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lunes, 22 de mayo de 2023

La Universidad del Aire


El martes 13 de diciembre de 1932, la emisora radial CMBZ, conocida como la Mil Diez, empezó a trasmitir un nuevo programa. Días antes, en algunos medios de prensa habían aparecido notas que anunciaban su salida al aire. Quienes aquella noche sintonizaron, entre las 9 y las 10pm, la emisora, estaban asistiendo al nacimiento de la Universidad del Aire.

Su promotor y director permanente fue Jorge Mañach (1898-1961), quien para entonces contaba con un sólido y bien ganado prestigio como escritor y periodista. En la puesta en marcha de aquel proyecto lo acompañó Luis de Soto (1893-1955), quien desde los años 20 trabajaba en la Universidad de La Habana. Allí entró como profesor auxiliar y ya desde sus inicios desempeñó su labor de manera renovadora. Hoy, hay que decir apenas se recuerda a quien fue el fundador de los estudios de historia del arte en Cuba y creador del correspondiente departamento en la Universidad.

En “Propósitos y método”, el texto que leyó en esa primera audición, Mañach expuso con meridiana claridad lo que pretendía ser la Universidad del Aire y cómo sacar mejor provecho de ella. Recordó que, como se dio a conocer en la divulgación previa, “consistirá en una serie de trasmisiones educacionales por radio, para poner al alcance de cuantos lo deseen aquellos conocimientos que constituyen la base de una cultura superior”. Al ser una institución que emplea la radio, “está, por tanto sujeta a las condiciones de acción que le imponen la índole de ese medio y el medio trasmisor de que se vale”. El objetivo primordial que la anima es despertar el interés por los temas de la cultura. Pero en ese aspecto, Mañach precisó que “no aspira a impartir conocimientos detallados o profundos, sino nociones introductorias y generales que abran una vía a la curiosidad de los oyentes”. Algo que sí recomendó a estos fue seguir los cursos con la mayor asiduidad.

Mañach era consciente de que las conferencias se iban a dirigir a una radioaudiencia en su mayor parte neófita. Por eso decidió que en las conferencias se prescindiera de todo lo que supusiese una considerable formación preliminar. De igual modo, debían evitar los tecnicismos y pormenores que fatigaran la atención de quienes desde sus casas iban a escuchar el programa. Asimismo, en la redacción de los textos resultaban importantes dos aspectos: la llaneza del estilo y la amenidad de exposición que los temas permitiesen.

También era necesario procurar sintetizar y dramatizar lo más posible la disertación, cuidando en todo momento no tanto el lucimiento personal del conferenciante, sino su comprensión por los oyentes. Esas puntualizaciones dejaban claramente establecidas las intenciones de la Universidad del Aire, de modo que así el público supiera de antemano qué debía y qué no debía esperar de la misma. Demostraban además que aquel fue un proyecto meticulosamente planificado, lo cual garantizó que cumpliera con notable éxito sus objetivos.

La primera conferencia, titulada “Cómo se formó el mundo”, fue encomendada al doctor Salvador Massip. Al igual que las que después siguieron, tuvo una duración de 20 minutos, que es el tiempo que la atención media resiste sin fatigarse y mantener fresca la capacidad de asimilación. Un formato que la Universidad del Aire mantuvo hasta el final fue el de contar en cada audición con dos disertantes. Entre uno y otro se incluía un intermedio musical, con alguna pieza que tuviera cierta afinidad histórica o estética con los temas desarrollados. Otra característica fija de esa primera etapa fue el horario: martes y viernes, de 9 a 10pm. Algo a hacer notar es que en las trasmisiones no se incluían anuncios comerciales. La Universidad del Aire contaba con oficinas, situadas en el número 14 de la calle San Rafael.

A las pocas semanas de haber iniciado su andadura empezaron a editarse los Cuadernos de la Universidad del Aire. Tenían una periodicidad semanal y en cada entrega se reproducían las cuatro conferencias dictadas en los dos programas. Su precio era 20 centavos y se vendían en librerías como Minerva, Cervantes y La Moderna Poesía, y en centros comerciales como las tiendas El Encanto y Fin de Siglo y la mueblería La Moda. También se hacían suscripciones anuales, que costaban 2 pesos. Cada disertante preparaba una bibliografía incorporada al final de su texto. Consistía en una breve selección de libros que, en su opinión, eran recomendables para quienes desearan profundizar en el tema. Esos títulos estaban a la venta en la librería Minerva, que se hallaba en la calle Obispo.

Como el propio Mañach comentó, la Universidad del Aire fue fundada “cuando más densas eran las sombras del machadato”. La Universidad de La Habana, la única existente entonces en Cuba, estaba cerrada, y varios de los profesores que habían sido cesados por la dictadura se sumaron al proyecto. También lo hicieron intelectuales, científicos y especialistas a quienes se había cerrado el acceso a la docencia y a publicar en diarios y revistas, pues la prensa estaba sujeta a la mordaza de la censura. Eso hizo que todos ellos hallaron en la Universidad del Aire un refugio.

La inestabilidad política a la que la dictadura de Machado había arrastrado al país llevó a Mañach a suspender las trasmisiones. La última salió al aire el martes 2 de mayo de 1933. Era la número 41. A lo largo de esos seis meses, la Universidad del Aire había realizado una valiosa labor de divulgación de la cultura, entendida esta en su sentido más vasto. Las conferencias que alcanzaron a darse cubrieron un amplio y variado espectro temático. Este abarcó historia, filosofía, literatura, religión, arte, música, psicología. El programa logró altos niveles de audiencia. Un hecho que pone de manifiesto esa favorable acogida que tuvo es que en varias ciudades y pueblos de la Isla se crearon grupos de Amigos de la Universidad del Aire.

Como ha comentado Cira Romero, conviene recordar que cuando la Universidad del Aire inició sus audiciones, “el empeño de Mañach y sus seguidores dio lugar a incomprensiones y burlas públicas, refugiadas en aquello de «hacerse universitario oyendo radio», con lo cual sus propugnadores no expresaban más que desprecio ante la modernidad empleada”.

La Universidad del Aire reanudó sus actividades el 9 de enero de 1949. En esta segunda etapa estuvo acogida por el Circuito CMQ. En las palabras que pronunció en la audición inaugural, Goar Mestre, director general de esa empresa, comentó que entre sus objetivos iniciales estaba “el de aportar a nuestra radiodifusión los elementos culturales que pudieran contribuir al desarrollo del intelecto y la sensibilidad de nuestro pueblo, utilizando así, en noble experimento, el enorme poder de difusión de la radio con el propósito de «deleitar enseñando»”.

Esos anhelos, declaró Goar Mestre, han ido cobrado forma y relieve tangibles. Y “ahora el Circuito CMQ brinda a toda la nación, de un extremo a otro de la Isla, la Universidad del Aire, manifestación cultural de primer orden, que convierte en hermosa realidad ese viejo, pero nunca olvidado, propósito nuestro de difundir en nuestras ondas algo más que entretenimiento y expresiones de arte popular”. Y finalizó destacando “el esfuerzo que constituye para el Dr. Jorge Mañach, hombre de múltiples y valiosas ocupaciones, dedicar parte de su triunfo a dirigir este empeño de difusión cultural”.

Las audiciones conservaron la estructura de la etapa anterior. En cada una tomaban parte dos disertantes, quienes disponían de 20 minutos para desarrollar su intervención. Continuaron también siendo en vivo y se grababan a medida que salían al aire. Un cambio que se introdujo fue el relativo al día y el horario: el programa se trasmitía el domingo, de 3 a 4 de la tarde.

A partir del 9 de julio de 1950, la Universidad del Aire pasó a emitirse de 5 a 6pm. Asimismo, se permitió la asistencia de espectadores, quienes además podían hacer preguntas al final. Eso obligó a que las conferencias hubo que reducirlas de 20 a 15 minutos. Las intervenciones del público fueron recogidas en los Cuadernos, que ahora aparecían con el nombre de Cuadernos de la Universidad del Aire del Circuito CMQ, y cuya periodicidad pasó a ser mensual.

Tres años después de haberse reanudado las audiciones, se produjo el golpe militar con el cual Fulgencio Batista se instauró en el poder. Pese a su carácter cultural, el programa no logró escapar a la ola de represión y violencia que a partir de entonces desató la dictadura. Como parte del curso dedicado al Cincuentenario de la República, el domingo 4 de mayo de 1952 se programó la participación del doctor Elías Entralgo y de Gerardo Canet, profesor de enseñanza secundaria. Al iniciar el primero su conferencia, una alusión suya a la derogación de la Constitución de 1940 tras el 10 de marzo provocó una ovación prolongada de los asistentes.

Un hombre sentado en la primera fila se levantó y gritó: “Aquí se está haciendo política”. Sacó después un pañuelo que debió ser una señal, pues de inmediato varios individuos se le sumaron y empezaron a vociferar, lanzar huevos contra los miembros de la mesa y sembrar el pánico. Uno de ellos trató de agredir a Mañach, pero la intervención de varios empleados de la CMQ se lo impidió. Los atacantes agredieron también al auditorio, en el cual había mujeres e incluso niños.

El atropello continuó en la calle y dejó varios lesionados. Entre ellos estaban el profesor Canet, Silvio Castillo, Faustino Pérez y Armando Hart, vicepresidente de los alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Como declaró Mañach, fue informado que quien dio la señal para comenzar el asalto era el presidente en Santiago de Cuba de la Juventud del Partido Acción Unitaria (PAU), fundado por Batista en 1949. A pesar de que el incidente fue denunciado por la prensa, no hubo detenciones.

En ese clima político resultaba muy difícil seguir adelante con la labor de la Universidad del Aire y en diciembre de ese año Mañach decidió dejar la dirección. Francisco Ichaso, quien en esta segunda etapa ejercía de subdirector, asumió el timón y logró realizar algunas audiciones más. Pero su duración se redujo y se emitían sin asistentes. Asimismo, los Cuadernos dejaron de publicarse. Terminaba así un generoso y elevado empeño cultural, elogiado por Medardo Vitier como una “obra constante, certera y de noble sentido patrio”.

Las conferencias estaban organizadas en cursos, que duraban varias semanas. En las dos etapas que tuvo la Universidad del Aire, se impartieron los que llevaban por título “Ideas, problemas, artes y letras de nuestro tiempo”, “Afirmaciones cubanas”, “La huella de los siglos”, “Cincuentenario de la República”, “Actualidad y destino de Cuba”, “La evolución de la cultura”, “Civilización contemporánea” y “Los forjadores de la conciencia nacional”.

El hecho de que Mañach estuviese al frente del proyecto y que le diera su saber, su entusiasmo y su experiencia, fue importante para alcanzar sus notables logros. Pero aquel era un empeño colectivo, y sin la colaboración de los numerosos disertantes la Universidad del Aire no habría podido materializarse. Fueron muchos los que se sumaron y estuvieron dispuestos a colaborar en lo que para su fundador y director era un preclaro afán por divulgar en Cuba las luces del saber. En ese aspecto, Mañach pudo presumir de que contó con la generosa y desinteresada cooperación de buena parte de lo mejor de la inteligencia cubana.

Para apoyar su afirmación, menciono unos cuantos nombres: Eugenio Florit, Rosario Rexach, Herminio Portell Vilá, Ramiro Guerra, Gastón Baquero, Dulce María Escalona, Rafael Suárez Solís, Humberto Piñera, Luis Amado Blanco, Ernesto Dihigo, Luis A. Baralt, Raúl Maestri, Vicentina Antuña, Félix Lizaso, Fernando Ortiz, Emeterio Santovenia, Regina de Marcos, Ángel Augier, Julio Le Riverand, José María Chacón y Calvo, Camila Henríquez Ureña, Carlos Rafael Rodríguez, Emilio Ballagas, Lino Novás Calvo, Emilio Roig de Leuchsenring, Medardo Vitier, Rosario Novoa, Raimundo Lazo, Juan J. Remos, Anita Arroyo, Miguel de Marcos, Rafael Marquina, José M. Valdés Rodríguez, Juan José Sicre, Mercedes García Tudurí, Enrique Loynaz del Castillo, Manuel Bisbé, Salvador Bueno, Fernando Portuondo, Miguel Ángel Carbonell, Enrique Gay Calbó, Leopoldo Horrego Estruch, Mario Guiral Moreno, Cintio Vitier, Amadeo Roldán.

Me he extendido en esa lista para que se pueda apreciar la amplitud de criterio que rigió la selección de los conferenciantes. Esta se hizo sin discernir ideologías ni religión, lo cual garantizó la pluralidad de opiniones. Es de resaltar también la presencia de miembros de distintas generaciones, así como la significativa participación que tuvieron las mujeres. Conviene apuntar que, aparte de las figuras cubanas, en la Universidad del Aire se escucharon voces extranjeras muy ilustres. Nombro las de Américo Castro, Luis Alberto Sánchez, María Zambrano, Eduardo Ortega y Gasset, Mariano Picón Salas, Antonio Castro Leal y Andrés Eloy Blanco.

La Universidad del Aire hizo historia en la radiodifusión cubana y fue el primer programa de su tipo que se hizo en América Latina. La propuesta de poner un medio como la radio al servicio de la cultura resultaba muy novedosa, pues daba la posibilidad de llegar a los rincones más apartados. No debe extrañar, por tanto, que fuese imitada en Colombia, México y Venezuela, donde, como expresó Mañach, le salieron hijuelas. La Universidad del Aire recibió además un reconocimiento como proyecto educativo en el Congreso Internacional de Radio, celebrado en Estocolmo.

El gran acierto de la Universidad del Aire fue que no estuvo orientada a una minoría selecta, sino a una audiencia más amplia. Al dirigirse a esta, no se puso a tono con su nivel, sino que, por el contrario, lo elevó al proponerle objetivos más elevados. A excepción de algunas especialidades técnicas, puso al alcance de los oyentes la casi totalidad del saber. Quienes le abrían la puerta de sus casas con solo oprimir un botón de su radio, pudieron hacerse de un bagaje de conocimientos superiores sin gasto alguno y sin realizar más esfuerzo que el de su atención. En la penumbra que era entonces la realidad cubana, la Universidad del Aire logró el que para Mañach era su principal objetivo: divulgar en Cuba las luces a que todo ser civilizado tiene derecho.

Carlos Espinosa Domínguez
Texto y foto: Cubaencuentro, 9 de diciembre de 2022.

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