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lunes, 9 de septiembre de 2019

Cuatro horas en Locarno


Desde que el 26 de noviembre de 2003 llegamos a Suiza como refugiadas políticas, mi hija Tamila, mi nieta Yania y yo no habíamos podido hacer un viaje juntas fuera de Lucerna. Finalmente lo realizamos el lunes 3 de junio, día del 25 cumpleaños de Yania. Con tiempo, Tamila compró tres Tagekarte Gemeinde en la librería Bourbaki, que le costaron 144 chf. Decidimos ir a Locarno, donde anualmente se celebra un festival de cine

A las 9.18 cogimos el Inter City que después de hacer paradas en Arth-Goldau y Bellinzona, capital del Ticino, cerca de las 11.15 nos dejó en Locarno. Lo primero que hicimos fue ver los horarios de regreso de trenes a Lucerna, pero la información en el mural no señalaba que hubiera un tren donde pudiéramos volver a Lucerna sin bajarnos. No pudimos preguntar porque la estación de Locarno la están remodelando.

Decidimos buscar un sitio donde almorzar. Luego de caminar por tres o cuatro calles céntricas, decidimos entrar en Caffé Paolino, un bar-cafetería-restaurant cuyos usuarios prefieren comer en sillas y mesas situadas bajo grandes sombrillas en el exterior y no dentro del local, que es pequeño y por suerte a esa hora estaba vacío y con un suave aire acondicionado.

Yania comió panini con jamón fresco y vegetales, mi hija una pizza de salami en forma ovalada y yo una ración pequeña de espaguetis a la boloñesa. De beber, ellas pidieron gaseosa de limón del Ticino y yo Coca Cola. Los tres refrescos en botellas de cristal, a los vasos les echaron hielo en cubitos, algo que no suelen hacer en Lucerna, a no ser que lo pidas. Los cubiertos venían en unos sobres de papel cartucho y dentro la servilleta. Tenían más de veinte sabores de helados, mi hija y yo pedimos de coco. Yania prefirió crepe con helado de yogurt. Todo costó 52.60 chf.

No era aún la una de la tarde cuando salimos, con mucho sol y calor. Cruzamos hasta un parque con palmeras y otras plantas muy distintas a las de la Suiza alemana, había brisa, pues estábamos muy cerca del Lago Maggiore. Hubiéramos querido sentarnos un rato en uno de los bancos, a la sombra, pero todos estaban ocupados. Nos quedamos unos minutos sentadas en un murito, al lado de un gigantesco árbol. Salimos a caminar, entramos a una tienda de souvenirs y compramos cuatro postales de Locarno. Vimos una Gelatería y comentamos que después que viéramos los horarios de salida de los trenes rumbo a Lucerna, iríamos a merendar. Ya eran las 13.50 y a las 14.05 salía un tren con destino a Bellinzona.

Decidimos cogerlo. Es uno de esos trenes que en Cuba llaman 'lecheros', porque va parando en pueblos de los alrededores. Era un modelo S-20 y después que salió de Locarno, paró en Tenero, Gondola, Riazzino, Cadenazzo, San Antonio, Giubiasso y a las 14.30 llegó a Bellinzona.

No más bajarnos fuimos a averiguar qué tren podíamos coger para Lucerna. Una empleada ya mayor, que además de italiano, hablaba alemán e inglés, orientaba a los visitantes foráneos, en alemán nos explicó que debíamos coger el tren internacional que procedente de Basel y con destino a Zürich, a las 15.13 paraba en Bellinzona, pero como no pasaba por Lucerna, cuando parara en Arth-Goldau, debíamos bajarnos. Teníamos cinco minutos para abordar el tren que salía del andén 5 con parada final en Lucerna. Nos bajamos con rapidez y sin problemas subimos a ese tren, el cuarto del día, iba casi vacío, pero fue el peor de todos: era el más viejo y el único que no estaba climatizado. Poco antes de las 17.00 llegábamos a Lucerna.

En total estuvimos cuatro horas en el Ticino. Montamos en cuatro trenes, almorzamos en un restaurant de Locarno, en una tienda de souvenirs compramos postales y en un comercio llamado Avec adquirimos tres gaseosas ticinesas de la marca Fizzy, dos de mandarina y una de limón. En la estación de Bellinzona, pequeña comparada con la de Lucerna, tomamos café Chicco d'Oro, expresso, servido en una tacita, con un tubito de azúcar blanca, pero no pusieron crema, como es usual en la Suiza alemana.

Como en Bellinzona aún nos sobraba tiempo, nos sentamos en un parquecito al lado de la estación, debajo de árboles, el sol estaba muy fuerte, frente a una fuente con gorriones tomando agua. Tanto en la ida como en la vuelta atravesamos el túnel ferroviario del San Gotardo. La próxima vez nos gustaría ir a Montreux, sede del Jazz Festival, o a Vevey, al museo de Charles Chaplin. Pero cuando no haya demasiado calor.

Tania Quintero
Video con imágenes de los lugares por donde caminamos en Locarno.


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