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jueves, 22 de marzo de 2018

Señor Eusebio Leal, ahí vive gente



En diciembre de 2017, la prensa independiente se hizo eco de la preocupación del Dr. Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana, por el hecho de que en la capital cubana ha crecido aceleradamente lo que él mismo denomina “arquitectura de la necesidad”. Su comentario provocó, entre otras reacciones, extrañeza, pues dio la impresión de que el venerable historiador acababa de abrir sus ojos a la ciudad que tantas veces ha transitado.

Aunque el hermoso casco colonial ha perdido prestancia desde la invasión de los militares en 2015, esa “arrabalización” que hoy alarma al señor Leal no ocurrió en los últimos tres años. La depauperación del patrimonio arquitectónico de la Habana Vieja es un proceso maligno y contagioso que avanza, inexorable, desde 1990.

Según datos registrados por la Oficina del Historiador, de las aproximadamente 23 mil viviendas construidas dentro del perímetro del Centro Histórico, el 45,3 por ciento no reúne las condiciones de habitabilidad adecuadas, y cerca del 42 por ciento de la población reside en ellas. Este dato se traduce en que casi 11 mil habaneros viven en condiciones de insalubridad, hacinamiento y riesgo de derrumbes parciales o totales.

Las obras de restauración y conservación impulsadas por la Oficina del Historiador, procuraron mantener el daño alejado de la edificaciones de interés, pero en los alrededores ha continuado acechando, producto de la crisis económica del país y la desaparición de la urbanidad y el sentido de pertenencia. Junto a las mansiones del siglo XVIII se pudren los solares y sus habitantes, edificios enormes se caen a pedazos o son apuntalados con muletas de madera que afean sus fachadas y avisan de una inminente catástrofe.

Parte de la arquitectura de alto valor patrimonial carga con el handicap del inmueble aledaño, en muchos casos destruido y convertido en tiradero de basura, lo cual ilustra el nivel de dejadez en que se ha sumido la sociedad.

En estos edificios declarados inhabitables desde hace años, entre escombros y desperdicios, ondean ropas al sol. Es el indicador de que algún cubano, presa de la necesidad y el temor a parar en un albergue, pernocta allí, hasta que pase el ciclón definitivo, o un aguacero seguido del implacable sol insular pulverice los ladrillos y haga crujir la estructura completa.

De a poco se desprenden balcones, cornisas, molduras y frontones que solo por un milagro no dan en el blanco, causando fatalidades. La posibilidad de que se repita un mortal accidente como el ocurrido en la calle Galiano durante el paso del huracán Irma, crece exponencialmente cada día.

La falta de planificación urbana y doméstica, la corrupción, la ausencia de materiales de construcción y el abusivo encarecimiento de éstos cuando aparecen, son los factores primordiales que espolean el crecimiento desordenado y horroroso de la arquitectura habanera. La definición de “emergente” se explica por sí sola. Cada quien construye donde puede, como puede y sin pedir permiso, porque tener un techo sobre la cabeza es un derecho supremo que el gobierno le ha negado al cubano trabajador, en tanto no ha sido capaz de generar un desarrollo económico que permita a cada individuo construir, alquilar o comprar una casa donde vivir.

Vivian Rodríguez, directora general de la Vivienda en el Ministerio de la Construcción, precisó ante la Asamblea Nacional del Poder Popular que la población es “la principal protagonista para solucionar las dificultades habitacionales del país”. Bajo esta premisa, es imposible impedir que el pueblo aplique, “a la cañona”, las soluciones que mejor le convenga para ganar espacio vital y capacidad de almacenamiento de agua potable.

El panorama de estructuras severamente dañadas, soportando tanques inmensos y caprichosas alteraciones en su fachada, es aterrador. Los cubanos prefieren tentar las leyes de la ingeniería hasta que el inmueble colapse, antes que arriesgarse a languidecer en albergues estatales.

Con gente viviendo al filo de la desgracia, el historiador clama por los valores perdidos y arguye, con justa indignación, que La Habana no es una aldea. Hay razón en sus argumentos. Pero resulta ofensivo que pretenda separar tanto mal del gobierno que lo originó. Sobre este particular nada dijo el doctor Leal. Por el contrario, elogió la memoria de Fidel Castro, un hombre que odió tanto a La Habana como para condenarla a la degradación lenta y brutal que se percibe en nuestros días.

A despecho de la comparación planteada por Leal, una aldea taína estaba más limpia que la capital cubana, cuyos habitantes se han convertido -500 años después- en recolectores de lo que aparezca. Penoso resulta oírlo hablar de arrabales y recordarnos que “la restauración demanda dinero, dinero y más dinero”; porque otro tanto demandan los edificios, cuarterías y ciudadelas habitados en condiciones de indigencia.

A Eusebio Leal lo asusta la hidra metropolitana que arbitrariamente extiende sus tentáculos de miseria, a pesar de la gestión privada y las estrategias de conservación. Pero la verdadera gravedad del problema radica en que esos “arrabales” que germinan entre restos de derrumbes, atentando contra el abolengo de la vieja ciudad e insultando su sensibilidad de historiador, están abarrotados de gente.

Texto y foto: Ana León
Cubanet, 23 de enero de 2018.
Leer también: La Ciudad de La Habana.

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