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lunes, 31 de julio de 2023

Los edificios altos de La Habana

La década de 1950 protagonizó un gran cambio en el perfil de la capital cubana. En muy pocos años, la ciudad comenzó a sumar grandes torres de apartamentos, oficinas y hoteles que marcaron nuevos hitos en la perspectiva general capitalina. Los nuevos rascacielos constituyeron una actualización en términos arquitectónicos muy celebrada por especialistas y por la sociedad.

Paralelamente se construía un mayor número de viviendas y edificios públicos de una o pocas plantas, que supieron resumir también el talento artístico de los arquitectos cubanos y la gran pericia que había en el uso de materiales como el hormigón armado. Sin embargo, las grandes torres tuvieron un poderoso impacto a escala urbana, por lo que fueron percibidas como el principal símbolo de una urbe moderna.

En décadas anteriores ya habían comenzado a incorporarse importantes edificios altos en la ciudad. Recuérdese, por ejemplo, el Banco Gómez Mena (1918), en Obispo y Aguiar; el inmueble de la Compañía Cubana de Teléfono (1927) en Águila y Dragones, y el Hotel Presidente (1928), en Calzada y G. Sin embargo, la firma del Decreto Ley de la Propiedad Horizontal, el 18 de septiembre de 1953, estimuló e hizo muy lucrativa la concepción de varias plantas en una misma propiedad para la venta o alquiler.

Los edificios altos tuvieron una presencia fundamental en El Vedado, donde destaca el tramo de litoral comprendido entre las calles L y O. Allí se concentran varias torres de apartamentos que protagonizaron una carrera en altura, constatando también la tendencia a multiplicar estas estructuras a la manera de las grandes ciudades modernas que, si no se hubiera cortado abruptamente por el cambio político de 1959, hubiera terminado por perfilar una Habana muy distinta a la de hoy.

Allí se encuentran, por ejemplo, el edificio FOCSA (1954-1956) de 28 plantas, y el Someillán (1957), de 32 plantas. El primero ha sido muy celebrado por la eficiencia con que fue construido y concebido: con un diseño muy funcional de apartamentos tipo, con circulación horizontal diferenciada, parqueo soterrado para 500 vehículos y áreas de jardines y recreación que aprovechan tanto las espectaculares vistas de la última planta como la gran superficie del cuerpo inferior que ocupa toda la manzana, donde se colocaron múltiples servicios y calles peatonales interiores. El Someillán, por su parte, aún tiene el alarde de ser el edificio más esbelto de Cuba, considerando la relación que existe entre el ancho del inmueble y su altura.

Solo en El Vedado, pudiera continuarse con una larga lista de edificios altos de excelente diseño y vistosas fachadas. En ellas los balcones suelen ser uno de los elementos más atractivos y creativos, que establecen ritmos y contrastes con el resto de la superficie. También resulta muy peculiar el uso de quiebrasoles, mosaicos decorativos y persianería empleada muchas veces a tamaño de puntal. Más allá del litoral, estos inmuebles ocuparon distintos lotes en vías principales como Línea, 23, L, G, Paseo y 12.

Algunos fueron reconocidos con la Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos de Cuba, como el edificio del Retiro Odontológico (1955), en 1956; y el del Seguro Médico (1956-1958), en 1959, ayudando a consagrar la carrera de su arquitecto Antonio Quintana, quien también fue el autor del edificio de 20 plantas de 25 y G. El primero de los tres es empleado hoy por facultades de la Universidad de La Habana, como la de Economía; y el segundo, es la sede del Ministerio de Salud Pública.

En 1967, este arquitecto construyó en Malecón y F, el que durante mucho tiempo fue el último edificio alto construido en este contexto. Este edificio experimental de viviendas, ha sido criticado y alabado a la vez. Su principal interés está en su sistema constructivo prefabricado y en la forma en que trabajó los espacios de circulación vertical y horizontal con el objetivo de favorecer la privacidad de los vecinos y la ventilación cruzada en las viviendas.

En la década de 1970 se incorporaron en casi todas las ciudades cubanas anodinas torres de 12 o más plantas realizadas con sistemas constructivos prefabricados de procedencia soviética. A la crítica de su diseño se incorpora la de su emplazamiento, pues con frecuencia irrumpieron en entornos de alta cualificación urbana. En espacios tan distintos como Nuevo Vedado en La Habana, o la plaza mayor de Ciego de Ávila, alteraron la armonía del entorno constructivo y social.

En la década de 1990, cuando el país se abrió al desarrollo del turismo como alternativa ante la profunda crisis económica, se hicieron grandes inversiones en nuevos hoteles, muchos de los cuales fueron altas torres ubicadas junto al litoral que permitían desde cada planta disfrutar del paisaje caribeño. Entre los primeros en La Habana, estuvieron el Neptuno (1991) y el Meliá Cohiba (1993). Aunque mejor valdría mencionar el hotel Meliá Santiago de Cuba (1991), como uno de los mejores ejemplos de su época, obra de José Antonio Choy y Julia León.

Puede afirmarse que desde entonces, los nuevos rascacielos cubanos han sido exclusivamente hoteles o condominios para extranjeros, como el edificio Atlantic (2007) construido en 1ra y D, Vedado. Actualmente, las principales inversiones constructivas del gobierno están dirigidas a la incorporación de nuevos hoteles en la capital, muchos de los cuales son edificios altos: como las dos torres de 26 pisos del Grand Aston (2022), en 1ra y E; el Gran Muthu (2023) con 27 pisos, en 3ra y 70, Miramar; el que está en ejecución en 1ra y B (Vedado) y que tendrá unos 30 pisos; o el colosal hotel de 25 y K, aún en construcción y que tendrá 42 plantas.

Ninguna de estas obras ha sido proyectada por arquitectos cubanos, a pesar de su probada capacidad, talento y voluntad de acometer inmuebles de tal magnitud. Hace más de una década, José Antonio Choy y Julia León, habían proyectado un estupendo hotel para el lote de Prado y Malecón, exhibido en la XIII Bienal de Arquitectura de Venecia después de ser incluido en la plataforma Backstage Architecture 2012 como uno de los proyectos más relevantes del año a nivel mundial. El gobierno cubano, en cambio, concedió el diseño y ejecución de este hotel a una firma extranjera, que en 2019 inauguró un inmueble que no alcanza la belleza ni los valores del proyecto de Choy-León.

La nueva arquitectura que está variando el skyline capitalino es por tanto ajena, y no ilustra el quehacer de los arquitectos cubanos contemporáneos. Tampoco incorpora obras de arquitectos internacionales reconocidos que puedan prestigiar la ciudad. Anónimas compañías extranjeras asumen la autoría, y como en algunos casos también se ha prescindido de mano de obra nacional, la obra no ha significado una oportunidad para la generación de empleos. De esta forma, las nuevas adiciones como la torre de 25 y K (visible desde múltiples puntos de la capital y que empequeñece al antiguo Havana Hilton (1958), luego Habana Libre, ícono arquitectónico habanero), son percibidas como un desacierto y no como un progreso.

Esto se refuerza por el hecho de que las nuevas torres son ajenas a las necesidades constructivas del país, a sus recursos económicos o a su adecuada planificación, y a la demanda turística de la capital y tipo de turista que la frecuenta. En otras palabras, se percibe como una dilapidación de los recursos urgentes para otros servicios vitales de la sociedad, sin que se visualice ningún beneficio a corto ni a mediano plazo.

Yaneli Leal
Texto y foto: Diario de Cuba, 14 de mayo de 2023.

lunes, 24 de julio de 2023

La ruralización (castrista) de La Habana

Según el arquitecto Nicolás Quintana, "existen La Habana Colonial, La Habana Republicana y La Habana Totalitaria. Las primeras fueron sumamente creativas, y la Republicana fue, además, de una capacidad constructiva extraordinaria. En la tercera etapa, el Estado usurpó a la sociedad la labor de hacer ciudad. Por lo tanto, el mayor problema urbanístico que enfrentaremos es recuperar la actitud positiva de hacer ciudad en un ambiente de libertad expresiva. La remodelación de La Habana no debe ser impuesta desde arriba, sino surgir del pensamiento y sentimiento de la sociedad, interpretados por sus urbanistas".

La ruina urbanística de La Habana no es un accidente. Los más de sesenta años de abandono de toda una ciudad responden a una política descabellada del Máximo Líder poco investigada. En lo invisible, la industria y las inversiones no existen. El declive urbano se ignora, la mano de obra especializada desaparece, el planeamiento urbano brilla por su ausencia. En lo visible, el pavimento se hace tierra, las paredes se cuartean y desmoronan, los techos se derrumban, las tuberías se pudren, las aceras se rajan, el piso se quiebra, las construcciones se desploman dejando montañas de escombros que nadie recoge. Brotes de hortalizas invaden los jardines. La hierba crece en las calles. Chivos, perros, gallinas y cerdos pululan las avenidas de barrios otrora modelos. Aparecen ranchones de guano, carretones tirados por burros, tractores circulando por las calles del Vedado y sopones cociéndose en parterres ocupados por indigentes.

El habanero de a pie vive en medio de una realidad desoladora, semiagreste y opresiva.

El urbanista Paul Dobraszczyk en el libro The Dead City: Urban Ruins and the Spectacle of Decay, menciona tres causas generales que contribuyen al descalabro urbanístico. Veamos cómo estas aplican en el caso de la capital de Cuba. Primero están las causas naturales, como inundaciones y huracanes. La inclemencia del tiempo siempre es un peligro para La Habana, ciudad con cara al mar, en medio de la ruta de los huracanes del Mar Caribe. Pero las tormentas que pasaron por la Habana no dejaron una secuela de destrucción notable en la capital durante la república. Le siguen las causas sociales como revoluciones, incendios y vandalismo. Aquí entran proyectos de redefinición urbana después de la destrucción por violencia generalizada (lo cual no aplica dentro de la férrea realidad totalitaria). Por último, existen causas económicas y urbanísticas que conducen al deterioro físico progresivo de las construcciones y la infraestructura. Ahí sí La Habana se lleva el premio mayor.

Los apologistas del castrismo justifican la crisis de la conservación urbanística durante la década del 60 como «necesidad de desvío de recursos contra el peligro de una invasión americana». Echan la culpa al 'bloqueo'. ¿Y la década siguiente y la subsiguiente? No es que Castro no tuviera dinero en los años 70 para tratar de preservar La Habana. Lo tendrá a chorros a partir de 1972 cuando se firman los acuerdos del CAME y la URSS manda 11 millones diarios de dólares a Cuba. El gobierno de Castro despilfarra mucho de ese dinero en empresas bélicas descabelladas en Angola y Etiopía. ¿Cuándo se ha dado un esfuerzo coordinado de parte del Estado dueño-de-todo por limitar el desgaste de la infraestructura en Centro Habana o en La Habana Vieja?

En "Echar a perder: análisis del deterioro", el urbanista y profesor de MIT Kevin Lynch explora el abandono como otra causa de la decadencia citadina. Pero el tipo de abandono que investiga significa no habitar. Lynch no menciona el renglón pertinente, que es el abandono urbanístico deliberado por antipatía y como política de Estado. ¿Y quién mencionaría semejante cosa? Esa es precisamente nuestra tesis y La Habana primorosa es un ejemplo nefando. A partir del triunfo de la revolución en 1959 ocurre algo insólito e imprevisto.

En menos de diez años, el castrismo hunde el país en una miseria inexplicable. De nuevo, la desgracia no es causada por epidemias, como la gran hambruna de Irlanda en el siglo XIX; o por la guerra civil en la España posrepublicana; o por una crisis medioambiental, como Etiopía en los años 80. La miseria de Cuba es una miseria autofabricada y autoimpuesta.

Imaginemos el paso del tiempo sobre las desatendidas construcciones habaneras. Los sesenta, los setenta, los ochenta, los noventa, el milenio. ¿Cuándo jamás se realizó un trabajo de carpintería o albañilería para recuperar lucetas, ventanas, remozar arcadas en las plantas altas de las casonas de Centro Habana, restaurar la belleza de los balcones de la calle Reina o del Paseo del Prado, renovar la herrería original o las tejas de arterias ricas en fachadas y balcones como Egido y portales de Galiano? ¿Se dio mantenimiento a aquellos bulevares llenos de tiendas festivas en San Rafael y Neptuno? Hoy son ruinas lastimeras. ¿Cuándo se acató el daño a la infraestructura de La Habana Vieja de las «añadidas» barbacoas perpetradas por migraciones provenientes del campo, destruyendo más (aun sin querer) lo ya destruido? Preguntas ácidas ante el absurdo del castrismo.

Alguien aludirá los proyectos de renovación emprendidos por la Oficina del Historiador de La Habana. Y si bien el esfuerzo es encomiable, las realizaciones ejecutadas constituyen un porciento ínfimo de las necesidades reales de la capital en ruinas. Rafael Fornés, arquitecto y profesor de la Universidad de Miami y Notre Dame de Indiana, cuenta la experiencia de uno de sus viajes a La Habana en 2016 en compañía del arquitecto y diseñador italiano Massimo Scolari:

-Fuimos a La Cabaña, porque Massimo es un amante de las fortificaciones antiguas. Al final de la visita me apuntaba que muchos de los restauros sobre la piedra estaban mal hechos. Los encargados saben que muchas renovaciones son defectuosas, algunas incluso terminan peores. Imagínate un empaste mal hecho que termine pudriendo la muela. Una colega cubana me contaba que el tratamiento de restauración de las piedras de La Cabaña ha hecho más daño a la construcción que 400 años de erosión. Esto tiene que ver con los materiales invasivos no orgánicos que se emplean. Por ejemplo, usan pinturas de acrílico en las paredes de las construcciones del siglo XVII-XIX, en lugar de usar lechada de cal. Ahí tienes la antigua Manzana de Gómez, hoy Manzana Kempinsky. El hotel se estrenó a bombo y platillo, pero la reconstrucción de la planta baja en 2017 da pena. Desbarataron la belleza de las galerías originales y dejaron un patio inhóspito. Incluso el artista visual Luis Manuel Otero Alcántara hizo un performance por la desaparición del busto de Mella. No se respetaron las ornamentaciones originales y las terminaron con materiales baratos. Una chapucería.

Corre el año 1959. Cuba es el cuarto país de mayor urbanización de América Latina con un 35 por ciento de la población viviendo en zonas urbanas (actualmente Cuba no llega al número 17). La Habana es centro de energía vital, con el 70 por ciento de las industrias y el 90 por ciento del comercio pasando por su puerto. Solo un 6 por ciento de la población vive en solares.

¿Cuál es el atractivo de La Habana? Una ciudad bendecida por el litoral sinuoso, clima templado, una superposición de estilos arquitectónicos bien representados y un urbanismo de cuadriculación racional y elegante. Tanto el cubano como el extranjero emigran a La Habana porque es la ciudad más importante de la isla. El 75 por ciento de la industria nacional, excluyendo el azúcar, se encuentra aquí.

El sueño de Fidel Castro de ruralizar La Habana se remonta a La historia me absolverá (1953). Desde entonces promete: "El gobierno revolucionario resolvería el problema de la vivienda rebajando resueltamente el cincuenta por ciento de los alquileres, eximiendo de toda contribución a las casas habitadas por sus propios dueños, triplicando los impuestos sobre las casas alquiladas, demoliendo las infernales cuarterías para levantar en su lugar edificios modernos de muchas plantas y financiando la construcción de viviendas en toda la Isla en escala nunca vista, bajo el criterio de que si lo ideal en el campo es que cada familia posea su propia parcela, lo ideal en la ciudad es que cada familia viva en su propia casa o apartamento."

La Reforma Urbana, aprobada el 14 de octubre de 1960, aparenta implementar una política de igualdad social que, sin embargo, fracasa estrepitosamente en menos de una década. Así lo cuenta el poeta y periodista independiente Rogelio Fabio Hurtado (La Habana, 1946-207):

-En el mismo 1959, el gobierno revolucionario dictó la rebaja general de los alquileres al 50 por ciento, medida que obviamente contó con el apoyo de los beneficiados y la inconformidad de los perjudicados. ¿Quiénes eran estos propietarios? No todos ni mucho menos eran grandes casatenientes ni ricachones platónicos. Había familias de modestos recursos que habían invertido sus arduos ahorros en fabricar una o dos casitas o un pequeño pasaje a cuya renta confiaban su vejez. La medida fue popular sin dejar de ser arbitraria, y desestimuló las nuevas inversiones. A partir de la Reforma Urbana quedó estrictamente vedado el acceso del capital privado en el sector de la edificación de viviendas, ya totalmente en manos del estado, quien también se hacía cargo de las casas de los núcleos familiares que se marchaban a Estados Unidos. Si bien casi un 50 por ciento de la población se convirtió en dueño de las propiedades, los edificios de apartamentos en La Habana (que constituían la mayoría de las construcciones de Centro Habana), fueron privados de mantenimiento. El castrismo nunca implementó un sistema administrativo que se hiciera cargo del sostenimiento de los miles de edificios de apartamentos o multiviviendas de la capital. Se prohibía la compraventa de viviendas. Únicamente se autorizaba la permuta de viviendas de valor semejante. La aplicación de esta ley generó por un lado, la inflexibilidad ante el cambio de demanda de vivienda y por otro, el desarrollo de un mercado negro (para lograr la compraventa de la vivienda). Como todo en el castrismo, lo que parecía bueno resultó caduco e inoperante.

Tan temprano como 1970 se hace claro que la reforma urbana no funciona. Aquí enumeramos problemas básicos que aplican hoy:

-No hay mercados para materiales de rehabilitación y construcción (y el limitado y perseguido mercado negro no tiene garantías).

-No existen brigadas de rehabilitación que puedan contratarse, ni entidad cooperativa, ni cámara de artesanos encargada de supervisar a los auto constructores.

-No hay líneas de crédito para la rehabilitación y construcción, ni subsidios como parte de un programa de rehabilitación urbana (con la excepción del centro histórico administrado por la Oficina del Historiador de la Ciudad).

-No existe una «ley de propiedad horizontal» adaptada a las circunstancias particulares de La Habana (los comités de administración de cada uno de estos inmuebles no tienen personalidad jurídica para contabilizar y solicitar préstamos).

-La prohibición de compraventa de viviendas imposibilita jurídicamente la adaptación a las nuevas circunstancias, sea la reducción del consumo de la vivienda o cambios en el seno de la familia.

Volvamos a la ruralización. A nueve años del triunfo guerrillero, la dirigencia comunista choca cara a cara con el incorregible problema del enriquecimiento del individuo. La revolución, autoproclamada heredera del marxismo-leninismo, no puede de ninguna manera traicionar al tatarabuelo Carlos Marx en su libro Contribución a la crítica de la economía política. Comienza a gestarse el golpe demoledor a la -ya endeble- economía cubana. Me refiero a la llamada "ofensiva revolucionaria", donde se intervienen más de 55 mil 636 pequeños negocios, equivalentes al 33 por ciento de la economía del país. Es el proceso más inmisericorde de purificación ideológica de la historia del castrismo.

Para Castro, el trabajo del hombre no deberá exceder jamás el usufructo necesario para su mínima supervivencia. Más allá de esto, el trabajo definido como tal, desaparece y surge su clon perverso, el enriquecimiento ilícito. Pero todo enriquecimiento es por definición 'ilícito', pues resulta invariablemente en la explotación del trabajo del otro (la plusvalía marxista). La historia de los planes de desarrollo de la revolución a partir de 1968 refleja ese sueño de "conquista del comunismo" que se extiende hasta las "rectificaciones de errores" de los años 80.

Fragmento del discurso de Fidel Castro, con motivo de la inauguración de un pueblo en la periferia capitalina dentro del Cordón de La Habana en 1968: "... la ciudad siguió creciendo durante cuatro siglos, y con la instauración de nuestra seudorrepública a principios de siglo, unido al fenómeno de la intervención y la colonización por el imperialismo, se sumó todo el fenómeno del crecimiento de la ciudad, donde vinieron a residir todas las familias ricas del país: terratenientes, dueños de centrales azucareros, dueños de fábricas; y, en fin, por eso ustedes ven tantas casas lujosas por los alrededores de La Habana, donde hoy se albergan unos 70 000 estudiantes. Los ricos en Cuba construían casas verdaderamente suntuosas".

La Habana sostiene una mancha irreparable. Ser la gran ciudad de la colonia y después, durante la república, la capital de la burguesía criolla. 'El lujo' citadino (lo que otros llamarían simplemente arquitectura y urbanismo coherentes) es el reflejo de una debilidad moral. De ahí que, en los primeros años de la revolución, las otroras casas de la burguesía sean convertidas en albergues para becados (muchas fueron saqueadas). Con el tiempo, los revolucionarios terminan siendo los 'nouveau riche'. Aquellas edificaciones 'suntuosas', diseñadas por toda una generación de arquitectos cubanos durante la década de 1950, en repartos como Siboney/Atabey, El Laguito y Cubanacán, ya no albergan estudiantes. Ahora son 'zonas congeladas' de acceso limitado para personal diplomático, generales, 'pinchos' (dirigentes), en fin, la nomenclatura castrista y sus huéspedes de ocasión.

Castro ni siquiera entiende la importancia urbanística de una avenida o un parque, como queda demostrado en un discurso pronunciado en 1959 en el Colegio de Arquitectos: "Cuando se ha hecho una avenida no ha beneficiado al pueblo. Cuando se hace, por ejemplo, la Quinta Avenida de Miramar, tan hermosa, con sus flores, con su doble vía, ¿a quién benefició? Ha beneficiado a los que residen en aquella zona, ha beneficiado a los clubes que se habían apoderado de la parte costera, pero realmente no se podía decir que el pueblo se había beneficiado".

El castrismo le debe mucho a la ideología marxista (y no poco a Federico Engels). A Marx no le interesaba el urbanismo. Su pensamiento era abstracto. No así Engels, gran publicista del marxismo y mano derecha del autor de Das Kapital. En el ensayo Las grandes ciudades (1845), Federico explora objetivos urbanísticos específicos, como la morfología de las calles, el tamaño y la densidad de las viviendas, las condiciones sociales de sobrepoblación y contaminación ambiental en ciudades como Dublín, Manchester, Londres y Edimburgo.

Su conclusión es que el auge industrial capitalista (tipificado por Inglaterra en ese momento) no hace más que acentuar el cisma de depauperación entre campo y ciudad. El argumento se repite y amplía en Anti-Dühring (1877): "La abolición de la separación de la ciudad y el campo no es una utopía, también, en la medida en que está condicionada a la distribución más igualitaria posible de la industria moderna en todo el país. Es cierto que en las grandes ciudades la civilización nos ha legado una herencia de la cual es difícil deshacerse. Pero debe ser y será eliminada, por más prolongado que sea el proceso".

¿Cuál es la solución de Engels? La integración del campo a la ciudad como contención a la decadencia citadina. Precisamente, Federico propone la ruralización de la ciudad. Castro no es el único discípulo de Engels. Lenin admiraba la conjetura engelsiana de "abolir la antítesis entre la ciudad y el campo". De ahí que Stalin, alumno destacado de Lenin, adopte la hipótesis como parte del Primer Plan Quinquenal de la URSS (1928-1933), conocido como Kollektivizátsiya. La 'colectivización' agrícola forzada que convierte la agricultura en una "nueva industria". ¿El resultado? Un desastre humano y ambiental inconcebible. Millones de muertos, millones de desplazados y dos genocidios: el Helodomor ucraniano y la hambruna kazaja.

Ahora se comprende por qué Castro declara que La Habana debe pagar un precio: "La población de la Ciudad de La Habana se redimirá de esa especie de colonización a la que tenía sometido al resto del país. Porque La Habana más que la capital de Cuba era la metrópoli de Cuba; y ahora La Habana podrá ser la capital y no la metrópoli, porque dejará de ser una carga y se convertirá en una tremenda ayuda para el país. Es decir que La Habana tiene la misión y la obligación de ayudar al resto del país".

Urbanistas tomen nota, Castro se jacta de despotricar contra La Habana, mundana, sometedora del resto del país. Una capital en falta, 'estrecha' y sin un 'río grande': "En La Habana y sus alrededores hay una población acumulada de más de un millón y medio de personas. Además, los colonizadores de este país ubicaron en sus inicios, hace cuatro siglos, la Ciudad de La Habana en una de las regiones más estrechas del país, donde no había ningún río grande. Desde luego, hay el río Almendares, que es un arroyito. Los que sepan lo que es un río saben que no se puede llamar río al Almendares".

Una testigo de los hechos, la antropóloga Elizabeth Burgos, psicoanaliza la neurastenia creciente de Castro con la capital:

-A partir de 1959, La Habana es relegada al estatus de ente femenino al que se le aplica el discurso misógino destinado a las mujeres 'pecadoras', acusadas de llevar una 'mala vida'. A su atractivo, a su prestigio internacional y a su centralidad, se le adjudica la culpa de la decadencia de Cuba. Su protagonismo cultural, sus logros arquitectónicos, son silenciados y se centra el discurso político en el aspecto que privará como imagen: su vida nocturna, sus bares célebres y sus cabarets, sus salas de juego y, sobre todo, la prostitución. Acabar con ese foco de 'inmoralidad' se convierte en una forma de legitimación del proyecto revolucionario. Quienes coincidimos en aquel período en la isla, a mediados de los años sesenta, recordamos los largos monólogos nocturnos de Fidel Castro sobre la obsesión que lo ocupaba en aquel momento, que se originaba en el descontento por el desabastecimiento que comenzaba a castigar a la población. Se necesitaba un culpable, y La Habana, que ya ostentaba el signo de lo negativo, se le reprochaba consumir gran parte de los recursos que producía el país, mientras que ella no producía nada. Esa condición de mujer 'pecadora' de La Habana se tradujo en la voluntad de castigarla, de negarle los afeites y los cuidados necesarios para la preservación de la belleza y evitar los estragos del tiempo.

El arquitecto y profesor Rafael Fornés aporta otro ángulo al mismo asunto:

-Te diré que Castro odiaba la capital, e incluso tenía planes para demoler La Habana Vieja. He visto ese plan en el libro The Havana Guide: Modern Architecture 1925-1965, de Eduardo Luis Rodríguez. En la introducción se muestra una foto del plan para destruir el casco antiguo. Recién triunfada la revolución, Castro demuele El Mercado de Tacón, conocida como La Plaza del Vapor; monumental manzana de tres pisos en la calle Galiano, repleta de pequeños negocios; mientras los pisos superiores se destinaban a unas doscientas habitaciones. En su lugar construyen un parqueo espantoso. El conocido arquitecto Frank Martínez me contaba una conversación que tuvo con la persona responsable de esa demolición, Cesario Fernández, conocido como Zapatón. Cesario también quería demoler el Museo de Arte Colonial, frente a La Catedral, para según él "abrir la fachada de la plaza". Frank le dijo horrores. Otro golpe es cuando se cierra el Colegio de Arquitectos y se deja huérfana la profesión. Castro odia la arquitectura porque es una profesión elitista.

-Luego viene la destrucción de símbolos que representan esa Habana corrompida. Primero, la invasión de los guajiros a La Habana el 26 de julio de 1959. Pedían a la gente que los hospedaran en sus casas. En mi casa hospedamos a uno. Existe un libro de fotos de Mayito (Mario García Joya) de la ocasión. Después está la destrucción del monumento al Maine de Félix Cabarrocas en 1961. Castro manda derribar el águila de bronce y retira los bustos de McKinley, Leonard Wood y Theodore Roosevelt. Le sigue la destrucción del monumento a Tomás Estrada Palma en los años 70. Arrancaron de cuajo la estatua y quedaron los zapatos (que anclaba la estatua al pedestal). Incluso recuerdo a Eusebio Leal criticando la acción en la televisión nacional. Habían vandalizado el pedestal con grafiti. Dijo: "Cómo vas a pedirle a la gente que no vandalice si el gobierno ya ha vandalizado".

Para la mentalidad campestre de Castro, si el campo es el foco del desarrollo económico revolucionario, la ciudad debe convertirse en campo. El lema del Cordón de La Habana: "Quedará muy poca superficie en esta provincia que no sea agrícola". 1968 debió ser el Año de la Ruralización. El plan del Cordón de La Habana comienza el 17 de abril con un puesto de mando similar al de las Fuerzas Armadas, donde se imparten órdenes. Radio Cordón de La Habana transmite el boletín Noti Cordón (la primera actividad matutina de Castro, según cuenta la leyenda). Decenas de miles de personas, incluyendo estudiantes menores de edad, son volcadas a las llamadas tareas agrícolas de siembra de café caturra, recogida de viandas o limpieza de arbustos. La meta es convertir la ciudad en un centro gigantesco de producción agrícola.

A fines de 1968, Castro pasa revista de los logros en el Cordón. Se han sembrado 908 mil 389 árboles frutales; 39 millones 400 mil 613 matas de café, 13 millones 793 mil 110 matas de gandul y 2 millones 612 mil 913 de plantas forestales. Inesperadamente el proyecto fracasa cuando se descubre que las plantas de café no progresan debido a la plantación paralela del gandul, leguminosa destinada a dar sombra a la plantación, pero que absorbe todo el oxígeno de la tierra matando al cafeto. Pese al fuerte revés, la ruralización da otro paso adelante con la Ley 1231, llamada Ley contra la vagancia, promulgada el 15 de marzo de 1971. Conlleva la reconcentración de 218, 000 adultos para el trabajo forzado en las tareas de producción. Con una economía destruida por la intransigencia y la ineptitud, ¿no se hace claro que el trabajo forzado y el trabajo voluntario promulgados por el castrismo son mecanismos de coacción y control a gran escala?

El proyecto de microbrigadas de principio de los años 70 obedece al llamado del Máximo Líder a las empresas estatales y su fuerza de trabajo, a construir complejos de apartamentos para suplir la necesidad de la vivienda. Las empresas proporcionan la mano de obra mientras que el gobierno suministra los materiales de construcción. El 65 por ciento de todas las viviendas en 1972 y 1974 proviene de micro brigadas. Un 40 por ciento de las viviendas se erige alrededor de La Habana.

El coup de grâce de Castro: "En los campos no haremos edificios tan grandes, pero, desde luego, construiremos verticalmente más que horizontalmente. Y la política que se seguirá es preferencia al campo en la construcción de viviendas sobre la ciudad y preferencia por encima de todo a los obreros que trabajan en las granjas estatales, y progresivamente iremos también resolviendo los problemas de la vivienda de los campesinos. Es decir que el campo en la construcción tendrá prioridad sobre la ciudad. Y eso es muy lógico y eso es muy justo, no creo que nadie discuta eso (aplausos)".

Un chiste famoso entre residentes de Alamar a fines de los años 70 reza: En Alamar todo está construido menos la ciudad. Prefabricada, amorfa, aislada e impersonal, Alamar, para fines de los años 80, es un desastre urbano. Las calles han sido construidas detrás de los edificios (en vez de enfrente). El visitante camina en medio patios mustios y tendederas. Sin jardines ni áreas verdes, la urbanización, como conjunto, luce pavorosa. Actualmente, el 70 por ciento de los edificios de Alamar necesita reparaciones estructurales urgentes, debido a sistemas prefabricados deficientes. Las filtraciones constantes incrementan la humedad en las viviendas. Es común que a pocos años de terminada la obra, se revienten tuberías, se levanten los pisos y los techos cedan ante el peso del agua acumulada. El conocido urbanista Mario Coyula lo explica así: "Las viviendas construidas no contribuyeron a resolver el problema del deterioro y pérdida del fondo, en el mejor de los casos el de la cohabitación".

Para los años 90, el 14 por ciento de la población de la ciudad vive en barrios marginales, zonas insalubres, o viviendas en estado irrecuperable, el 20 por ciento de las unidades en La Habana carece de electricidad y agua potable. Cito un párrafo de un estudio sobre La Habana de los urbanistas españoles Antonio López Ontiveros y José Naranjo Ramírez:

-El abandono de La Habana, con el consiguiente proceso de tugurización … cuando La Habana Vieja sufre de un larguísimo período de inoperancia total, de inadecuación entre las políticas oficiales y la auténtica labor de protección y recuperación; todo ello conducirá a un proceso de ruina que, en muchos casos, ha sido irremediable. Porque hoy La Habana Vieja es una ciudad decrépita, una informe y dantesca acumulación de ruinas, el conjunto urbano más caótico que conocemos. ¿Cómo es posible que se haya llegado a este estado de cosas?

A mediados de los 90, durante el llamado 'período especial', en medio de condiciones pésimas de vivienda, se acelera la migración de oriente a occidente (también conocida como 'palestinización' de la capital). La crisis deviene tugurización: hacinamiento vivencial forzado en viviendas precarias en la periferia citadina, construidas con cartón, tablas, plásticos, techos de zinc, sin agua potable, servicios sanitarios ni luz eléctrica. Un estudio de René González Rego de la facultad de Geografía de la Universidad de La Habana arroja:

-Se puede afirmar que la capital cubana se ha estado convirtiendo en una urbe de inmigrantes, ya que si en 1977 el 41 por ciento del crecimiento poblacional se debía al saldo migratorio interno, en el período 1989-93 éste representaba el 74 por ciento del mismo (…) hay una tendencia a vivir en condiciones cada vez más precarias, sobre todo para los que migran en busca de trabajo (…) Los que arribaron entre 1990 y 1995, se asientan en barrios insalubres, fundamentalmente en los municipios periféricos de la ciudad, pudiéndose notar la problemática de la diferente percepción de las condiciones ambientales, ya que aún en estas condiciones precarias de vida, un 60 por ciento de los entrevistados manifiestan que han mejorado sus condiciones de vida y socioeconómicas de La Habana con respecto a sus lugares de origen.

¿Consenso desde la miseria? Lo peor de La Habana puede ser lo mejor para un oriental. De acuerdo a la periodista independiente Gladys Linares, en la capital cubana existen 65 barrios marginales en condiciones infrahumanas. Miles de miles de desclasados ocupantes de los 'llega y pon': "Sin derecho a trabajar legalmente, sin libreta de racionamiento ni acceso a servicios básicos como electricidad, agua potable o alcantarillado. Siempre con la zozobra de ser deportados hacia su provincia de origen. Sus hijos, habaneros por nacimiento, deben ser registrados en el domicilio legal de la madre, que claro está, no es en la capital. Mientras los comunistas no se cansan de hablar de justicia social. Ese es el drama que han vivido durante años más de 700 mil cubanos indocumentados en su propio país".

Otro factor de la tugurización es la nueva política de gentrificación del gobierno cubano (mantenido en secreto por razones obvias) de estimular la destrucción para construir hoteles de lujo, particularmente después de la pandemia de 2020. En el texto que acompaña el video sobre seis barrios que los turistas no visitan, el periodista independiente Mario Echevarría Driggs manifiesta: "Al que se le caiga la vivienda en la Habana Vieja o en Centro Habana, (va a) un albergue, pero ya tú sabes, bien lejito. Nada de reconstrucción de tu casa, nada de arreglar tu casa. Es triste lo que está pasando". Según Driggs, es práctica habitual del gobierno, de aprovechar el deterioro que sufren muchos edificios ubicados en zonas céntricas para levantar nuevos hoteles: "Prefieren que se te caiga el edificio y a ti ubicarte en un albergue".

De acuerdo a USA Today, entre 2000 y 2013, en La Habana se reportaron unos 3 mil 856 derrumbes parciales o totales de edificios, sin contar 2010 y 2011 cuando no se llevaron registros. Los derrumbes han empeorado la ya grave escasez de viviendas. Solo La Habana tuvo un déficit de 206 mil 000 viviendas en 2016, reportan cifras oficiales. Un artículo de Abraham Jiménez Enoa publicado en The Washington Post, deja constancia de la desgracia durante la pandemia:

-En la actualidad, 47 por ciento de todas las viviendas cubanas necesitan rehabilitarse o repararse y cinco por ciento está en peligro de derrumbe, declara un informe del Observatorio Cubano de Derechos Humanos. Dentro de toda esa debacle inmobiliaria que padece la isla, La Habana, la provincia con mayor densidad poblacional del país, es la de peores números (…) con 2.1 millones de habitantes, tiene un déficit habitacional de 185 mil 348 inmuebles, de los cuales deben repararse 83 mil 878 y reponerse 46 mil 158. Además, se necesitan 43 mil 854 hogares para personas que perdieron sus casas por derrumbes y se encuentran pernoctando en albergues estatales, así como 11 mil 458 viviendas más por el crecimiento habitacional de la ciudad.

La crisis es tan palpable que periódicos internacionales han optado por presentar un tipo de ensayo fotográfico, mostrando simplemente la degradación de la ciudad. El País hizo un dossier de 16 fotos, de Sanne Derks. Otro ensayo, del periódico británico The Guardian plantea: "El enfoque principal de este proyecto es documentar la pésima situación de la vivienda en La Habana Vieja, un reflejo del colapso generalizado del país. Algunas fuentes sugieren que el gobierno permite que los edificios se derrumben para poder comprarlos a bajo precio y convertirlos en infraestructura turística. Las voces de este reportaje revelan una realidad que se aleja de la imagen de un paraíso caribeño para mostrar edificios ruinosos entre ratas, chinches y cucarachas, con continuos apagones y falta de agua". (Recomiendo el ensayo fotográfico de Lucía Jerez).

¡Por fin, el sueño del Máximo Líder de ruralizar La Habana desprestigiándola, hecho realidad!

Alfredo Triff
El Estornudo, 17 de mayo de 2023.

lunes, 17 de julio de 2023

Los nombres de los círculos infantiles en Cuba

En la actualizada edición de las Páginas Amarillas de ETECSA leo el listado de círculos infantiles de todo el país. Aparecen unos 900, existen algo más de un millar. Leo sus nombres y por esos nombres juzgo lo que debió esperar el régimen de los niños inscritos en ellos.

Abundan, aunque no son mayoría, las consabidas denominaciones azucaradas. Barquitos de papel, casitas de caramelo, jardines, mariposas, conchitas de mar, muñecas negras, zapaticos de rosa, blancas margaritas… Nombres que podrían recibir las guarderías de cualquier otra parte del mundo. Los niños de esos círculos no han llegado todavía a unas escuelas con nombres severos de mártires y efemérides. El mundo en el que viven parece tener la consistencia de los dibujos infantiles. El sol brilla.

Es evidente lo aprovechable de asociar la equivalencia entre infancia y comienzo del día: Alborada de la Infancia, Bello Amanecer, Alegre Despertar, Dulce Amanecer… Aunque no tarda en utilizarse el amanecer a la manera en que lo hace el discurso político. Amanecer de América o Amanecer de Octubre, por la revolución soviética. La alborada se hace Alborada de Libertad.

En Cuba las cárceles también han sido bautizadas por el nacimiento del sol, me digo. Y no es casual tal coincidencia entre el sistema penal y el sistema educativo, adoctrinadores ambos. (Las Páginas Amarillas de ETECSA apenas declaran cinco prisiones del enorme sistema de prisiones construido por el régimen revolucionario).

Gran parte de estos nombres declaran lo que se espera de los educandos, relacionan a los niños desde temprano con los oficios útiles a la sociedad. El círculo infantil constituye el primer eslabón en la cadena de fabricación de sujetos productivos. Pues se hace necesario atravesar lo más rápido posible esos jardines con campanitas y casitas de chocolate. Pues el día avanza, y lo que era alborada o amanecer se apura hacia su desarrollo. La historia urge. Los niños deben crecer de prisa, empinarse y andar.

Obreritos de acero, leo en este listado. Pequeños Fundidores, Forjadores del Futuro, Futuros Hombres de Acero, Aceritos… Es la metalurgia y sus tópicos, tan frecuentados por el realismo socialista. La forja de metales que permitirá tildar a los sujetos descartados con la misma denominación de lo espurio en los hornos: escoria.

Obreritos del Cemento, Felices Constructores, Mágicos Constructores… Lo constructivo también vale como campo de nombres. Y existen más ocupaciones adultas con las que bautizar círculos: Agraritos, Alfareritos, Bomberitos, Textileritos, Azucareritos... Junto a estos dos últimos habrá de alzarse, supongo, una fábrica textil y un central azucarero. Al convertirse en adultos, al llegar a edad laboral, esos niños se sumarán a sus padres como trabajadores de las industrias locales.

Crecerán para constituirse en algo más que fuerza de trabajo. Leo nombres que incitan a engrosar la épica de la revolución: Futuros Comunistas, Futuros Guerrilleros, Futuros Titanes, Pequeños Camaradas, Pequeños Combatientes, Primeros Cadetes, Retoños Comunistas, Retoños Leninistas…Vladimir Ilich Lenin da nombre a un círculo. Pequeños Lenin, han llamado a otro. Hay un círculo Nadezhda Krúpskaya y un círculo Rosa Luxemburgo.

Flor de la Revolución, leo. Y, puesto que la revolución necesita tanto de obreros como de soldados: Soldaditos de la Revolución, Soldaditos de la Patria, Soldaditos de Fidel, Amiguitos del Ministerio del Interior… Los hay que ostentan el nombre de un mártir, de un héroe independentista. Otros que parecen salidos de las personalidades de los héroes revolucionarios. Sueños que tuvieron esos héroes, emanaciones suyas.

Cuando los héroes revolucionarios sueñan, sueñan con niños educándose y creciendo dentro de estos círculos infantiles. Sueños del Che, por descontado. Ernesto Guevara soñó niños que, en reciprocidad, jurarían formarse como él, seguir su ejemplo. Sueños de Vilma, de los cuales la soñadora es Vilma Espín, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, esposa de Raúl y cuñada del comandante en jefe Fidel Castro. Principitos de Vilma, existe otro. Pequeñines de Celia, por Celia Sánchez Manduley, secretaria y mano derecha del comandante en jefe Fidel Castro. Sueños de Celia, otro.

Más que niños, los asistentes a estos círculos son sueños o pertenencias de un jerarca de la revolución. La revolución es una gran familia que los adopta en tanto pequeñines de la dirigencia. Pero, hablando de nombres, ¿por qué se denominan 'círculos'?

Antes de que llegara la revolución, la denominación usual para los centros de educación preescolar era kindergarten (en alemán, jardín de niños. Crèche (del francés pesebre y, por excelencia, el pesebre de Belén), era el nombre de los asilos para niños pequeños en Cuba. Esta denominación de círculo pone a los niños a girar, a dar vueltas en un ciclo sin comienzo ni final. Círculo viene del latín cercus, cerco. ¿Acaso no supone el término revolución la idea de giro, de rotar?

Las mujeres habían sido agrupadas en federación, ¿qué hacer con sus hijos que no alcanzaban la edad escolar? Así fueron creados estos círculos. La Federación de Mujeres Cubanas se encargó de levantar los fondos necesarios. Las federadas celebraron tómbolas, ferias de artesanía, vendieron café a condición de que el cliente les dejara dos centavos más por cada taza. Hileras de catres con niños haciendo la siesta, rondas de niños que cantan y dan palmas: la propaganda oficial no va a cansarse de bombardearnos con estas imágenes.

Gracias al sistema de círculos infantiles, pueden incorporarse cada vez más madres al mercado laboral. El sistema de círculos infantiles permite comenzar desde muy temprano los trabajos de uniformización del individuo. Desde el moscovita Instituto de Investigaciones Científicas de Educación Preescolar viajan especialistas a Cuba, a formar sus homólogos. Las investigaciones de estos especialistas se encaminan en estas dos direcciones fundamentales: "el desarrollo intelectual en la edad temprana y la formación de las premisas de las cualidades de la personalidad".

Extrañamente, no encuentro en esta lista un círculo que aluda a los sueños del comandante en jefe. No hay círculo infantil que se llame Sueños de Fidel. No importa, cada niño inscrito en estos centros enlistados formaría parte de los sueños del comandante en jefe. Serían sus soldaditos de plomo, sus carnitas de cañón... En el listado de nombres y teléfonos encuentro el único círculo infantil que me hace gracia y al cual, al menos por su nombre, no me habría opuesto a asistir (no fui a ninguno): Amiguitos del Átomo.

Porque si uno va a hacerse amigo de un concepto, mejor este, tan extendido e invisible. Mejor ser amiguito del átomo que de la revolución o de uno de sus ministerios o de uno de sus líderes. El nombre me hace pensar primero en Lucrecio y la antigua atomística, después en el centro atómico al que van a trabajar las madres y padres que dejan allí a sus hijos, y la vecindad de un centro así termina por resultarme ominosa.

Antonio José Ponte
Diario de Cuba, 20 de mayo de 2023.
Foto: Fidel Castro visitando un círculo infantil en los primeros años de la revolución. Tomada de TV Santiago.
Nota.- Entre 1965 y 1967 mis dos hijos, Tamila e Iván García Quintero, fueron al círculo infantil Los Proletaritos, inaugurado en la azotea de la CTC (Central de Trabajadores de Cuba), en San Carlos y Peñalver, y posteriormente trasladado a su sitio actual, en San Carlos y Carlos III, Centro Habana. De 1995 a 1999, mi nieta mayor, Yania Betancourt García, asistió al círculo Los Bomberitos, que quedaba detrás del Comando 4 de Bomberos de La Habana, en Santa Catalina entre Párraga y Poey, en el municipio Diez de Octubre. Y Melany García Roig, mi nieta menor, entre 2005 y 2008 estuvo en Soldaditos del Silencio, que se llamaba así porque quedaba en Anita y San Miguel, muy cerca de Villa Marista, sede del Departamento de Seguridad del Estado, en el Reparto Sevillano, que también se localiza en Diez de Octubre, el municipio más poblado de la capital.

lunes, 10 de julio de 2023

Cuba fue exportadora de aletas de tiburón


Leo este texto y recuerdo que la primera gran investigación que publiqué en la Sección Económica de la revista Bohemia, en la década de 1980, se titulaba "Tiburón, fiero, pero rentable". Todavía en esa época, Cuba seguía exportando aletas de tiburón a países asiáticos, sobre todo a Japón, exportaciones que databan de los años 40, tal vez antes. De fuerte olor, la carne de tiburón es comestible, siempre y cuando se trate de especies no tóxicas, que no contengan altos niveles de mercurio.

Pero el centro de mi trabajo no eran las aletas ni la carne, si no la piel del tiburón. Se sabía que en algunos países había sido utilizada para confeccionar jackets destinados a pilotos militares, pero en Cuba nunca fue aprovechada como prenda militar ni tampoco en la elaboración de zapatos y bolsos, a diferencia de la piel del cocodrilo, muy utilizada por los talabarteros y artesanos cubanos para realizar carteras, billeteras y cinturones, vendidos como souvenirs.

Para esa investigación conté con la ayuda con dos jubilados de la industria ligera: Rodolfo Ramos y Raúl Martinto.

Antes de 1959, Cuba exportaba aletas de tiburón, no sé si después siguió exportándolas. Incluso pensé que en Cuba, el País del No Hay, ya ni tiburones había en los mares que bañan sus costas. Pero al día siguiente de escribir esta nota, en el Periódico Cubano reportaban que en Santa Cruz del Norte, uno de los once municipios de la provincia Mayabeque, habían capturado un enorme tiburón tigre.

Tania Quintero

lunes, 3 de julio de 2023

Ir a la escuela en La Habana de mi infancia (1948-1954)

Nací en 1942 y en 1948 comencé a ir al kindergarten (preescolar), en una escuela pública de enseñanza primaría que había casi llegando a la Esquina de Tejas, en el tramo de Monte entre San Joaquín e Infanta, en el municipio habanero del Cerro. El kindegarten pude haberlo hecho a la edad de cinco años, en 1947, pero mis padres consideraron que era mejor que lo hiciera a los seis, en 1948. La maestra, como todas las que entonces atendían las aulas preescolares en Cuba, era graduada de la Escuela del Hogar. No recuerdo su nombre, pero sí que asistía por las mañanas, de lunes a viernes, sin uniforme, con ropa de calle.

La enseñanza primaria la cursé en la Escuela Pública No. 126 Ramón Rosaínz, situada en Monte y Pila, también en El Cerro, a tres cuadras de mi casa, en Romay entre Monte y Zequeira. El primer grado (1948-49) lo hice con la Srta. Roxana; el segundo grado (1949-50), con la Srta. Inés, en 1950-51; el tercer grado (1950-51), con la Srta. Carmen; el cuarto grado (1951-52), con la Srta. Margarita, que era hermana de Carmen. El quinto grado (1952-53) con la Srta. Adolfina y el sexto y último grado (1953-54), de nuevo con la Srta. Carmen.

Todas ellas habían estudiado en la Escuela Normal de Maestros de La Habana y eran graduadas de la carrera de Pedagogía en la Universidad de La Habana. En el caso de las hermanas Margarita y Carmen, de apellido Córdova, tenían el título de Doctora en Pedagogía. Amelia se llamaba la maestra de Educación Física y Lucila, la de Música fue la única maestra negra que tuve. Volví a tener un profesor de la raza negra cuando matriculé en la Escuela Nocturna de Inglés, que funcionaba en la misma escuela Ramón Rosaínz, en los horarios de 6 a 7, de 7 a 8 y de 9 a 10 de la noche. Las clases eran gratuitas y podían asistir personas de cualquier edad y clase social.

Procedo de una familia humilde. En mi casa solo entraba el sueldo de mi padre, guardaespalda de Blas Roca, secretario general del Partido Socialista Popular; nunca supe lo que le pagaban, pero no debe haber sido más de 100 o 150 pesos mensuales, por eso mi madre dos veces a la semana lavaba y planchaba a domicilio. La estrechez económica no impidió que siempre tuviera batas bonitas, gracias a dos de mis tías paternas, Cuca y Lala, que eran modistas. Mis padres solo tenían que gastar en ropa interior, medias, calzado, útiles escolares, un par de juguetes el Día de Reyes y poco más. Zapatos siempre tuve tres pares: uno para andar en casa y jugar, otro para ir a la escuela, los llamados 'colegiales' (de piel negra, con cordones) y otro para salir, que en verano solían ser blancos y en invierno negros, de charol. Sandalias usé de pequeña, con correa, que no se salían del pie. De adolescente no recuerdo haber usado mocasiones.

Antes de 1959, en Cuba habían escuelas públicas, privadas y religiosas y la enseñanza estaba separada en hembras y varones. A las privadas y religiosas había que ir con los uniformes, zapatos, medias, corbatas o lazos que cada escuela diseñaba y era obligado compra en determinadas tiendas. En La Habana, en El Encanto, Fin de Siglo, La Época, Ultra, Sánchez Mola y El Bazar Inglés, entre otras. A las públicas también se iba con uniforme, que podías comprar ya hecho en las tiendas, a precios accesibles, o comprar la tela y si nadie en la casa sabía coser, se lo encargabas a una de las muchas costureras que había en los barrios y cobraban barato, unos 5 pesos. Las hembras usábamos saya azul prusia, blusa blanca y lazo azul, que con en el medio tenia broches de presión para poner y quitar el monograma de la escuela, que costaba 0.50 centavos (de pesos o de dólares, entonces en Cuba el dólar circulaba y tenía el mismo valor del peso).

La Escuela Ramón Rosaínz se encontraba en El Pilar, una barriada de familias pobres y trabajadoras y también de gente marginal. Cerca de la iglesia, en la calle Estévez, famosa por su párroco, el Padre Testé, vivía el músico Enrique Jorrín (1926-1987), compositor de La Engañadora, el primer chachachá. La calle Pila, que quedaba frente a nuestra escuela (empezaba en Monte y terminaba en Cristina) y era una calle de 'mujeres de la vida', como entonces le decían a las mujeres que se ganaban la vida ejerciendo la prostitución. Algunas de mis compañeras de primaria eran hijas, sobrinas o primas de alguna prostituta, de la calle Pila o de los alrededores, pues por la cercanía del Mercado Único o Mercado de Cuatro Caminos, el más grande de La Habana, era fácil conseguir buenos clientes con los guajiros que traían sus productos del campo y también con los comerciantes, vendedores y choferes de camiones.

Nunca vi a nadie burlarse de una compañera de aula porque vivía en una casa en mal estado o porque sus zapatos eran más baratos o no tuviera maleta (entonces no habían mochilas, eso era algo que usaban los militares, igual que los pantalones de mezclilla, que era cosa de obreros y mecánicos) y tuvieran que llevar los libros y libretas en la mano o en una jaba de tela hecha por su mamá o su abuela. Tampoco nos molestaba ni nos daba envidia ver a los estudiantes de las escuelas privadas y religiosas, con sus uniformes vistosos y un ómnibus escolar los recogía en la puerta de su casa por la mañana y por la tarde los dejaba de nuevo allí. Mi prima Lydia Roca, hija mayor de mi tía Dulce Antúnez y Blas Roca, estudió en el Instituto Edison. El uniforme era blanco y el monograma con las iniciales IE bordadas en carmelita. Sus tres hermanos, mis primos Paquito, Pepe (Vladimiro Roca) y Joaquín estudiaron en escuelas públicas de Santos Suárez.

Hasta 4to. grado, di clases de música y dibujo y en 5to. y 6to. grado, clases de bordado, economía doméstica y educación física, que dos veces a la semana la daban en la azotea de la escuela, que colindaba con el local donde durante muchos años estuvo la COA (Cooperativa de Ómnibus Aliados), una de las organizaciones sindicales más fuertes de la capital (a diario circulaban decenas de rutas de ómnibus por toda la ciudad). Esos dos días, íbamos a la escuela con el uniforme de educación física: blusa blanca, saya azul marino abierta alante con botones y debajo un short azul. Los tenis, altos y blancos eran de la marca U.S. Keds, la más conocida entonces

Terminé el 6to. grado en 1954 y matriculé en la Escuela Superior (antes no se llamaba Secundaria), donde cursaban dos grados, 7mo. y 8vo. No sé en otras localidades o provincias, pero en la Superior usé el mismo uniforme de la primaria, pero con otro monograma. Por mi lugar de residencia, me tocó ir a una gran edificación escolar que recientemente se había inaugurado, detrás de la Escuela Normal de Maestros de La Habana, en San Joaquín entre Pedroso y Amenidad, Cerro. En una parte del moderno edificio, quedaba la Escuela Superior Anexa La Normal, que así se llamaba, y en la otra, más grande una escuela primaria (después de 1959 quitaron la Superior, dejaron la primaria a la cual le pusieron Nguyen Van Troi, en honor a un guerrilero vietnamita ejecutado en 1964).

El plan de estudios en la Escuela Superior Anexa La Normal incluía clases de cocina, que se daban en un salón con mesas, closets, un gran refrigerador y cuatro cocinas de gas, Made in USA (lo raro era que algo no fuera hecho en Estados Unidos, fueran electrodomésticos, ropa, calzado, autos). La clase de cocina fue algo novedoso para mi, pues hasta 1959 en mi casa no tuvimos refrigerador, comprábamos una piedra de hielo cada día. Y hasta 1968, cuando por la llamada Ofensiva Revolucionaria, nacionalizaron las bodegas y pequeños comercios, entre ellos la carbonería del asturiano Fermín, en la esquina de Romay y Zequeira, mi madre cocinaba con carbón.

Los 28 de Enero, aniversario del natalicio de José Martí, nos vestíamos de blanco y desde la Escuela Ramón Rosaínz, por la calle Monte íbamos caminando hasta el Parque Central (unos dos kilómetros), a depositarle rosas blancas al Apóstol. Con el uniforme escolar íbamos a visitar la casita donde nació Martí, en Paula 102, y a las charlas que a las alumnas de la Asociación Martiana nos daban en la Fragua Martiana. Uniformadas participábamos también en la Semana del Niño, dedicada a visitar industrias de la zona (Canada Dry, Sabatés, La Estrella o La Española, fábrica de chocolate en Infanta y Estévez). Llevábamos una bolsita, para echar las chucherías que nos regalaban. A las excursiones fuera de la capital (Cuevas de Bellamar, Valle Viñales) íbamos con camisa, pantalón, calzado apropiado y podíamos llevar un cartucho con merienda, una botella de agua o refresco y un sombrero para protegernos del sol.

La Habana de mi infancia apenas se parece a la del siglo XXI, a no ser por el Malecón, que sigue en pie, con el muro dañado y aceras destrozadas; el Capitolio, recientemente restaurado; el Parque Central, con menos áboles y ya sin su vieja vecina, la Manzana de Gómez, reconvertida en el hotel de lujo Manzana Kempinski. La estatua de Antonio Maceo, que sigue en el mismo espacio, en la calle Belascoaín, en nada se asemeja al Parque Maceo de mi niñez. Igualmente en los mismos lugares siguen teatros como el antiguo Nacional, después García Lorca, hoy Alicia Alonso; restaurantes y bares, como La Bodeguita del Medio y El Floridita. De los cines que han sobrevivido a la desidia del castrismo quedan Radiocentro (Yara), Rodi (Mella), Chaplin, 12 y 23, Trianón y Riviera en El Vedado y América, en Centro Habana.

También siguen en pie la Universidad de La Habana, con su escalinata y su Alma Mater; la Biblioteca Nacional, a la que iba a estudiar cuando fui alumna de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana (1957-59) e iglesias como la de los Pasionistas en La Víbora y, por supuesto, la Catedral, en la Habana Vieja. Cas todas las antiguas mansiones hoy son sedes de museos, organismos y residencias de diplomáticos extranjeros y altos funcionarios del régimen. Más o menos se conservan hoteles como el Nacional, Presidente, Inglaterra, Sevilla, Plaza, Havana Hilton (Habana Libre), Riviera, Comodoro, Capri, Deauville... Pero sobre todo, todavía desde lejos se divisa el emblema de la capital: el Castillo de los Tres Reyes del Morro, que lleva más de cuatro siglos siendo testigo de asedios de piratas, conquistadores ingleses, guerras de independencia, ciclones, revueltas populares y turbulencias sociales y políticas.

Para los cubanos nacidos en la década de 1940, si sus padres eran auténticos, liberales, ortodoxos o comunistas, como era mi caso, no veíamos a Estados Unidos como un enemigo. En los estanquillos vendían periódicos y revistas americanas; en los cines, si las películas no eran mexicanas o argentinas, eran americanas. En la radio igual, lo mismo escuchábamos a Joseíto Fernández en aquel programa donde, al compás de La Guantanamera, narraba asesinatos y crímenes, que programas con Frank Sinatra, Nat King Cole, Elvis Presley... O dedicados a la música de Ernesto Lecuona y Sánchez de Fuentes, autor de Habanera tu. O los espacios fijos que había en las emisoras, con Vicentico Valdés, Blanca Rosa Gil, Panchito Riset, Barbarito Diez, Tejedor y su Grupo, Benny Moré... O los dedicados a la música clásica, española, mexicana, argentina, o a los seguidores del feeling, guaguancó, danzones y décimas campesinas. O cuando podías escuchar lo último de las orquestas cubanas de moda (Jorrín, América, Aragón, Riverside, Sonora Matancera, Roberto Faz) o de jazz bands estadounidenses que eran muy escuchadas en Cuba, como las de Benny Goodman y Glenn Miller.

Muñequitos (comics) los podías comprar en los estanquillos, ver en la tele o en periódicos que publicaban tiras humorísticas. Los programas de aventuras, como Los Tres Villalobos, tenían tantos seguidores como las radionovelas (El derecho de nacer, la más popular) o como espacios basados en hechos reales, era el caso de Divorciadas. Por la radio, podías seguir el espiritismo de Clavelito y espacios humorísticos y actuaciones musicales en vivo, en Radio Progreso y otras emisoras. Entre las revistas semanales más demandadas se encontraban Bohemia y Carteles y de las mensuales, las femeninas Romance y Vanidades, esta última con novelas de Corín Tellado.

Uno estaba al tanto de lo que se usaba en Estados Unidos, que ya desde entonces era un país de referencia para el cubano de a pie, aunque la gente rica prefería la moda y los perfumes de París. Si querías un vestido igual al que salió en un catálogo de Lana Lobell, ibas al Ten Cent de Galiano, te comprabas un sobre que dentro traía los patrones o moldes y costaba menos de un peso. Si vivías en La Habana, ibas a Muralla, la calle habanera donde se vendían más telas, encajes, botones, bieses, serpentinas, zippers e hilos, y por tres o cuatro pesos, cuando mucho, comprabas dos o tres varas o yardas (antes no se decía metros) del tejido que el modelo requería y lo que necesitaras para confeccionarlo. Pero nadie en mi escuela, mi barrio y mi familia sufría si no podía comprar lo que estaba de moda en USA.

Quienes tal vez sufrían un poco eran los apasionados de los autos, pero en las agencias que había en la capital, podían comprarlos a plazos, igual que los refrigeradores, cocinas, batidoras y otros electrodomésticos americanos. Cualquiera podía sacar un pasaje en avión a Cayo Hueso (Key West) o Miami, pasarse allí unas horas haciendo compras y regresar ese mismo día: el trayecto aéreo entre La Habana y Florida sigue demorando el mismo tiempo: 45 minutos. Muchos cubanos preferían ir en el Ferry, donde podías venir con autos, muebles y todo lo que necesitaras para tu casa, tu comercio o para tu taller de mecánica, chapistería o carpintería.

Pero todo se acabó cuando en 1959 llegó el 'comandante' y mandó a parar, porque para él todo eso formaba parte de la "diversión" capitalista. Y fue cuando la población empezó a estancarse, a ir pa'tras, viviendo con libreta de racionamiento desde 1962. Cada vez con más escasez y penurias, sin democracia ni libertades. Sesenta y cuatro años después, Cuba está peor que en 1959.

Tania Quintero
Foto: En 1950 con las alumnas que cursamos el 2do. grado con la Srta. Inés en la Escuela Pública No. 126 "Ramón Rosaínz", situada en Monte y Pila, Cerro, La Habana. Soy la primera a la izquierda, en la segunda fila, con el pelo recogido y lazos blancos.