Bajo las riendas del régimen castrocomunista que recién el pasado 1ro de enero cumplió 64 años, siempre a las órdenes de los hermanos Fidel y Raúl Castro, hoy, tratando de aparentar legitimidad democrática en la persona de un gobernante designado y no elegido, Cuba vive una crisis cívica y moral que no sólo abarca las instituciones del Estado, sino también la familia, pues daña el tejido fundamental de cualquier nación.
Aunque parezca increíble, carecemos hoy los cubanos de lo elemental que poseyeron nuestros mayores para domar sus formas ovejunas o agresivas y transformarlas en ciudadanas tras siglos de coloniaje y años de guerra.
Nos faltan pensadores y personas como aquel intelectual que escribiera un tomito de 260 páginas y apenas 16 centímetros de alto por 12 centímetros de ancho, impreso en La moderna poesía y que, adaptado para la enseñanza por el doctor Carlos de la Torre y Huerta, fuera prologado el 1ro de octubre de 1902 por el doctor Enrique José Varona para integrar la colección Biblioteca del Maestro Cubano, con un título ineludible en la formación no sólo de la recién proclamada República de Cuba, sino también de cualquier nación que procurase en su seno personas honestas.
La obra en cuestión se llama Principios de moral e instrucción cívica y fue escrita por Rafael Montoro y Valdés, quien fuera fundador, en 1878, del Partido Liberal (Autonomista), al que José Martí llamara de “la equivocación permanente”.
Según Rafael Montoro, uno de los cubanos más cultos y preclaros de su tiempo, cuyo genio trasciende a la contemporaneidad, los cubanos no estábamos preparados para tener una república soberana (entiéndase: administrar la nación y convivir civilizadamente en ella), por lo que luego de 56 años de gobiernos republicanos (1902-1958), que incluyeron dos dictaduras y no pocas administraciones corruptas, y de un régimen totalitario comunista, que ya se prolonga por 64 años (1959-2023), haciendo un ejercicio de abstracción y respecto a esa “equivocación” perpetua de los autonomistas, según José Martí, hoy es lícito pensar que tal vez Montoro, que murió justo al caer la dictadura del general independentista Gerardo Machado, interpelara al mártir de Dos Ríos diciendo: “¿Para qué le han servido 121 años de independencia a los cubanos, para anidar dictadores y ladrones?”
Montoro nació en La Habana el 24 de octubre de 1852 y falleció en su ciudad natal próximo a cumplir los 81 años, el 14 de agosto de 1933. Montoro había estudiado en el colegio El Salvador y en 1864, con 12 años, visitó Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, país este último donde cursó estudios de segunda enseñanza. De regreso en Cuba, Rafael Montoro fue discípulo en el colegio San Francisco de Asís de Enrique Piñeyro y Juan Clemente Zenea y alumno de Oratoria de Antonio Zambrana, que lo convertiría en un orador brillante, por el empleo de la palabra precisa y por el uso de la lógica.
En 1868 Montoro vuelve a Francia, trasladándose luego a España, donde iniciaría los estudios de Derecho y desarrollaría una amplia labor intelectual durante los diez años en que residió en ese país. En 1886 fue elegido diputado a las Cortes Españolas y en 1897 el rey Alfonso XIII le concedió el título de Marqués de Montoro. En 1898, durante el breve gobierno autonomista, fue secretario de Hacienda. Ya en la república y durante la administración de Tomás Estrada Palma, fue embajador de Cuba en Inglaterra y Alemania; durante las presidencias de Alfredo Zayas y Mario García Menocal ejerció como secretario de Estado. En el ámbito académico, Rafael Montoro integró la Real Academia Española, la Academia Nacional de Artes y Letras, desde su fundación en 1910, e ingresó en la Academia de Historia de Cuba en 1926.
Hombre de amplia capacidad intelectual, política y rectitud de principios, Rafael Montoro fue abogado, historiador, ensayista, crítico de arte y escritor prolífico incluso en prensa, donde publicó más de 350 artículos en medios de Cuba, España y Estados Unidos, en los que abordó temas económicos, políticos, filosóficos, de crítica de arte y sociológicos, con una clara influencia de Immanuel Kant y Hegel (Georg Wilhelm Friedrich), particularmente en la concepción filosófica de éste respecto a que “es en el pensamiento donde reside la libertad”.
Casi toda su obra fue publicada en vida y reunida en cuatro tomos editados poco antes de su muerte. Por la utilidad pública, actual, necesaria, los cubanos de las generaciones posteriores a 1959 debieran leer Principios de moral e instrucción cívica de Rafael Montoro.
El lunes 18 de julio de 2022, profesores de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona fueron recibidos por el gobernante Miguel Díaz-Canel en el llamado Palacio de la Revolución, para discernir cómo tener en Cuba “profesores más cultos”, cuestionándose en el conclave “¿qué maestro necesita la sociedad cubana actual?”, o, a ese educador, “¿cómo formarlo mejor para que a su vez sea un artífice en el entramado espiritual del país?”, pues, según Díaz-Canel, “tenemos insatisfacciones en la calidad del graduado que estamos formando, y sobre todo en su formación integral”.
Para tener “profesores más cultos” en Cuba y para conocer qué maestros necesita la sociedad cubana actual, o cómo formarlos para que sean promotores de la espiritualidad del país, a Díaz-Canel le hubiera bastado antes de reunirse con los profesores de la universidad que lleva el nombre de Enrique José Varona, leer el prefacio redactado en 1902 por Varona para el libro Principios de moral e instrucción cívica, escrito por Rafael Montoro.
Pero, claro, antes de leer al ilustre pedagogo, Díaz-Canel debía despojarse de las doctrinas intrínsecas de los comunistas, a quienes Varona retrata cuando dice: “Relajados los vínculos sociales, el egoísmo sin freno ha fomentado la indisciplina, y cuando más se ha transformado en el espíritu de facción, que no es sino un egoísmo de grupo”. Precisamente en ese estado se encuentra la sociedad cubana actualmente, como resultado de la conducción de los comunistas y su espíritu de facción, de “partido único”.
Vigentes están los conceptos de Montoro sobre moral e instrucción cívica que Varona prologara: “Enriquecer la inteligencia es bueno, es útil, es indispensable. También lo es fortalecer el cuerpo, adiestrar la mano y aguzar los sentidos. Pero hecho todo eso aún queda lo mejor por hacer: conformar suavemente el corazón, dirigir con tino la conducta, templar el carácter. Esta es la grande obra que demandamos a nuestros maestros; esta la que exige imperiosamente la salud de nuestra patria en los críticos momentos en que trata de restaurar sus fuerzas para conquistar un porvenir más venturoso.”
Pero Cuba tiene hoy mala salud moral y cívica. A demasiados cubanos le falta honestidad, no sólo con sus semejantes, sino hasta consigo mismos. Y muchos creen que Cuba sólo es el himno de Bayamo, la bandera de Narciso López, el escudo con la llave sobre el golfo, el lechón asado, el congrí, la yuca con mojo y un trago de ron, celebrando el fin de año en Baracoa o en Miami, olvidando que patria son ellos y que Cuba mengua cuando los cubanos descienden.
Rafael Montoro decía que entre los principios fundamentales de la moral se encontraba la libertad de la voluntad, manifestada de forma inequívoca por la “amarga reconvención del remordimiento” o por la “muda aprobación que fortifica”, porque el ser humano es libre por naturaleza, pero no independiente de “toda influencia, de todo estímulo, de todo motivo”, porque esa “libertad de la indiferencia absoluta” “nadie puede defenderla ni concebirla”.
Sin embargo, vemos como tantos cubanos dentro y fuera de Cuba, aprueban la ignominia que ocurre en su patria o se desentienden de ella, aduciendo que lo suyo “no es la política”, como si política no fuera humanidad y ellos mismos partes de una sociedad.
Respecto al concepto del deber, del deber moral y cívico, reseñando pasajes de Hegel, refería Montoro que “el bien como ley de la vida” y el “mal como negación del bien” aparecen con claridad en la conciencia de todas las personas civilizadas desde que estos se reconocen como tales, afirmando: “Según su edad, su estado, su posición, su modo de vivir, su arte, oficio o profesión, tiene el hombre funciones definidas; obligaciones que su conciencia determina y sanciona. Está en relación con otros seres, y debe proceder respecto a ellos, como quiere y tiene derecho a esperar que procedan a su vez respecto a él”. ¡Pobre Cuba, pobres los cubanos!
Volver a Rafael Montoro es útil en estos momentos de crisis espiritual, moral y cívica en que se encuentra empantanada la nación cubana luego de 64 años de dictadura castrocomunista, donde el Estado, compréndase el régimen totalitario, suplantó, destruyó o manipuló las principales células de la sociedad civil y, particularmente, los roles de las familias.
Hoy, retomar conceptos como el de hogar y escuela, cuando define a las familias y al sistema escolar en lo que corresponde a su organización y funcionamiento como “esbozos o bocetos de naciones”, resulta cardinal, o cuando conceptúa el objeto de la instrucción cívica, “que enseña los conocimientos indispensables al ciudadano para cumplir a conciencia sus deberes y ejercitar sus derechos”, pues, “a todo derecho corresponde un deber y a todo deber un derecho, en el seno de la familia como de la sociedad en general”.
Sirvan entonces estos apuntes como estímulo para profundizar en la instrucción cívica, según la modelaron nuestros próceres en los albores de la República de Cuba en 1902, una educación ciudadana que, para nuestra nación, todavía es una asignatura pendiente. Aprobémosla. Y lo que es más útil: apliquemos esos conocimientos para ser mejores personas, único modo de convivir civilizadamente y de tener una patria verdaderamente libre.
Alberto Méndez Castelló
Texto y foto: CubaNet, 24 de marzo de 2023.
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