En muchas ciudades puede leerse la presencia de determinados grupos de inmigrantes a partir de la conformación de barrios de peculiar arquitectura y de la construcción de templos. Ellos refieren la importancia de una comunidad en suelo extranjero. Pero en el caso de la herencia española en Cuba, donde la asimilación de sus patrones es absoluta, al estar integrada tanto en la práctica como en la ley, pudiera parecer que la historia de su migración se diluye en el ADN mismo de las ciudades. Por eso resulta llamativo localizar en pleno territorio colonial obras que con fuerza marcan el flujo de esa migración, sus necesidades, hábitos e intereses.
Esto subraya el valor simbólico de los palacios, clubes y oficinas de las asociaciones regionales españolas en el contexto urbano capitalino. No obstante, las obras que mayor expresión a escala urbana tuvieron, y que sin duda elevaron el prestigio de estas comunidades, el poder de sus asociaciones e incentivaron aún más la afiliación, fueron las quintas de salud construidas a finales del siglo XIX e inicios del siguiente.
Hasta el momento en La Habana existían hospitales públicos y privados, que sobre todo constituían espacios de reclusión para personas de menos recursos, ya que los ricos recibían asistencia en su vivienda. Estos sanatorios guardaban en su diseño semejanza con el edificio conventual y se ubicaban en las afueras de la ciudad, con el objetivo de alejar a los enfermos y propiciarles un entorno más saludable. Conocidas fueron las casas de salud Belot (1821), en el litoral de Marimelena, cerca de Regla; la Quinta del Rey, en Concha y Cristina; Garcini (1838) en Carlos III, por la Quinta de los Molinos; y la Integridad Nacional, muy cerca de ésta.
El más avanzado de todos fue Nuestra Señora de las Mercedes (1880-1886), en 23 y L, El Vedado, evolución del primer hospital colonial San Felipe y Santiago, recolocado allí para alejarlo del centro urbano fundacional. Fue el primero en articularse a partir de varios pabellones y no de un solo edificio, con lo cual incorporaba con eficacia los nuevos laboratorios, salas de cirugía, rehabilitación, etc. que demandaban los avances médicos.
En el siglo XIX, las nacientes sociedades españolas pagaban a sus miembros los servicios de estas clínicas, e incluso el traslado de pacientes a España. Sin embargo, algunas apostaron a finales de siglo por construir sus propios centros hospitalarios. Todos ellos constituyeron grandes superficies, por lo general conformadas por la adición de terrenos que adquirieron con los años, en los cuales mantuvieron la tipología del hospital de pabellones.
Eran espacios abiertos con gran protagonismo de la vegetación, que circundaba cada uno de los inmuebles y decoraba las calles interiores del recinto sanitario. Gozaban por esto de una gran calidad ambiental propicia para el reposo y la sanación. Las áreas libres tenían un eficiente diseño de circulación vehicular y peatonal, que más de un siglo después funciona. También contaban con la debida iluminación y mobiliario urbano.
El nombre de quinta hace referencia a su condición como construcciones retiradas del centro de la ciudad. Sus pabellones reprodujeron la tipología de las casas de El Cerro, barrio muy popular en aquella época, donde se hacían construir viviendas aisladas, con jardines perimetrales y portales que en ocasiones también rodeaban el inmueble. Esta galería exterior techada también resultaba útil a la instalación sanitaria, facilitando junto a la disposición de múltiples y amplios vanos una adecuada iluminación y ventilación natural. Por otra parte, en muchos pabellones se tomó partido de la irregularidad del terreno para incorporar sótanos donde disponer la infraestructura técnica sanitaria, lo cual resultó novedoso para la época.
La primera de ellas fue La Purísima Concepción (1884-1935), del Centro de Dependientes del Comercio, hoy Clínico Quirúrgico Diez de Octubre. Sus pabellones llevan el nombre de los presidentes de la asociación, así como de benefactores y directores de la quinta. Los más antiguos que se conservan fueron construidos entre 1913 y 1919. Estos sustituyeron a los del siglo XIX para conseguir mayor tamaño y comodidad, aunque mantuvieron los pórticos perimetrales de líneas clásicas.
Al haber tardado varias décadas en completar el conjunto tal y como lo conocemos hoy, La Dependiente, al igual que otras quintas de salud, expone un catálogo de los estilos republicanos, transitando desde el eclecticismo de raíz clásica, hasta el art déco de pabellones como el Romagoza, el neogótico de la primera capilla sustituida por la actual neorrománica y el racionalismo de los laboratorios e instalaciones complementarias, adicionadas en la década de 1950. De ahí que haya contado con el concurso de arquitectos con lenguajes dispares como Tomás Mur, Víctor Morales y Max Borges, entre otros.
Le siguió la quinta La Benéfica (1894-1943), del Centro Gallego, hoy Hospital Miguel Enríquez. Utilizada por el Centro Asturiano desde 1886, fue adquirida en 1894 por los gallegos e inaugurada oficialmente como su sanatorio al año siguiente. Sus pabellones eran edificios neoclásicos de dos plantas identificados con números. Lamentablemente, ha sido la más transformada, por lo que solo conserva el edificio administrativo de cuatro plantas construido en la década de 1920, y la unidad quirúrgica racionalista de 1943. Asimismo, queda la preciosa portada ecléctica de la calle Concha como vestigio de los accesos que presidían estos complejos sanitarios. Solo en los archivos queda la huella de singulares estructuras como la capilla de 1886, casi réplica de la Villa Rotonda de Palladio, con una cúpula de 7,5 metros de diámetro y un altar circular para velar los cadáveres.
La tercera fue La Covadonga (1895-1931), del Centro Asturiano, hoy Clínico Quirúrgico Salvador Allende. Es la más grande de todas, con una superficie de 22 hectáreas. Está ordenada a partir de una avenida central ajardinada que preside el edificio Asturias (1919), dedicado a la administración. Tiene 22 pabellones dispuestos en una trama urbana regular, donde se definen las escalinatas que anteceden cada uno de estos templos de sanación. Lo cual no resta que haya incluido pabellones de singular expresión arquitectónica como su antigua morgue neoegipcia. También tuvo La Covadonga una capilla neogótica que ya no existe.
La última gran quinta fue Nuestra Señora de la Candelaria (1919-1927), de la Asociación Canaria, hoy Hospital Psiquiátrico 27 de Noviembre. Situada junto a la Calzada de Bejucal, al igual que las otras tenía su acceso en una vía principal de la ciudad (La Dependiente conectaba con Diez de Octubre, La Benéfica con Concha y La Covadonga con la Calzada del Cerro). Al haberse construido en solo ocho años, el diseño de sus pabellones es muy homogéneo. Según la arquitecta María Victoria Zardoya, "la capilla, inaugurada en 1933, se convirtió en el centro espiritual de la colonia canaria en Cuba y en ella se asumieron actividades extrahospitalarias que acentuaron la importancia de la quinta para esta comunidad", ya que no contaba con centro de recreo propio. En su diseño urbano y arquitectónico participaron arquitectos como Pedro Martínez Inclán, Ramiro Ibern y Luis Dediot.
Debe comentarse que, aunque más discreto que estos grandes centros hospitalarios, en 1924 la Asociación Hijas de Galicia fundó un hospital materno infantil, llamado Concepción Arenal, con seis pabellones de dos plantas. No obstante, de él solo se conserva el edificio de ocho plantas construido en 1957.
A pesar de los grandes problemas de conservación que enfrentan, como tantas instituciones hospitalarias en Cuba, estas quintas de salud están todas en activo y son consideradas zonas urbanas de valor histórico cultural, declaratoria justa pero insuficiente al igual que las acciones que se acometen en su salvaguarda.
Yaneli Leal
Diario de Cuba, 24 de marzo de 2024.
Diario de Cuba, 24 de marzo de 2024.
Foto: Así es hoy la entrada del antiguo Hospital La Dependiente, en el municipio habanero de Diez de Octubre. Tomada de Diario de Cuba.
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