Por Juan José Millás
He oído el timbre y me he puesto encima el primer cuerpo que he encontrado", podría haber dicho Amy Winehouse, a modo de disculpa, a la persona a la que abría la puerta de su casa en esta foto. Si no le importaba aparecer con el cuerpo que tenía más a mano, aunque fuera el que es, cómo iba a importarle que la viéramos con esos pantalones por debajo de cuyos bordes asoman unos bolsillos con calidad de víscera, lo mismo que ese trozo de correa que se desliza entre sus piernas. Incluso el fragmento de pecho que muestra descuidadamente a la cámara por debajo de la camisa mal atada tiene algo de casquería. Salía a escena también con el primer cuerpo que encontraba, que era siempre el suyo, y con el que guardaba una relación de indiferencia conmovedora hasta las lágrimas. Ni lo moldeaba ni ocultaba sus partes, ni trataba de hacerlo parecer más esbelto. Lo tatuaba y lo pintaba, eso sí, porque la gente que pasa muchas horas en prisión (en este caso, prisionera de sí misma) acaba utilizando el cuerpo como un juguete, o como cuaderno de dibujo. Así, Amy se apuntaba cosas en el brazo y en el antebrazo o daba forma a los labios (para que la boca no se olvidara de ser boca) y a los ojos (para que no se olvidaran de ser ojos). Ella, en cambio, no es que se olvidara de quién era, es que no tuvo idea nunca de quién fue, de lo grande que fue, y en ese no saber había un atractivo irresistible, saliera con el cuerpo que saliera a recibirte. Aquí parece que tras saludar al visitante le anuncia su intención de regresar a la oscuridad del portal. Back to black. Regreso a negro.
El País Semanal, 5 de febrero de 2012
Foto: Sorena Armani, Getty Images.
Pobre Amy... qué pena.
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