Amado Pino Gómez asegura que cuando nació, lo primero que vieron sus ojos fue un horno de carbón. Con sus 62 años a cuestas y un rostro curtido por las arrugas que el tiempo deja, aún continúa apegado al oficio de carbonero. Al año construye decenas de hornos que va levantando como si se tratara de una obra ingeniera.
Cada tronco de leña lo coloca con precisión milimétrica. En esa primera fase radica un gran por ciento del éxito de tamaña empresa: “Pararlo bien, que tenga buen tumbe para que la tierra no se escurra”, comenta el veterano, mientras va peinando un costado del horno con su rastrillo, por donde brota el humo. Tras levantarlo y revestirlo, tarea que le toma dos días, siempre que no falte la leña, viene la parte más difícil: velarlo las 24 horas del día para que no se vuele.
“Es un trabajo de día y noche, sin dormir. Si se te quema, perdiste horas de trabajo y no ganarás nada”, advierte. La lluvia tampoco ayuda mucho. Cuando llueve corre el peligro de quemarse porque el agua compacta la tierra que lo reviste, entonces el humo no puede salir y coge más fuerza la candela, arruinándolo todo.
Por esa razón, Amado es hombre de sueño liviano, las pocas veces que logra conciliarlo. Siempre está atento a cada detalle de su obra. Por suerte, nunca ha tenido accidentes haciendo carbón. El único que recuerda lo sufrió en Angola, cuando conducía un tanque de guerra.
El carbonero pasa sus días cerca del Polvorín, ubicado a un costado del terraplén que comunica con Guasasa y Cocodrilo. Aunque vive en Playa Girón, Matanzas, construyó una casita rústica de madera y guano para cocinar el almuerzo o guarecerse de la lluvia en la Ciénaga de Zapata. Hasta allí viene su esposa para acompañarle parte del día. Pero el resto de la jornada permanece solo, algo que aprecia porque disfruta la calma y la tranquilidad.
Con los años, Amado Pino ha logrado dominar los secretos de su oficio. “Cuando el carbón tiene un timbre metálico es bueno. Si quieres que te rinda y apenas tizne los calderos, debes cortar llana o júcaro, otros prefieren el marabú. Cuando la leña es de calidad lo echas en la hornilla y apenas se consume”.
En los predios del Polvorín el trabajo resulta interminable. Mientras le da candela a un horno, otro espera para ser revestido, y más allá comienza la construcción de uno nuevo. Amado no se detiene un segundo. Durante nuestra conversación no se ha despegado un momento de sus instrumentos de trabajo. Ahora rellena un saco con pequeños tizones que se comercializan con la empresa avícola para proporcionar calor a las naves de pollos.
El fruto de su labor se comercializa en la Empresa Forestal Integral. Este carbonero no piensa en el retiro. Se siente fuerte a sus 62 años.
Por un minuto se detiene y su mirada se pierde, entonces comprendemos que el oficio de carbonero nunca desaparecerá de la Ciénaga de Zapata mientras existan hombres como Amado Pino Gómez, habituados a trabajar sin descanso y capaces de hacer del sacrificio contínuo su razón de ser.
Texto y foto: Arnaldo Mirabal
Periódico Girón, 29 de marzo de 2016.
Y QUEDAN PALMA
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