Ha pasado ya la primera semana de su libertad condicional. Con un poco menos de asedio -de la prensa, de familiares y amigos y de diplomáticos- Martha Beatriz Roque Cabello entra en su segunda semana en su diminuto apartamento de Luis Estévez 352 entre Cortina y Figueroa, Santos Suárez, La Habana.
El teléfono rojo, modelo antiguo, instalado al lado de su cama no deja de sonar. Hasta de la zona ocupada de Jerusalén la llamaron. En su primer domingo libre, sin tener que pensar que al otro día tenía que reincorporarse a la sala-prisión del hospital militar, Martha aspiraba a "dormir la mañana".
En broma le dije que a lo mejor, por el cambio de horario, la despertaban a las seis de la mañana de Australia o de China. Y es que por estos días tanto Martha Beatriz como Félix Bonne Carcassés han competido con el caso Elián.
Sin dejar por un instante de preocuparse por la actualidad nacional e internacional; sin desatender sus relaciones familiares -tanto con los seres queridos residentes en La Habana como los de Miami-; sin incumplir sus deberes religiosos, Martha Beatriz comenzó a encaminar su casa, durante casi tres años abandonada y saqueada por dos robos consecutivos.
Ya logró que le instalaran el gas en la cocina y una pequeña alacena. Para cuando pueda, quisiera deshacerse de la vieja cocina, demasiado grande para el reducido espacio y comprar una de dos hornillas. Pero antes le urge un refrigerador. Salió de la cárcel con el hígado graso, el colesterol alto y la hemoglobina baja, más sus problemas crónicos de alergia, displasia mamaria y trastornos gástricos.
Debe bajar de peso -en Cuba los presos suelen engordar porque consumen demasiados carbohidratos: pan, galletas, dulces, refrescos instantáneos, agua con azúcar prieta- y mantenerse con una dieta estricta, donde abunden frutas y vegetales. Pero con el clima promedio de la isla, con 30 grados la mayor parte del año, es muy difícil conservar alimentos perecederos, a no ser que se viva al lado de un agromercado (y de los precios, ni hablar: comer sanamente en Cuba cuesta un ojo de la cara).
También necesita platos, cazuelas y otros implementos útiles para el hogar. Martha sabe que todo es con calma, poco a poco. Lo importante, ella misma lo dice, es que ya está de nuevo en casa.
Un periodista extranjero la llamó para saber si se iba a reunir con la ministra alemana de Cooperación Económica y Desarrollo, de visita en Cuba. Ella no tendría ninguna objeción, pero no tiene vestuario para tales citas. De momento, se levanta temprano y limpia y acicala su vivienda. Si le da tiempo, se baña y se pone su ajuar preferido: una combinación de short y pulóver, como los que usaba en sus encerramientos, claro sin dejar que la TV la tome completa. De modo que por CNN, Telemundo, Univisión y otras redes aparece siempre del torso hacia arriba.
Martha Beatriz es muy presumida. Ya cumplió 55 años, pero no deja que las canas se le vean. Si es preciso, de madrugada se tiñe el pelo. Y si está entre gente de confianza, aprovecha para arreglarse manos y pies mientras conversa.
Hija de españoles, de ellos heredó la laboriosidad. Es muy organizada y al igual que sus hermanas, sumamente pulcra. El hecho de ser economista ha determinado en buena medida su exquisitez por los detalles. Cifras, datos, informaciones: todo parece ajustarse a la realidad. Siempre rectifica que su nombre lleva una "h" entre la "t" y la "a" final. Su profesión no le permite aceptar descuidos.
Esa "matraquilla" no impide que sea una mujer risueña, desprendida y humana. Comparte con otros lo que tiene, sea mucho o poco. Posee gran sentido del humor, no le gusta hablar en voz alta y no acostumbra a decir "malas palabras". No fuma ni bebe. Su mayor afición es la lectura y se siente feliz rodeada de los que considera "hermanos". No tuvo hijos, pero los niños se desviven por estar a su lado. Y ella por tenerlos, inquietos y juguetones, llamándole "Tía Martha" y guardándose en el bolsillo golosinas destinadas a sus muchos sobrinos y ahijados.
Tania Quintero
Cubanet, 24 de mayo del 2000.
Foto: Tomada del blog Balcón al Caribe.
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