Aunque mi vida no era la típica de una joven estudiante habanera, porque mi familia materna estaba volcada en la lucha contra la dictadura de Batista, no era ajena a lo que le gustaba escuchar y bailar a los de mi generación. En nuestra casa del Cerro no teníamos televisor ni tocadiscos, por lo que yo estaba al tanto de las preferencias musicales por la radio y por las amiguitas que poseían tocadiscos, donde podíamos escuchar vinilos sencillos o de larga duración con las canciones de moda.
En mi época, casi todas las jóvenes sentíamos la misma predilección por la música americana que por la cubana. Entonces, las emisoras difundían los últimos éxitos en Estados Unidos, y una vez por semana, el hit parade. Tuve la suerte de coincidir con el nacimiento del rock and roll, y cada vez que teníamos un rato libre, movíamos el esqueleto al compás de Bill Haley & His Comets y Elvis Presley. Siempre con balerinas y faldas acampanadas, con una o dos "paraderas" (sayuelas) debajo.
Éramos seguidoras de Nat King Cole, Frank Sinatra, Bing Crosby, Dean Martin, Doris Day, Rosemary Clooney, Frankie Laine y Mario Lanza. Estábamos al tanto de los arreglos orquestales de Glenn Miller, Benny Goodman y Ray Coniff; de las interpretaciones del excéntrico pianista Liberace, y de temas de películas: como Laura, Té y simpatía, Tres monedas en la fuente, Cantando bajo la lluvia, Marcha sobre el río Kwai, Picnic, Algo para recordar y Love is a Many Splendored Thing.
Cuando una adolescente cumplía 15 años, la tradición era celebrar una fiesta. Si la familia tenía pocos recursos, se hacía en su hogar o en el de un pariente o amigo que viviera en mejores condiciones. Si se tenían más posibilidades, en algunos de los muchos clubes y sociedades recreativas existentes. Ya fuera una fiestecita de quince modesta o por todo lo alto, lo que nunca faltaba era el vals, bailado por la quinceañera con su padre y catorce parejas más. Por eso incluyo los valses entre la música de mi juventud. El Danubio Azul, de Johann Strauss hijo, era el más reproducido. Desde que resido en Suiza como refugiada política, no me pierdo los Conciertos de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena, los 1 de enero. El último, de 2023, fue conducido por el director austríaco Franz Welser-Möst.
En la escuela pública donde hice la enseñanza primaria, además de clases de música, teníamos que preparar bailes para despedir el fin de curso. En una ocasión vestidas de mexicanas, danzamos al ritmo de Noche de ronda, de Agustín Lara. Creo que fue en 1950 cuando nos disfrazamos de "gitanas", la música de fondo fue La Zarzamora, copla estrenada en 1946 en España y que pronto se popularizó en la isla en la voz de Lola Flores. De la música foránea preferida por los cubanos, después de la estadounidense, situaría la mexicana, a continuación la española y en tercer lugar la argentina, en particular el tango: Carlos Gardel fue un ídolo en Cuba.
De los artistas europeos, se escuchaba a la francesa Edith Piaf y al italiano Domenico Modugno, aunque a mi me fascinaba la música compuesta por Nino Rota para los filmes La Guerra y la Paz, La Strada y Las Noches de Cabiria. De los latinoamericanos que interpretaban canciones románticas, el uno lo tenía el chileno Lucho Gatica. Los adultos, nacionales o extranjeros, eran asiduos al ballet, la opereta, la zarzuela y los shows que se presentaban en cines, teatros y cabarets. Los más jóvenes teníamos que conformarnos con programas televisivos como el Casino de la Alegría y cintas musicales con Fred Astaire, Gene Kelly, Leslie Caron, Cyd Charisse, Esther Williams, Marilyn Monroe, la brasileña Carmen Miranda o el cubano-catalán Xavier Cugat.
En la radio había programas cuya música fue decisiva en el mantenimiento de la audiencia. Uno de ellos, dedicado a narrar sucesos sangrientos, estaba a cargo de Joseíto Fernández, quien después alcanzaría fama mundial con una versión de Guajira Guantanamera. El otro era conducido por Clavelito, un espiritista que cantaba: "Pon tu pensamiento en mí..". Inolvidable la musicalización de radionovelas como El Derecho de Nacer (su autor, el periodista, escritor y músico santiaguero Félix B. Caignet, entre otras canciones compuso Frutas del Caney); dramatizados como Divorciadas y aventuras como Los Tres Villalobos o Rafles, el ladrón de las manos de seda.
Los amantes de la música clásica tenían posibilidad de acudir a los conciertos en el Auditorium, en Calzada y D, Vedado, o en el Teatro Nacional, hoy Alicia Alonso, en Prado entre San Rafael y San José, frente al Parque Central de La Habana. O de escucharla por la emisora CMBF, desde su fundación en 1948 dedicada a transmitir clásicos universales y locales. Me hubiera gustado haber asistido antes de 1959 a uno de esos conciertos en el Auditorium o el Nacional, pero si quería deleitarme con Chaikovsky, Beethoven o Chopin, tenía que sintonizar la CMBF en nuestro viejo RCA Victor.
Lo que sí presencié en varias ocasiones fueron las retretas, en el Parque Central o el Parque Maceo. Las mejores eran las ofrecidas por la Banda Nacional de Conciertos y la Banda de la Policía. A mi memoria vienen las retretas de los 20 de Mayo, la efemérides patriótica más importante que entonces teníamos. Hasta el más pobre ese día trataba de estrenarse una muda de ropa, costumbre que se repetía el 31 de diciembre, para recibir el nuevo año con vestimenta nueva.
Los parques principales en las ciudades cabeceras de las provincias tenían una glorieta, una de las más hermosas, la de Manzanillo, por suerte sigue en pie. En el repertorio de las bandas municipales sobresalían marchas, pasodobles y composiciones de Antonio María Romeu, Ernesto Lecuona, Alejandro García Caturla, Julián Orbón, Eliseo Grenet, Moisés Simons y José White. Tampoco olvido las retretas en el Parque Serafín Sánchez de Sancti Spiritus, cuando iba de vacaciones a la tierra de mis antepasados maternos.
De los músicos callejeros, mencionaría a los cantantes que en una parada subían a una guagua (ómnibus) o un tranvía, y en la otra se bajaban. En esos pocos minutos, con un par de maracas o unas claves, entonaban una guaracha o un sucu-sucu: "Ya los majases no tienen cuevas Felipe Blanco se las tapó.." Antes de bajarse, pasaban la gorra. La recaudación dependía de los medios (monedas de 5 centavos), reales (10 centavos) y pesetas (20 centavos) echados por los pasajeros. A ellos se debe el slogan "Coopere con el artista cubano". Entre otras medidas arbitrarias decretadas por los barbudos en 1959, estuvo la eliminación de los cantantes en los ómnibus de transporte urbano.
En bares y restaurantes de categoría en La Habana solían cantar dúos, tríos y agrupaciones de pequeño formato, tradición que más o menos se ha mantenido con músicos -los llamados 'soperos'- que por su cuenta deciden buscarse unos 'fulas' tocándole a turistas. No alcancé a ver los Aires Libres del Prado que en los años 30 había en Prado y Dragones, en los portales del Hotel Saratoga. Pero sí recuerdo los que hubo en la acera frente al Capitolio, con mesas y sillas al estilo parisino. En el mes de febrero, por el Paseo del Prado se efectuaban los carnavales, donde desfilaban camiones con gente tirando serpentinas y confetis, carrozas iluminadas y comparsas de los distintos barrios de la ciudad. La nuestra era Los Marqueses de Atarés.
En mi infancia, la música cubana había vivido un verdadero boom con el mambo, creado en los 40 por Dámaso Pérez Prado. Hasta que en 1953 Enrique Jorrín puso a toda Cuba a bailar con La Engañadora y su nuevo ritmo, el chachachá. En los solares seguía reinando el guaguancó y la rumba de cajón, géneros que no destronaron al danzón y el danzonete. Por lo menos hasta el año 2000, hombres y mujeres de la tercera edad, pertenecientes a un círculo de abuelos de Marianao, los domingos por la tarde, elegantemente vestidos, bailaban danzón en un local situado en el batey del Central Toledo.
La Habana siempre tuvo legiones de bailadores, negros, mulatos y blancos de diferentes clases sociales. Todos los fines de semana había bailables en los jardines de las cervecerías La Polar y La Tropical, en Puentes Grandes. En una ocasión fui de chaperona de una prima, cuyo novio era bailador de casino. Las ruedas de casino arrasaban en mis tiempos. Tanto en La Polar como en La Tropical, vendían cerveza y malta fría embotellada y unas riquísimas empanadas gallegas de chorizo. Los jardines de La Polar y La Trpical eran sitios hermosos, tranquilos y bien cuidados, a los cuales no sólo se acudía para bailar, también para pasar el domingo con la familia. Algunos bailadores negros o mestizos optaban por espacios cerrados en las sociedades Jóvenes del Vals, Las Águilas, Unión Fraternal y otras similares, que sábados y domingos ofrecían carteles con orquestas populares.
En mi juventud, el bolero se mantuvo en alza. Donde había una victrola, no faltaba uno de esos bolerones sobre celos e infidelidades. Larga era entonces la lista de boleristas: Olga Guillot, Fernando Alvarez, Blanca Rosa Gil, Vicentico Valdés, Lino Borges, René Cabel, Nelo Sosa, Orlando Contreras... A las muchachas también nos gustaban las canciones de Benny Moré y su Banda Gigante y las de Celia Cruz con la Sonora Matancera, y números que lanzaban las orquestas América, Aragón, Riverside y el Conjunto Casino, por donde pasaron Roberto Faz, Orlando Vallejo, Roberto Espí, Celio González y Laíto Sureda, entre otros.
Al crecer escuchando la música de nuestros padres y abuelos, la conocíamos y respetábamos: Sindo Garay, Manuel Corona, Eusebio Delfín, Miguel Companioni, Trío Matamoros, Orquesta Anacaona, Paulina Alvarez, María Teresa Vera, Dúo Los Compadres, Celina y Reutilio, Coralia y Ramón, Rita Montaner, Esther Borja, Isolina Carrillo, Bola de Nieve, Celeste Mendoza, Barbarito Diez, Pío Leyva, Tito Gómez, Tejedor y su Grupo, Arsenio Rodríguez, Arcaño y sus Maravillas, Panchito Riset, Ñico Membiela, Sexteto Habanero, Septeto de Ignacio Piñeiro, Cheo Belén Puig...
Por la vinculación de mi familia a la emisora Mil Diez, tuve oportunidad de escuchar desde sus inicios las canciones que formarían parte del feeling. Si hay una música identificativa de mi juventud, es la que hacían los creadores e intérpretes del feeling como Ángel Díaz, José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Marta Valdés, Rosendo Ruiz (hijo), Elena Burke y Ñico Rojas, entre otros.
Tania Quintero
Foto: Radio RCA Víctor de los años 40 muy parecido al que teníamos en mi casa. Tomada de Retro Radio Farm.
Buenas tardes, Tania
ResponderEliminarTenemos gustos muy parecidos. Cuando estoy planchando, algo que realmente odio, pongo música para relajarme, y entonces escucho lo mismo a Frank Sinatra, que Elvis Presley, el Benny o Lino Borges.
De pequeña me aficioné a la copla española y a los boleros porque escuchaba cantarlos a mi madre mientras lavaba en el patio de casa, a veces me parece estar viéndola aún.
Un abrazo.