Cada mañana, Don Evaristo desayuna un huevo, un café y un jugo de mango. Después se enfunda en su traje, toma su bastón, cala su sombrero y calza sus viejos y amados Dunham (“todo este conjunto me ha acompañado durante mucho tiempo, saben?”)y camina hacia la Plaza de Armas buscando un ejemplar del Granma, acaso una noticia que lo intrigue, un hecho que lo conmueva.
Llegado a la plaza, se acomoda en la esquina por la que corre el viento ese día (la esquina varía según los días y las estaciones) y allí permanece durante largos ratos, a veces horas.
Cuando le preguntan qué hace ahí parado, él, con una voz firme y grave, como de rugidos apagados, responde que simplemente ve la vida pasar.
A menudo la gente, que es muy atrevida, se atreve a reprocharle:
-¿Y para eso va usted tan bien arreglado?
Él no tiene inconveniente en responder:
-Es que ella también es muy bella, sabe? Y yo no quiero desmerecerla.
La Habana, 22 de mayo de 2008
Nota: La foto y el texto los encontré en internet . El autor firma con el seudónimo Manu Huri.
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