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lunes, 23 de noviembre de 2020

Si en Tailandia esclavizan a los monos, en Cuba matan a las tortugas

 


De lo que está ocurriendo con las tortugas carey en las playas cubanas me enteré leyendo Cementerio, reportaje que Julio Batista, premio Rey de España de Periodismo 2018, publicó en Periodismo de Barrio y del cual extraigo varios párrafos.

Primero fue una sospecha. Luego, las manchas de sangre, la arena removida y los buitres revoloteando nos indicaron dónde escarbar. Entonces tuvimos la confirmación que tanto temíamos: dos caparazones, aún impregnados de sangre y restos de intestinos, eran la prueba de que allí, en medio de un Área Protegida, se cazan tortugas. La caza de tortugas marinas no es un negocio nuevo en Cuba. Si bien ha estado regulada por ley desde los años 30 del pasado siglo, no fue hasta 2008 que el país vedó por completo la captura de estos animales.

Por más de tres décadas, a partir de 1960, la flota pesquera cubana tuvo entre sus objetivos la captura a gran escala de tortugas carey (Eretmochelys imbricata), de la cual se exportaba su concha (con gran valor para las artesanías) y la carne se destinaba al consumo en el mercado interno.

Declarar la veda total en aguas nacionales le tomó a la dirección del país casi dos décadas, después de la entrada de Cuba a la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, por sus siglas en inglés) en julio de 1990; aunque la reducción en la caza de tortugas fue notable en 1992, tras el cierre del mercado internacional de productos de tortugas marinas, bajo los acuerdos de CITES.

Entre 1994 y 1995, ya sin mercado internacional para los caparazones, el Ministerio de la Industria Pesquera (MIP) impuso una veda permanente para la caza de tortugas marinas en las aguas cubanas, con dos excepciones: la captura tradicional de las especies en Isla de la Juventud y en Nuevitas, Camagüey (...).

Desenterrar los caparazones en Playa Cadenas, en la Península de Guanahacabibes, Pinar del Río, nos tomó casi una hora. Sin palas ni utensilios tuvimos que retirar la arena con lo que encontramos: un pedazo de remo, un pedazo de tanque plástico, nuestras manos… A medida que buscábamos “herramientas” encontramos también los restos de matanzas anteriores: fragmentos de petos secos al sol, aletas dispersas entre la maleza, rocas manchadas de sangre. Lo que a la distancia semejaba un paraíso tropical, se nos revelaba como un cementerio.

Cazar tortugas, en esos lares, no es una ciencia oculta. Muchos de los pobladores locales pueden sentar cátedra de cómo hacerlo con eficiencia. En nuestro caso, la explicación nos la dio uno de los visitantes que tuvimos. Luego supimos que ese muchacho que apenas llegaba a los 20 años, hablaba de las tortugas diciéndoles “pejes con concha” y disertaba sobre caza ilegal, era el hijo de uno de los guías del Parque Nacional.

En Guanahacabibes hay un momento en el que los cazadores furtivos pueden aprovechar para cazar a las tortugas con facilidad: el desove. Mientras ponen los huevos en la arena, estarán totalmente quietas, indefensas ante su mayor depredador en tierra: el hombre. La brutalidad del acto en sí mismo, aterra. Escondidos en la maleza, los cazadores esperan a que las hembras lleguen a la playa, entonces las golpean en la cabeza –puede ser con una piedra, un tronco o cortándolas con un machete. Luego las viran bocarriba para cortarles el cuello. Con un poco de suerte, caerán con el primer golpe, de lo contrario morirán degolladas, entre estertores.

Muchas veces los cazadores furtivos viran varios ejemplares al mismo tiempo, los cuales permanecen en esa posición, totalmente indefensos, hasta que llegan sus turnos de ser sacrificados. El siguiente paso es una carnicería: separar el peto, cortar y botar las aletas, destajar los músculos y guardarlos en sacos, vaciar las vísceras hasta que de la tortuga apenas queda la concha y algunos despojos: un cuenco vacío y sanguinolento que luego será enterrado para cubrir las huellas de la matanza.

Tania Quintero

Foto: Los cazadores furtivos de tortugas entierran los caparazones en la arena o los cubren con vegetación. Para los pobladores de Playa Cadenas, en la Península de Guanahacabibes, cazar tortugas es habitual. Lo ha hecho por generaciones y todavía lo siguen haciendo. Imagen de Jans Sosa tomada de Periodismo de Barrio.

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