En aquellos años, las sociedades o liceos estaban divididas en tres fracciones, que respondían al grupo étnico de sus miembros: blancos, mulatos y negros. Al igual que otras agrupaciones de esa época, Arcaño y sus Maravillas realizaba la mayor parte de sus actuaciones en las de mulatos y negros. Eso explica la gran cantidad de danzones de su repertorio que fueron compuestos en saludo a las sociedades de recreo de los distintos pueblos y barrios cuyas fiestas amenizaban. Algunos de los títulos que ilustran esto son Sociedad Antonio Maceo de Camagüey, Carraguao se botó, Club Social de Marianao, Aponte Sport Club, Liceo del Pilar, Avance Juvenil de Ciego de Ávila, Centro San Agustín de Alquízar. Sobre este detalle, hay una anécdota muy curiosa. Arcaño y sus Maravillas estrenó un danzón compuesto por Cachao titulado Club Social Buenavista. Cuando Ray Cooder estuvo en Cuba en 1996, lo escuchó interpretado al piano por Rubén González. Quedó tan impresionado, que dio ese nombre al disco compacto que entonces estaba grabado, y que tanta difusión ha tenido en todo el mundo.
El aporte de Arcaño y sus Maravillas a la evolución del danzón fue muy significativo, y consiguió que ese género musical se volviera a situar en los primeros planos de la preferencia del público. A eso contribuyeron aspectos como el ya mencionado excelente nivel de sus músicos (Orestes López y Cachao eran al mismo tiempo miembros de la Orquesta Filarmónica de La Habana), así como la presencia de un compositor como Orestes López, quien formó parte de la orquesta hasta su disolución. A él se debe en buena medida la creación del danzón de nuevo ritmo, precursor de lo que años después será el mambo.
Arcaño recordaba que ya desde 1938 Orestes decía “mil veces mambo” para indicar que necesitaba repetir un estribillo muchas veces. Asimismo empezó a hacerse común la frase “vamos a mambear”. De esos años data también el danzón Mambo, compuesto por Orestes, y acerca del cual Odilio Urfé comentó: “En este danzón la rítmica sincopada del montuno oriental halló su verdadera expresión. Arcaño ayudó a precisar la personalidad del nuevo ritmo, restableciendo la costumbre de improvisar variaciones flautísticas”.
Igualmente importante fue la contribución como director del propio Arcaño. En esencia, no varió la estructura en tres partes que poseía el danzón (una para la flauta, una para los violines y la tercera para el guajeo o montuno, que viene a ser una especie de contrapunto entre ambos instrumentos). Pero sí introdujo ciertos cambios. Así, modificó la rítmica en el timbal y el güiro, que pasó a ser más marcada y exacta. Introdujo además la tumbadora, una innovación en este tipo de orquestas. Amplió las cuerdas y completó la base rítmica que exigía el danzón de nuevo cuño. La complejidad de los arreglos y la búsqueda de nuevos timbres hicieron que en algunas ocasiones se adicionaran la celesta, el campanólogo y el órgano. Y eliminó el predominio del piano como instrumento solista único.
María Teresa Linares enumera otras innovaciones: un bajo sincopado, ejecutado por el piano o el bajo acústico; improvisaciones ejecutadas por la flauta. Eso, unido a la tumbadora, que hace un baqueteo en lugar del timbal, forma un “tumbao”, un “chanchullo” que mueve a los bailadores a cambiar la estructura coreográfica tradicional. El danzón de nuevo ritmo también obvia las tres introducciones del danzón tradicional, al dar mayor importancia y ampliar en mayores dimensiones lo que anteriormente había sido el montuno del danzón.
Algunas de esas innovaciones remitían a la tradición musical afrocubana, y al respecto Arcaño contó una anécdota. “Cuando tocaba en los bailes, los negros me decían: ‘Arcaño, tú no puedes ser blanco’. A lo cual yo les respondía: ‘Chico, yo soy músico, que es una raza especial. El tambor es parte de mi origen, de mi sangre?”. Arcaño además abrió el danzón a las expresiones universales. Marta Valdés recuerda su sorpresa cuando, andando los años, al revisar los archivos discográficos descubrió una versión de El jamaiquino, del Niño Rivera, interpretada por Arcaño y sus Maravillas. Le llamó la atención escuchar una celesta en la que identificó claramente a Frank Emilio. Esa presencia del jazzista en medio de una orquesta de danzón ilustra las vías por las cuales Arcaño enriqueció melódica y rítmicamente su repertorio.
El danzón mantuvo cordiales relaciones de colaboración con la música sinfónica. Aaron Copland integró en El Salón México (1936) una parte titulada Danzón. En el ballet Fancy Free (1944), Leonard Bernstein incluyó un fragmento de Almendra, de Abelardito Valdés. Y Darius Milhaud utilizó en su suite para piano Saudades do Brasil (1920), el danzón Triunfadores, de Antonio María Romeu. De igual modo, en varias ocasiones los creadores cubanos se inspiraron en obras del repertorio sinfónico.
A ello se refirió Arcaño en una entrevista: “La orquesta era buena, pero se mantenía en la música tradicional. Entonces yo les di libertad a los músicos para que produjeran como sentían. Y los arreglistas empezaron a componer danzones con temas de Chaikovski, Wagner, Gershwin, Mozart. Hubo que ampliar la orquesta a dieciséis instrumentos, cuarteto de cuerdas, viola, cello. Yo siempre estaba abierto a todas las innovaciones. Claro que todo no fue color de rosa. Al principio, cuando yo tocaba a Mozart, el público, acostumbrado a Ñongo vivo, Almendra o El manisero, me comunicaba cierto malestar. Pero me la jugué. El nivel técnico ya no nos permitía seguir con el danzón tradicional”.
La orquesta logró así que entre los bailadores se popularizaran danzones creados a partir de obras de Chaikovski (Los bombines, de Antonio Sánchez Reyes), Edvard Grieg (María Eugenia, de José Esteban Urfé), George Gershwin (Rapsodia en azul, de Orestes López), Serguei Koussevitzky (Canta, contrabajo, de Cachao), Franz Lehar (La viuda alegre, de Miguel Tachit) y Rachmaninov (Siempre te he querido, de Dora Herrera).
Arcaño y sus Maravillas disfrutó entre 1943 y 1948 de su etapa de mayor popularidad. De acuerdo al testimonio de su director, hubo meses en los que cumplieron 46 contratos. En lo que se refiere a grabaciones, su discografía es bastante amplia y recoge unos 200 temas. Su último disco es de 1948, aunque en los años 60 siete de sus fundadores se unieron a otros músicos, entre ellos Miguelito Cuní, para grabar con la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales un longplay producido por María Teresa Linares. La orquesta se disolvió en 1958, y tras eso Arcaño se dedicó a dar clases y a formar nuevos instrumentistas (un talentoso discípulo suyo fue Joaquín Olivera Gavilán, quien llegó a captar exactamente su estilo). También fue colaborador del Centro de Investigaciones Folklóricas, que dirigía Odilio Urfé, y de la EGREM.
Algunos de los discos grabados por la orquesta se pueden comprar en sitios como Amazon y el Museo del Disco, en Miami. En Youtube hay videos de algunas de sus presentaciones. Asimismo el cineasta Oscar L. Valdés le dedicó en 1974 un documental. Ver esas imágenes y escuchar esos temas sirve para comprender por qué Arcaño y sus Maravillas logró satisfacer por igual a los bailadores y a los simples oyentes. Más de medio siglo después de que fueron creadas, esas composiciones sorprenden por su complejidad y audacia sonora, así como por su insuperable calidad. Y justifican, en fin, por qué a Antonio Arcaño se le bautizó como El Monarca del Danzón.
Cubaencuentro, 23 de diciembre de 2011
Video: Goza mi mambo, de Orestes 'Macho' López, interpretado por la Orquesta de Arcaño y sus Maravillas.
Leer también: Antonio Arcaño en Herencia Latina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario