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lunes, 27 de mayo de 2019

Alberto Cortez y la épica de lo cotidiano


Como tantos latinoamericanos nacidos a finales de los setenta o principios de los ochenta, crecí en una casa donde la revolución cubana y su promesa de “un sistema justo, un sistema mucho más humano, un sistema de verdadera igualdad”, no solo para Cuba sino para toda "la cintura cósmica del Sur" , se había ya desdibujado pero todavía estaba lejos de desaparecer.

Para mediados de los ochenta, cuando pude empezar a sentarme a la mesa donde mis padres y sus amigos hablaban de política, todavía había un buen puñado de músicos que, desde los tocadiscos ubicados en los salones de buena parte de la clase media intelectual latinoamericana, dibujaban un ideario cultural que entremezclaba cierta nostalgia acrítica por los inicios de la revolución; algunas ilusiones de izquierda bienpensante que contrastaban con la crisis galopante de casi todos nuestros países; historias de amor, casi siempre muy machas pero edulcoradas, que trataban a las mujeres como musas impávidas y a los hombres como los verdaderos hacedores de la Historia; y una nostalgia por el campo y una supuesta vida simple y honesta que la mayoría de sus compositores no había conocido jamás.

De entre esos cantantes que sonaban los fines de semana en casa de mis padres, a mí me llamaba la atención uno con la voz gruesa y juguetona, una voz dueña de un histrionismo y entonación trágica que resultaba casi cómica y parecía habitar las tablas de un viejo teatro porteño. Autor de unas letras sencillas, incluso cursis, que no hablaban de ese mundo mejor que ya casi estaba por llegar, sino que aludían a un mundo cercano, nostálgico y sentimentalón que hasta un niño pequeño como yo podía entender.


Las canciones del argentino Alberto Cortez, a diferencia de las de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Víctor Jara o Violeta Parra, algunos de los otros compositores que formaban la banda de sonido de cierta izquierda latinoamericana de salón en esos años, solían aludir a un universo doméstico, donde la relación entre padres e hijos, las complicidades de la amistad, la ternura de un perro admirable y las gestas del día a día -plantar un árbol, la dificultad del amor a la distancia, ver morir a un abuelo- ocupaban un lugar tan épico y necesitado de poesía como la construcción del socialismo en el Tercer Mundo, la lucha antiimperialista, la transformación de la Historia y el nacimiento del “hombre nuevo”.

Las letras de Cortez contaban historias de lo que nos ocurría a todos a diario, no de lo que llevaba más de dos décadas por ocurrir. En esa narrativa de confección casera y accesibilidad inmediata radicaba su mérito y atractivo para un niño de padres progresistas en un país que, como todos, vivía en una constante crisis y que oía hablar a los mayores, sin comprender, de justicia social o asesinados por alguna dictadura.


Alberto Cortez, nacido José Alberto García Gallo en 1940 en Rancul, Argentina, murió el 4 de abril en Madrid a los 79 años. Había cancelado su aparición en un par de conciertos programados para el fin de semana, luego de que fuera internado de urgencia el miércoles 27 de marzo en el hospital Hospital Universitario Puerta del Sur a las afueras del capital española.

De forma similar a lo que ocurre con buena parte del cancionero latinoamericano nacido al amparo de la ilusión revolucionaria, la gran mayoría de las canciones de Alberto Cortez difícilmente soportará el paso del tiempo o la muerte de aquellos que crecimos arrullados por ellas aspirando el humo de tabaco de nuestros padres. Pero esa nostalgia anticipada, esa rebeldía infantil y sí, cursi, que las poblaba nos acompañará, queramos o no, hasta la antesala de lo inevitable.

Diego Salazar
The New York Times en Español, 4 de abril de 2019.
Leer también: Cantar en la adolorida sucesión del tiempo.

lunes, 20 de mayo de 2019

"Yo ya no soy presidente"



Escrupulosamente honesto, íntegro, austero, modesto, obstinado, testarudo, frugal al borde de la penuria. Todos esos adjetivos fueron aplicados a Don Tomás Estrada Palma en algún momento. Existen numerosas anécdotas que apoyan esta imagen.

La honestidad de Estrada Palma es memorable, pero brilla más cuando se compara con la corrupción imperante en muchos de los gobiernos que vinieron después del suyo. El subtítulo que en su biografía puso Pánfilo Camacho, publicada en 1938 es "el gobernante honrado". La inscripción en la corona de flores enviada a su funeral por Charles Magoon, gobernador provisional Cuba (1906-1909), decía "A la memoría de un hombre honrado".

Durante sus años como Delegado del Partido Revolucionario Cubano (1895-1898), Estrada Palma dirigía las actividades de recaudar fondos para los insurgentes cubanos que habían iniciado la revolución contra España el 24 de febrero de 1895. Cada semana, publicaba en el periódico Patria, que se editaba en Nueva York, las cantidades recibidas y los nombres de los contribuyentes. El 30 de enero de 1899 había un millón 513 mil dólares.

Asombrosamente, ni una sola acusación de malversación o mal manejo de fondos fue dirigida contra él.

La única insinuación vino de un tal William O. McDowell de una llamada Liga Cubano-Americana, quien afirmó que una gran cantidad de fondos se habían usado para sobornar a políticos y periódicos americanos. Estrada Palma negó vehementemente los cargos y declaró que no sabía nada de ese grupo. En realidad existía una Liga Cubana de los Estados Unidos, formada originalmente durante la Guerra de los Diez Años y resucitada en 1895.

Una gran parte de la razón por la cual los fondos recaudados se extendieron lo suficiente para cubrir compras de armas y otros pertrechos de guerra, rentas o compras de naves para financiar 51 expediciones, gastos de representación en el extranjero y ayuda monetaria a familias necesitadas, fue la frugalidad legendaria de Don Tomás, cuyas consecuencias él y su propia familia eran los primeros en sufrir. Cuenta el comandante Luis Rodolfo Miranda, que "todos los cubanos sabíamos en Nueva York que Don Tomás, por ahorrarle gastos a la Junta Revolucionaria, muchas veces reducía su almuerzo a unos uvas y un poco de pan".

Horacio Rubens, el abogado de la Junta Cubana de Nueva York en los días agitados de la actividad revolucionaria, relata algunas anécdotas, como la de los zapatos de Charles Silva y la entrevista con Richard Croker, líder de Tammany Hall. Charles Silva era uno de los miembros de la tripulación de los barcos encargados de llevar pertrechos a las cosas cubanas. En una de esas operaciones, se tiró al mar para tratar de salvar un bulto de mercancías que se había caído y en la maniobra perdió sus zapatos. Cuando regresó a Nueva York, Silva le pidió dinero a Estrada Palma para comprarse un nuevo par, pero éste se lo negó, alegando que la Junta ya le había proporcionado un par de zapatos hacía solo tres meses. Costó trabajo convencer al Delegado que Silva había perdido su calzado en servicio a la causa y estaba usando unos zapatos prestados que no le servían.

El abogado Rubens había hecho contacto con el Tammany Hall de Nueva York y Richard Croker, su líder, le había dado indicios de que "de fondos de campaña inesperados", podían hacer una contribución a los cubanos. Antes de ir a esa reunión con los políticos demócratas, tuvieron que reparar los puños de la camisa de Estrada Palma que estaban demasiado desgastados, porque Don Tomás se negaba a comprarse ropa.

Hacia fines de 1895, después de haber sido nombrado Delegado Plenipotenciario y Agente General en el extranjero de la aún no oficialmente reconocida República de Cuba, Don Tomás tuvo que establecer residencia en la ciudad de Nueva York y solamente podía visitar Central Valley, donde había fundado y dirigido el Instituto Estrada Palma, en algún que otro fin de semana. Como él era el principal sostén del Instituto, éste empezó a declinar, los alumnos disminuyeron y el dinero de la matrícula prácticamente dejó de llegar. Don Tomás alquiló una habitación de soltero en uno de los pisos altos del Hotel Astor, que había sido construído al lado del Waldorf, llamándose al complejo de los dos hoteles Waldorf=Astoria (con un símbolo de igual, no un guión entre los dos nombres), en la Quinta Avenida y Calle 34. Aunque el nombre Waldorf=Astoria siempre ha sido sinónimo de opulencia, la sección correspondiente al Hotel Astor fue construida con la intención de incluir habitaciones de soltero a precios moderados.

Don Tomás pagaba 14 dólares a la semana por su cuarto, un precio que podía haber sido especial, porque su dueño, John Jacob Astor IV, era miembro de la Liga Cubana de Estados Unidos, un grupo que abiertamente apoyaba la causa cubana. Los 14 dólares por la habitación y los 16 adicionales a la semana para otros gastos (30 dólares en total) era la única remuneración recibida por Don Tomás como Delegado del Partido Revolucionario Cubano. A pesar de frugal, esta cantidad no era suficiente para mantener una esposa y seis hijos. La propiedad de Central Valley fue entonces hipotecada por 1,500 dólares en enero de 1897 para poder sostener a la familia.

Cuando la noticia de la posible pérdida del edificio del Instituto Estrada Palma en Central Valley llegó a los oídos de la influyente emigrada cubana Marta Abreu en París, ella inmediatamente le mandó un cheque por la cantidad total de la hipoteca. Don Tomás enseguida se lo devolvió y le escribió a Marta: "Yo le he mandado su carta a mi esposa para que sea preservada como un documento sagrado; ella le enseñará a nuestros hijos a bendecir su nombre. Permítame devolver su cheque, la hipoteca no me causa angustia".

El hábito de vida simple y la economía de Don Tomás lo acompaña a la residencial presidencial en La Habana en 1902. Poco después de haber asumido el cargo de Presidente de la República, devolvió al tesoro nacional un cheque de 3 mil dólares que el gobernador norteamericano Leonard Wood le había dado para gastos iniciales. Es más, no aceptó ninguno de los fondos que estaban en el presupuesto destinados a "gastos de representación" del presidente.

Cuando sus amigos de Central Valley lo visitaron en Cuba después de haber sido proclamado presidente, el 20 de mayo de 1902, Estrada Palma les entregó una servilleta doblada que años atrás se había llevado sin darse cuenta de un establecimiento llamado Vienna Coffee Shop and Bakery en Nueva York, con el ruego que se la devolvieran a los dueños y le dieran sus excusas.

Cuando Estrada Palma renunció a la presidencia de Cuba en 1906, sobre el escritorio dejó un reloj de oro que le habían dado los banqueros de Speyer & Cia, quienes habían suscrito un empréstito a la república por 35 millones de dólares para pagar a los veteranos del ejército cubano de liberación. "Se lo dieron al presidente", cuentan que dijo, "y yo ya no soy presidente".

Margarita García
Fragmento de su libro Antes de "Cuba Libre". El surgimiento del primer presidente Tomás Estrada Palma (Editorial Betania, Colección Ensayo, 2015).

Acerca de la autora.- Margarita García nació en La Habana, donde asistió al Colegio Trelles y al Ruston Academy. Después que emigrara a los Estados Unidos, estudió en la Universidad de Columbia en Nueva York, obteniendo los títulos de Bachelor of Science (BS), Master of Arts (MA) y Doctor of Philosophy (PhD), todos en Psicología Experimental. Durante 38 años trabajó como profesora en el Departamento de Psicología de la Universidad Monclair en Nueva Jersey, de la cual se retiró con el grado de Profesora Emérita. En 2004 comenzó a estudiar la vida de Tomás Estrada Palma y ha visitado los lugares donde estuvo antes de ser proclamado primer presidente de la República de Cuba, el 20 de mayo de 1902. Está casada con Guillermo Estévez y tiene una hija llamada Victoria.

Acerca del libro.- En su debut como escritora, la Dra. Margarita García ha creado un retrato del hombre antes de que éste encontrara el "oceáno de dificultades" de la presidencia -como dijo George Washington al ser elegido y que terminarían por abrumarlo. En el libro se narran antecedentes pocos conocidos de Estrada Palma antes de convertirse en el primer mandatario electo de la Isla. El texto se desarrolla a través de tres continentes, desde celdas de prisiones hasta preparación de expediciones de filibusteros e ingeniosos esquemas de recaudación de fondos. Y se muestran fotos nunca antes vistas e ilustraciones difíciles de encontrar. Es el relato íntimo de un patriota, un maestro de vocación y profesión, un revolucionario idealista, un hombre escrupulosamente honesto y un presidente testarudo.

lunes, 13 de mayo de 2019

Niño Rivera y la orquesta neoyorquina Típica 73


A continuación, fragmento del libro El Niño con su tres. Andrés Echevarría, Niño Rivera, de Rosa Marquetti Torres, en homenaje al centenario del nacimiento del gran músico cubano, el 18 de abril de 2019.

James Carter había asumido en 1977 la presidencia del gobierno de los Estados Unidos, para un mandato que se extendería hasta 1981. Con una política menos agresiva hacia Cuba, su gestión propició una flexibilización legal a los viajes de norteamericanos a Cuba. Se abrieron oficinas de representación de intereses en Cuba y Washington y se dictaron medidas impulsadas por Carter para contribuir a relajar las tensiones acumuladas y con apariencia y pronóstico de ser insalvables.

Así, con la anuencia de las autoridades gubernamentales de ambos países se produjeron algunos acercamientos entre los músicos, quizás los primeros que ocurrían desde el establecimiento del bloqueo-embargo norteamericano a Cuba: Dizzy Gillespie visita por primera vez la Isla ese mismo año 1977; Irakere, con Chucho Valdés al frente, se presenta y triunfa en 1978 en el Festival de Jazz de Newport; y en 1979 se producen los ya legendarios conciertos conocidos como Havana Jam, que entre otras muchas luminarias trajeron a La Habana a los norteamericanos Billy Joel, Rita Coolidge, Jaco Pastorius y Weather Report, y a la Fania All Stars.

Pero los precursores de esta apertura, los primeros de todos fueron los músicos de la Típica 73. Su llegada a La Habana en noviembre de 1978 y las grabaciones que realizaran con músicos cubanos fue el preludio del Havana Jam y de la interacción entre músicos norteamericanos y cubanos en medio de la hostilidad política que inauguró una nueva y prolongada etapa de los vínculos entre Cuba y Estados Unidos.

Al decir del periodista y discógrafo José Arteaga, la Típica 73 era la mejor orquesta de música cubana de su tiempo en el ámbito musical neoyorkino. Con una fuerte influencia de las orquestas charangas cubanas, sus integrantes eran devotos seguidores de la música tradicional bailable cubana y de sus más destacados hacedores.

La Típica 73 es la primera formación afincada en Estados Unidos –y teniendo como integrantes a algunos músicos cubanos viviendo allí– que logró pasar por encima de las prohibiciones que establece el bloqueo-embargo norteamericano hacia Cuba, pues no solo visitaron la Isla, sino que también grabaron y tocaron en La Habana.

John Rodríguez Jr., bongosero y productor, se confiesa fanático incondicional de la música cubana y al descubrir que ya era posible viajar legalmente a Cuba, no lo pensó dos veces y organizó un viaje a La Habana desde Nueva York vía Canadá junto a su esposa: “Estuvimos 10 días, disfrutamos, vacilamos, conocimos a todos los músicos, pues algunos músicos de aquí de New York llamaron allá y avisaron que un músico que había tocado con Tito Puente va para allá, me recibieron y me trataron como un rey. Regreso y le cuento a los músicos aquí y les digo: Hay que ir a Cuba. Los músicos se vuelven locos. Conocí a Tata Güines, a Juan Pablo... Y un día hablando con Johnny Pacheco, de Fania, le cuento y le digo: 'Oye, cómo me gustaría grabar en Cuba'. Y resulta que su socio Jerry Masucci, que era abogado, iba a Cuba y tenía amistades políticamente heavy duty allá, me responde: 'En serio quieres grabar en Cuba? Pues déjame hacer unas llamadas'. Y se organizó todo, aplicamos y para allá fuimos.”

Sonny Bravo era entonces el pianista y director de la Típica 73. Ése es su nombre artístico, porque en realidad su verdadero nombre es Elio Osácar y su vínculo con Cuba era inmediato, genético y emocional: su padre, Santiago 'Elio' Osácar era el bajista del Cuarteto Caney, que fue famoso en el Nueva York Latino de las décadas 1930 y 1940. Su abuela materna -recordó en entrevista con la autora- se llamaba Fidelina Bravo de Douguet y había nacido en Santiago de las Vegas. Para Sonny Bravo –lo dice con firmeza- Cuba es su tierra ancestral.

Cuenta Bravo: “Originalmente, el formato de la Típica 73 era de conjunto. El primer LP se grabó sin tres, pero para el segundo y el tercer LP La Candela, el tresero boricua, Nelson González ya estaba integrado en el grupo. Yo siempre fui fanático del Niño Rivera. Todavía tengo el LP de los años 60 Niño Rivera y su ConjBand, Panart LD-3106. Y Nelson (González) ni hablar! Siempre fue su ídolo. Cuando fuimos a La Habana a grabar, el formato del grupo ya había cambiado varias veces. Alfredo de la Fe (violín) reemplazó a Nelson. Sin el tres, ya no era un conjunto. A las dos trompetas, les agregamos un saxo tenor/flauta y más tarde, un saxo soprano/barítono. También se había eliminado el trombón. Pero cuando se presentó la oportunidad de grabar en la EGREM, mi socio Johnny Rodríguez y yo decidimos encargarle a Luis Cruz el arreglo del tema Un pedacito, pensando siempre en El Niño.”

Según las emocionadas notas del disco, escritas por Roberto Gerónimo, “la Típica 73 se convirtió en la agrupación que reanudó las relaciones artísticas entre los Estados Unidos y la República de Cuba.” Las sesiones de grabación se realizaron en los legendarios Estudios Areíto de la EGREM (antiguo Estudios Panart). Sonny Bravo recuerda:

“Las sesiones de grabación comenzaron el martes 14 de noviembre de 1978 y terminaron el viernes 1 de diciembre del mismo año. En la primera semana se grabó la orquesta. Hubo sesiones el 14, 15, 16 y 17. El 18 tocamos una tanda en el Salón Mambí y otra en Tropicana. Descansamos el 19 y 20. El 21 terminamos con las pistas de la orquesta. El 22, 23, 24 y 25 se grabaron los coros y las voces principales, también se sobregrabaron los solos instrumentales de Richard (Egües), Chapo (Félix Chappottin), Juan Pablo (Torres) y El Niño (Rivera)”.

La parte cubana designó al prestigioso compositor, productor y director orquestal Tony Taño como director de la grabación y a Adalberto Jiménez, como ingeniero. Los músicos norteamericanos fueron hospedados en la zona turística de la entonces muy popular playa El Mégano, a escasa media hora de La Habana en auto. A pesar de las circunstancias que por aquellos años rodeaban a los vínculos entre cubanos y norteamericanos, los músicos de las dos orillas compartieron y disfrutaron de la música y el conocimiento mutuos.

Sonny Bravo desgrana sus recuerdos sobre Niño Rivera a cuarenta y seis años de aquellas grabaciones: “El Niño apareció en la tercera semana. Cuando le puse la partitura en el atril y le dije que sólo tenía que improvisar en el estribillo, me dijo que no, que él quería tocar el arreglo completo. ¡Y así lo hizo! De todos los íconos de nuestra música que participaron en nuestra grabación, incluyendo a Egües, Chapo, Barretico, Tata, Juan Pablo, Bacallao y Changuito, el que más recuerdo desde mi juventud es al Niño Rivera. Cuando Arsenio estaba en su apogeo a mí me agradaba más el estilo del Niño. Y yo fui criado oyendo el tres y la guitarra las veinticuatro horas los siete días de la semana”.

El proceso de masterización transcurrió en Nueva York, bajo el cuidado de Bob Ludwig. Fueron posibles el viaje y la grabación, lo que no era posible era que mediara un pago por los servicios prestados por EGREM. La solución para esto fue una consola de grabación. Así lo contó John Rodríguez Jr. a José Arteaga: “Se hizo un contrato porque no pudo haber intercambio de billetes: Fania nos pagó a los músicos como si estuviéramos en New York, y a la EGREM de Cuba en pago, se le mandó, vía Europa un equipo de sonido, una consola de 16 canales, porque el estudio de Cuba era anticuado, ellos estaban viviendo en los 50 todavía, con los equipos que había grabado la Aragón y otros. Jerry (Masucci), que tenía esas relaciones, lo pudo armar todo para que llegara.”

Cuando se hicieron las grabaciones, el cantante principal de la Típica 73 era José Alberto 'El Canario' en una formación que sumaba a Sonny Bravo, en el piano; Alfredo de la Fe, violín; René López, trompeta líder ; Lionel Sánchez, trompeta; Rubén 'Cachete' Maldonado, en las tumbadoras y los batá; Nicky Marrero, timbales; Dick 'Taco' Meza, saxo tenor; Dave Pérez, bajo; Mario Rivera, saxos soprano y barítono y John Rodríguez Jr., bongó.

Como era un intercambio musical, como invitados participaron quizás los músicos más legendarios en sus respectivos instrumentos que en ese momento vivían en Cuba: Guillermo Barreto en los timbales; Félix Chappottin en la trompeta; Richard Egües en la flauta; Arístides Soto (Tata Güines), en las tumbadoras; Juan Pablo Torres, trombón; Raúl Cárdenas 'El Yulo' , José Luis Quintana 'Changuito' y Eddie Pérez en la percusión. En los coros, Felo Bacallao, el cantante y bailarín de la Orquesta Aragón. Y por supuesto, en el tres, Niño Rivera, quien hace valer su estirpe en el solo registrado en el tema Un pedacito, de Sabino Peñalver.

Así resumió Johnny Rodríguez Jr. aquella experiencia inolvidable: “Estuvimos diez días, que era lo que duraba el paquete turístico por el que fuimos por Air Canadá, por conexiones pudimos tocar gratis en el Tropicana, en el salón ese que tiene techo. También en el Salón Mambí, donde bailaba el pueblo, ahí se vacila, fue un great time. Nos aceptaron porque el grupo era muy cubano. Conocí a todos mis ídolos, a los maestros Chappotín, Niño Rivera, Bacallao, Changuito, Tata Güines, Barreto, a todos. Y yo en el medio del salón, dirigiendo a esos monstruos. Le decía a Sonny (Bravo): ¡Estoy soñando! No puede ser. ¡Dirigiendo a toda esta gente que son mis ídolos desde niño! ¡Un sueño hecho realidad!”.

El LP se tituló En Cuba- Intercambio Cultural de la Típica 73 y fue publicado incialmente por el sello Inca, subsidiario de Fania, y luego por la propia Fania Records en 1979 con referencia JM 00542. Sería distribuido en cualquier lugar del mundo, menos en Cuba. Tuvo reediciones, al menos, en España, Venezuela, Japón y Estados Unidos.

Si este libro recoge los recuerdos emocionados de los músicos newyorricans Sonny Bravo y Johnny Rodríguez Jr cuatro décadas después de aquellas históricas grabaciones, es para demostrar cuán profundo había calado la música popular cubana en ellos y de qué modo había quedado intacta la idolatría por sus más virtuosos exponentes, que habían permanecido en Cuba y no habían emigrado, tras el triunfo de la Revolución de 1959.

El paso del tiempo que marcó la diáspora y la desconexión entre los músicos hizo que nombres como el de Niño Rivera se fueran convirtiendo cada vez más en mitos vivientes y reverenciados por quienes desde lejos continuaban haciendo música cubana, no importa si eran cubanos, puertorriqueños o de otras nacionalidades. Las obras más populares y valiosas de muchos de los músicos que permanecieron en Cuba, Niño Rivera entre ellos, no dejaron nunca de grabarse y difundirse en las comunidades latinas de Estados Unidos, y otros países.

El viaje a Cuba de la Típica 73, sus grabaciones y actuaciones en La Habana fueron el preludio del fin de la orquesta neoyorquina, que a su regreso tuvo que lidiar, para su sorpresa, con las acciones hostiles de una parte influyente de la comunidad cubana residente en Estados Unidos y enfrentada al gobierno revolucionario, que condenaron ese viaje y ese intercambio cultural. “Ese viaje a mi tierra ancestral ¡me costó la orquesta! Poco a poco se cerraron todas las puertas. Jamás volvimos a tocar en Miami, en Union City, New Jersey o en el Club Círculo Cubano. Pero si tuviera que hacerlo de nuevo, ¡lo haría mil veces! Aquellas tres semanas llenas de memorias ¡no las cambio por nada”, dijo Sonny Bravo.

Rosa Marquetti Torres
Texto y foto de Niño Rivera tomados de On Cuba News, 1 de abril de 2019.

lunes, 6 de mayo de 2019

Príncipe Charles en Cuba: entre el folclor y la política



Mojitos, guarapo, croquetas de frijoles negros, música, baile, bromas. Charles tuvo de todo un poco en su primera visita a Cuba. El príncipe británico no pudo haberse mostrado más relajado, divertido y afable. Los cuatro días que pasó en la isla, junto su esposa Camilla, la duquesa de Cornwall, tuvieron más tintes de un viaje romántico o de placer que una visita de Estado.

La pareja real parece haber sucumbido a los encantos de su gente. Al igual que los turistas que pasean por la parte hermosa la Habana Vieja, llena de colores y música, el heredero de la corona británica y su esposa solo percibieron la imagen folclórica de una ciudad que solo existe en los folletos de compañías turísticas que venden a la isla como destino para vacacionar, o en los programas del gobierno comunista para visitantes de alto rango.

Charles y Camilla se perdieron la otra parte de Cuba, la más representativa, la verdadera, la de los avatares de su población. Hubiese sido muy revelador para Charles salirse de la agenda pactada y el protocolo y caminar un poco más allá de lo que se ha denominado el Casco Histórico de La Habana, que no es más que esa zona de la capital que ha sido restaurada manteniendo sus características centenarias y originales, y una de las razones por las cuales es considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

No tenía que moverse tan lejos, hacia los destartalados barrios del Cerro o Diez de Octubre. Con solo salirse un poco del diámetro del recorrido propuesto por el gobierno, en el mismo corazón de la Habana Vieja, Charles hubiese podido palpar la miseria en la que viven la mayoría de los habaneros, en solares al borde del derrumbe y edificios declarados inhabitables, ahogados por la basura, el hambre, la insalubridad, la desesperanza y donde la mayoría de los vecinos no se pueden dar el lujo de fumarse un Habano, que tanto disfrutan los británicos en la terraza del Hotel Nacional o al otro lado del Atlántico. En lugar de mojitos, piña colada, ron Havana Club o agua ardiente, no les queda más opción que beber 'alcohol de bodega'.

Puede que Charles haya escuchado o leído sobre las calamidades de los cubanos de a pie, pero él no fue a Cuba a expresar ningún tipo de empatía con esta situación. Tampoco fue a abrazarse con Miguel Díaz-Canel o a encontrarse con amigos dentro de la teocracia cubana. Ni la familia real ni el gobierno del Reino Unido, los que le pidieron incluir a Cuba en el itinerario caribeño, comparten los principios del comunismo. Pero cuando se trata de explorar mercados y nuevas oportunidades de negocios, la realeza y los gobernantes británicos suelen hacerse de la vista gorda e ignorar la crítica situación de los derechos humanos.

Por eso nunca estuvo en los planes de sus altezas reunirse con grupos disidentes. Tampoco un encuentro con Raúl Castro, el máximo jefe del Partido Comunista que antes de pasarle el poder a Díaz-Canel se cercioró de que los puestos claves de la política y la economía sigan ocupados por círculos cercanos a él. Una reunión con Raúl hubiese sido demasiado para Charles, quien en su misión exploratoria, además de mostrarse abierto y relajado ante las autoridades locales, tiene que cuidar su imagen ante los ojos de los aliados que han seguido esta visita con recelo y suspicacia. El coqueteo es aceptable, pero tiene límites: de ser cruzados, podría irritar e incomodar al histórico aliado Estados Unidos, no importa cuán independiente ha sido la política de Londres hacia La Habana con respecto a Washington.

El Reino Unido ve potencialidades de incrementar sus negocios y reforzar su relación económica con Cuba. Probablemente Cuba tuvo para los visitantes la mayor importancia dentro de su periplo por el Caribe, si juzgamos por el tiempo gastado en la isla -cuatro días- que fue mayor que las estadías en los otros países en una gira que duró trece días. Entre los destinos seleccionados, Cuba es el único país que no pertenece a los territorios de ultramar de la Commonwealth, donde la reina Isabel II -madre de Charles- es regente.

Una nota que pone en evidencia a la Secretaría de Relaciones Británicas del Reino Unido detrás de las bambalinas del periplo real fue el envío del ministro británico de la Commonwealth, Lord Ahmad, a La Habana, con el objetivo de acompañar a Charles y representar al gobierno británico, evidenciando la importancia que Londres concedió a la visita. En un periodo de apenas cinco meses, Charles ha sostenido dos encuentros con Díaz-Canel. El primero tuvo lugar en Clarence House -residencia oficial del príncipe en Londres- en noviembre de 2018, cuando el presidente cubano hizo escala en la capital británica en su regreso a La Habana después de una gira que lo llevó a Rusia, China, Viet Nam, Laos y Corea del Norte, enemigos de diferente rango para Occidente.

Entonces trascendieron a la prensa británica los rumores de la visita que Charles planeaba hacer a Cuba, lo que quedó confirmado dos meses después con una declaración oficial de Clarence House ofreciendo la fecha del viaje y algunos detalles de lo que Charles y su esposa planeaban hacer en la isla. Si el encuentro de noviembre tuvo como objetivo discutir una fecha y preparativos, no era necesario que Díaz-Canel y Charles se vieran las caras y se estrecharan manos en Clarence House, al ser asuntos que los organizadores podían haber discutido. Pero al parecer, hubo un interés diplomático por parte de Londres, de transmitir confianza y cordialidad al gobernante cubano.

Más allá de las bromas gastadas en su recorrido por las callejuelas del centro histórico de La Habana, o de sus comentarios sobre el mojito y algunas recetas de la cocina cubana, y de las visitas al Centro de Inmunología Molecular e instituciones culturales, la ofrenda floral a José Martí, o el recibimiento oficial ofrecido por Díaz-Canel, nada trascendió sobre lo que en concreto fue a buscar Charles a Cuba. El gobierno cubano no ha dicho nada al respecto. El Ministerio de Relaciones Exteriores no publico una sola nota en su sitio web sobre la estancia de Charles en la isla, más allá de un escueto despacho anunciando la llegada la llegada del príncipe y su esposa.

Los dos periódicos de circulación nacional, Granma -órgano oficial del Partido Comunista de Cuba-, y Juventud Rebelde -vocero de la Unión de Jóvenes Comunistas-, solo publicaron breves y frías notas, desconociendo la importancia del acontecimiento, de acuerdo con las instrucciones del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista -censor y controlador de los medios en la isla- de no darle realce a los visitantes y la debida connotación a los hechos, como si las casas reales europeas fueran dadas a aceptar invitaciones oficiales de gobiernos comunistas.

Tampoco Clarence House u otra fuente oficial real británica se ha pronunciado sobre los propósitos de este viaje, a no ser la verborrea diplomática de resaltar los “vínculos culturales e históricos”, como si ello ameritara el envío de príncipes por cuatro días a un país en el que ningún primer ministro británico ha puesto sus pies. Habrá que esperar para ver qué tipo de resultados puede dar la visita de Charles a Cuba.

Aunque este viaje parece haber carecido de un carácter político -al menos públicamente, aún no sabemos lo que Charles le dijo a Díaz-Canel durante su encuentro privado-, y haber estado enfocado en lo comercial y financiero, el inmovilismo del régimen, al no querer emprender una sincera y verdadera apertura política y económica es la principal causa que ha frenado el desarrollo del país, así como la posibilidad de favorecerse al máximo de las propuestas de inversión y cooperación que vienen desde el exterior.

Despues de esta visita, es presumible que se darán otros pasos para acercarse más a Cuba, tal y como ha empujado la llamada Iniciativa Cuba, que reúne a un gran grupo de empresas que abogan por mayores vínculos con La Habana. No se descarta entonces la futura visita de algún alto ministro del gobierno británico.

Ya en 2016, Philip Hammond, entonces secretario de Relaciones Exteriores, se convirtió en el primer canciller británico en visitar Cuba desde 1958. El titular llegó a La Habana pisándole los talones a Barack Obama, apenas un mes después que el entonces presidente de Estados Unidos, decidiera ir a La Habana para recomponer las relaciones bilaterales congeladas desde 1959.

Actualmente, Hammond es la segunda figura del gobierno británico. Quizás debiera darse de nuevo una vuelta por Cuba y comprobar que el gobierno comunista no ha cambiado para nada su terca y arbitraria postura, que la denominada apertura económica no avanza porque no hay una verdadera voluntad política, y que el tema de los derechos humanos, asunto tratado entonces con el canciller Bruno Rodríguez, sigue en la misma situación crítica. Y puede que se cuestione que aún así, decidimos mandarle a un príncipe.

Jorge González
Café Fuerte, 31 de marzo de 2019.
Foto: El príncipe Charles y la duquesa Camilla prueban el mojito que aprendieron a preparar en un bar habanero. Tomada de Daily Mail.