El 27 de noviembre de 1916 en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro quedaba registrada la composición Pelo telefone, de Ernesto dos Santos (Donga) y Mauro de Almeida. Unos meses más tarde iba a convertirse en el gran éxito del carnaval.
Desde luego no era la primera samba, ni está claro que fuese la primera vez que la palabra figuraba en la etiqueta de un disco (Odeon 121322), pero como señala Sérgio Cabral, con Pelo telefone la samba se puso de moda y entró en la sociedad de consumo.
Samba -el samba, dicen los brasileños- tendría su origen en un término bantú. En Brasil se aplica a una música y baile en compás binario y acompañamiento sincopado. Se dice que llegó a Río procedente de Bahía con los libertos negros -en Brasil la esclavitud quedó oficialmente abolida en 1888-, que habían sido mano de obra para la caña de azúcar o el café, y andaban en busca de trabajo. Entre 1890 y 1917 la población de la ciudad, entonces capital de la República, se duplicó: de medio millón de habitantes a un millón. Esa comunidad se fue asentando en zonas del centro y el puerto, en un territorio que se conocía popularmente como la Pequeña África.
Allí vivía Hilária Batista de Almeida, una de las referencias espirituales de los afrobahianos, que se ganaba la vida vendiendo dulces, y a la que todos llamaban Tía Ciata. Donga, hijo de Tía Amélia, era uno de los asiduos de la casa, por la que en días de fiesta se dejaban caer los músicos João da Baiana, nieto de esclavos, o Heitor dos Prazeres, cuyos cuadros primitivistas están expuestos en museos. Y por los alrededores de la plaza Once andaba el mulato José Barbosa da Silva, apodado Sinhô, funcionario de correos y autor de Gosto que me enrosco.
La samba era una forma de vida. Aquellas reuniones de guitarras, cavaquinhos, panderos y tambores, con mucha cerveza, carne asada, fiambres… podían durar dos o tres días. Lo mismo que las celebradas en casas de otras tías: las mujeres desempeñaron un papel esencial en la cohesión de la comunidad.
Durante el siglo XIX, los festivos batuques originarios de Angola y Congo, ya habían dado forma a la samba rural de Bahía. A partir de aquella samba, de matriz africana con elementos de la cultura portuguesa, se estaba gestando en la Pequeña África la samba urbana. Sin que faltasen las polémicas, entre cariocas y bahianos, sobre su paternidad. Se ha escrito muchas veces que se había desarrollado en los morros de Río. Donga lo negó. La policía perseguía a los sambistas y los morros eran solo un refugio posible. Pobre del que caminase por la calle con una guitarra y, peor aún, si era negro.
En el barrio de Estácio, sambistas como Ismael Silva, Bide, Marçal… añaden a la música el surdo -tambor construído con una lata grande recubierta por un trozo de cuero- y alteran su ritmo con idea de poder desfilar. Hablaba Ismael Silva de samba de “bum bum paticumbum prugurundum”. Durante los años 30, coincidiendo con la irrupción de la radio, surgen grandes compositores: Ary Barroso –autor de Aquarela do Brasil y otros monumentos de exaltación patriótica; Ataulfo Alves, un pilar de la consolidación de la samba; Noel Rosa, que murió de tuberculosis con solo 26 años, dejando poéticas crónicas de lo cotidiano; Dorival Caymmi, con su célebre Samba da minha Terra, que en su letra dice “a quien no le gusta la samba o está mal de la cabeza o enfermo de los pies”, y Geraldo Pereira, uno de los preferidos de João Gilberto, que siempre ha sostenido que lo que él hace es samba.
Justo antes de la eclosión de la bossa nova, hubo un tiempo de samba-canção, de ritmo más lento y letras sentimentales, que ya se había insinuado en décadas anteriores y encontró acomodo en la intimidad de los clubes de Copacabana. La samba es género matriz de la música brasileña. Tomó la forma de samba enredo para escuelas de samba, samba de breque de carácter humorístico, samba de gafieira con arreglos inspirados en las antiguas big bands estadounidenses, samba-jazz, samba-rock, samba-rap…
En su historia están Nelson Cavaquinho, fallecido en 1986, y Cartola, que murió en 1980. Ellos dos, que sufrieron años de ostracismo hasta ser redescubiertos, junto a Zé Kéti, Candeia, Elton Medeiros, Clara Nunes y Clementina de Jesus, entre otros, conectaron la samba con un público universitario. Son indiscutibles hombres como Paulinho da Viola o Martinho da Vila. Y en un mundo machista, mujeres como Beth Carvalho, Alcione o Dona Ivone Lara.
De los pagodes (fiestas) de los años 80 proceden Zeca Pagodinho, Almir Guineto, Arlindo Cruz… Más tarde apareció Dudu Nobre y, ahora, Diogo Nogueira, hijo de João Nogueira. Y graban samba los jóvenes del grupo Casuarina y cantantes como Teresa Cristina, Roberta Sá o Maria Rita, la hija de Elis Regina.
Un siglo para ver cómo una música de marginados, despreciada por las clases dominantes, y reprimida por la policía, llegó a convertirse en la mayor expresión de la identidad cultural de un país. De ritmo maldito a música nacional. Lo cantaba Zé Kéti: “Soy la samba / la voz del morro soy yo, sí señor / soy yo quien llevo la alegría / a millones de corazones brasileños”.
Carlos Galilea
El País, 8 de julio de 2016.
Video: Uno de los conciertos ofrecidos en Brasil por María Rita y en el cual interpretó canciones de su DVD Samba Meu, lanzado en 2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario