En una bodega estatal de la calle San Miguel, Centro Habana, hay un pequeño televisor de 21 pulgadas colocado encima de cartones de huevos vacíos. La antena no es otra cosa que un perchero de metal. El aparato marca Sanyo está en un rincón y tiene granos de azúcar blanca desperdigados entre los botones.
La señal que emite el televisor no es nítida, las imágenes apenas se distinguen bajo una llovizna gris que difumina los rostros.
El martes en la noche, Martín y Armando, los bodegueros, pidieron prestado el televisor por dos días (18 y 19 de abril) a un vecino del barrio. Y durante miércoles y jueves, mientras la gente llega a la bodega con su libreta de abastecimientos, jabas de nylon, de mimbre, o un carrito de mandados, para comprar los frijoles, el arroz, los espaguetis del mes, o bien una caja de fósforos, en el televisor se ven las imágenes de la Asamblea Constitutiva de la Novena Legislatura del Poder Popular en Cuba que llegan en vivo desde el Palacio de las Convenciones de La Habana.
La bodega es pequeña y extremadamente oscura. Un alargado bombillo de luz fría, envuelto en telarañas, no es suficiente para alumbrar el local. En una de las paredes hay un cartel azul y blanco sujetado con cuatro pedazos de esparadrapo donde se lee: “Por Cuba: Elecciones generales 2017-2018. Genuina demostración de democracia”.
En el piso hay un huevo roto y la atmósfera huele a vinagre.
-¡Martín, asere, de verdad tú tienes puesto eso aquí! -dice un hombre con uniforme de custodio.
-Asere, hay que estar actualizado para que después no nos pasen gato por liebre -contesta Martín alcanzándole una caja de cigarros sobre el mostrador de madera.
El custodio se larga de la bodega después de hacer un ademán de protesta y refunfuñar: “Por eso estamos como estamos, porque la gente les sigue haciendo el juego”.
En ese instante la programación televisiva hace un impasse y entonces colocan un bloque de opiniones.
Una mujer negra, de unos 40 años, dice: “El destino ya está trazado, seguiremos con el socialismo hasta el final de sus consecuencias”. Un joven oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) sostiene: “Nosotros somos el legado de la Revolución y no la dejaremos caer. El cambio es necesario, pero garantizará la continuidad de un pueblo libre y abnegado”.
El locutor que lleva los hilos de la revista informativa especial que transmite la televisión cubana exhorta a un “tuitazo” a quienes lo ven. Dice que el país está en un momento crucial de su historia, “trascendental”, remarca, y que todos los cubanos y cubanas “debemos apoyar la continuidad del proceso revolucionario”.
#PorCuba y #SomosContinuidad son las etiquetas que el comentarista desea que su teleaudiencia posicione en las redes sociales y que se hagan trending topics en una isla de 11 millones de personas donde solo 11 980 hogares tienen conexión a internet y donde una hora de navegación cuesta un dólar mientras el salario medio apenas ronda los 30 mensuales.
Desde su estudio climatizado y confortable, el conductor abriga la intención de convencer a las desconectadas familias cubanas de que acudan en masa a las 635 áreas públicas wifi habilitadas por el gobierno en los últimos años a fin de que posteen “mensajes de apoyo”, recostados a una columna, sentados en la acera o en un improvisado banco, a la sombra de un árbol o bajo el sol de Cuba.
–Todos sabíamos que el tipo iba a ser Díaz-Canel. Ese chama se ve educado, inteligente. Además, Raúl le descarga un bulto –comenta Armando, el otro bodeguero.
Armando y Martín son una pareja explosiva detrás del mostrador, algo así como Stan Laurel y Oliver Hardy, el legendario dúo cómico del cine mudo. Armando vendría a ser Laurel: 39 años, flacucho, rostro asustadizo e inquieto. Martín sería Hardy: 53 años, gordo, bigote desaliñado, todo carisma, su sonrisa es su presentación.
–Al final, ya eso estaba decidido. No entiendo por qué, a última hora, adelantaron un día las elecciones. ¿Si no era Díaz-Canel, quién iba a ser? Ya los viejos tienen que ir para sus casas a leer el periódico –dice una señora que acaba de entrar en la bodega–.
La mujer saca de su jaba de nylon una botella plástica y se la entrega a Martín. Mirando el televisor, dice: “Échame ahí el aceite”. Martín se interna en un cuartucho, toma un embudo, lo coloca en la boca de la botella y abre un enorme tanque del que pronto sale un chorro espeso.
Dos rubias nórdicas, que vienen por el medio de la calle fotografiando las esquinas rebosantes de escombros y basura y mirando hacia los balcones en ruinas de Centro Habana, detienen su paso en la puerta de la bodega. Con ojos curiosos miran la imagen imprecisa que emite el televisor.
En ese instante, Alina Balseiro, presidenta de la Comisión Electoral Nacional, explica desde el estrado que, de los 605 diputados al parlamento cubano, el 53.22 por ciento son mujeres, que la edad promedio de los diputados es de 49 años y que el 86.7 por ciento de los escaños están ocupados por hombres nacidos después del triunfo de la revolución en 1959.
–Entren titis, pa que vean lo que son elecciones de verdad –les dice Martín a las chicas–.
–Esto sí es democracia. Sale una tipa y dice por quién todos tienen que votar, no hay opciones, uno y ya. Este es el tipo y camina… Aprendan, para cuando regresen hagan lo mismo en sus países –agrega entre risas Armando.
Las muchachas escandinavas no entienden nada. No hablan español ni saben lo que sucede en el pequeño televisor embarrado de azúcar. Se dan vuelta y se marchan.
Balseiro da a conocer los resultados electorales. Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez es el nuevo presidente de Cuba; ha sido elegido por 603 de los 604 diputados que votaron, para un 99.83 por ciento.
En el momento de la decisión no hay clientes en la bodega. Mientras barre el suelo, Martín dice: “Al final, Díaz-Canel será un títere mientras Raúl siga. No espero muchos cambios. Yo voy a seguir aquí dándole a la gente su comidita mensual y ya. Si tiene que haber un cambio, tiene que empezar por aquí, por la comida. Si la gente no come, no puede trabajar, por eso se roba tanto en este país”.
–Eso no se sabe, habrá que esperar; a lo mejor el tipo sorprende y cambia las cosas –responde Armando.
El sobrino de Martín, un adolescente de 16 años, llega en bicicleta a la bodega. Se apea, la coloca en una esquina y saca del bolsillo un smartphone. Le dice a su tío: “Vengo del parque y mira lo que publicó Pánfilo en su Facebook”.
El chico voltea el teléfono y Martín lee en voz alta: “El futuro de Cuba?? Que sea lo que Díaz quiera. Perdón, lo que Dios quiera”.
Los tres ríen al unísono.
Abraham Jiménez
El Estornudo, 19 de abril de 2018.Foto: Miguel Díaz-Canel en la clausura del Seminario Nacional de preparación del curso escolar 2018-2019, celebrado en La Habana el 28 de abril de 2018. Tomada de Juventud Rebelde.
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