Aitana, 31 años, comenzó a jinetear para ser distinta. Cursaba noveno grado, internada en una escuela secundaria en los inicios de los 90, y su horario se dividía entre el trabajo agrícola y el estudio.
No se inició en la prostitución por dinero o para disfrutar de restaurantes y discotecas de primera. No. Lo hizo por seguir la estela de sus amigas y por probarse a ella misma.
En las noches cálidas y estrelladas, sus compañeras de albergue contaban historias fascinantes de sexo extravagante con tipos que venían de otros lares. Drogas y diversión. Bebida y buena mesa. Les pagaban bien y se compraban modelos exclusivos y perfumes caros.
Aitana sentía que no tenía una historia que contar. Vivía en una casa confortable en la barriada de Miramar. Sus padres eran funcionarios dentro del gobierno. Viajaban al extranjero y complacían a su única hija en los más pequeños detalles.
Desayunaba fuerte y hacía dos comidas al día, incluso, en los años duros del período especial -la gran depresión cubana-, cuando La Habana se quedaba a oscuras doce horas diarias, la casa de Aitana, gracias a una pequeña planta eléctrica portátil, se mantenía con luz.
Pero la chica miraba de soslayo a sus amigas y quería probar fortuna. “Me molestaba mucho ser la hija de papá, la niña bitonga, la que todos los profesores en la escuela ponían de ejemplo. Por pura maldad empecé a salir con extranjeros”, cuenta 17 años después, sentada en una silla metálica de una cafetería al aire libre vestida de forma sobria.
“Era virgen, fue un sueco alto y bastante guapo el que me hizo mujer. Recuerdo que cuando me ofrecían dinero yo no lo aceptaba. Tenía 14 años. Lo mío era bailar, ir a la playa y después poder contar mis historias a mis amigas. Tengo grabada en la retina cómo se quedaron con la boca abierta cuando les narraba mis aventuras amorosas”, apunta mientras fuma un cigarro mentolado.
La mala suerte llegó una noche de 1998 a la familia de Aitana. En una redada policial fue capturada y fichada como jinetera. Sus padres no lo querían creer. Gracias a su influencia no fue a la cárcel.
Pero cometieron el error de abandonarla. Aitana se fue a vivir con una amiga de su etapa estudiantil. Dejó el bachillerato en segundo año. Tomó adicción desmesurada por las drogas fuertes.
Emocionalmente inestable, sin una orientación sexual correcta y apremiada por el dinero, salía a jinetear con el miedo en el cuerpo. Temía ir a prisión. Sabía que estaba registrada por la policía.
“Pero me había comprometido con una amiga de la escuela, yo la amaba, pensaba que ella a mí también. Al poco tiempo, me obligó a jinetear para buscar dinero, lo hice y me pilló la policía. En la cárcel de mujeres pasé lo más negro de mi vida”, dice mientras hojea un álbum de fotos personales.
Hoy, Aitana es una mala copia de los retratos que muestra. En la cárcel, fue la ‘chica’ de mujeres hoscas y bravuconas que la sodomizaron hasta el cansancio. También fue juguete sexual de algunos guardias del penal.
Tras dos años en el infierno regresó a la calle, dispuesta a cambiar su vida. Buscó ayuda en sus padres y éstos le tiraron la puerta. “Olvídate de que tienes padres, me dijeron. Dormía en las funerarias o terminal de ómnibus, así conocí a Miguel, un hombre maduro y amable, pensé que al fin la suerte me sonreía”.
Todo lo contrario. Miguel era un bisexual consumado que la obligó hacer el amor en grupos de hasta seis personas. En una de esas orgías, Aitana pescó el SIDA.
“Cuando lo supe, intenté suicidarme. Luego unos amigos, también seropositivos, me dieron aliento, ahora formamos un grupo que promocionamos el sexo seguro. Las monjas de una iglesia me permitieron trabajar en un asilo de ancianos. He madurado sufriendo. No deseo que nadie viva este tipo de vida. Entre mis planes, si Dios lo permite, espero integrar un grupo para aconsejar a los más jóvenes”.
Ella desearía ser madre. Pero los médicos la han alertado que corre el riesgo de trasmitírselo a su retoño. “Mi historia quizás sea un castigo por haber hecho mal mis deberes. No guardo rencor a nadie. Ni a mis padres ni a las personas que amé. Yo elegí un camino errado”, confiesa sin una pizca de drama.
La noche cae de prisa en La Habana y amenaza lluvia. La mujer, esquelética y ojerosa, se marcha por una calle que desemboca al mar. En la mesa de aluminio queda una foto olvidada, de cuando era adolescente y bella.
Al rato, un aguacero de espanto se lleva de golpe la foto, que en pequeños remolinos va a parar a un tragante cargado de suciedad. Y por ahí se pierde.
Iván García
Publicado en septiembre de 2010 en este blog.
Foto: Muchacha asomada a la ventana. Cuadro de Salvador Dalí, 1925.
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