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lunes, 24 de agosto de 2020

Reflexiones del Padre Conrado (I)


Trinidad, 20 de mayo del 2020. Cuando se declaró la pandemia del COVID-19 en Cuba, fue precisamente en la ciudad de Trinidad, donde vivo y trabajo como sacerdote católico desde hace poco más de siete años, donde comenzó la epidemia: tres turistas italianos y un norteamericano fueron los primeros afectados. Ya sabíamos por las noticias, de la grave situación que afectaba a Italia y España y a otros países europeos. La alarma hizo presa de la ciudad.

Quizá los primeros en reaccionar fueron los dueños de hostales y restaurantes, especialmente amenazados por su cercanía a los turistas. Antes que el gobierno tomara las primeras medidas, ellos cerraron sus establecimientos. Algunos incluso, escribieron al presidente Díaz-Canel, advirtiendo el peligro y exigiendo medidas radicales y urgentes.

Por eso, cuando dos funcionarias del partido y del ministerio de justicia municipal me visitaron para explicarme las medidas que se tomarían, les dije que estábamos de acuerdo y las apoyaríamos sin reticencias pues incluso ya habíamos recibido las recomendaciones que al respecto habían elaborado en la comisión vaticana para el culto divino.

A las funcionarias les expresé mi extrañeza por la demora oficial en tomar las medidas, vista la rápida propagación de la grave pandemia. Incluso las invité a ver cómo ya nosotros habíamos tomado medidas en el templo, separando los bancos, colocando alfombras empapadas en cloro y orientando que se lavaran las manos con agua de hipoclorito, al entrar y salir del templo.

Después me enteraría que en Europa salieron en revistas y periódicos anuncios para visitar Cuba, como destino turístico libre de corona virus y con buen sistema de salud. A un amigo que me llamó desde el extranjero, preocupado por la respuesta cubana para enfrentar el COVID, respondí: "Sabrán hacerlo. Ellos son buenos administrando el desastre. Llevan más de 60 años haciéndolo. Lo que no saben es administrar la prosperidad".

Cuando llegó la orden de alejamiento radical, a finales de marzo, esto suponía cero vistas a las comunidades del campo, y a las familias de la ciudad, que ocupaban buena parte de mi tiempo y la celebración en solitario de la Misa. Uno de los matrimonios de la parroquia se apareció con una enorme jaba llena de arroz, frijoles y carne de ovejo… fue el inicio de una continua arribazón de las más variadas cosas: pomos de leche, carne y pescado frescos y enlatados, sobres de sopa, papa deshidratada, y todo tipo de viandas, verduras y frutas, etc…

Mi refrigerador nunca ha estado más lleno, ni mi mesa tan bien servida como en estos días del coronavirus. Gracias a la generosidad de mis feligreses e incluso de personas que no pertenecen a la comunidad.

Enseguida mi di cuenta que se requería crear una nueva rutina que pautara la vida cotidiana. En mi caso, con marcada tendencia familiar a la obesidad, ya que no tendría la posibilidad de "andar Trinidad", como solía hacer, visitando a los enfermos y a mi feligresía, se requería "hacer ejercicio en casa". Pero mi casa es un cucurucho de maní. La habitación de huéspedes: con dos camas, un armario y un ropero abierto es el receptáculo de cuanto se pierde, maletas, ropa de donación, equipos eléctricos, herramientas… ¡Una verdadera caja de Pandora!

Del mismo tamaño es mi habitación-oficina-sala de recreación: en un espacio de 3x3.30 (metros), están la cama, el escritorio, un gavetero, un closet abierto y un balance (sillón). Las paredes están tapizadas de libros, cuadros y pinturas que me han regalado mis amigos pintores: tres Broches (excelente pintor trinitario y querido feligrés), un paisaje cubano de Calzada, unos girasoles de mi hijo y antiguo feligrés, José Miguel Martínez y un paisaje del camagüeyano Montes de Oca. Aquí decidí poner mi gimnasio diario… sacando cada vez el balance y el ventilador…

Muy temprano en la mañana comienza mi día bailando por una hora al ritmo de Celia Cruz, seguido del baño y el rato de oración mañanero: laudes y el oficio de lecturas, que culminan con la celebración de la Misa a las 8:30 de la mañana.

Después del desayuno comienza "la pastoral del teléfono" desde mi habitación "multi-oficio". He estado hasta ocho horas ininterrumpidas "colgado, literalmente, del teléfono", ¡y con ganas de ahorcarme con él… si voy a ser sincero! Un punto de inflexión para mí fue saber, en la misma semana, la muerte de mi amiga Miguelina Rodríguez, en New Jersey, extraordinaria madre de familia y una católica militante y consecuente, que hizo de su vida un don de amor para los demás. Y de Víctor Batista Falla ¡en la Habana! Gran promotor cultural y mecenas, fundador y dueño de la Editorial Colibrí. Víctor era el tío de María Teresa Mestre Batista, la Archiduquesa de Luxemburgo. Por sesenta años permaneció fuera de Cuba, la mayor parte del tiempo en España. Me había dicho que nunca regresaría a Cuba. Pero al igual que Heredia el poeta del siglo XIX, al final la nostalgia lo venció. A los pocos días de llegar se le declaró la enfermedad. Y murió. La muerte de estos dos grandes amigos me supuso un duro golpe y una manera diferente de percibir el COVID-19.

Por otra parte, al ir llegando las noticias de lo que sucedía en Italia y España, mi angustia iba creciendo. En ambos países tengo una multitud de amigos, de los que nada sabía. Aunque la consigna de ETECSA, la telefónica de Cuba, es "en la guerra y en la paz mantendremos las comunicaciones"… para los que lo han intentado comunicarse con Cuba, o desde Cuba, es una aventura azarosa y no siempre exitosa. Cuando intenté poner el "nauta hogar", me fue negado porque soy institución, no una casa de familia… Por otra parte, mi pastoral con el Exilio, se concentraba en mis viajes fuera de Cuba. Pero al llegar acá yo no insistía en la comunicación telefónica o electrónica, para no interferir con mi trabajo pastoral de acá, más que abundante con una parroquia tan extensa, en la ciudad y en el campo.

Al fin descubrí una cosa que se llama datos móviles, que me da acceso a internet y me permite comunicarme por WhatsApp, una manera barata y bastante expedita. Así me enteré de la enfermedad de mis primos de New Orleans y mi querida amiga Miguelina Rodríguez de New Jersey. Así supe de mi párroco madrileño Jesús García Camón, de mis padres adoptivos de Madrid, Papo y Nena Robles, el Padre José Manuel Sánchez Caro, mi rector en la Universidad de Salamanca, todos sanos y salvos, y de mis antiguos profesores y compañeros de la Universidad de Comillas, en Madrid. Y tantos otros.

En la Misa diaria, rezaba por todos. Estas misas en solitario, me permitieron redescubrir la Eucaristía. Sin público, ya no tenía que preocuparme por el tiempo de duración. Éramos el Señor y yo. Mis feligreses y amigos estaban físicamente ausentes… pero mis misas eran "pro vobis et pro multis": Por ellos y por muchos. Mis misas, sin homilía, podían durar una hora y hasta más.

En la acción de gracias tomaba mi avioneta imaginaria y recorría mi extensa parroquia, luego, toda Cuba, diócesis por diócesis, sus obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Después subía hasta Miami, y desde allí, Tampa, Orlando, Jacksonville, San Agustín, Atlanta, Filadelfia, Washington, New Jersey, New York, Boston y desde Boston a Canadá. Allí rezaba por el nuncio Luigi Bonazzi, Sara Olga, Rogelio, Evelin, y tantos otros amigos. Retornaba a Estados Unidos por Wisconsin, Chicago, Kentucky y el Centro-sur de Estados Unidos: Luisiana, Nuevo México. Phoenix, etc. Luego volvía al Oeste, desde Portland, San Francisco, Sacramento y los Ángeles… entraba en México, para luego sobrevolar Centro y Suramérica… hasta el Caribe, las Antillas Mayores y Menores: Puerto Rico, Dominicana, Haití y Jamaica, las Bahamas… Pasaba a España, Italia, Francia… mis amigos de Polonia, Suecia, Alemania, Chequia, antiguos diplomáticos en Cuba y los que me acogieron en esos países, cuando fui a recibir el premio Geremeck… Medio Oriente y Africa donde tantos compañeros de Comillas y Salamanca, africanos, trabajan hoy. Rusia, China, Japón, Filipinas, la India, Viet Nam… Hasta terminar en Nueva Zelandia y Australia. Es decir, el ancho mundo, sin excluir a nadie.

En estos días he descubierto la verdad que encierra el título de aquel libro de Congar: "Ancho mundo, mi parroquia". Países e Iglesias; cubanos, que los llevo siempre en mi corazón, donde quiera que están, católicos y no, creyentes o ateos… Mi Cuba con mayúscula, aún de los que me consideran su enemigo. Aun aquellos que yo pienso que están equivocados, porque excluyeron y desterraron a los que piensan diferente: cómo olvidar lo que dijo el Maestro, cuando se retrató a sí mismo en aquellos versos que aprendimos desde niños: "Yo quiero cuando me muera, sin patria pero sin amo…" Pero sin chovinismo, sin excluir a los que no tuvieron la dicha de nacer sobre esta tierra y bajo este cielo. Porque ellos también, los que no son cubanos, son mis hermanos.

¿Qué nos quiere decir Dios con todo esto?

Me ha llamado la atención que aquí en Cuba, y por lo que veo en otras partes del mundo, la gente ha entendido, casi naturalmente, el COVID-19 como una advertencia merecida por lo que le estamos haciendo a la creación de Dios. No tanto en clave de castigo, sino más positivamente, en clave de advertencia. Yo lo he llamado "el aldabonazo divino". No podemos seguir como íbamos. Quizá el Papa Francisco se adelantó con su preciosa carta encíclica "Laudato si". El Papa, retomando una inspiración y perspectiva franciscana, tan en consonancia con su nombre y su programa como Pontífice… con el valor añadido de ser un jesuita, convencido y convincente.

El Papa nos ha ayudado a entender la responsabilidad que tenemos con el mundo, este regalo magnífico y hermoso, que no excluye, sino incluye al que es la cumbre y corona de este regalo divino, el ser humano, la humanidad. Somos cantores y beneficiarios máximos de la creación, los mayordomos y custodios de este Don que es la vida misma, como misterio y como tarea. Por eso dedico estas reflexiones a nuestro querido Pastor supremo, a veces tan criticado como mal comprendido, hasta desde dentro mismo de la Iglesia. Por eso publico con estas reflexiones, una carta (leer al final) que le envié al Papa Francisco hace dos años. Entonces no la hice pública porque en aquellos días, que coincidieron con su visita a Chile, el Papa fue objeto de tanta crítica y rechazo por diferentes sectores en ese país, que me abstuve de hacerla pública, aunque esa era mi intención, pues era una "carta abierta". Nada más lejos de mí que colaborar con ese ambiente negativo y gratuito, dando pie a que me pusieran en el mismo saco que a esos críticos del momento. El Papa es un profeta, así lo percibo, y por esto quiero darle las gracias, desde este mi rincón perdido entre las lomas del Escambray.

Cristo vino para establecer la koinonia, la comunión, que tiene una expresión concreta y directa en el ósculo de la paz, el abrazo fraterno en la liturgia de la Santa Misa. Normalmente, no me canso de abrazar a mis feligreses antes y después de la Misa dominical: jóvenes, niños, adultos o ancianos.

He recordado en estos días la anécdota que me hizo mi querido amigo, el poeta Eliseo Diego, que debió haber sido el primer cubano en recibir el Premio Nobel. ¡Tan buen poeta era! Recuerdo ahora las palabras de su poema "Testamento", su despedida literaria y espiritual"… "y perdida ya toda esperanza de algún merecido ascenso…", le pago humildemente sus palabras de entonces, respuesta a un pequeño poema que le dediqué, "Padre, es Ud. un verdadero poeta", que dicho por él era para mí más que un premio… Eliseo, prudente chofer, de quien Lezama tan amigo de la velocidad, decía que Eliseo, al llegar a una bocacalle se bajaba del auto para mirar a derecha e izquierda, por si venían carros que le pudieran chocar su Mercedes Benz ronroneante que tanto cuidaba… El caso fue que el párroco de Arroyo Naranjo, que debía llevar los santos sacramentos a un feligrés agonizante, le solicitó su ayuda samaritana.

El poeta, a regañadientes, se puso al volante (poco volador en sus manos) pero en el camino, se le ponchó una rueda. Poco práctico, como buen poeta, Eliseo tuvo que cambiar la goma y embarrarse todo en el intento. Cuando al fin llegó, sudoroso, cansado sucio y retrasado a la parroquia, ya el buen sacerdote, cansado de esperar y con el apuro de la urgencia, se había ido en otro carro. Eliseo entendió el recado del Señor. El favor era de Dios para El. El Altísimo lo honraba montándose en su carro y utilizándolo de chofer. Pero para hacerle ver que cuando Dios te pide algo (o más bien te da la oportunidad de que lo ayudes) has de hacerlo de buena gana, con alegría y prontitud, sencillamente, a última hora, prescindió de él, sin siquiera comunicárselo (no existían los móviles en esa época).

Yo creo que para la mayoría de mis feligreses venir a Misa el domingo es un favor que le hacen a Dios. Pero, ¡con qué facilidad dejan plantado al Altísimo! !Nada se diga cuando están de por medio los negocios! Trinidad, ciudad eminentemente turística, con cerca de 2000 familias que alquilan para el turismo, está llena de estos esclavos voluntarios del "turista-Dios". "Tuve que ponerle el desayuno a mis turistas" es una excusa que oigo más de lo que yo quisiera cuando las personas han faltado el domingo a la Misa.

Hace dos meses que se fueron los turistas… pero mis feligreses se han quedado sin la Misa del Domingo… ¡y cuánto la añoran! En la ciudad se hace sentir el nerviosismo por la falta de alimento… las colas interminables y la creciente falta de dinero tienen a todo el mundo clamando por Dios… "¡Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándonos…Hasta cuando, Señor, esconderás tu rostro!". ¡Y yo mismo cuántas veces me callé cobardemente sin decirles lo que claramente percibía como fallo de mis ovejas! Hace muchos años, en una Misa que celebró en Santa Teresita, mi parroquia de entonces, mi querido Arzobispo Pedro Meurice arremetió contra la tibieza de nuestros fieles. Tan fuerte fue la reprimenda que me sentí impulsado a defender al pueblo recordándole, en plena Misa, a mi arzobispo la difícil vida que llevaban. Mi sabio padre-obispo, cuando yo terminé de hablar, me dijo: -"José Conrado, no los defiendas. Ellos, tú y yo, le estamos faltándole a Dios. Somos responsables de la blandenguería con que servimos al Señor, que lo dio todo por nosotros en la cruz. No les tengas lástima, porque llegará el día en que ellos, y nosotros dos, seremos juzgados de tibieza, si es que antes no nos arroja el Señor de su boca: "porque no eres ni frío ni caliente: porque eres tibio, yo te vomitaré de mi boca". (Ap. 3,16).

Me callé y me senté. Avergonzado, porque me di cuenta que Meurice tenía toda la razón. Nosotros éramos los centinelas, los guardianes del rebaño… pero cuantas veces habíamos olvidado la primera lectura de su ordenación de obispo y de mi ordenación de cura: "No digas que eres un muchacho: que a donde yo te envíe, irás; lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, porque yo estoy contigo… No les tengas miedo; que si no, yo te meteré miedo de ellos". (Jer 1,7-8, 17).

Pastores cobardes de un pueblo cobarde… ¿A dónde vamos a parar? Cuenta la historia que Séneca el filósofo estoico romano, le dijo a su antiguo discípulo, el emperador Nerón: "Todo tu poder sobre mí se asienta en el miedo que te he tenido. Ese poder se desvanecerá cuando deje de temerte. Y, en verdad, ya no te temo más". Nerón lo condenó a muerte, pero Séneca era al fin libre. Libre del miedo y de la vida abyecta de los que venden su primogenitura por un plato de lentejas.

"Sin patria, pero sin amo". La misión de la Iglesia es ayudar a la gente a perder el miedo. Cristo lo dijo tantas veces a los apóstoles: "No tengan miedo… La verdad les hará libres". La "indefensión aprendida" o desesperanza inducida, como expuse en mi tesis para la licenciatura de periodismo, es el arma que permite a los poderosos de este mundo arrebatarnos la responsabilidad, la conciencia de nuestra dignidad, es decir, nuestra capacidad de decir la verdad y hacer el bien. Porque, "libertad es el derecho que tiene todo hombre a ser honrado, a pensar y hablar sin hipocresía" como enseñó Martí a los niños en "La Edad de Oro".

Lichi, el hijo de Eliseo, lo expresó en esta disyuntiva, que tomó del personaje de un cuento de Horacio Quiroga. "…El peón, muerto de miedo pero dispuesto a morir con dignidad, le grita al capataz de la hacienda: Que no te obedezca no quiere decir que te traicione". Lichi continúa diciendo… "Podría voltearse la moneda: que te obedezca no quiere decir que te sea leal. Hoy me escudo en el pecho de Quiroga, concluye Lichi, para decir que el miedo puede explicar buena parte de lo sucedido en mi país".

Esta extraña introducción sirve de exordio a mis reflexiones finales, o más bien a mis experiencias finales.

Padre José Conrado Rodríguez Alegre

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