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miércoles, 12 de agosto de 2015

Cuba, el país comunista más loco



Cuba es un país socialista. La revolución que culminó con la huida del dictador Batista en 1959 colocó a Fidel Castro en el poder; en 2008 Fidel abandonó la presidencia en favor de su hermano Raúl. Desde 2011, Raúl es también secretario del Partido Comunista.

La historia de Cuba tiene dos grandes etapas: antes y después de la caída del bloque comunista en 1990. La descripción más común que he oído del periodo anterior a 1990 ha sido “era algo mejor que ahora”; unos decían “mucho mejor” y otros “solo un poquitico mejor”.

La diferencia básica para la vida de los cubanos es que los sueldos en los primeros treinta años de la revolución alcanzaban para cubrir las necesidades: la educación era universal y gratis, el Estado otorgaba casas a precios irrisorios (ayudó que muchas viviendas quedaran vacías tras la revolución y el Estado se las quedara), la cartilla de racionamiento daba comida y hasta ropa. El transporte obrero era gratis, en el trabajo daban billetes para cenar fuera e ir a cabarets de vez en cuando e incluso, los mejores trabajadores se ganaban unas vacaciones en la playa.

Un ex profesor universitario con nostalgia me contaba de aquellos años, con la vida resuelta. A pesar de que todo se acabó en 1990, ya antes se veía que la idea no iba a resistir. El principal problema era simple: “No todos somos iguales”, me dijo el profesor, que simpatizaba con la revolución. Esa frase la he oído varias veces, a menudo de gente a favor del sistema. En Cuba hicieron la prueba práctica.

El profesor me explicó la historia de la zafra de 1970. Cuba producía mucho azúcar. En 1970 Fidel se propuso llegar a los 10 millones de toneladas. Era una cantidad exagerada, pero factible. Cuba movilizó a toda la población. Otras industrias quedaron desatendidas y hasta se suspendieron las celebraciones de fin de año en 1969.

Los macheteros y los campesinos debían trabajar como nunca. Los desafíos técnicos y agrícolas de la zafra eran enormes, pero el profesor se centró en un asunto de fondo: “Un trabajador podía llegar a trabajar 12 horas diarias y 7 días a la semana, pero otro cumplía con ocho horas y el domingo descansaba. Y los dos ganaban lo mismo”.

Ahí empezó a complicarse. No solo uno trabajaba menos, el otro se cansaba de esforzarse más para nada. Cuando Fidel anunció que no se iba a llegar a los 10 millones, el profesor lloró ante la tele junto a su mujer. El país no había estado a la altura de la construcción del socialismo, ni nunca iba a estarlo.

Cuando el apoyo soviético se acabó en 1990, empezó el 'período especial'. Cuba no tenía recursos para comprar del extranjero lo que necesitaba. Además de la comida, el recuerdo más persistente de los cubanos cuando hablan de aquellos años es la falta de jabón y detergente (“nos lavábamos con agua sola”) y los desplazamientos en bicicleta porque no había petróleo. “Podías cruzar la calle leyendo el periódico”, me dijo un habanero.

Cuba optó entonces por el turismo como nueva fuente de ingresos. Era un principio de solución. Hoy la ayuda o intercambio de servicios con otros países (con Venezuela a la cabeza, 'nuestro mejor amigo', según montones de carteles) ha mejorado la situación general. Pero los progresos son lentos. Hoy el problema es que los sueldos de las empresas estatales no bastan para sobrevivir.

Los cubanos empezaron a 'inventar', que es el modo nacional de decir 'buscarse la vida'. Como me dijo una persona: en Cuba no se pregunta “¿cuánto ganas en el trabajo?”, sino “¿cuánto te buscas?” El sentido es claro: cuánto dinero logras sacar a través de tu empleo o en otros asuntos, no cuánto te pagan, que seguro que rondará entre los 10 y 25 euros mensuales.

El descubrimiento de 'inventos' -y la vista gorda- ha sido un pasatiempo en mi viaje. Desde los 90, el Estado permite cierta iniciativa privada, que ha tenido altibajos. Con la llegada de Raúl, las reformas parecen más consistentes y constantes. Algunas novedades eran imprescindibles por dignidad: los cubanos pueden ya entrar en todos los hoteles del país, pueden salir del país (si tienen dinero y un visado), pueden comprar y vender sus casas (con limitaciones), pueden tener móvil (pero aún no internet).

Hay cambios, pero el aspecto general es aún destartalado. Nadie sabe bien dónde se va, pero la convicción de que no hay vuelta atrás es extendida. Algunos de los 'inventos' que descubrí en Cuba.

1. Los cuartos y paladares de siempre ahora crecen. Con la apertura al turismo de los 90, el gobierno permitió que algunas casas privadas pudieran alquilar cuartos o montar minirestaurantes (los famosos paladares). Durante los años 2000, los impuestos crecieron y menos casas se lanzaron a aventuras privadas: la tasa por cuarto llegó a ser de 200 pesos convertibles al mes (más de 200 dólares hoy). Para cubrir gastos había que alquilar el cuarto no menos de 15 días al mes. En esos años, en Cienfuegos solo había dos paladares legales, me dijo la dueña de uno. “Hoy existe un montón”.

A partir de enero de 2013, el impuesto para poder alquilar un cuarto es de 35 pesos más el 10 por ciento de los beneficios. “No hace falta declarar a todos los visitantes que dormimos aquí”, solía decir a los dueños para que evitaran ese 10 por ciento. Pero les parecía un truco peligroso ante posibles inspecciones. Tenían una trampa alternativa: declarar una tarifa por noche menor.

Ahora no solo cada vez más cubanos alquilan cuartos o montan paladares en sus casas, sino que más gente amplía su negocio inicial. Ahora en Cuba las casas se pueden comprar y vender. En cuatro casas en las que estuve, los propietarios remodelaban edificios cercanos que habían comprado para alquilar más cuartos. Pero el gobierno pone aún otra traba: nadie puede tener más de una propiedad. La trampa es de nuevo evidente: las casas nuevas van a nombre de los hijos, a quienes el Estado apenas da ya casas nuevas.

Junto al turismo, otra fuente enorme de ingresos para los cubanos son las remesas familiares desde el extranjero. Cien euros alcanzan para vivir un mes en Cuba. En el pueblo de Gibara pasé por delante de una preciosa casa colonial remodelada y con bombillas de luz amarilla (un lujo en un país donde domina la luz blanca del fluorescente y la bombilla de bajo consumo). Mientras intentaba buscar algún signo de dónde habrían sacado el dinero para toda esa obra, pasó un vecino: “Tienen familiares en Alemania”, me dijo.

Otra novedad es que esta industria turística privada ya no se nutre solo del exterior. En Gibara cené en el magnífico paladar Las Terrazas. Ese día -un sábado- habían servido a más de cien clientes, la mayoría cubanos. La facturación debió rondar los mil euros brutos.

2. El turismo en pequeño tiene también trampas. El turismo no solo nutre a pequeños negocios. Las propinas de turistas son básicas en el mundo del 'invento' cubano. Dos de los recursos más novedosos que he visto tienen que ver con el coche de alquiler que llevaba: una noche, en Remedios, lo dejé en la calle. Por la mañana, tenía los limpiaparabrisas levantados: alguien lo había lavado. En menos de 15 segundos, un señor mayor apareció de la nada para dar los últimos retoques con un trapo seco: esperaba la propina.

Otra noche, en Santa Clara, el propietario de la casa donde me quedaba me dijo que para que el coche estuviera seguro debía dejarlo aparcado en otra calle. Allí, en medio de la calle, un señor vigilaba coches sentado en un portal: cobraba 2 euros por coche. El señor, de más de 70 años, vivía en una residencia de jubilados y necesitaba esos ingresos extra. Se turnaba con un amigo, dos noches cada uno.

Los empleos que dejan propinas más buscados son maleteros, guías de turismo, taxistas, camareros... Este chiste resume la situación: “José Luis es un gran cirujano, una persona honesta y dedicada a su trabajo. Pero cuando bebe se vuelve insoportable con sus sueños de grandeza: presume de ser maletero o taxista”.

3. Los timbiriches. Los timbiriches son una variante cubana de los tenderetes. Una mesa en la calle con cuatro cosas encima es una 'tienda'. En muchas casas venden o anuncian que venden algo.

El nombre de timbiriche lo vi en esta canción. Las imágenes del vídeo son ejemplos de timbiriches. La canción es políticamente correcta en Cuba. El cantante Tony Avila dice que “hace falta tener dinero, pero cuida que el dinero no se haga dueño de ti”.

El capitalismo por supuesto sigue siendo oficialmente malo. La línea oficial del régimen es que “los cambios en Cuba son para más socialismo”. Pero la progresión de los timbirichis o timbiriches es real. Hay tantos que en Camagüey vi este cartel: “No hay venta. No molesten”: Otro modelo extendido son las 'cafeterías', donde venden algo de comer. Las rejas son para poder dejar 'abierto' sin tener que atenderlo: Cuando no hay escaparates (vitrinas), hay carteles.

En uno decían "Se vende helado en potes". Encima, la imagen de una virgen. El régimen ha dejado de preocuparse por la práctica religiosa. Hay bastante devoción y confesiones por todas partes: estuve en varias iglesias y en la sinagoga de La Habana y todos decían que ya no se metían con ellos. Vi también templos protestantes y uno cuáquero con carteles afuera.

Un negocio privado de coger ponches que lleva 20 años abierto, se ha ampliado y ahora en él trabajan cuatro mecánicos. Un sábado por la mañana en Camagüey vi a gente pasear vendiendo paquetes de espaguetis, escobas plásticas y carreteles de hilo de varios colores. Otro día, mientras comía en Santiago de Cuba, dos niñas con una bolsa grande se acercaron a la puerta, llamaron a la camarera, hablaron con ella y entraron. Al rato salieron, se acercaron a la mesa y con mucha discreción dijeron: “Tenemos ropa para el final del verano, ¿se la enseño?”

Toda esta ropa que se vende en privado en Cuba llega del extranjero, sobre todo de América Latina (Ecuador, Panamá, México) y Estados Unidos. Toda se parece. Pero, como es lógico en un sistema de oferta y demanda, cuando hay una necesidad, alguien la va a cubrir.

En una calle secundaria de la Habana Vieja encontré por casualidad una puerta con un cartelito de moda. Alguien abrió y había una tienda. Era una pequeña boutique, con ropa bien tendida en las paredes, con una tele de plasma que emitía un canal de moda italiano. Toda la ropa era de Bershka y Pull&Bear y costaba entre 20 y 40 euros.

La tienda llevaba un año abierta y la dueña no ponía vidriera porque no quería más publicidad: ya no podía vender más. En Cuba estos incipientes mininegocios privados no pueden comprar containers en el exterior. Toda la mercancía llega por el aeropuerto, con un pasajero y sus maletas (hay 'mulas' que hacen ese servicio). Las marcas de la tienda varían (la sacan de almacenes en España e Italia, ¿cómo? no lo sé). En suma, quien quiere ropa distinta, la encuentra.

Todo esto me recuerda a ciudades de China hace una década o menos. En 2006 estuve en Lanzhou, una ciudad de Gansu, en el interior. Al anochecer, algunas calles del centro se llenaban de docenas de ciudadanos que se ponían en la acera con un tapete a vender de todo. El método es el mismo: inventar un sobresueldo.

4. El mangoneo. Hay un escalón por debajo del timbiriche. Esperaba en una tienda estatal al lado del vigilante de seguridad, que jugaba a las bolas en un Samsung S4 nuevo, con el protector de plástico puesto sobre la pantalla. Le pregunté de dónde lo había sacado: “Yo los vendo”, me dijo. Costaban 125 euros, era un modelo falso y se los traía un amigo de Estados Unidos.

En Cuba no hay 3G, pero hay gente dispuesta a pagar dinero por una copia de smartphone. Por supuesto, hay también alguien dispuesto a venderlos: “He vendido ya ocho; ahora me queda solo este”. El vigilante tenía su estrategia: “Cuando a alguien le interesa, le dejo que lo prueben, que pongan su tarjeta, que vean que va todo bien, no me interesa quedar mal. De momento no me han devuelto ninguno”.

En una esquina de una calle en La Habana, charlaban dos amigos. Uno llevaba unos Nike AirMax nuevos. Me acerqué y le pregunté de dónde los había sacado: “¡Yo las vendo!”, me dijo. Y siguió: “¿Qué número usas? Cuestan 100 dólares, para ti 80. Vamos a casa y te los pruebas”. Si quieres algo en Cuba, por difícil que sea, alguien va a aprovechar esa oportunidad, lo va a traer del extranjero y lo va a vender. Así se hacen los negocios: hay que satisfacer la demanda.

5. El paquete. En Cuba no hay internet. El único modo de conectarse es en salas de telecomunicaciones del estado (4 euros por 1 hora y siempre vi colas) o en algunos hoteles (más caro). Fuera de La Habana pocos hoteles tienen y el sistema depende de unas tarjetas con unos códigos del gobierno que a menudo se habían acabado. La conexión es muy lenta. Los cubanos que se conectan a menudo lo hacen en el trabajo. Sin un trabajo especial, el único modo de tener internet en casa es a través de un extranjero. El extranjero contrata la línea con un número de teléfono de un cubano y allí hay internet. Pero no es tarifa plana: 60 horas cuestan unos 40 euros al mes.

En Cuba no hay internet, pero hay 'el paquete'. El 'paquete' son vídeos que llegan del extranjero cada semana: series, películas, todo tipo de deportes, programas de actualidad. Todos los cubanos a los que pregunté sabían qué era el 'paquete' o una variante de ese nombre. En una casa cada lunes iban con un disco duro a grabar 800 gigas de material. En otra alquilaban un dvd. En otra copiaban un pendrive. Nadie se esconde: en una casa vi el cartel “Se llenan memorias”. Si alguien quiere ver una serie americana entera, es posible encontrarla. Las españolas más citadas eran Aquí no hay quien viva, Aída y Fuga de cerebros. También, por supuesto, los partidos de fútbol de Madrid y Barça.

La pregunta es quién consigue 'el paquete' con todos sus archivos organizados y con puntualidad. Ninguna conexión cubana normal da para eso. Nadie sabía o quería decirme de dónde salía el 'paquete'. Algunos adeptos al régimen -me decían- tienen conexiones rápidas. Tenía que salir de algún lugar así. La tele es un gran entretenimiento en Cuba -montones de cubanos miran en la tele cubana series propias, brasileñas o de otros países. Los videojuegos están también extendidos. Pero internet no. Está claro que para un gobierno, internet es más difícil de controlar que el 'paquete', y además sirve para organizarse.

6. El robo al Estado. Cada vez menos, pero la mayoría de cubanos trabajan aún para el Estado. En muchos trabajos es posible 'meter cuchilla' (robar). En una tienda estatal de ropa en Santiago de Cuba, vi a los empleados comprar compotas de mango y guayaba en botellas de plástico de litro y medio, para preparar después jugos. Un tipo las traía en un saco y costaban menos de un euro. El tipo las compraba a un funcionario que trabajaba en la empresa productora de compotas y las sacaba 'por la izquierda'. Era su negocio.

Otro ejemplo. “Las plazas de conductores de autobús son muy buscadas. El estado solo exige un tanto mínimo, todo lo que supera esa cantidad, es para el chofer”, me dijeron. Algunos conductores de taxis estatales en La Habana tenían también un mínimo razonable de beneficios que darle al Estado, entre 30 y 50 euros diarios. El excedente, al bolsillo. Esto implicaba a menudo jornadas de trabajo de más de 12 horas, aunque en muchos casos trabajaban un día sí y otro no: los taxis se compartían entre dos conductores.

He visto también camareros que ponían en la misma caja registradora, apagada, el cobro de la cuenta y las propinas, todas al mismo bolsillo. Es evidente que el gobierno mira hacia otro lado: dejarse robar es un modo de sobrevivir. El nivel de robo parece espectacular. Quien no hace una cosa, busca otra. Quien no da con nada, procura irse.

Este reportaje es sobre todo acerca de las aparentes reformas económicas del gobierno cubano. Pero siempre que se habla de Cuba hay temas inevitables. Este es quizá el principal, que por tan sabido veo aún que no deja ser obvio. Cuba es una dictadura. Es innegable: hay censura, hay presos políticos, hay tortura, no hay elecciones, hay desaparecidos. En suma, no impera ninguna ley por encima del capricho del gobierno.

Cuba es el típico país donde antes de hablar de asuntos espinosos en un lugar público, mi interlocutor bajaba la voz, esperaba nervioso a que el camarero se alejara, prefería una mesa alejada del resto de clientes o miraba por la ventana para ver si alguien podía escuchar. No oí a nadie criticar a Fidel o Raúl con saña, aunque varios sí lamentaban (en privado) que no tienen ni idea de economía y que el gobierno era inútil y sus decisiones eran incomprensibles.

Tengo además amigos cubanos en el exilio. Sé sus historias de primera mano y que su estancia y salida del país no fueron fáciles. Hay, claro, dictaduras donde matan a mil, a diez mil y a cien mil por no aceptar el régimen de turno. No discutiré a cuál pertenece Cuba, pero los comentarios están abiertos.

También es inevitable que, al hablar de Cuba, surja el bloqueo norteamericano. Si Cuba no va bien, no es por culpa del bloqueo. La decisión americana perjudica en ámbitos determinados -hay patentes americanas punteras en sanidad, por ejemplo, que Cuba no puede importar-, pero no tiene muchas otras cosas del extranjero porque no puede pagarlas.

Antes de viajar hablé con un amigo cubano en Barcelona. La situación económica en Cuba es ligeramente mejor hoy que en 1994, pero hay una diferencia política importante: el régimen ha ganado. Si Fidel hubiera muerto en 1994, con la tensión que había en la calle, todo hubiera podido ocurrir. Pero hoy el mundo es distinto.

Recuerdo en aquellos años cómo otro amigo cubano exiliado me decía que lo primero que iban a hacer los cubanos si moría Fidel era asaltar los hoteles donde hasta entonces no podían entrar (así ocurrió el 31 de diciembre de 1958 cuando salió Batista del país y varios casinos de la mafia americana fueron destrozados).

Pero el régimen resistió agazapado aquellos años de aislamiento económico y político, con todos los recursos -limpios y sucios- que tenían a mano. Hoy Cuba es un país menos peculiar. China es una dictadura próspera nacida de un Partido Comunista; Vietnam, también. En América Latina varios países siguen la estela de Venezuela. Todo régimen tiene la intención de perpetuarse. El régimen cubano por ahora lo ha logrado.

El mayor objetivo de muchos cubanos hoy solo es vivir algo mejor. Saben que si no levantan la voz, la mayoría va a poder hacerlo o al menos ver cómo a su alrededor ocurre. La incertidumbre sobre el futuro es grande, pero nadie cree que Fidel hubiera permitido tanta reforma. “Cuba no cambiará hasta que mueran todos los de la generación de la Sierra (los que hicieron la revolución)”, me dijo un anciano.

Aparte de estas nuevas opciones económicas, los cubanos elogian sobre todo tres ámbitos de su país respecto a sus vecinos caribeños y latinoamericanos: la sanidad, la educación y la seguridad. Hay seguridad en las calles, pero no hay garantías jurídicas. En Cuba apenas hay drogas, las armas son ilegales y quien roba se la juega, más si le roba a un extranjero. Pero el modo en que se consiguen las cosas es dudoso. Varias veces me dijeron que si pillan a alguien con drogas -no solo vendiéndolas- “le caen a palos”. Muchos prefieren no saber más y disfrutar de esa seguridad.

El título de este trabajo es de un cubano. Me dijo 'loco' en sentido de 'incomprensible', 'desorganizado'. Era solo una descripción correcta. Pero 'loca' es una descripción más holgada de la que he oído en otros países, incluso para extranjeros.

Texto: Jordi Pérez Colomé
Obama World, 4 de septiembre de 2013.
Foto de Cristina Redondo. Vendiendo de todo un poco: desde ropa y bisutería hasta guayabas, aguacates y mangos.

1 comentario:

  1. Ni Cuba es socialista ni nada de nada, Cuba ha sido desde 1959 castrista que es lo mismo que decir m...
    Todo lo que había de bueno antes de 1959 desapareció y lo malo no se fue, la prostitución, por sólo dar un ejemplo, es ahora mayor que la que había hace 60 años.

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