Aunque en el siglo XVI el mestizo Miguel de Velázquez impartió clases de Música y de Gramática y varias órdenes religiosas se ocuparon de la instrucción en los siglos siguientes, la enseñanza en Cuba no fue una prioridad para las autoridades coloniales.
La Sociedad Económica de Amigos del País, fundada en 1793 en La Habana, creó una sección de Educación desde la cual el padre de la pedagogía cubana, José de la Luz y Caballero, solicitó la autorización para organizar un colegio que comprendía una Escuela Normal. La primera se inauguró en Guanabacoa en 1857, bajo el amparo de los padres escolapios. A fines del siglo XIX el pedagogo cubano Manuel Valdés Rodríguez solicitó la instalación de una formadora de maestros y finalmente, en junio de 1890, se creó la Escuela Normal de La Habana, que funcionó hasta 1899, año en que el gobernador militar de la Isla estableció una Junta de Educación bajo la dirección de Enrique José Varona, quien fundó la Escuela de Pedagogía para la titulación de profesionales de la enseñanza.
En 1901, Alfredo M. Aguayo, director de la Escuela de La Habana, organizó un curso que denominó "Escuela Normal por Correspondencia", y en 1909 propuso restituir la escuela formadora de maestros que había sido clausurada en 1899. Con ese fin, Manuel Sanguily presentó al Congreso en 1915 un proyecto de ley con el que, una vez aprobado, entre 1916 y 1923 se crearon las Escuelas Normales de Oriente, las Villas, Pinar del Río, Matanzas y Puerto Príncipe, mientras en Holguín y Cienfuegos se abrieron centros denominados Patronatos.
Resultado de esa labor conjunta de pedagogos, sociedad civil y gobiernos, en 1958 funcionaban en Cuba seis escuelas normales oficiales de nivel secundario, una Facultad de Educación en cada una de las tres universidades públicas del país, varias escuelas normales de Kindergarten y del Hogar; un sistema en el que se graduaron los miles de maestros que encontró la revolución en 1959.
Esto explica las palabras de Fidel Castro en el Primer Congreso Nacional de Maestros Rurales, de agosto de 1959: "Al llegar nosotros al poder nos encontramos con estas realidades: primero, un número extraordinario de maestros con títulos, que sin embargo no tenían trabajo; 600 mil niños aproximadamente (…) que no estaban recibiendo enseñanza, (…) y el Gobierno Revolucionario no tenía recursos suficientes para afrontar todas las necesidades del país (…) lo que quiero proponerles a los maestros, es que con los mismos recursos que tenemos para crear 5 mil aulas, creemos las 10 mil aulas; que con los mismos recursos que tenemos para dar empleo a 5 mil maestros, les demos empleo a 10 mil maestros".
Como puede apreciarse, si la revolución convocó a 5 mil maestros significa que los mismos se habían formado antes de esa fecha. No era necesario, pues, clausurar el sistema de escuelas normales como ocurrió en febrero de 1961 para crear un nuevo plan de formación de maestros. Lo que correspondía era crear nuevas aulas en la medida que la economía fuera capaz de sustentar los servicios educacionales.
La formación de maestros revolucionarios —en los mismos sitios y condiciones en que se adiestraron los soldados rebeldes para la lucha guerrillera— devino proyecto de ingeniería social para la formación del "hombre nuevo" mediante la militarización, el adoctrinamiento ideológico y el monopolio de los medios de comunicación.
A partir de 1962 ese modelo tomó cuerpo con el Plan Escuelas de Minas de Frío-Topes-Tarará, de cinco años de duración: el primero en Minas del Frío, Sierra Maestra; el segundo y tercero en Topes de Collantes, en las instalaciones del sanatorio antituberculoso que Fulgencio Batista construyó en 1954; y los dos últimos años en Tarará, al este de La Habana.
Diez años después, el crecimiento de la población escolar alcanzó un millón de adolescentes y jóvenes entre 12 y 18 años que requerían aulas y maestros. De ellos, 250.000 estudiando y 750.000 atrasados de la escuela primaria que ni estudiaban ni trabajaban; una masa estudiantil que en una década sobrepasaría el millón y medio, unidos a otros dos millones y medio de menos de 12 años, lo que indicaba que hasta la edad de 25 años habría unos cinco millones.
Ante tal situación, en la clausura del II Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, en abril de 1972, el líder de la Revolución retomó el inconcluso proyecto de formación del "hombre nuevo", para lo cual subrayó la incondicionalidad como una condición necesaria. Dijo: "lo importante es esa disposición incondicional a hacer lo que sea necesario para resolver un problema, y que esa disposición sea masiva (…). Creo que uno de los puntos prevalecientes fue esta cuestión que ustedes han dado en llamar, o hemos dado en llamar la disponibilidad, que ustedes han acuñado con otra frase, que es la incondicionalidad para cumplir cualquier tarea que se les señale".
Fue en ese contexto de insuficiencias y falta de maestros que se formó el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, integrado por más de 400 estudiantes de décimo grado para, mediante el estudio y el trabajo, impartir clases a los estudiantes que arribaban al nivel medio de enseñanza.
Tomado como modelo, en los años siguientes se formaron cinco contingentes. Del último de ellos surgió el destacamento internacionalista Che Guevara, integrado por 732 maestros secundarios que fueron enviados a Angola, fieles al principio de "la incondicionalidad" y "el espíritu de entrega" ante cualquier misión asignada por la Revolución.
La experiencia en la militarización de la enseñanza fue trasladada a otros sectores. En diciembre de 1982, en el II Congreso de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), Fidel Castro explicó cómo esa idea los había llevado a hacer un movimiento similar con los técnicos medios, coordinado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), para enviarlos a los centrales azucareros y a la agricultura cañera. Luego, la misma fórmula se empleó para tratar de resolver el problema de personal técnico en la industria sideromecánica y en la industria básica.
La insuficiencia crónica de personal docente condujo en 2001 a establecer la Licenciatura en Educación en las Universidades Pedagógicas para formar "maestros integrales", quienes debían impartir todas las asignaturas, menos idiomas extranjeros, Computación y artes. Este "novísimo plan" fue desechado en el curso 2008-2009 para retomar la formación de maestros en asignaturas específicas.
El voluntarismo y el mesianismo autoritario, irreconciliables con la participación cívica, se manifestaron en esos experimentos de espaldas a la labor de las escuelas normales, de los esfuerzos y aportes de destacados pedagogos cubanos y de la sociedad civil, lo que unido a los bajos salarios y la falta de libertades generaron la emigración de miles de maestros hacia el exterior o hacia labores más lucrativas y al resurgimiento de la enseñanza privada inaccesible a las familias de menores ingresos: el repasador "por la izquierda".
Al cabo de seis décadas, el resultado de la sustitución del sistema de Escuelas Normales por la formación improvisada de maestros militarizados y adoctrinados en el marximo-leninismo, es inocultable. El costo de una enseñanza que retrocede por día ante la carencia de miles de maestros suplida por otros miles de improvisados, de una educación defectuosa en los estudiantes —tanto en conocimientos como en conductas y en formas de expresarse—, ha sido la involución social.
Dimas Castellanos
Diario de Cuba, 3 de octubre de 2022.
Foto: Escuela Normal de Maestros de La Habana. Tomada de Diario de Cuba.
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