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lunes, 21 de agosto de 2017

Confesiones periodísticas (II y final)



Comencé en el periodismo independiente en septiembre de 1995 y no me expulsan del ICRT hasta el 4 de abril de 1996. Había consultado con un abogado y me había dicho: "No, no, tu vas todos los meses a cobrar tu salario, ellos son los que tienen que decirte que no puedes cobrar más o qué va a pasar contigo". Recuerdo que en marzo del 96 a mí se me hacía muy dificil ir a cobrar, porque hablaba por Radio Martí, públicamente disentía e iba a cobrar mi salario, algo que en cualquier país democrático no es un delito, pero en Cuba sí. Pero el abogado había insistido en que no dejara de ir, que fueran ellos quienes me lo negaran.

Cuando uno da ese paso de disentir, empieza a tener situaciones con vecinos, amigos, familiares, personas que parecían ser muy allegadas y te encuentras que de pronto cogen miedo y te dan la espalda. Pero también descubres personas que tú no considerabas tan cercanas, con quienes no te unían grandes vínculos y se te acercan y te dan la mano. Pasar de creer en la revolución a dejar de creer en ella es un proceso y lo primero que uno tiene que hacer es canalizarlo interiormente. Si uno psíquicamente no está preparado es muy dificil.

Soy periodista, simplemente.. Trato de estar siempre bien informada de la actualidad mundial y también de lo que ocurre dentro del país y en las filas de la oposición.

Otra cosa que quiero decir, es que cuando uno es disidente tiene que poseer un olfato o una intuición especial para poder mantener alejados a todos los informantes, colaboradores y agentes infiltrados por la Seguridad del Estado. Por eso es que ando sola y no quiero a nadie alrededor mío.

Yo boté de mi casa a una amiga, pues me di cuenta que la mandaba la Seguridad, para saber cómo viviamos, quién nos visitaba, para después ir a informarlo. Es muy difícil, sobre todo cuando uno sabe que dentro de los grupos de la disidencia y el periodismo independiente hay infiltrados de la Seguridad. Pero eso no lo hacen solamente en Cuba, también en Estados Unidos y en otros países donde hay exiliados cubanos.

La gente en el barrio me respetaba, algunos no se me acercaban, pero me respetaban. Pongo un ejemplo: en 1997 la Seguridad del Estado pidió a los vecinos que cuando yo pasara escupieran y a mí no sólo no me escupieron, sino que una vecina fue a mi casa y me lo dijo. También me dijo que a varios vecinos de la cuadra le habían dado la encomienda de vigilarme, porque decían que yo tenía una computadora en la casa.

Mucha gente ha ido perdiendo el miedo, pero les falta ese arranque final de valor. Es comprensible, todavía el régimen es poderoso y constantemente está haciendo demostraciones de fuerza y tiene todos los recursos para movilizar a las masas. Y muchos no se deciden a disentir porque sopesan y dicen "no, no puedo arriesgarme a quedarme sin trabajo ni nada, no tengo a nadie que me respalde, no tengo familia afuera que me ayude si un día me pasa algo". Saben que si a uno lo encarcelan, lo llevan a una prisión en el otro extremo de la isla. Cuando en Cuba condenan a alguien, condenan también a la familia.

Siempre me comuniqué anónimamente con la gente en la calle, vestida como cualquier ama de casa, una mujer simple, sin alardear de que soy periodista. A cada rato me veía obligada a coger autos de alquiler de diez pesos, porque el transporte público cada vez estaba peor, y dentro de los autos las personas aprovechan para hablar y explayarse. Y yo callada, escuchando. A veces alguien decía: "En Cuba todo el mundo habla, pero nadie hace nada. Hablan y después se van a la Plaza y todo el mundo va a votar y ése es el problema que tenemos los cubanos, que hablamos aquí en los carros y en nuestras casas, pero no hacemos nada".

Entonces yo saltaba y decía: "Un momentico, eh, eso será con ustedes, no conmigo. Me llamo Tania Quintero Antúnez, nací en La Habana el 10 de noviembre de 1942, toda mi familia fue comunista, era periodista del gobierno y desde 1995 soy periodista independiente, hablo por Radio Martí y otras emisoras internacionales, me llaman del Canal 23 y de todas partes y recibo en mi casa a toda clase de periodistas extranjeros, así que eso no va conmigo". Nadie contestaba, todos se quedaban callados.

En el barrio todos sabían quién yo era y cuando alguien se pone a echar pestes del gobierno en alguna cola, en voz alta decía: "Comentarios no, por favor, hagan las cosas como hay que hacerlas, porque las cosas hay que decirlas de frente y sin miedo". Y daba media vuelta y me iba. Mi nieta decía: "Abuela, tu siempre estás hablando con la gente en la calle". Y es verdad, siempre estaba queriendo saber la opinión de las personas.

A cada rato visitaba amigos que a su vez tenían conocidos en el gobierno y me enteraba de muchas cosas. O que vivían en lugares céntricos o trabajaban en empresas importantes y también por ahí obtenía información. Andaba mucho por las calles, a veces tarde en la noche, por ello pude escribir sobre los travestis. Hacía tiempo que no andaba a esas horas por La Rampa y la Habana Vieja, y me dí cuenta cómo había cambiado la ciudad, con tantas jineteras, homosexuales y policías.

En ocasiones venían personas a mi casa y me contaban cosas, porque por teléfono tenían miedo contarlo. Siempre me consideré una mujer libre, pero desde que en 1995 me hice periodista independiente, es cuando más libre me he sentido. No tengo ese conflicto interno, de tragar bilis, esa impotencia de callar y de aguantar. A fin de cuentas, todos queremos cambios por vías pacíficas para nuestra patria. Y no lo que en 1953 hizo Fidel Castro para llegar al poder: coger las armas y atacar un cuartel.

Tania Quintero
Foto: Edificio donde radica el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), en 23 entre L y M, La Rampa, Vedado, La Habana. Realizada por Hansel Leyva y tomada de Play Off Magazine.
Redactado en La Habana en 2002 y publicado en mi blog en abril de 2008.

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