Para Lucy Montes, la detención de su hermana Ana fue humillante. A Tito y ella les preocupó la posibilidad de perder sus puestos en el FBI, y sintieron sucesivas oleadas de indignación. Pese a eso, durante casi una década, Lucy pensó que no servía de nada hablar en contra de ella. “Me pareció mejor ser simplemente su hermana, no juzgarla ni sentenciarla”.
Sin embargo, a finales de 2010, Ana se excedió. Desde su celda en una prisión de Texas, escribió una carta llena de furia en la que sugería a Lucy que fuera a ver a un psicólogo para librarse de la ira latente que la inundaba. Semejante hipocresía fue la gota que colmó el vaso. “He pensado que ha llegado el momento de que te cuente exactamente qué pienso de ti”, respondió Lucy el 6 de noviembre de 2010, en una carta de dos folios que mostró a este periodista. “Nunca te lo había dicho porque... me parecía una crueldad, contigo en la cárcel. Pero debes saber lo que nos has hecho a todos nosotros”.
Lucy empezaba mencionando a su adorada madre, Emilia. “Tienes que saber que has arruinado la vida de mamá. Cada mañana se levanta destrozada por lo que hiciste y por dónde estás”. No bastó, seguía Lucy, con que su madre “estuviera casada con un hombre violento durante 16 años y criara a cuatro hijos sin ayuda. No, tú has tenido que arruinar sus últimos años, cuando debería poder vivir contenta y en paz”.
Luego pasaba a hablar de los más próximos a Ana. “Traicionaste a tu familia, traicionaste a todos tus amigos. Traicionaste a todos los que te querían”. “Traicionaste a tus colegas y tus jefes, y traicionaste a nuestro país. Espiaste para un megalómano perverso que entrega o vende nuestros secretos a nuestros enemigos”.
Por último, Lucy deshacía las manidas justificaciones de Ana. “¿Por qué hiciste lo que hiciste, de verdad? Porque te daba la sensación de ser poderosa. Sí, Ana, querías sentirte poderosa. No eres ninguna altruista, no te preocupaba “el bien común”, te importabas tú. Necesitabas tener más poder que otras personas”, era la conclusión de Lucy. “Eres una cobarde”.
En las entrevistas, Lucy se niega a disculpar a su hermana. Aunque su difunto padre tenía un genio aterrador, Lucy también recuerda que era un hombre compasivo y con sólidos valores. “Crecimos todos en el mismo hogar, tuvimos los mismos padres, así que no se puede achacar todo a lo que pasaba en nuestra casa”, dice. “Si hay algo que nos enseñó mi padre es el respeto a la ley y la autoridad. A mí no me se pasó jamás por la imaginación que mi hermana pudiera hacer algo semejante, porque no nos educaron así”.
En la actualidad, Ana Belén Montes vive en el Centro Médico Federal Carswell de Fort Worth, en una galería de 20 presas reservada para las criminales más peligrosas del país. La podían haber acusado de traición, que implica pena de muerte, pero se declaró culpable de espionaje a cambio de una condena de 25 años. Le quedan aún otros 10 años. “Por lo visto es un ambiente espantoso”, explica Lucy. “Dice que es como estar en un manicomio”.
Los servicios de inteligencia y del ejército de Estados Unidos han dedicado años a evaluar las consecuencias de los delitos de Montes. En una vista celebrada en 2012 en el Congreso, la responsable de esa evaluación declaró que Montes fue “una de las espías más dañinas de la historia de Estados Unidos”. La antigua directora del servicio nacional de contraespionaje Michelle Van Cleave explicó a los congresistas que Montes “puso en peligro todos los programas de obtención de informaciones” que se utilizan para espiar a las autoridades cubanas y que “es probable que las informaciones que transmitió contribuyeran a la incapacitación y la muerte de agentes americanos y proamericanos en Latinoamérica”.
Las estrictas reglas penitenciarias impiden que Montes hable con periodistas ni otras personas, aparte de unos cuantos amigos y familiares. No obstante, en su correspondencia privada, se niega a pedir perdón. Su labor de espía estaba justificada, dice, porque Estados Unidos “ha hecho cosas terriblemente crueles e injustas” al Gobierno cubano. “Debo guardar lealtad a los principios, no a un país, un Gobierno ni una persona”, escribe en una carta a un sobrino adolescente. “No tengo por qué ser leal a Estados Unidos, ni a Cuba, ni a Obama, ni a los hermanos Castro, ni siquiera a Dios”.
Lucy Montes sabe lo que es la lealtad. Cuando Ana salga de la cárcel, el 1 de julio de 2023, ella estará esperándola. Le ha propuesto que viva en su casa durante unos meses, hasta que se organice. “Lo que hizo no tiene nada de aceptable. Pero, por otra parte, creo que no puedo darle la espalda, porque es mi hermana”.
Jim Popkin
El País, 27 de abril de 2013.
Foto: Tomada de El País, cortesía de la familia. Ana Belén Montes, con su familia en un centro de entrenamiento del FBI en Quantico en 1989. De izquierda a derecha, su padre, Alberto; Ana; su hermana Lucy; su cuñada Joan y su hermano Tito.
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