Por Pablo Pascual Méndez Piña
En el año 1959, Ladislao Bencomo pregonaba y recorría la barriada de Nuevo Vedado con su carretilla repleta de frutas y viandas. Al transitar por la calle La Torre, un joven y devorador insaciable de mamoncillos chinos le esperaba.
Con el decursar del tiempo hicieron amistad. Y un día, Bencomo parqueó la carretilla por última vez, para marcharse a trabajar como mayordomo a las oficinas de su asiduo cliente: el ministro de las fuerzas armadas, comandante Raúl Castro Ruz. Hoy, casi octogenario y primer teniente, continúa laborando en el Ministerio de las Fuerzas Armadas.
“Arcadio era un carretillero que se levantaba en las madrugadas de los años 50 -me contó Víctor Pérez, de 70 años-, y alquilaba una carretilla, por 50 centavos, en la Plaza del Vapor, sita en las calles Reina y Águila. Los vendedores le surtían y le daban la facilidad de liquidar el pago después del recorrido. En aquellos tiempos, la honestidad era el mejor aval para hacer negocios en Cuba. De esta forma, mantenía a su esposa y a una prole de cinco hijos. No faltaban juguetes en Reyes Magos, pagaba sin atrasos el alquiler del cuarto, y los únicos placeres que se atribuía eran: ponerse su traje de dril-cien, tomarse cuatro tragos de Peralta (ron barato), y llevar a los hijos al Circo Ringling, en el Palacio de las Convenciones y los Deportes, del Vedado”.
En las calles Vives y Figuras, del municipio Habana Vieja, había un almacén que guardaba decenas de carretillas. Estaban bien diseñadas, su tablero de madera se elevaba a 0,90 metros del nivel de piso para facilitar comodidad al consumidor, también tenían tres ruedas de radios. Pero el viento huracanado de la “Ofensiva Revolucionaria de 1968”, las borro de la faz de la tierra. Como también esfumó los carros de hielo, helados y carbón; o los lecheros, las bodegas, las quincallas, las guaraperas, los timbiriches, las fondas, los lumínicos, la honestidad y el “empírico estatuto” de lavar el dinero con sudor.
Sobre una montaña de 53 años de errores, reaparecen en La Habana los carretilleros, esta vez tirando de cajuelas al estilo “chivichana” (carriola con ruedas de cojinetes careados), elevadas a sólo 30 centímetros del pavimento, altura que precisa a los consumidores a inclinarse o hacer genuflexiones para escoger los productos, aunque en el municipio Centro Habana hay algunos que ya corrigieron este defecto. En general, sus ofertas son mejores, pero los precios son hasta 3 veces superiores que en los agromercados.
“Los pobres son los más perjudicados con las nuevas medidas -comenta Alfonso Rodríguez, un farmacéutico de 52 años-, pues ahora los productores ofrecen sus mejores cosechas directamente a los hoteles. Los carretilleros acaparan el resto de mayor calidad, entretanto, en los mercados habituales venden rastrojos, que son más baratos, pero de cualquier modo los dependientes nos acaballan en las básculas”.
No se escuchan pregones, las carretillas hacen largas estancias bajo las sombras de los árboles o edificios. Carretilleros y compradores son acérrimos oponentes: los primeros, luchan por obtener ganancias, los segundos, defienden los pocos pesos destinados a poner algo en las mesas de sus hogares.
Ya pasaron los tiempos en que el musculoso Arcadio zancajeaba media Habana para buscarse 4 pesos, y en los que el honesto y carismático Bencomo mostrara su sonrisa a la clientela, cualidad apreciada por el actual presidente cubano.
Cubanet, 6 de febrero de 2012
Foto: Tomada de Carretilleros al acecho.
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