Leo este texto y recuerdo que la primera gran investigación que publiqué en la Sección Económica de la revista Bohemia, en la década de 1980, se titulaba "Tiburón, fiero, pero rentable". Todavía en esa época, Cuba seguía exportando aletas de tiburón a países asiáticos, sobre todo a Japón, exportaciones que databan de los años 40, tal vez antes. De fuerte olor, la carne de tiburón es comestible, siempre y cuando se trate de especies no tóxicas, que no contengan altos niveles de mercurio.
Pero el centro de mi trabajo no eran las aletas ni la carne, si no la piel del tiburón. Se sabía que en algunos países había sido utilizada para confeccionar jackets destinados a pilotos militares, pero en Cuba nunca fue aprovechada como prenda militar ni tampoco en la elaboración de zapatos y bolsos, a diferencia de la piel del cocodrilo, muy utilizada por los talabarteros y artesanos cubanos para realizar carteras, billeteras y cinturones, vendidos como souvenirs.
Para esa investigación conté con la ayuda con dos jubilados de la industria ligera: Rodolfo Ramos y Raúl Martinto.
Antes de 1959, Cuba exportaba aletas de tiburón, no sé si después siguió exportándolas. Incluso pensé que en Cuba, el País del No Hay, ya ni tiburones había en los mares que bañan sus costas. Pero al día siguiente de escribir esta nota, en el Periódico Cubano reportaban que en Santa Cruz del Norte, uno de los once municipios de la provincia Mayabeque, habían capturado un enorme tiburón tigre.
Tania Quintero
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