantes, maltratos violentos con "cepillos de madera", como aconsejaba un mullah en un programa televisivo hará algunos años. No hay más soledad que el oscurantismo en el que se han visto envueltas, tan pesaroso como el trapo perverso en el que deben embalsamarse en vida, esconder su cuerpo, porque los islamistas, lo han decidido así. Aunque el Corán y Mahoma también lo exigen. Sólo hay que leer.
Hace tiempo que escribí, y no lo hice porque se me haya ocurrido a mí, sino provocado por las numerosas conversaciones que he sostenido con las mujeres árabes, de todas las religiones, pero sobre todo con las musulmanas, en sus países, en El Líbano, en Marruecos, en Israel, en Europa, que las llamadas revoluciones árabes adolecían de una revolución femenina, o para los que nos chirrían en los oídos la palabra "revolución", me dijeron y estuve de acuerdo, y por eso lo escribí, que hacía falta un contundente movimiento árabe de las mujeres en contra del horror. Se ha producido de a poco, a pequeña escala, pero no masivamente.
En esos países, sabiendo de qué va el horror: de lapidaciones, ahorcamientos públicos de homosexuales, latigazos, mutilaciones, deformaciones del rostro con ácido, sabemos que no es nada fácil crear movimientos en contra del islamismo radical, en contra del islamismo a secas, por el ateísmo y la libertad. Además, extrañamente los movimientos feministas y los movimientos gays, en la mayoría de las ocasiones, se hacen de la vista gorda. Lo vimos durante el gobierno socialista de Zapatero y ahora con el de Rajoy.
Ayer hablé con una amiga que se encuentra en El Líbano, con ella visité ese gran país en el 2009; no siempre bajo la égida del terror como se ha dado a entender, un país tan democrático como Israel, por cierto, claro, con diferencias. Ayer le preguntaba por correo electrónico si no podía volver antes, y me respondió que no, que no había sitios en los aviones, que la gente se está marchando masivamente, a todo meter. Asumiendo que debían cuidarse, lo primero que le solté fue que no saliera de noche. Y enseguida obtuve su comentario, un poco más tarde, siempre por email: "Salimos de noche, vivimos en una parte en que no pasa todavía nada". Lo sé, cuando la última guerra, ellos estaban allí, con los niños más pequeños, viviendo siempre en la parte cristiana, maronita.
En aquel momento, antes de mi visita al Líbano, yo no podía entender cómo un país estaba siendo bombardeado y ellos se sentían relativamente calmados. Cuando visité el Líbano entendí bastante. Toda esa parte que yo llamaría libre del horror había crecido. A tan pocos años de la guerra, indiscutiblemente se habían recuperado de manera tan rápida que si no lo hubiera visto con mis propios ojos no me lo habría creído, su mentalidad es otra, la de la libertad y la vida.
La otra parte, la de Hezbollah presentaba esa imagen atroz de la depauperación, del desgano, del estado de combate en permanencia provocado para atemorizar e hipnotizar a la población, paralizarla. Mi amiga y yo sabemos de qué se trata, lo hemos vivido en Cuba: el militarismo del lado del poder, pero el militantismo también del lado de los extremistas, del exceso, entregada a ese mismo militantismo cuando la ideología devino religión, creencia ciega. El problema es el sentido religioso de lo práctico, ¿qué fue y es sino la utopía? Y de la cotidianidad asumida como sermón ideologizante en que se han ido transformando las creencias desprovistas de cultura, de sabiduría, convertidas en puro fanatismo.
El islamismo radical ha retomado el protagonismo de los movimientos guerrilleros terroristas latinoamericanos, inspirados y entrenados en la Cuba castrista y diseminados en América Latina y en los países árabes, recuerden a Carlos El Chacal, el terrorista venezolano condenado a cadena perpetua en Francia, quien declaró a la prensa (¡desde la cárcel!) tras la masacre del 11-S que Ben Laden había sido su discípulo, que se habían conocido y luchaban por lo mismo.
Nadie nos escucha sobre ese punto, pocos oyen a las mujeres, incluso cuando más tarde se corroboran de sobra nuestras tesis y análisis. He conocido chicas iraníes de una valentía envidiable, conozco egipcias de un coraje excepcional que no quieren a los militares, ni el regreso de Mubarak, pero tampoco, ni mucho menos, a la Hermandad Musulmana, reclaman democracia. Sólo oyéndolas podría haberla en un futuro. "El islam es la religión del país, pero no es la única, hay otras. Y esas religiones, todas, deben convivir, apartadas de la política", me dijo una durante una Feria del Libro en Francia.
Por supuesto, cuando la religión se amparó de la política, sustituyéndola con la intención de hacerlo para siempre y siendo aceptado el hecho por los políticos occidentales y por Occidente mismo, no es que el islam se haya convertido en penuria dictatorial ni nada por el estilo, no sólo eso, se transformó en tiranía totalitaria, en totalitarismo, al mismo nivel que el fascismo y el comunismo, sangrientos, criminales; y más peligroso, porque como decía Guillermo Cabrera Infante: "Contra una ideología se puede combatir, pero no contra un sentimiento".
Y tanto la ideología "izquierdosa" recalcitrante -que no de izquierdas-, como la ultraderecha, como cualquier extremismo, como el islamismo, repito, han devenido sentimientos de poder absoluto sobre el otro, sobre la otra por encima de todo, con la única intención de despedazarla, triturarla, y antes de someterla, por el mero hecho que siendo mujer para ellos es considerada, sucia, insana, indigna.
No he conocido soledad más grande que la de las mujeres árabes, reitero; aunque sí, aunque no al mismo nivel, lo sé, pero conozco de la soledad de las mujeres cubanas, apaleadas en las calles, encueradas por los esbirros castristas delante de los ojos de sus propios hijos, vilipendiadas, asesinadas. Los crímenes que han sido cometidos en su contra por el castrismo, escondidos bajo la mascarada de un deceso en un hospital, como fue el caso de la líder de las Damas de Blanco, Laura Pollán, abandonadas y enfermas en una celda castrista, como es el caso de Sonia Garro Alfonso, encarcelada desde hace diecisiete meses, maltratada pese a que padece un quiste en un riñón y a la que le niegan el tratamiento médico, son injustamente silenciados.
Nadie las acompaña, ¿por qué? Unas son árabes, otras son cubanas. Unas luchan contra el totalitarismo islamista, contra la Sharia, otras combaten contra el totalitarismo castro-comunista. Los dos totalitarismos se apañan, son los niños mimados de un izquierdismo tentacular internacional que a veces hasta pasa por liberal.
Zoé Valdés
Libertad Digital, 21 de agosto de 2013.Leer también: Periodistas iraníes por los suelos y El amor según Kim.
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