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lunes, 5 de octubre de 2020

Mi peor experiencia en Cuba



Alguien me ofendió en Facebook mediante un mensaje privado, por una opinión que di. Me dice que soy un cubano malo, un excubano. Y además se interesa por saber quién me paga por emitir criterios. Iba a tirarlo a guasa, pero pensándolo mejor, voy a hacer pública la peor experiencia que tuve en Cuba. Juro que es real. Y me gustaría que cada cubano que la lea cuente su peor experiencia en Cuba, una sola. Tan real como pueda. Quizás un día sirvan para un libro de la vergüenza.

Soy arquitecto, me gradué en 1989. Aprendí AutoCAD en contra de la voluntad de mi jefa, quien me prohibió "jugar" en la computadora. Aprendí entonces solo, leyendo en las noches el manual en inglés que me prestaban en secreto. En 1989 el inglés era para mí como chino. Pero tras dos años de perseverancia, ávido de conocimientos y joven como era, ya estaba yo entre los profesionales de arquitectura con mayor dominio del programa en el país. Hablamos de una época donde una 486X era lo más potente que había en la Isla y dibujar en ordenador era ciencia ficción.

Mientras mis colegas de estudios, obligados por el Período Especial colgaban el título y hacían zapatos o vendían caricaturas en las ferias para sobrevivir, yo, que no sabía hacer más nada que estudiar, me hundí más y más, doblemente hambriento, en los secretos de AutoCAD, 3DMax y otros softwares. Fue así como en 1993 logré entrar a trabajar en Cubacan, una firma cubano española que proyectó y construyó varios hoteles explotados por Meliá.

Fueron cinco años de trabajo intenso junto al arquitecto Abel García. Comenzábamos a trabajar a las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche, de lunes a sábado, los domingos de 10 de la mañana a 3 o 4 de la tarde. Así durante cinco años seguidos, sin pausa de vacaciones. Cinco años hasta que en 1998 se inauguró el hotel.

Salía los domingos de la oficina en Miramar e iba a casa de mis padres en Marianao. Mi padre, albañil, había trabajado en obras del arquitecto Antonio Quintana, entre ellas La Casa de los Cosmonautas, en Varadero y el Parque Lenin, en las afueras de La Habana. Fue el mejor albañil que he conocido en mi vida. Mis vacaciones de niño eran en la obra, con mi papá, enderezando puntillas, "para entretenerme". Así nació mi amor por la arquitectura y hacerme arquitecto fue el mejor regalo que le hice.

En esa época mi padre tenía cerca de 90 años. Cada domingo salía de la oficina e iba a verle. Yo sacaba dos sillones al portal y mi padre escuchaba con atención los cuentos de la obra, los avances de la estructura. Y él me oía orgulloso. A cuanto vecino que pasaba le decía: "Este es mi hijo, el arquitecto, está haciendo una obra grande". Y mi madre le replicaba: "Armando, ellos lo conocen, ¡si ha vivido aquí toda la vida!". En esas peroratas les prometí que cuando la obra terminase y el hotel abriera al público, los llevaría a conocer "la obra de su hijo".

En septiembre de 1998 se inauguró el hotel y pocos días después le dije a Abel García que llevaría a mis padres a ver la obra. Él dijo: "Por supuesto, no faltaba más". Ese día pasé a recogerlos. Pero mi papá, a tan avanzada edad, se negó a ir escudándose en sus achaques: "Ya me contará tu madre". Y fue mejor así. O menos malo.

Mi vieja se puso linda y partió conmigo. Esta vez era ella quien decía a los vecinos que yo era "el arquitecto del Meliá Habana". Era para ella un día especial. Un carro de un vecino nos dejó en la Avenida Primera y avanzamos, despacio, loma arriba, hacia la entrada. Mi vieja tomada de mi brazo. Así llegamos hasta la puerta.

Y ahí sucedió: la seguridad del hotel nos impidió el paso, aunque les dije que era uno de los arquitectos que acababa de proyectar el hotel. "Las ordenes que tenemos es de no dejar entrar a ningún cubano", me contestaron. Por más que dije, hablé, vociferé y amenacé con quejarme a la gerencia no hubo cambio. Mi madre, a mi lado, decía "mijo deja eso" y yo que no. Y ellos también no.

Los dos fuimos escoltados nuevamente hacia la avenida. Mi madre no dejaba escapar ningún sonido, pero su respiración acelerada no dejaba duda de su frustración. Nunca miró hacia atrás. Días después, la gerencia cubana ratificó la decisión: yo entraría solo por la puerta de empleados, llegando solo a las áreas autorizadas a los empleados. Pero como yo no era empleado, no había caso. Sin embargo, la gerencia española sintió vergüenza ajena y consiguió para mí un permiso especial, pero mi madre se negó a pisar ese hotel. Nunca lo visitó. "No es por ti mijo, créeme no es por ti", me decía. 

Mis padres ya murieron. La muerte fue para ellos un alivio, porque a pesar de sus achaques, empezaron a morir realmente aquel día. Ese fue el peor día de mi vida. Ese día comencé a irme de Cuba.

Esta es una historia real, una de tantas. Pero es la que me hizo sentir peor. El daño causado a mi madre anciana, la indignación, frustración, tantas cosas juntas, nunca pasó en mi vida. Y he pasado cosas dignas de un libro. Y ahora tú, cubano que lees, deja a un lado el miedo y cuenta una historia tuya, la peor. Una historia real. Una historia que te haya doblado las rodillas. Que te hizo decir por primera vez: "¡Me voy!"

Algo más: dos veces he ido al Hotel Meliá Habana, a tomar fotos para mi currículo en el extranjero. La primera vez, en 2005, me dejaron entrar porque iba acompañado por "una señorita" alemana, mi esposa. Fueron palabras textuales de la seguridad del hotel. De no ser así no habría podido pasar. Diez años más tarde, en 2015, me negaron nuevamente la posibilidad de entrar y tomar fotos, hasta comprobar con mis ex colegas que realmente yo era quien decía ser. Pero debía esperar hasta el lunes.

Dos días después, cuando mis ex colegas confirmaron quién era, me llamó al celular la persona encargada de las relaciones públicas del hotel. Al llegar, a modo de disculpa me dijo: "Es que no puedo creer a cualquiera que venga y diga que es el arquitecto del hotel". Le pregunté "¿No está entre sus funciones como relaciones públicas saber la historia de esta instalación? ¿Qué responde usted cuando le preguntan quién fue quien diseñó este hotel?". Y me respondió: "Los españoles".

Rafael Muñoz
Diario de Cuba, 20 de agosto de 2020.
Foto: Rafael Muñoz (derecha) con el arquitecto Abel García. Tomada del Facebook de Muñoz.

3 comentarios:

  1. Buenas noches, Tania. Espero que esté bien.
    Creo que malas experiencias hemos tenido todos los cubanos en algún momento viviendo en esa isla. Yo recuerdo una especialmente, tal vez por ser la última y porque también creo que fue de una crueldad tremenda. Pocos minutos antes de darnos orden de salir hacia la pista de aterrizaje y tomar el avión que me llevaría lejos del lugar donde nací y al que nunca más podría volver, tal como señalaba mi pasaporte en el que habían puesto un sello que decía: Salida definitiva, una señora vestida con el uniforme de Iberia nos indicó que nos estaba prohibido mirar hacia atrás y decir adiós a las personas que estaban en la terraza del aeropuerto y que habían ido a despedirnos, y añadió que quien no cumpliera la orden no subiría al avión. Cuando salimos de la pecera y pasamos por un largo pasillo que conducía hacia la pista en cada puerta que daba a ese pasillo había un oficial de la seguridad, nadie hablaba y creo que todos nos sentíamos como a quien lo llevan al matadero, fueron unos minutos interminables y llenos de tristeza y rabia al mismo tiempo. Han pasado ya 50 años de ese suceso pero lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Yo he sido muy obediente y tal como indicaba mi pasaporte nunca más he vuelto, no tengo por qué aguantarle humillaciones a nadie, soy una persona libre y tal como dijo Martí: sin patria pero sin amo.

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  2. Gracias, Lola, te escribo más por tu correo. Un abrazo, Tania

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  3. El dia mas triste de mi vida fue un domingo en el cual me saaron de mi casa esposado por todo Cayo Hueso como un delincuente y al llegar a la estacion de Zanja me dieron una golpiza sin saber porque era,todo para decirme que tenia que firmar una carta en la cual dfecia que Tenia Sanchez cobraba con cash y no con cheque nominativo;al partir de la isla no se si fui feliz o no pero es triste marchar sin regreso por eso nunca mas he regresado.

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